24 de diciembre de 2013

Cuando haya pasado el invierno

Me piden mi opinión sobre el aborto. Me resisto a darla (*) porque estamos hablando de una cuestión política candente y la política, entendida como la batalla campal entre ellos y nosotros, es la muerte del pensar —que diría cierto filósofo y/o paseante subidito de tono. Allí donde los bandos están delimitados como hinchadas de baloncesto frente a frente, cinco juegan en cancha y el resto grita «De-fensa, De-fensa», la lechuza de Minerva llega tarde, no por falta de interés sino miedo a la extinción. Los cazadores furtivos abundan en estas tierras, fértiles en sesgos, abonadas por demagogos, donde más vale un silencio cómplice que cientos de palabras sin incidencia comprobada en las opiniones existentes. Es la hora de pasar a la acción. Manifestaciones, parroquias o consejos de ministros, redacciones de periódicos también, no son lugares para decir esta boca es mía. No es país para filósofos. Aquí hasta para hablar del sistema de carreteras reparten carnés de partido. Prefiero delegar mi parecer que discutir con estrategas que solo dudan entre tomar la Bastilla o el Palacio de Invierno. Llámenme cuando haya pasado la Navidad, ¿quieren?

Dicho esto, ¿qué pueden aportar las razones a la manifiesta incomprensión entre los abortistas y los pro-vida? Nada salvo indicar que «Hace buen tiempo, ¿no cree?» no es una respuesta a «¿Dónde diantre enterraste el cadáver de mi hermana?», en todo caso una sutil forma de desviar el tema. Que las preguntas vengan sesgadas y cargadas de supuestos no exime a los contertulios de responderlas, por ejemplo diciendo «Cadáver serás tú» o «Pero si no tienes hermana», enunciados dialécticamente poderosos. Y del mismo modo, en el debate sobre el aborto, que uno sea el paladín del progreso hacia un mundo mejor y el otro bando tenga facha de botafumeiro & emprendasaurio (**) no exime a los hunos y a los hotros de la necesidad de entenderse. En vistas a facilitar la comunicación, si es que alguien quisiera comunicar argumentos en lugar de reforzar su posición ideológica en algún futuro remoto, aquí van dos lemas, uno pro-vida y otro abortista, vertidos a un lenguaje que sospecho compartido, el lenguaje de los derechos, aspirando a tanta neutralidad como este blog pueda en valorar los pros y los contras.
«La vida es sagrada» puede querer decir (i) que el debate versa sobre la extensión del conjunto llamado ciudadanía, esto es, la clase de intereses individuales y colectivos sujetos a protección jurídica; (ii) que tener un código genético distintivo cualifica para formar parte de semejante comunidad política; (iii) ergo aborto = homicidio. Entre las virtudes de esta defensa acérrima de la diversidad genética destaca el otorgar cierta relevancia normativa a los grandes parias de todas las tierras, las entidades orgánicas sin conciencia, que suelen carecer de protección jurídica —y a mi juicio así tendrían que seguir, desde una perspectiva individualista y sensocentrista, hasta que resultara demostrable la posesión de sensibilidad de los organismos en cuestión. Ahora bien, entre las incoherencias de esta posición se cuenta que la mayoría de sus defensores profesen ideologías que pasan olímpicamente de la vida buena cuando esta tiene lugar fuera del útero materno humano. Recordemos que los demás animales también tienen ADN. O como dice el cómico George Carlin: «¿Por qué se llama aborto si somos nosotros y si es una gallina se llama tortilla (***)

«Nosotras parimos, nosotras decidimos» puede querer decir (a) que el debate versa sobre el alcance del derecho natural a la autoposesión, esto es, hasta qué punto un individuo consciente es propietario exclusivo de su cuerpo y aquellos productos derivados o vinculados con él; (b) que nadie tiene la autoridad legítima para imponer límites a semejante derecho; (c) ergo legislar sobre el aborto = injerir en la propiedad privada. Entre las virtudes de esta defensa del individuo propietario destaca el otorgar cierta relevancia normativa a la ruleta de la dotación natural, uno no elige formar parte del grupo que decide acerca de la reproducción de nuestra especie, o naces mujer y quedas preñada o estás fuera en la gestión ese bien común que los poetas llaman «Los Lectores Porvenir» o «La Posteridad» cuando intentan colocar sus poemarios en editoriales comarcales. Ahora bien, entre las incoherencias de esta posición se cuenta que la mayoría de sus defensores ignoren con entusiasmo  el derecho a decidir cuando son bienes comunes de carácter económico los que están en idéntico régimen de propiedad privada por una combinación igualmente arbitraria de ruleta del destino + desliz entre varios. O como podría haber dicho Emilio Botín

—Nosotros invertimos, nosotros decidimos
—¿Y si os suben los impuestos?
—Nos vemos en Londres, socio.
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(*)  Para exhibir mi pedigrí, evitando insultos y desafueros, no vayan a tacharme de progre blando o conciliador apolítico, aquí van unos apuntes de opinión personal:

La capacidad de experimentar placer o dolor físicos es el criterio moral que suelo aplicar para discriminar entre las entidades que tienen derechos en sentido moral y las que no. Y entiendo que la conciencia sensible empieza cuando se centralizan en el cerebro las experiencias percibidas por el sistema central nervioso. Ello no quita que un embrión o el Parque de Doñana terminen protegidos en tanto que entidades cargadas de valor para terceros. Y entiendo por terceros a los propietarios en el sentido normativo: la madre y todos nosotros, respetivamente, que tanto nos gustan los bichos y pagamos impuestos para mantener la biodiversidad, o lo que sea. Ambos criterios (el aristotélico y el propietario) deben tomar en cuenta el conocimiento biológico disponible, esto es, establecer con prudencia la demarcación aceptando que nuestro saber es relativo, sí, pero muchas revoluciones kuhnianas se necesitan para demostrar que ese alien uterino siente de verdad hasta cierta semana (no pienso mojarme diciendo cuántas porque tampoco quisiera alargar mucho más el debate). La vaguedad epistémica, la continuidad ontológica y el problema del sorites están en todos los debates morales enjundiosos, así que ningún problema con ser aristotélico o talmudiano en este caso. El criterio moral parece común a muchos y la evidencia empírica bastante analizada. Opino que mejor una demarcación difuminada cara a tomar decisiones que ningún principio normativo en absoluto.

(**)     Emprendasaurio, ria.
(Del lat: prehendere, atrapar. Y del  gr: σαῦρος, lagarto.)
  1. m. y f. Dícese del emprendedor avant la letre. Que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas o en peligro de extinción. Capitalista ultraviejuno (‖ persona entrada en años). Tiene algo más que una puta pyme.
(***)   Más sobre Óvulos & Huevos aquí

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