La filosofía política suele
dividirse —grosso modo— entre quienes están por el consenso (y por tanto
analizan la resolución de conflictos) y quienes no (y por tanto avivan el fuego
en las calles). Yo me sitúo en los márgenes de la política freak (por si no se
habían percatado todavía). Y este mes el protagonista de la política marginal,
ideales suscritos por cuatro mataos, ha sido el movimiento reaccionario contemporáneo. A grandes rasgos sus
adalides suscriben principios libertarios, salvando que dan por sentado la
existencia, la necesidad o el carácter inevitable del Estado, y por tanto prefieren estar gobernados por aristocracias
naturales supersabias (à la Platón) antes que por demagogos inexpertos
elegidos a través del voto. Scott Alexander intentó refutar los
presupuestos empíricos de esta inclinación absolutista y autoritaria que,
según parece, prende como la mecha entre ciertos geeks. Las respuestas son
legión.
Va a parecer que tengo manía a
Julianna Barwick. Ya echamos pestes
sobre su disco Nepenthe, una cosa mala para la vida y para el oído, ecos
lejanos para hacer yoga o ascender en ascensores, o algo. Una entrada
gratuita a la
lista de los mejores discos de B*tchfork Magazine. Una metida de pata.
Resulta que también están abducidos por esta pava en F*gMag. No se explica si
no por qué encargan y aceptan este
Mix414 de Barwick. Sin lugar a dudas su peor mezcla del año, lo que me
demuestra el repertorio de lugares comunes, vendidos como referentes
personales, que maneja esta señora. Hasta el redactor se sorprende: it’s certainly been a while since we heard
Dylan in a FACT mix, that’s for sure.
Juan
Ramón Rallo responde a las acusaciones formuladas por Jose Luis Ferreira contra
la escuela austriaca en su librito Economía
y pseudociencia. Ferreira considera que los austriacos son unos vendebiblias porque, entre otras cosas,
sus teorías son infalsables y sus argumentos carecen de formulación matemática
(también
existen versiones para dummies de estas objeciones). Ramón Rallo tampoco
quiere meterse en harina, pasa de puntillas sobre el asunto de la confirmación
empírica, y refuta los ataques sobre la influencia y el dogmatismo de la
escuela. Dejando entre paréntesis la
lucha entre Don Quijote y los molinos, pues tanto el ataque como la defensa
incurren en la falacia del
hombre de paja, los links del texto conforman una documentación imprescindible
sobre la extendida influencia de Hayek, Mises y Rothbard. Los polos
opuestos quizá no se atraigan, pero tampoco están tan opuestos.
Tiene gracia. Analizan
el cerebro de unos adolescentes (el mayor de los cuales tiene 22 años) y
confirman estereotipos sobre las habilidades sociales de las biomujeres por
oposición a las facultades perceptivas de los biohombres. Qué esperaban. Lo
mejor viene cuando vemos que las conclusiones descansan sobre ciertos mitos
acerca de la división de las funciones
cerebrales en hemisferios especializados (hay muchas variantes del relato,
algunas sexistas de suyo, así que recomiendo asear las ideas con "The Split
Brain Revisited" de Michael S. Gazzaniga: uno de los padres de la
teoría vuelve sobre sus pasos 35 años después).
Natxo Medina reflexiona sobre el
componente meritocrático en las letras de Lorde. Esta chica de 17 años ha
saltado a la palestra mediática como la adolescente más prometedora de 2013.
Sus contratos millonarios y sus canciones electrizantes, la versión
mediaclasista de FKA Twigs,
deberían bastar para avalar semejante distinción, pero Medina prefiere
comprender su meteórica trayectoria desde las coordenadas de nuestra situación
económica actual. Lorde encarna a la working
class hero, dice Medina: esforzada en el trabajo, discreta en los media,
frugal en su consumo. Los únicos cadillacs que Lorde conduce están en sus
sueños. «I've never seen a
diamond in the flesh», dice en Royals.
Hasta aquí todo bien con el working
middle class. Ahora bien, ¿dónde
quedó la heroicidad en todo esto? ¿Acaso Lorde entona las loas del triunfo
empresial? Al contrario: nada tienen que
ver sus tracks con los nuevos prometeos comerciales y los self-made teenagers de Silicon Valley. Su mensaje interpela en todo
caso a los
hijos de clase media que saben que su calidad de vida será igual o peor que sus
padres. Y ahora dicen que tampoco les importa demasiado. Léase la fábula de
la zorra y las uvas para entender los motivos psíquicos de este espíritu
posconsumista, o crúcese los dedos rezando que —por favor— el rechazo de la
ostentación oligárquica desclasada llegue a ser algo más que simple y llano postureo.
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