La crisis es como montar en bici. Una vez aprendes, etcétera. |
Seguimos destapando
malformaciones en la reforma constitucional introducida por los partidos
mayoritarios del Reino de España en 2011. Recordemos que el objetivo confesado
de la reforma consistía en imponer un techo de gasto sobre los presupuestos del
Estado. Pues bien, a la
malformación antidemocrática y chapucera (la decisión de modificar la sacrosanta carta magna fue tomada en unas
pocas horas, sin consulta popular alguna, siguiendo dictados europeos) hay
que sumar ahora la
malformación cuántica y orwelliana diagnosticada por José Ignacio Antón,
profesor de la Universidad de Salamanca, y hecha pública por Fernando Esteve en
Oikonomía.
Resulta que el apartado
modificado del art. 135 invoca la noción
de balance fiscal estructural (BFE) para medir si estamos viviendo por encima
de nuestras posibilidades. Y pasa que esta magnitud arroja valores distintos
dependiendo de la tendencia económica que estemos valorando. Así, calculado
desde 2007, el BFE del Reino de España 2006 sería bueno, podría decirse que
vivíamos por debajo de nuestro PIB potencial, el Estado podría haber gastado
más en el contexto de una tendencia alcista; sin embargo, visto desde 2013, el BFE desciende 3,5 puntos, el saldo
positivo desaparece, 2006 entra en números rojos, ¡solo porque nosotros estamos
haciendo los cálculos desde el supuesto de una tendencia a la baja!
Ignoramos si esta propiedad
maravillosa, la virtud de modificar el
pasado según la posición relativa del observador, merece el epíteto de
orwelliano (en virtud de 1984) o de cuántico (en virtud del experimento de la
doble rendija), pero una cosa está clara: la Constitución del 78 y la casta
política española hacen cosas muy raras;
tienen un comportamiento ondulatorio y a la vez discreto; cambian de color como
los quarks cada cuatro años; nadie puede determinar su momento y su posición en
el espectro ideológico; merecen una jubilación anticipada, una pensión en Marbella
y todo nuestro respeto.
Sobre la cuestión del
determinismo biológico y del egoísmo genético (¿hasta qué punto la llamada a la transmisión reproductiva de los genes
determina nuestra conducta como animales y en qué medida influyen los factores
ambientales sobre nuestro carácter?) se ha publicado un
artículo bastante completo donde figuran todas las posiciones históricas
defendidas sobre el tema y el estado actual de la cuestión.
¿Conclusiones preliminares? Como
podría haber dicho Séneca: en el debate Naturaleza vs Cultura no hay posición,
por irrazonable o extremista que sea, que no haya sido defendida por al menos un intelectual sesgadamente informado.
Y este artículo contiene, para desgracia de la discusión informada, muchas ideas-fuerza del constructivismo
sociocultural del siglo XXI.
Ya estoy viendo a Stephen Jay
Gould citando desde la tumba el
curioso ejemplo del saltamontes y la langosta; son la misma especie con distinta conducta en virtud de distintos niveles
de serotonina. Léase Testo Yonqui de Beatriz Preciado & let the party begin.
El grado cero de la política es la comunidad de vecinos. Quien
reclama la autogestión de los presupuestos participativos o el derecho a
decidir sobre la soberanía de un barrio (ciudadanos de Arganzuela, ¿quieren seguir
siendo parte de (i) El Reino de España y (ii) la Comunidad de Madrid?), me
juego la mano zurda que todos esos patriotas de distrito nunca han sido en toda
su vida presidentes de una comunidad de vecinos. De haberlo sido estarían
leyendo a Thomas Hobbes ahora mismo. Y es que la comunidad de vecinos es el
horror del estado natural. La comunidad de vecinos confirma a Jean-Paul Sartre:
el infierno son los otros, y lo sabes
bien.
El economista Juan Santaló
si ha sido presi. Y ha visto la bajísima competencia
existente entre las compañías encargadas del mantenimiento de ascensores: los
contratos suelen tener una duración superior a tres años, incluyen cláusulas de
renovación implícita y además estipulan una penalización por incumplimiento de agárrate-tú-los-machos. Las cuatro primeras compañías de este
sector acaparan más del 50% de la cuota de mercado nacional.
¿La solución? Según Santaló, más
mercado. A mi juicio debería valorarse también la opción de nacionalizar un servicio cuya tendencia a generar
monopolios es cosa de blanco y en botella. En este caso, el mantenimiento
es una necesidad impuesta según criterios estatales, en tanto que el producto
consumido es el mismo para todos y la distinción publicitaria de la oferta es
una soberana marcianada (¿se
imaginan anuncios para mantener ascensores?), cualquier recorte vía costes
de producción disminuirá la seguridad de los trabajadores.
Si el sector público debería
satisfacer según criterios de eficiencia aquellas necesidades que generan de
suyo monopolios naturales o donde el criterio del beneficio genera claro
desvalor, ¿por qué no aplicar el
exprópiese chavista sobre aquellos negocios que, por muy alejados que estén del
escenario político antagónico, satisfacen alguna de las condiciones
mencionadas? ¡El mantenimiento no se vende, se defiende!
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