30 de noviembre de 2013

Seguid Así, Muchachos

Hecho un Cristo: los pies por delante, el cuerpo arañado y todo lleno de excrementos. Así salió Abel Azcona el pasado jueves 15 de agosto de la galería de Madrid donde estaba haciendo Dark Room, un performance que consistía en pasar dos meses confinado, sin contacto alguno con el exterior. Apenas ha podido aguantar el artista 42 de las 60 jornadas de absoluta oscuridad inicialmente previstas, hallándose desde la segunda semana en un estado mental rayano el catatónico y haciendo cosas raras a las 72 horas del encierro, como mearse por ejemplo sobre su propia comida. Llega el cuarto día de clausura: «Nos preocupan heridas en el rostro, con visionado nocturno percibimos que son de arañazos al rascarse compulsivamente», escriben en su telegráfico cuaderno de bitácora los celadores de Abel Azcona, malhadado conejillo de Indias de sí mismo. Según declaraciones del pamplonico, el objetivo de este especial encierro era profundizar hacia una identidad personal genuina apartada del mundanal tráfico de información. «Perder la noción del tiempo y de mi propio yo. Construir una identidad no contaminada.» Alguien podría y debería haberle advertido que el Mito de la Caverna cuenta otra cosa, que sin luces y sombras no hay sujeto. Y sin sujeto, bueno, sin sujeto no hay nada. Y cuando digo nada: «Gran descoordinación de cuerpo. Gran suciedad y falta de higiene. Extrema delgadez. Comportamiento ilógico, sonidos, gritos o movimientos espásticos», vuelven a anotar cuatro días antes del precoz final de Dark Room. Por desgracia ignoramos si el resultado del experimento termina siendo que los performers globetrotters ni nacieron ni se hicieron para vivir en cautiverio (24 horas antes de Dark Room Abel Azcona estaba en una sesión de fotos en Pamplona: malos preliminares preparatorios para el retiro son las angulares y los flashes) o si resulta que el anatnam budista era esto. ¿Ha alcanzado Abel Azcona el Nirvana?


Llamadme cartesiano, pero me inclino por la primera opción. Que los posturitas del mundo del arte carecen de la entereza psíquica que mantienen algunos secuestrados es algo que vino a confirmar en sus propias carnes Omar Jerez. El artista granadino quiso hace tiempo emular el secuestro de Ortega Lara, 530 días en un zulo de seis metros cuadrados, sólo que la recreación artística tenía una duración estimada en una semana y poco; ni eso pudo el bueno de Omar Jerez, quien siete días después de iniciada la acción hablaba consigo mismo a solas mientras una barba mesiánica adornaba su mentón. Ya se sabe, en esta competición por aguantar la respiración bajo el agua que viene siendo el paradigma performático contemporáneo, quien no se hace disparar (Chris Burden) se hace crucificar (Chris Burden again), pero nunca ha habido dos copiones tan seguidos del artista nacido en Boston como Abel Azcona y Omar Jerez. Tantos días ha durado Dark Room como años han pasado desde que Chris Burden presentara Locker Piece, una tesis doctoral que consistía en pasar cinco días embutido en su propia taquilla. 1971 queda muy lejos como para que ahora vengan estos asaltatumbas a saquear las acciones de otros, aunque la palabra plagio quizá carezca de sentido para gente como Abel Azcona y Omar Jerez, que tan dispuestos están a sacrificarse por una sociedad que pasa del tema. Ante acciones taaaan auténticas, sin embargo, la estricta observancia del copyright es casi un insulto. Cada vez cara a cara con la muerte o la locura siempre parece como si fuera la primera, irrepetible y recóndita ocasión, aunque luego la documentación del momento trascendental se venda a precio de saldo, por multiplicado y con copia de artista. A fin de cuentas, a los niñatos que quieren hacer un Werther Jr. o un Harry Houdini nadie les cobra el canon. ¿Por qué habría que racanear las antiguas pesetas a las novísimas promesas del estrellato artístico nacional?
Sea como fuere, Abel Azcona y Omar Jerez comparten algo más que etimología. Tienen en común, para empezar, un manifiesto que presentaron en el Círculo de Bellas Artes a mediados de marzo de este año. Según algunos, el suceso artístico madrileño más relevante desde que los integrantes de la generación del 27 frotaran sus prepucios contra los tranvías de la capital. Según otros, una bobada desglosada en trece puntos. Los artistas posaron ante las cámaras con los pantalones bajados. Y así entiendo yo su Teoría Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC), como una señora bajada de pantalones, una emulación vicaria del modernismo, una chiquillada sin mucha gracia. Sin nada que ofrecer salvo su propia muerte en streaming, estos proletarios del posturing performático declararon su voluntad de arriesgar la existencia en defensa de sus creencias políticas. Una lástima que éstas, las creencias susodichas, brillen por su ausencia o se acomoden a los consensos liberales de extremo centro, según los cuales Bildu es ilegal y ellas paren, ellas deciden. Se creen meritorios de una bala en la nuca Abel Azcona y Omar Jerez solo porque han criticado el Islam, la Iglesia o ETA, cuando en verdad el mutismo y la indiferencia son el tratamiento óptimo para tanta ingenuidad ideológica, la suya propia. ¿Acaso los terroristas no tienen nada mejor que hacer? No se enteran de la misa la media. Si nadie dijo esta boca es mía cuando Omar Jerez se paseó disfrazado de víctima por las calles de San Sebastián no fue desde luego porque los vascos tengan miedo a alzar la voz, como piensa el artista cuando define Euskal Herría como una sociedad de susurros, sino todo lo contrario: una puesta en escena tan evidente y carnavalesca no merece la conocida verbosidad eusquera, mucho menos aún los disparos de una banda armada inactiva y en pax perpetua, cuyo improbable retorno a las armas no tendría además por qué atemorizar a los comisarios del Guggenheim o de las galerías de Bilbao —ciudad donde llevan tiempo expuestas, por cierto, algunas viñetas de humor contra los malos malísimos de la película política de la Transición. En cuanto a Abel Azcona, ¿qué decir? El chico de los ojos verdes se merendó una traducción castellana del Corán, quizá ignorando que la versión sagrada del libro está escrita en árabe, masticando así unas páginas cuyo valor calórico equivale a una quema masiva de Harry Potter, esto es: solo puede afectar y epatar a los niños. En suma, perfomances presuntamente perturbadoras y provocadoras al servicio del secularismo y del Imperio de la Ley, lo cual resulta tan incorrecto en términos políticos como el remover las conciencias y luego dejarlas donde antes estaban, a saber, en su maldita superioridad occidental biempensante. Todavía hay algunos, por desgracia, que hacen caso.

Incluido un servidor, claro.


A pesar de los escasos riesgos que corren ambos, su manifiesto está blindado contra toda eventualidad. Es como si Andorra tuviera un programa nuclear por miedo ante una hipotética invasión terrestre. «El cumplimiento de la Teoría Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC) es ser asesinado debido a que cualquiera de tus obras haya provocado una respuesta adversa al [sic] grupo o entidad criticada», sostiene la cláusula XI con una sintaxis tanto o más intrépida y heterodoxa que las acciones críticas que tantas respuestas adversas provocarán seguro en el respetable islamista y/o etarra. Pero esto no es todo, señores. La TIMC conjuga con mucho salero la temeridad y el canguelo a la hora de la verdad. Los puntos IV, V y VIII prohíben la escolta policial, el asilo político y el maltrato animal. Por el contrario, el punto VI permite un salvoconducto nada freudiano («Si intuyes que vas a ser asesinado, el instinto de supervivencia está por encima de él [sic] de la muerte. Por ello está justificado que encuentres cualquier forma de proteger tu vida») mientras que la segunda condición recomienda sencillamente quedarse en casa y no dejarse ver por los espacios de conflicto. ¡Menudo trabajo de lógica! En verdad, la TIMC quiere ser ante todo indómita y revoltosa, pero apenas llega a suscribir una ideología contra el Estado según la cual Abel Azcona y Omar Jerez, esos agitadores artísticos anarquistas, ni recibirán subvenciones estatales para financiar sus cruzadas liberales ni buscarán asistencia sanitaria pública en caso de resultar heridos en combate. Juventud, divino tesoro. Resulta penoso contemplar a chavales de su edad esperando en balde un destino trágico que, por desgracia, muchos individuos convencidos obtienen y alcanzan sin haber firmado nada, incluidos los jóvenes reclutas de Al-Qaeda en Yemen y Pakistán, adolescentes con principios que quieren ayudar a nivel local y que la muerte pasa a recoger en drone at home, la casa suya propia, donde los derechos sociales, el habeas corpus y hasta el DNI son una jodida quimera.

Ahí os querría ver.

El caso es que Abel Azcona y Omar Jerez acumulan cantidades ingentes de papeletas para ingresar en el catálogo de muertes bobas, contra las cuales no hay manifiesto o contrato alguno que valga. Cuando alguien declara su intención de alcanzar una subjetividad rousseauniana entre cuatro paredes, para luego terminar como el rosario de la aurora, uno duda entre leer a Bataille o laissez faire, laissez passer. Con el gremio de performers pasa muchas veces como con la Familia Adams, ellos hacen lo que dicen y dicen lo que hacen, pero tienen el esquema de valores invertido, han perdido el miedo a muchas cosas, uno no sabe si aplaudir o llorar sus bromas. Dicho esto, mientras esperamos la pronta recuperación de Abel Azcona, renovado lazarillo artístico, Omar Jerez se prepara para realizar su Materia oscura en la partícula de Dios, un coma cerebral inducido para ver ese túnel de luz que —según dicen en las pelis ñoñas— lleva a la gente hasta el otro lado. Ambos artistas cuentan con todo mi apoyo. Seguid así, muchachos. Y que conste que no estoy utilizando psicología inversa.

[Publicado originalmente en SalonKritik. 8 septiembre de 2013.]

28 de noviembre de 2013

De Mayor, Estibador

He leído multitud de payasadas sobre el llamado posfordismo. Las cosas que escribe Sergio Bologna no se cuentan para nada entre ellas. Bologna me dejó patidifuso con su conferencia sobre el nazismo, Nazismo y clase obrera, una investigación sencillamente deslumbrante que cuestiona la lectura oficiosa del camino que conduce desde la República de Weimer hasta Adolf Hitler como una historia de pequeños burgueses enloquecidos y proletarios con los brazos caídos cuando estos últimos plantaron en verdad una batalla importante (a pesar del bozal de los partidos obreros) y nada claro está todavía qué coño eran los primeros en términos sociológicos (Bologna analiza cómo el pequeño burgués alemán del primer tercio del siglo XX tiene mucho que ver con el trabajador precario o falsamente autónomo de nuestro tiempo, hasta qué punto los reajustes en el modelo productivo tras 1929 son una suerte de preludio de relaciones laborales y modelos de organización extendidas por doquier desde los años 90). Estamos hablando, para que puedan hacerse una idea del personaje, de una conferencia pronunciada en una casa okupa con un aparato bibliográfico realmente mastodóntico. Varias decenas de páginas plagadas de fuentes primarias y secundarias. Ya quisieran algunas tesis doctorales manejar estos volúmenes de papel y saber. Importa también subrayar la cuestión del dónde: en un centro okupado, recuperando una necesaria vinculación entre teoría y práxis capaz de sortear las inclinaciones canallistas (canalla, según Marx, es quien «busca acomodar la ciencia a un punto de vista que no deriva de la ella misma»).

Pueden imaginar entonces las sensaciones encontradas que suscitaban en mi interior el consultar (tarde y mal) la recopilación de artículos de Bologna publicados por Akal en 2006, Crisis de la clase media y posfordismo. Por una parte temía que Bologna hubiera quedado desfasado en el interín por la situación económica vigente, que tiene tanto de posfordista como un Telecall puede tener de trabajo cognitivo. Aunque tenía ganas de volver a bucear en su manejo de datos duros, segundas partes nunca fueron buenas, y el propio término «clase media» casi como que parecía apestar desde la misma portada. Fueron cautelas, claro está, inútiles. Los textos de Bologna ignoran las fechas de caducidad intelectual por una razón sencilla, la neutralidad investigadora siempre será joven, a diferencia de la pantomima ontológica, que suele nacer casi siempre muerta de la imprenta (por decirlo con David Hume).
¿Cuales son los aciertos de Bologna? Para empezar el saber desmontar con tremenda solvencia empírica la identificación entre posfordismo y trabajo cognitivo (sinónimo de creativo para muchos catedráticos con vacaciones pagadas y pensión garantizada). Y lo hace, en primer lugar, recordando que la principal estrategia que asumieron las empresas europeas en vistas a competir en el mercado global del cambio de siglo (dejando de lado las operaciones financieras) tuvo que ver sobre todo con la supply chain management, esto es, con la gestión logística de la oferta en Román Paladino. Contra la sociología para gurus que insiste en el poder de las marcas, en la importancia de la publicidad, cuyos debates suelen ser sobre la (falta de) autonomía del consumidor, Bologna repasa —uno a uno— los negocios exitosos desde los años 80. Todos tienen alguna relación con mejoras en la organización interna en vistas a maximizar los recursos invertidos en transporte y distribución del producto. ¿Alguien ha parado a preguntarse por qué Amazon, una compañía cuya presencia online está por ahora limitada a su página web, figura siempre entre las mejor vistas de las empresas digitales 2.0?

En el cambio de siglo, gestionar el tráfico de armas yanquis (Maersk), depredar servicios postales ajenos (Deutsche Bahn) o centralizar la fase de tinte (Benetton) fueron, según nos detalla Bologna, las iniciativas logísticas mayormente exitosas acometidas por las empresas europeas punteras desde el cambio de siglo. Así las cosas, resulta evidente que la orientación de los sectores productivos a cuestiones cerebrales —pace Richard Florida— nada tiene que ver con la contratación de intelectuales para así lanzar mejor la enésima campaña de marketing parasitaria de los movimientos contraculturales. Los community managers son carne de cañón, nunca vanguardia. Llegan cuando toda la maquinaria logística lleva eones puesta a punto.

En cuanto a los mitos contados sobre las pymes como musculatura de cualquier economía saludable, el hecho de que los primeros países a la cabeza del trabajo en pymes sean los primeros cadáveres de la economía financiera (Grecia, España, Portugal) debería resultar más que suficiente para diagnosticar los límites y los sesgos de quienes realizan su plegarias diarias en dirección hacia el emprendizaje individual como hacen los alemanes. Sobre este último punto, la llamada a medir nuestra estatura con las potencias del continente, conviene reproducir aquí las perspectivas empresariales que tenían nuestros queridos alemanes hace una década, solo sea por recordar aquello de primero como farsa y después como tragedia (¿o era al revés?):

«El Informe sobre Alemania del año 2003 concluía diciendo: “Los alemanes, en comparación con la población adulta de otros países, parecen muy pesimistas con respecto a las oportunidades de crearse en el futuro una posición como trabajadores por cuenta propia; tienen, en comparación con los demás, mucho miedo a toparse con un fracaso”. Y, ciertamente, es imposible no darles la razón. El número de empresas en quiebra ha crecido en Alemania, entre 2002 y 2003, un 50 por 100 respecto a 1995. Con la crisis del año 2000, se produjo un aumento impresionante, que elevó, solo en el año 2003, los casos de empresas de distintos tamaños que presentaron solicitudes de quiebra a la cifra de 39.320, mientras que el valor de las declaraciones de insolvencia, incluidas las de los consumidores, ascendió en el mismo año a cifras cercanas a los 30.000 millones de euros.»

Que decir tiene que el trabajo logístico, salvando algunos cuadros técnicos superiores, está muy lejos del imaginario idílico del brave new world, por mucho que intuyamos que la precariedad sigue siendo algo común tanto a los becarios del departamento de Filosofía como a los estibadores cuya suerte les depara a vivir atados a la trazabilidad y el just on time. «Un experto en logística fue de visita al Cargo Center del aeropuerto Kennedy de Nueva York en pleno boom de la new economy y le preguntó al director general: “¿Cuánto tiempo se quedan trabajando aquí sus peones de almacén?”. La respuesta fue: “No más de un mes de media, señor. Si después de un mes todavía están aquí, significa que son tan incapaces de encontrar un puesto mejor que me conviene echarles. O bien, si después de un més están todavía por aquí, quiere decir que roban y a mi me conviene despedirles por precaución.”»


En suma, un libro de hoja perenne dichosamente recomendable para oxigenar nuestra ideas acerca de la economía que hemos tenido el destino de padecer. Una apuesta fabulosa por comprender qué pasa cuando siguen echando Los tiempos modernos, los pensadores de la República de Weimar aguantan el juicio del tiempo, por mucho que digan los publicistas del trabajo inmaterial, cognitivo o llámalo X.

[Publicado originalmente en Culturamas. 25 de noviembre de 2013.]

26 de noviembre de 2013

If I Were a Bitch

La pregunta que podría llegar a vertebrar este texto, pero que  en verdad no vertebra nada de nada, es la siguiente: si patriarcal es que los chavales se peguen a la salida de clase porque «Estás mirándole el escote a mi novia», y más aún si son las propias escotadas quienes reparten semejante justicia poética en nombre de la monogamia y la invidencia, ¿qué razón hay para aplicar distintos criterios de valoración cuando la manzana de la discordia no es la mirada furtiva sino el hecho mismo de llevar escote?
El feminismo, como todo credo digno de aprecio, se define a través de sus límites. Entre sus enemigos acérrimos se cuentan el machirulo y la estructura patriarcal —cierto— pero también ese epifenómeno absolutamente despreciable: la Mujer Como Dios Manda. La Mujer Como Dios Manda (MCDM) puede ser una vendida o una engañada, una putilla o una ama de casa, incluso ambas cosas a la vez según la versión del discurso político que secundemos, pero está claro que ella —quien quiera que sea— tiene una responsabilidad inexcusable en sostener y alimentar, entre otras personas, este universo nuestro de los cojones. Y por si fuera poco, la MCDM, como toda heterodoxa digna de inquisición, siempre tiene algunas nociones peregrinas sobre la igualdad de género o el poder de las mujeres que conviene pisotear sin piedad ahora mismo. Hacen un flaco favor a la causa, se creen libres y de eso nada. Por supuesto que los pulsos entre féminas por ver quién tiene mucho y quién menos, quién puede castrar mejor a los machitos y quién termina clamando sumisión voluntaria, ocupan una posición destacada en la cultura ególatra del enemigo, igual que las facciones de la Internacional en la derrota histórica de la izquierda. Desde el punto de vista del pater familias estas trifulcas navajeras son una forma de llamar su atención, una continuación por otros medios de la mitológica competencia femenina por llevar los mejores atuendos, peinados celtiberos y el calzado más cruel: una disputa estética que tiene lugar en el interior de propio género —su agencia, su definición y sus jerarquías— cuyos beneficiarios inmediatos seguimos siendo nosotros, sin embargo, los transeúntes desocupados que miramos las externalidades positivas de la sociedad heterosexual and its enemies sin mojarnos demasiado. Como nuestra opinión importa un comino, un cero a la izquierda del patriarcado, vamos a insistir en expresarla.

Y bien, ¿qué tiene que decir este cero a la izquierda del patriarcado? En primera instancia reconocer que los estigmas de la MCDM vienen de vicio para oxigenar el intercambio productivo de ideas en el seno de la tradición feminista. Escribir la palabra en plural —feminismos— no soluciona demasiado los problemas, reconocer la pluralidad de objetivos y enfoques nunca implica sustituir el debate sobre la dirección del movimiento y los valores comunes, salvo a costa de balcanizar la emancipación en última instancia. Nuestro ejemplo preferido es la apropiación de las cuotas de poder que el sexismo concede a las mujeres públicas dispuestas a convertir los estigmas de la MCDM en atributos de influencia. Todos los que hayan leído Teoría King Kong, el libro donde Virginie Despentes argumenta —entre otras cosas— que la posibilidad de la violación es una condición necesaria para que las mujeres retomen el espacio público (quien salga a la calle tiene que asumir sus reglas de juego), los sabios lectores de Virginie Despentes —como digo— tienen en mente los pros y los contras que conlleva el devenir prostituta. El libro justifica su temporada en la prostitución diciendo que cobraba mucho y elegía a los clientes, el trabajo sexual la empoderaba de algún modo. En el lado malo tenemos que (i) la prostitución supone ampliar el campo de batalla capitalista, convertir en mercancía ciertos ámbitos vitales que quizá tendrían que permanecer en la economía de la donación gratuita y el intercambio de privilegios; (ii) las prostitutas son la cara B del patriarcado, el reverso perverso de la buena esposa, la externalización de las funciones domésticas, con toda la desregulación profesional y los abusos laborales que conlleva este offshore sexual.

El problema de este balance de razones es que, salvo que uno lleve tatuado La Gran Transformación de Karl Polanyi en el pecho, tiene que aceptar que los votos a favor ganan por cientos; privar a las mujeres del acceso a un mercado del trabajo sexual regulado mediante contratos conlleva unas desigualdades entre profesionales que los puteros tienen que aceptar: una nativa de Europa Occidental como Virginie Despentes ingresa unos 200 euros la hora sin problemas mientras su colegas de profesión que tuvieron la mala suerte de nacer en Europa del Este y ahora hacen el turno en la calle Montera suelen cobrar diez veces menos por polvo. Mantener ilegalizada la prostitución en nombre de bienes comunes como tener sexo gratis en contextos hogareños; infamar a las putas porque están violando entidades metafísicas como la decencia o la intimidad cuya definición compete a cada quien buscarla y mantenerla; incluso participar en un modelo de castas y gremios laborales como hace Virginie Despentes cuando recauda diez veces más por similar servicio; todo esto me parece el epítome de la consistencia bartlebyana. Dando por sentado que ninguno de nosotros preferiría hacerlo (¿quién quiere habitar una realidad donde las relaciones son mercancías y las personas desiguales?) nos esforzamos muchísimo en conseguir que nadie pueda hacerlo. La pena viene porque el nuestro es un mundo de mercancías y desigualdades donde lo indeseable puede marcar la diferencia entre el subalterno y el empoderado. Privar al trabajador sexual de las herramientas del derecho es como obligar a los equipos de fútbol a jugar sin portero. Tendrán que marcar goles extra.

Y el problema de aceptar a la sexual worker, no tomarla por una MCDM, es la pendiente deslizante de concesiones que tienes que hacer como feniminista comprometida, empiezas tolerando a las prostitutas y terminas abrazando a Christina del Basso. Poca broma. Para quien desconozca a la criatura, basta decir que estamos hablando de una participante malencarada de Grande Fratello 9, la versión italiana del reality show, con una pechonalidad avalada por la Guía Michelín. Christina del Basso encarna en Italia la filosofía de la dominadora de hombres, pertrechada con una delantera para atraerlos a todos y someterlos a su voluntad, como el anillo de Sauron, cuyo órgano de difusión sería Playboy o alguna revista con las páginas pegadas. Christina del Bassso además conjuga la mala hostia de una Belen Esteban. Y aunque confunda poder con falta de modales, este modelo de mujer ruda que aprovecha las debilidades del género opuesto, y a la que nadie puede toser encima pues ella misma dice estar a la venta del mejor postor, no hace otra cosa salvo generar epígonos. Ante este brete, la solvencia feminista pasa por asumir algo así como una posición defensiva y ni-ni: ni ella ni sus críticos son salvables. El rebozo teórico de esta posición viene a decir que ella tiene libertad de devenir en títere del sexismo aunque no sea algo bueno hacerlo y que las críticas solo serán recibidas si tienen un certificado de autenticidad emancipatoria. Ello conduce a situaciones paradójicas, como que Javier Blánquez llamando putilla a Miley Cyrus sea tomado como poco menos que la manifestación quintaesencial del heterosexismo, a pesar de que el término pretendía tener un sentido descriptivo y no valorativo, mientras que la misma palabra dicha por boca de una mujer traiga resonancias inexcusables de solidaridad por la causa. ¿En serio?
El caso es que tampoco entiendo por qué debería epatarnos el doble rasero de nuestras prácticas lingüísticas cuando estamos habituados a escuchar a latinoamericanos que utilizan el insulto «sudaca» como bautismo cínico o subalterno de si mismos (siempre y cuando sea otro como ellos quien les llame así). ¿Por qué debería ser distinto con la pléyade de insultos que tenemos para designar a la MCDM metida a loca del pueblo? La polémica levantada por el retorno de Lilly Allen y su Hard Out Here, un videoclip donde aparecen ironizadas las dificultades que tiene que pasar toda MCDM, muestra hasta qué punto llamar bitchies a las estrellas mediáticas (o no hacerlo) es lo de menos: resulta que el video resulta ofensivo porque aparece gente de color medio desnuda haciendo perreos salvajes y Lilly Allen no. Que la cantante tenga por toda cadera un tocón de acero que hace materialmente inviable practicar cualquier danza regional salvo el chotis; que en el video también aparezca una tipa blanca, oronda, tatuada, azotada, pelirrosa; que estas cosas puedan llegar a invalidad la lectura en clave racista del video muestran hasta qué punto los límites de la corrección política están situados en otra esfera distinta. Y pasa que, en una época donde Maria Isabel y su Antes muerta que sencilla puede resumir el sentido común enajenado («Que a veces las mujeres necesitan. Una poquita, una poquita, una poquita, una poquita libertad») mientras las canciones de Beyoncé detentan el monopolio del hembrismo corporativo (All the Single Ladies, If I Were a Boy y Run the World jalonan una ideología à la recherche del marido perdido, cargada de Penisneid y apoyada sobre la figura de la madre trabajadora), y el resto de estrellas atraviesan como pueden el tránsito desde «el burdel tailandés de Disney» (Miley Cyrus) a la realidad exterior, la verdad es que resulta difícil encontrar alguna MCDM que merezca nuestras críticas más que un abrazo gratis.

23 de noviembre de 2013

Sucinto resumen del cientificismo canallesco

Nada más que la verdad.
Hará un año que la muerte de Francisco Fernández Buey supuso un considerable varapalo para cualquier racionalista moderado. Algo similar tiene por subtítulo un libro suyo, Ideas para un racionalismo bien temperado, una etiqueta que resume una trayectoria profesional dedicada —entre otras cosas— a estudiar a Marx sin cuartel, a Gramsci sin escuela. También a escribir sobre Einstein con sencillez. Aparece este otoño un libro suyo póstumo, Para la tercera cultura, donde Fernández Buey recoge buena parte del debate actual sobre las ciencias y las letras (¿cómo tender puentes entre ambas?), reflejando sus inclinaciones intelectuales sin ignorar las colectivas, sabiendo que la apuesta por el conocimiento científico también conlleva una concepción de la política, aquella donde la verdad —toda la verdad y nada más que ella— sea absolutamente revolucionaria.
Tal vez haya cargado mucho las tintas en el último enunciado, otorgando a la ilustración una capacidad redentora que a todas luces parece reclamar sin mucho éxito, y además Fernandez Buey mismo inicia el libro con una reflexión sobre las limitaciones que lastran el imaginar a los sabios como faros del intercambio razonable de posiciones ideológicas, duchas del aseo contra el sesgo y la mentira, en lugar de verlos como individuos partícipes del proceso político mismo. En palabras del genetista Albert Jacquard: “el concepto de raza carece de fundamento y, consiguientemente, el racismo debe desaparecer. Hace unos años yo habría aceptado de buen grado que, una vez hecha esta afirmación, mi trabajo como científico y como ciudadano había concluido. Hoy no pienso así, pues aunque no haya razas la existencia del racismo es indudable.”
Es bien sabido que la actividad política tiene compromisos que el compromiso científico desconoce por completo. La cuestión estriba en hallar el punto de unión entre ambas esferas de actividad humana. Para ello conviene hacer un repaso por algunas disputas sobre la tercera cultura que Fernández Buey no recoge. Ello no implica tanto criticar el trabajo del filósofo, sobresaliente cuando cartografía algunos debates centrales de los últimos doscientos años, cuanto ayudar a completar un ensayo vibrante cuya lectura seguro mejora en ausencia spoilers.

Contra Darwin
Hay una polémica científica, entre todas las analizadas con detalle por Fernández Buey, que nos permite enlazar con el presente inmediato. Hablamos de la crítica que hizo Uexküll a Darwin tomando  los equívocos facilones de la vulgata darwinista novecentista (que la naturaleza evoluciona progresivamente y sin saltos, sobre todo) como carta de defunción del pensamiento de Darwin para mayor gloria de una biología holista, organicista y teleológica, cuya vanguardia científica sería (¿sorpresa?) nada menos que el propio Uexküll. Este salto impropio (criticar a Darwin por sus herederos) parece haberse convertido en todo un deporte nacional entre filósofos analíticos desde que Fernández Buey ultimara su manuscrito, hará unos cinco años. Desde entonces hicieron aparición textos que ponen entre paréntesis la habitual afinidad electiva entre pensamiento anglosajón y divulgación científica, cosa fija desde el positivismo lógico en adelante.
Entre estos ataques  descuella sobre todo el rechazo de la teoría de la selección natural por parte de Jerry Fodor, famoso filósofo cognitivo cuya incursión en el campo de la biología algunos colegas de profesión tomaron como una intentona desesperada de retener una autonomía sobre el estudio de la mente, campo que estaba siendo cercado por la neurología desde diversos frentes. La polémica ocurrida en las páginas de la New York Review of Books, junto a la publicación en formato libro de sus consideraciones, constituye un ejemplo bastante fidedigno de la ilusión óptica que pueden llegar a sufrir quienes reproducen a destiempo saber científico establecido como si fuera poco menos que la destrucción definitiva del paradigma bajo el cual —malgré tout— los mismos científicos siguen identificándose. Alguna razón tendrá, digo yo.

Atractores políticos.
Como pueden imaginarse, esta suerte de disputa entre las artes y las ciencias no es para nada nueva. Viene desde cuando Goethe dijera que sin metáforas no tenía sentido su teoría de los colores. Los newtonianos contuvieron entonces la risa. Su homólogos contemporáneos, los físicos con cierta presencia mediática interesados en las humanidades, suelen gastar niveles de tolerancia distintos hacia los charlatanes. Todos hemos oído hablar sobre el caso Sokal, ese mítico zas-en-toda-la-boca dirigido con especial cariño y recuerdos para la familia a quienes intenten utilizar la retórica científica con fines de postureo intelectual.
Un resumen del debate: el físico Alain Sokal escribió un artículo cargado de referencias a todo el panteón teórico francés, incluido el epic fail lacaniano sobre el falo siendo igual a √-1, un texto muy loco acerca de una posible hermenéutica transformadora [sic] en el campo de la física cuántica que publicaron los crédulos editores de Social Text, una revista de inclinación posmoderna; cuando Sokal reveló el fraude, la polémica estaba servida: la denominada french theory, ¿vale algo más que un colín?; la correción via peer review, ¿acaso refuerza la jerga, los sesgos y la deformación profesional en lugar de mejorar la calidad de los textos hechos en la Academia?
Menos famosa es la disputa que tuvo lugar en España a raíz de Caos y Orden, el libro donde Antonio Escohotado pretendía justificar su posición política liberal acudiendo a razonamientos científicos entresacados de la física del caos y la teoría cuántica, una estrategia argumentativa que fue recogida con cajas razonablemnte destempladas por la comunidad investigadora. Antonio Fernandez-Rañada abrió la veda de las reseñas negativas indicando hasta qué punto Escohotado había asumido una concepción trasnochada sobre la evolución del conocimiento al presumir que somos incapaces de comparar paradigmas de explicación sucesivos, una idea que fue desechada incluso hasta por su ideador original, Thomas Kuhn.
El Kuhn maduro aceptaba que el conocimiento científico fuera cumulativo en todo punto, que la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica fueran perfectamente conmensurables, que ninguna de las dos negara a la física newtoniana su peculiar ámbito de validez como aproximación comprensible a los fenómenos macroscópicos. "Nada sabemos a ciencia cierta" replicaba el Escohotado maduro mientras se amparaba en la revolución cognoscitiva que supuso el abandono de la mecánica clásica para una visión del mundo, la nuestra, que seguro estará sometida a cambios similares en el futuro. En esto último percibía Fernández-Rañada una confusión entre "no saber algo" y "no saber nada", dos cosas bien distintas, para terminar concluyendo: "Si el autor quiere decir, como hace en la segunda parte, que el estado-nación es un atractor político, hágalo así en buena hora. Al fin y al cabo, sólo es otra manera de decir que es una idea política atractiva, pero no añade nada sacar los conceptos de su contexto". 

Meros hechos.
Quien puede dudar que la polémica contenga elementos políticos relevantes, concernientes en primera instancia a los programas de estudio o el I+D+i, pero más allá de estos obvios campos de batalla académico, donde cada quien suscribe una noción distinta de formación personal y profesional a través de la educación, las fronteras ideológicas se diluyen. Quien pretenda establecer una correlación entre espíritu científico y carácter apolítico (según aquél motto de la teoría crítica: un saber acerca de los hechos genera hombres de meros hechos, burocratillas especializados del conocimiento, modestos baluartes del statu quo), tiene que afrontar la compleja realidad de nuestros intelectuales: Jean Bricmon, el compinche de Sokal cuando tocaba sacar la escoba, mostró como estaba a la izquierda de los intelectuales posmodernos barridos por sus críticas cuando ellos, los supervivientes del estructuralismo afrancesado, callaron en materia de política exterior (como hacían desde la guerra de Argelia) mientras él publicaba su Imperialismo Humanitario, una defensa de los derechos humanos contra los militares que pretenden apropiarse de la ilustración con fines petrolíferos inconfesables.
Lo opuesto, estar a la derecha de una inteligentsia humanista ultraradical, también viene siendo cierto. Muchos critican de hecho el enfoque ordoliberal que suelen destilar las recetas extraídas por los principales divulgadores de la tercera cultura una vez terminan los capítulos descriptivos y comienzan a enfilar las conclusiones o "consejos del sabio", cuando está a flor de piel la tentación de devenir canalla (para Marx: "persona que busca acomodar la ciencia a un punto de vista que no deriva de la ella misma"). Bien sabidos son para muchos los sesgos que lastran a popes como Peter Singer, cuyo último volumen sobre la violencia (Los ángeles que llevamos dentro) llega a negar los principales consensos científicos sobre cómo explicar la bajada del número de homicidios en los años 90 (según los expertos sería fruto de los métodos anticonceptivos introducidos varias décadas antes que frenaron multitud de nacimientos indeseados) hasta el punto de decir que esta hipótesis resulta demasiado simple para ser cierta (siendo la simplicidad considerada normalmente una virtud en lugar de un detrimento explicativo). ¿La explicación alternativa propuesta en Los ángeles? Resumiendo muchísimo: mucha policía, poco criminal. Ahora resulta que, contra la lección intuitiva de The Wire y la explicación estadística manejada de las facultades de ciencias sociales, el Bálsamo de Fierabrás contra el crimen es nada menos que la conversión del policía en robocop. He aquí las virtudes de semejante distorsión ideológica.

El camino hasta Hitler.        
Vaya esto por los juntaprobetas metidos a consejeros del príncipe. Ahora bien, ¿qué sucede a la inversa? ¿Acaso los resultados suelen mejorar cuando estudiamos casos de humanistas travestidos de sabelotodos cientificistas? Ignoremos por un momento a los figurantes del amateurismo entusiasta como Eduard Punset, un genuino iluminado del asunto cuya capacidad de extender la curiosidad intelectual viene siendo inversamente proporciona a la coherencia de su discurso político. Tomemos por el contrario la cuestión del camino desde el irracionalismo y el romanticismo hasta Hitler, por utilizar la expresión de Gyorg Lukacs citada por Fernández Buey. Es algo bien notorio que la inmunidad intelectual que muestran algunos filósofos ante las más elementales herramientas del razonamiento coherente tiene su origen último en ciertos alemanes sabihondos de la República de Weimar como Ernst Jünger o Martin Heidegger, ambos nazis. La pregunta es clara: ¿en qué medida conduce el irracionalismo filosófico a posiciones políticas alocadas? (La inversa también resulta válida para algunas escuelas: ¿es Auschwitz el epítome de la metafísica falogocéntrica racionalista tecnificada?)
Sobre el caso Heidegger (¿hasta qué punto están unidos su ontología y sus inclinaciones ideológicas?) Fernández Buey reproduce unas palabras atinadas de Karl Löwith sobre el famoso discurso impartido en 1933 por el filósofo de Ser y tiempo convertido en el rector nazi de la Universidad de Friburgo: “El servicio social y el servicio militar se vuelven uno con el servicio del saber, y al final de la exposición no se sabe si uno debe ir en busca de los presocráticos de Diles o marchar junto a las SA. De ahí que este discurso no pueda ser juzgado de modo puramente político ni filosófico. Políticamente es igual de débil que como tratado.”

La posición de Fernández Buey tiene la suerte del matiz, no obstante, en cuanto termina juzgando que “entre la formulación filosófica o la invención de la teoría (en sentido amplio) y la decisión práctica de vincularse a una determinada ideología o a una opción política hay siempre demasiadas mediaciones (talante, voluntad, expectativas personales, etnia, clase, tribu, etc.) como para establecer derivaciones fijas. Solo el periodismo sensacionalista opera como si estas no existieran.”

Publicado originalmente en Sin Permiso. 17 de Noviembre de 2013.

21 de noviembre de 2013

El Hombre Murciélago tiene coleta y barba del chivo.

Entrevista con Pablo Iglesias.

Buscar un hueco en la agenda de Pablo Iglesias es poca broma. Estamos hablando con una figura pública solicitada de continuo en tertulias de todo pelaje y condición. Todavía ignoramos si la fórmula secreta que tiene oculta Pablo Iglesias para estar en todas las cadenas a la vez es su capacidad de comunicación, arrolladora y electrizante, o la máquina del tiempo que ha tenido que inventar ex profeso para llegar puntual a sus citas con los focos. El caso es que pudimos hacernos con unos minutos de su tiempo para charlar sobre los libros que ha ido sacando este otoño. Y es que, a pesar de haber publicado dos libros propios y dos colectivos con anterioridad, la temporada verano/otoño de 2013 ha sido especialmente caliente para Pablo Iglesias. Un volumen colectivo sobre cine y política, un ejemplar de conversaciones con El Nega, el rapero cuyos artículos en KaosEnLaRed generan verdaderos tsunamis de respuestas, y Maquiavelo ante la gran pantalla —el título habla solo— han jalonado el desembarco en el escaparate de novedades de La Central para Pablo Iglesias. Este pavo está hasta en la sopa.

Mientras esperaba la llegada de Pablo Iglesias a su despacho de la Universidad Complutense, haciendo guardia en la puerta del despacho, custodiando el despacho de Pablo Iglesias como quien custodia a Emilio Botín hecho preso, no podía dejar de pensar que la Facultad de Ciencias Políticas tiene un parecido de familia con Gotham City, la urbe gótica de Tim Burton, no la flashy Chicago de Chris Nolan. Y no son solo los contrafuertes de hormigón armado llenos hasta arriba de grafitis que invariablemente juguetean con los nombres de Hitler y Stalin (¿acaso resultan comparables?). Y no son solo los justicieros enmascarados y los decadentes burócratas existentes entre el profesorado, pues haberlos haylos en cualquier facultad con este recorrido histórico y político. Hay algo rollo Batman en Somosaguas y no sé qué aún. Menos mal que la aparición del entrevistado llega para disipar estas reflexiones errabundas, para hacerme esconder en mi mochila mi ejemplar arrugado del The Economist. Y empezamos poniéndonos formales a hablar sobre Giorgio Agamben.

Después de la entrevista, una hora larga dando la chapa a unas infelices que habían quedado atrapadas entre nosotros y la puerta del despacho (compartido) de Pablo Iglesias, habíamos quedado que yo podría acudir en calidad de oyente a una clase suya para ver qué tal el ambiente, cómo pilota la nave cuando las cámaras están apagadas el hombre de la coleta, la barba del chivo y la camisa con corbata de La Tuerka. Hay que decir que fue una experiencia inolvidable. No tanto por el contenido de la clase, que también tuvo cierta enjundia, cuanto por el método de afrontar dificultades pedagógicas que parecen incurables. Y la cosa estaba mala. Qué motivos ocultos pueden tener unos estudiantes que acuden a un seminario donde toca comentar unos textos (en este caso de Immanuel Wallerstein) sin haber buscado siquiera el nombre del autor en Wikipedia es una cosa que escapa por completo a mi sesera. En un grupo de cincuenta alumnos todavía entiendo la gracia del ignorante disimulado entre muchos, poner cara de listo es algo gratis, pero hacer el viaje de ida hasta Somosaguas para calentar la silla en una asignatura de Licenciatura, sabiendo que ese programa de estudios lleva varios cursos extinto, que la asistencia no es obligatoria y además seréis cuatro monos en el aula, resulta bastante kamikaze.

Ante este percal, ¿qué hace Pablo Iglesias? Enseñar que la curiosidad intelectual es la única virtud que tiene que cultivar el estudiante de humanidades, más allá de los apuntes pasados a limpio y en colores fosforito, que cualquier licenciado en ciencias políticas que carezca de esta virtud puede darse por analfabeto funcional, que él prefiere impartir docencia presencial incluso en asignaturas extintas en lugar de corregir trabajos desde casa y mirar hacia otro mientras la calidad de la formación se deteriora porque hacer lo contrario supondría bailarle el agua a la filosofía de los recortes en educación, que La Academia es mafiosa, los profes vagos y el estudiantado jodidamente infantilizado. Pablo Iglesias haciendo de Gothan City una ciudad limpia y segura, una universidad de exigencia y excelencia y experiencia, esta será la imagen que pienso retener en mi mente cuando Francisco Marhuenda o Alfonso Rojo vuelvan a sugerir que el hombre de la barba del chivo y la camisa con corbata de La Tuerka tiene pocas clases. Disfruten de esta entrevista, contiene unas cuantas lecciones:

ERNESTO CASTRO. Antes de nada una aclaración conceptual. En el libro de Maquiavelo ante la gran pantalla y también en ciertos artículos académicos manejas una noción de verdad política como decisión sobre la vida. Aquí surgen dos cuestiones. La primera de carácter conceptual: ¿por qué utilizas el término verdad y no otro cualquiera?, ¿qué implicaciones tiene vincular estas decisiones vitales con la verdad o la falsedad del mundo político que habitamos? Y la segunda, ¿por qué suscribes esta suerte de concepción decisoria sobre la política cuando tu actividad militante tiene que ver ante todo con la canalización de la opinión pública, la aglutinación de mayorías y el refuerzo del antagonismo, ámbitos ideológicos bastante alejados de la toma de decisiones?

PABLO IGLESIAS TURRIÓN. El concepto de verdad en política arranca como algo que me interesa a partir de los seminarios con Andrea Greppi, que es un profesor de filosofía política cuando yo hice el master allí. Me empezó a interesar desde la discrepancia. De alguna forma me apoyo en Giorgio Agamben y una de sus obras fundamentales que es el homo sacer. El homo sacer es una figura que corresponde al derecho romano que se referiría a esos seres humanos que estarían fuera del derecho. En contraposición al bios, ellos serían el zoe. El equivalente a una planta o un animal al que se le puede dar muerte fuera del derecho. Tiene irrelevancia jurídica el que tú mates una mosca, incluso un ratón o una rata (a lo mejor los animales domésticos ya tienen una cierta protección). Esto se aplicaba a los seres humanos. Existe la figura en el derecho romano que Agamben aplica para comprender algunos fenómenos de la contemporaneidad. En particular el Holocausto: los judíos no son exterminados de una manera jurídica, no son condenados a muerte por ningún tribunal, sino que son tratados como lo que Agamben llama nuda vida.

Esto serviría también para entender la situación de los migrantes. En muchos casos no son sujetos de derecho. El objetivo tampoco consiste en comparar el Holocausto con la situación de los ahogados en Lampedusa, un buen ejemplo de esto mismo, aunque cabría indicar que nunca podemos comparar dos cosas iguales: no cabe establecer una comparación entre un boli bic azul y otro boli bic azul. Es para entender todos esos casos que quedan fuera del derecho que Agamben relaciona a su vez con otra noción latina: la patria potestas. La patria potestas implica el derecho de dar muerte como fundamento de la soberanía. No hay soberanía si no hay una posición de exterioridad con respecto al derecho. En el libro digo que de alguna manera el derecho es la voluntad racionalizada de los vencedores. A diferencia de lo que plantean buena parte de las tradiciones políticas liberales, el derecho tiene que tener una fuente que necesariamente que trasciende la legalidad vigente, lo cual tiene que ver con la noción de poder constituyente. El Tercer Reich es un paradigma de esto mismo. Yo leo a Schmitt a través de Agamben, cuyo decisionismo establece que la voluntad soberana se encarna en el propio Führer. Lo que está diciendo, en términos conceptuales, es la verdad, esa excepcionalidad permanente en el Tercer Reich es la verdad de la política si entendemos ésta como el poder y la soberanía. Esto pretende ser una descripción sostenida sobre la lectura de Schmitt, Agamben, Lenin, el Marqués de Sade o Peter Weiss. Todos tienen en común considerar que la soberanía resulta exterior por completo respecto de las estructuras jurídicas vigentes.

¿Por qué esto no opera en el plano de la ideología? Una cosa es hacer una descripción del poder y otra cosa es intervenir políticamente. Ahí sí que se interviene según unas reglas dadas. Yo no actúo como sujeto soberano cuando intervengo en política porque no tengo poder. En todo caso tengo opiniones y cuando las expreso asume una serie de reglas de juego, igual que el abogado hace con las suyas. Los parámetros de la comunicación política están vinculados en todo caso con los planteamientos gramscianos que describo en el libro cuando planteo la disputa por el sentido común general.

EC. Quizás tergiverse las cosas, pero me parece importante relacionar esta cuestión de la verdad política con el fenómeno de movilización de masas que más has analizado, bien desde la Academia bien desde la misma calle, que es la desobediencia civil realizada por los movimientos antisistema. En tu tesis doctoral consideras mayormente inapropiado el análisis de la desobediencia civil en términos del dinanismo constitucional de los regímenes demoliberales. Y también juzgas algo cínico que autores tipo Habermas o Rawls estipulen la necesidad de la sanción como condición de legitimidad democrática de esta práctica política. La inteligencia de tu análisis, a mi juicio, consiste en entender la desobediencia civil como aquella práctica política que cuestiona la autoridad sin incurrir ni en la legalidad, ni en la clandestinidad, ni en el conflicto armado. Es en marcos jurídicos flexibles, según dices, donde puede y tiene que ejercerse, donde la autoridad permite la movilización ciudadana hasta cierto límite. Y el objetivo, aquí está el núcleo duro de tu análisis, no sería tanto forzar las limitaciones del ordenamiento constitucional cuanto hacer visible el conflicto.

Es aquí donde entra en juego el asunto de la verdad política. Tengo una cita tuya de un texto sobre los tutte bianche donde decías que el objetivo último de la resistencia no violenta activa (una forma de desobediencia social y no solo civil) era «situar el problema político del lado del enemigo que se verá forzado a asumir el papel de único sujeto violento». Una década después, en unas reflexiones sobre Agamben, concluías que su lectura trágica de la lucha desde abajo (y contra el poder) «puede dar la impresión de que la única política real (con aspiraciones soberanas) es precisamente un nuevo suicidio de Antígona». ¿Todavía suscribes ambos enunciados? ¿Aún crees que las movilizaciones ciudadanas solo pueden cuestionar la autoridad en tanto puestas ellas mismas en un estado de excepción, vueltas ellas mismas un homo sacer, haciendo visible la violencia que ellas mismas provocan y convocan ante el poder?

PIT. Para nada. Entendiste perfectamente los argumentos de Rawls y Habermas, quienes decían que los desobedientes civiles serían una suerte de Tribunal Constitucional Informal, lo cual equivale a decir que la desobediencia civil está justificada cuando es el propio poder quien incumple la legalidad y son los desobedientes quienes tratan que restaurar las leyes asumiendo el coste de las sanciones judiciales vigentes. Esto para hacer un discurso está muy bien. Fíjense, las personas que resisten un desahucio están en verdad defendiendo el derecho a la vivienda que está en la Constitución. Como elemento discursivo para la comunicación política es excelente. Pero cualquier actor que haga política utiliza distintas tácticas en función de la circunstancia, de su poder y su análisis. La desobediencia civil, ¿por qué resulta exclusiva de contextos jurídicos flexibles? Vayamos a los ejemplos: en una batalla en Siria parecería completamente ridículo que alguien apareciera con las manos en alto porque no hay espacio para la desobediencia civil, porque en ese contexto te matan.

Luego saltas al contexto actual. ¿Deberíamos llevar la política a estados de excepción? Yo creo que no. Por una cuestión no de principios sino puramente táctica. En el contexto político actual, los de abajo, los movimientos sociales, quien quiera una sociedad más justa no tiene nada que ganar. Entramos en un terreno militar. Yo he dicho que las huelgas de hambre son asunto de militares, gente capaz de morir para dañar las filas enemigas, pues hace falta una disciplina y un desprecio por la vida propio del contexto militar. Aplicar esta lógica a las movilizaciones que tienen lugar ahora (insisto: dejando los principios a un lado) me parece una bonita manera de perder.

Mi planteamiento aquí es bastante pesimista. Creo que, paradojas de la vida, lo único que les queda a los de abajo es la ley y el Estado. Cuando los de abajo no tienen poder militar, cuando los sindicatos se encuentran más desorganizados que nunca, cuando los contrapoderes sociales vienen a ser una promesa futura que no está claro cuando llegará, en la medida en que van disminuyendo los derechos sociales, eso se aleja de la gente. Es mucho más difícil que la gente haga huelga cuando no hay sindicatos o cuando tiene contratos precarios. Son las peores condiciones para formar contrapoderes sociales efectivos, independientemente de las mistificaciones enfermas de quienes dicen: «No, si todo el mundo se concienciará y saldrá a la calle». Eso es una estupidez.

En ese contexto, cuando lo único que les queda a los débiles son las leyes y el poder del Estado, ¿cuál sería el escenario de lucha que nos conviene? La defensa absoluta de la democracia. Incluso de la institucionalidad que queda y continúa siendo democrática. En estos momentos el combate político devenido en enfrentamiento social abierto, teniendo en cuenta que vas a luchar con quien tiene las armas, el dinero y los aparatos ideológicos principales, es como poco un suicidio absurdo.

EC. Retomemos el concepto de los de abajo. Ha sido gracioso que estos últimos veranos la política haya superado en popularidad a la música y en lugar de grandes hits el periodo estival nos haya dejado grandes debates políticos. En 2011 tuvimos el pugilato entre Lapavitsas y Varoufakis sobre permanecer (o no) dentro de la unión monetaria con motivo de la posible victoria de Syriza en los comicios griegos; 2012 fue toda la movida de la prima de riesgo; y 2013 trajo nuevas ideas sobre quién sería el sujeto político antagonista o emancipatorio, una figura que El Nega asociaba con la clase obrera de toda la vida, poniendo especial énfasis en los chonis, los chavs locales de Owen Jones, una apuesta de movilización que tiene aún sus ecos en textos de Victor Lenore, el crítico musical de la plebe. Sobre los de abajo tú mismo indicas que no se trata de una categoría sociológica objetiva sino una herramienta de comunicación cuyo objetivo en última instancia consiste en aglutinar mayorías sociales en torno a demandas conjuntas y proyectos políticos de futuro. ¿No juzgas que expresiones flexibles de este cariz puede servir como coartada retórica para los oportunismos electoralistas más rampantes?

PIT. Por supuesto que sí. Igual que todas las nociones políticas más útiles a lo largo de la historia. Cuando yo hablo de los de abajo en un artículo de opinión (uno totalmente emocional que además aparece en un periódico que pretende ser leído por mucha gente) es como si hablara del pueblo. Éste tiene tantas caras como quieras. Puedes identificarlo con la clase obrera o con el Führer. Pueblo es la palabra que acompaña a la palabra Partido en la formación gobernante en este país: Partido Popular. Son, por decirlo con Ernesto Laclau, significantes vacíos y en disputa. No son categorías para analizar nada. De hecho, los artículos que vienen después del mío tienen infinito mayor valor teórico.

EC. ¿Pero en serio crees que los de abajo es una categoría que está en disputa más allá de la Academia o el gueto político de la izquierda? ¿Más que, por ejemplo, la etiqueta del ciudadano? A título de opinión personal, considero que la idea de pueblo en el sentido latinoamericano del término no resulta  exportable en el Estado español salvo para el caso de los nacionalismos periféricos. Si uno apuesta por un modelo III República, está claro que tiene que manipular identidades colectivas sucedáneas como la ciudadanía, que son las que utilizan los adversarios políticos inmediatos, igual que estamos luchando por significar la democracia desde la izquierda, ¿no crees?

PIT. No hay que hacer ascos a nada. La comunicación política es promiscua por definición. Hay momentos en que la noción de ciudadanía es utilísima. Pero el discurso de los de abajo tiene a mi juicio un matiz que en este momento histórico es maravilloso. A saber: la conciencia que tiene la gente de eso, cómo tiene que ver con nuestra existencia cotidiana. Un trabajador autónomo, un pequeño empresario, un parado o un asalariado, toda esa complejidad difícil de definir en términos sociológicos que es víctima de la crisis tiene clarísimo que ellos están abajo y tiene clarísimo quienes están arriba. Cuando tú preguntas a una señora, «¿Usted cree que tiene intereses en común con Emilio Botín?», salvo que tenga metido en la cabeza esa noción liberal absurda según la cual si Botín va bien tú irás bien, Botín es España y tú también lo eres, la gente entiende a la perfección su posición. Una posición de clase muy ambigua, insisto, que no es una categoría sociológica descriptiva, pero que permite generar identidad.

Me doy cuenta de la efectividad que tienen los medios cuando digo: «En el barrio de Usted no hay desahucios, en el mío sí. ¿Va Usted a decir a mi vecina que no puede pagar la hipoteca que su país es el mismo que el de Emilio Botín o el de Arthur Mas o de ese 0,6 por ciento que tiene ingresos familiares superiores a los 6.000 euros al mes?» Eso lo entiende cualquiera, además de generar una reacción emocional muy bonita que funciona en términos políticos. Por eso creo que los de abajo es un concepto maravilloso. Cuando determinados sectores de la izquierda se empeñan en ponerse como presuntos teóricos (en el rollo: «Te vas a enterar porque yo vengo aquí con el marxismo, a ti lo que te pasa es que no eres marxista, lo que hay que decir es los trabajadores o el proletariado, yo hablo con superioridad teórica respecto a ti») siempre pienso que esta gente cree que ser marxista es tener un retrato de Marx sobre el escritorio de su casa.

Sin echarme flores, quien haya leído mi tesis habrá visto que hay todo un capítulo donde analizo estos asuntos. Pero vamos, una cosa es el problema de la composición de clase, y otra bien distinta el discurso político efectivo. Yo creo que hay que ser promiscuo, en efecto, utilizando el término trabajador cuando toque, pero sin ignorar que estamos hablando con términos estrechos, que dejan fuera muchos sectores de la población, empezando por los estudiantes, que nadie querría regalarlos a la derecha. ¿Acaso un autónomo no es un trabajador? Vaya si lo es. Habla con cualquier autónomo que tiene que pagar sus 280 euros mensuales, que asume todos los riesgos. ¿Vamos a regalarle la pequeña y mediana empresa al adversario cuando se trata de personas que están doblando el espinazo y nada tienen que ver con los malditos rentitas de la COE?

Necesitamos conceptos políticos que nos permitan ampliar el campo de lucha, aquello que cierto tipo de izquierda son incapaces de hacer. Su actividad política consiste en darse golpes en el pecho y/o insultar a los demás cuando dicen: «Esto del feminismo está muy bien, pero lo que cuenta es la contradicción capital/trabajo. Una vez hecha la revolución podremos resolver el problema del racismo. Todo caerá como un catillo de naipes.» Quien así habla viene a ser un perfecto idiota. Esta gente no ha entendido los avances en materia de estudios culturales, cómo categorías que tienen que ver con el color o el género redefinen por completo la noción de clase, no han leído a Franz Fannon. Y luego siguen siendo incapaces de traducir sus precarios diagnósticos en un discurso político de mayorías, que es lo que sirve para ganar. Por mucho que tengas una bandera roja, si careces de misiles y cabezas nucleares habrás de obtener votos. Desde luego que con tu cabeza cuadrada es muy difícil que tengas votos porque la mayoría de la gente te ve como un marciano.

EC. Está claro que determinados comunicadores políticos que en los últimos años han ido consolidando un huequito en nuestras pantallas, como es tu caso o el de Iñigo Errejón, han insistido muchísimo en la cuestión de cómo ganar más allá del dogma y del brindis retórico cara al sol más o menos marxista. Sigo echando en falta, no obstante, la pregunta por el día después. ¿Qué pasa el día después de la toma del palacio de Invierno? ¿Dónde queda la política, en el sentido quizá utópico del término, como toma de decisiones colectivas y solución conjunta de nuestros problemas?

PIT. No quieras saberlo. Porque si de verdad quieres saberlo, no se trata de una discusión teórica entre intelectuales o profesores, hay que acudir a las experiencias históricas concretas: son terribles. La primera de ellas: para construir Estados hacen falta dictaduras. Eso lo entendió perfectamente el señor Lenin. En España el Estado, que luego se puede convertir en Estado del bienestar (esto lo teoriza muy bien Iñigo Errejón), se construye en el marco de una dictadura. Es muy difícil que hagas una serie de cambios duraderos si estás sometido a elecciones cada cuatro años. El debate sobre lo que habría que hacer, cómo gobernar todo el rato siguiendo un horizonte emancipatorio, con todos los respetos: no estoy dispuesto a tenerlo porque estos debates solo podemos tenerlos a la luz de la experiencia histórica. Están muy bien las propuestas que dicen, respecto a las experiencias del comunismo soviético, que eso no era socialismo sino burocracia o degeneración estaliniana, pero ello equivale a decir: «Mi Reino no es de este mundo. Yo querría un mundo donde las flores crecieran en primavera, los hombres fueran hermanos, o como dice la letra de la Internacional...»

EC. Disculpa el corte, pero estaba pensando no tanto acerca del Reino de los Cielos cuanto de ciertas utopías reales. Me parece que en el cambio de milenio tuvo lugar un doble debate, tanto programático como movilizador, del que seguimos bebiendo y dependiendo sin grandes cambios hoy en día. El movimiento antiglobalización puso sobre la mesa interesantes mecanismos de visibilización y de movilización, del mismo modo que la discusión en torno a la Tasa Tobin, la Renta Básica o los Presupuestos Participativos supuso una renovación del andamiaje institucional socialista.

Creo que, gracias a la lección de América Latina, hemos avanzado muchísimo en las cuestiones de la movilización, no así con los detalles del programa, que siguen arrastrando el boom de las utopías reales a finales del siglo pasado. Muchas veces damos por sentado que los gobiernos populistas (en el buen sentido del término) tienen asignadas de antemano un conjunto de medidas, un conjunto de políticas públicas de cajón que tienen que ver, por ejemplo, con la nacionalización de los recursos naturales. Esto resulta evidente en Venezuela, claro, donde la extracción de petróleo viene a ser el sector central del sistema productivo, ¿pero en España? ¿No crees que merezca la pena discutir sobre las utopías reales con capacidad imaginativa y pericia técnica teniendo siempre en mente los ideales y valores de la izquierda?

PIT. La palabra utopía la dejamos mejor fuera. Lo que cabe ahora plantear es un programa de reformas tristemente keynesiano. Digo triste porque ante todo quiero darles la razón a los abogados del decrecimiento, cuyo Reino tampoco parece de este mundo. Claro que, como demuestra Harvey, este mundo nuestro apenas resulta sostenible. Entonces hay dos opciones: o ganas las elecciones y planteas un programa de reformas, o vas a vivir en un pueblo con unas placas de energía solar y, una vez cavado tu propio pozo, dices: «He construido una revolución en mi vida que cualquiera podría replicar». Me parece fantástico. Las ideas se tienen que verificar en la práctica. No es una discusión teórica.

¿Qué es lo que habría que hacer? Lo hemos escrito en algún lugar, que no basta no basta con el marco del Estado-nación, que sería necesario por lo menos una alianza de los Estados del sur de Europa (a poder ser con otros países del Mediterráneo y del Norte de África). ¿Objetivos? Recuperación de la soberanía monetaria, y luego veremos si ello implica que te sales o que te echan del euro; nacionalización o recuperación de sectores estratégicos: los transportes, la electricidad, los medios de comunicación; apostar por las energías verdes y renovables. Esto podría funcionar perfectamente pero entendiendo siempre que, incluso en el marco de una federación de Estados, tienes que ser competitivo en los mercados internacionales con todas las implicaciones que eso tiene.

En Venezuela han podido hacer políticas redistributivas porque tienen un recurso determinante en el mercado mundial que se llama petróleo. Y eso es tristísimo porque el petróleo es una cosa que  contribuye a destruir el mundo. Salvo que plantees el hacer una revolución mundial coronada por una suerte de directorio socialista que pudiera alterar las bases de cómo se mueve el mundo, un sueño que tiene toda la razón, por supuesto, pero que como mucho verá puesta en la práctica tu bisnieto, tú desde luego no.

¿Discutir del programa? Humildemente, hay que decirlo con humildad, la única experiencia reciente que hemos tenido han sido las latinoamericanas, plagadas de contradicciones. No ha dejado de haber corrupción ni en Venezuela, ni en Bolivia, ni en Ecuador. Sigue habiendo ricos y pobres. Sigue habiendo economía del mercado. Date una vuelta por el Country Club en Caracas para constatar cuanto de bien viven los ricos. Incluso puede darse la contradicción de que las políticas públicas de un gobierno socialista beneficien a su propia burguesía, siempre prestas a poner trabas en los humildes intentos que pongas en marcha en vistas a empoderar a las clases populares. Empoderar a las clases populares en la fábrica puede implicar una disminución de la productividad.

Si viene un millonario diciendo que, a cambio de determinas concesiones administrativas, hará cambios que mejoren el funcionamiento productivo, llegar a ciertos acuerdos seguro que será beneficioso para el conjunto de la población, porque está claro que cuando das el poder a los trabajadores ellos quieren ante todo trabajar menos, no tienen en general un compromiso militante que pueda durar más allá de tres semanas. Son contradicciones propias de cualquier proceso de transformación. La política consiste en cabalgar contradicciones permanentemente. Y nunca en esto hay un libro donde un genio te cuente qué receta hay que aplicar.

EC. ¿Cuál crees que sería entonces, vista desde la dichosa montura de contradicciones, la hoja de ruta del debatido proceso constituyente en España? Hace tiempo organizaste una mesa redonda con gente de IU y del PSOE para hablar de una posible exportación del modelo de coalición andaluz a las elecciones generales de 2015. ¿Eres optimista acerca de la capacidad de iniciativa de este posible gobierno de izquierdas?

Hace poco tuvo lugar un debate entre Iñigo Errejón, Isidro López y Brais Fernández sobre cómo iniciar un proceso constituyente. La mayor parte de ellos eran pesimistas acerca de forzar tal proceso desde abajo, teniendo en cuenta la progresiva pauperización de todo el mundo, con el acotamiento de los pequeños recintos de libertad y sin miedo que ello conlleva, viendo también la sobrecarga militante que implica la movilización constante, dispersa y sin apenas frutos en la calle. Casi todos pensaban, que la posibilidad estriba en iniciar el asunto desde arriba, aglutinando esperanzas, ilusiones y demandas en algún símbolo político cuya carta de presentación electoral consista en ofrecerse ante todo como la herramienta del cambio de Régimen. Todo esto desde arriba, señalaba sobre todo Iñigo Errejón, el más pesimista de los tres.

PIT. Estoy de acuerdo aunque reconozco que estamos ante un escenario muy poco bonito.  Claro Iñigo Errejón tiene una experiencia concretísima en Venezuela y ha visto de cerca el proceso. Entonces claro que puede rebasarle por la izquierda todo el mundo. Puede venir un montón de gente diciendo que se trata de un reformista y que nosotros somos en el fondo los verdaderos revolucionarios. Claro, el hecho es que tú y tus amigos sois doce si no queréis vincularos a ningún proceso efectivo. El planteamiento de Iñigo Errejón es correcto.

Con respecto a la mesa redonda entre IU y PSOE, digamos que ese programa estaba planteado porque quería alertar de un peligro. A mi me da la impresión de que cualquier gobierno de coalición entre IU-PSOE, algo bien posible en el futuro, donde Izquierda Unida sea la fuerza minoritaria lo tendrá algo crudo a la hora de modificar las estructuras que definen el papel que desempeña España dentro de la Unión Europea. Esto no quita que fueran a tener buena intención. Seguramente intentarían hacer cosas distintas respecto del gobierno del PP. Pero resulta difícil que cualquier gobierno donde el peso de los votos esté en manos del PSOE pueda llegar si cabe a plantearse la auditoría pública de la deuda, la reindustrialización y el control público de ciertos sectores estratégicos o la nacionalización de la banca.

Claro que en política hay que llegar a acuerdos en la medida de tus fuerzas, lo cual no es una cuestión de principio, sino el primer lema táctico. Algo que les critico a mis amigos de Izquierda Anticapitalista es cuando establecen prohibiciones del tipo «No pactarás». Es una manera de quitarse problemas de encima. Todo se supedita a una lógica inexorable: «Dentro de 50 años nosotros habremos construido los contrapoderes sociales para barrer a toda la casta política». Y entonces acudes a un ayuntamiento, una cosa pequeñita, y analizas las dificultades que tiene que superar un alcalde.

En este contexto es importante aprovechar la oportunidad. Lo de que el PSOE está derrotado y el bipartidismo también muerto no es cierto. Lo decía hace poco Manuel Monereo, una cosa es que el bipartidismo se encuentre visiblemente debilitado, pero hay cierta virtud en las fuerzas opositoras que tiene primero que medirse el términos electorales y puede fracasar perfectamente. Tú puedes hacer un gobierno con la mejor intención del mundo, con todo el respaldo que puedan ofrecer los votos, y sin necesidad de golpe de Estado, tres meses de colapso económico o la incompetencia de los tuyos pueden volverse en su contra hasta el punto de sacar a millones de personas a la calle pidiendo el Retorno de Rajoy.

Uno de los errores de la izquierda es pensar que dentro de un libro está la solución. Convertir en religión el marxismo, la teoría revolucionaria. En política no hay nada en que podamos creer. Implica relacionarte con la realidad y sus contradicciones permanentemente. Respondiendo a la pregunta, ¿serviría un gobierno PSOE-IU teniendo en cuenta que IU sería la fuerza minoritaria?

Creo que no.

EC. Imaginemos entonces distintos contrafácticos. Has dicho muchas veces que estarías dispuesto a postular para el Ministerio del Interior de una hipotética y futurible III República donde Ada Colau fuera la ministra de Vivienda. Sueles utilizar a menudo la figura retórica de acudir tú mismo en persona a esposar a los delincuentes financieros como Botín. La pregunta está clara, ¿acaso modificarías tu forma de afrontar la política desde la posición del soberano? Una cuestión importante que tendrías que afrontar, sobre la cual has expresado opiniones distintas dependiendo de la cadena de TV donde estabas, es el espinoso asunto del monopolio estatal de la violencia. Así, asaeteado por las preguntas de los contertulios en Intereconomía llegaste a declarar que no contemplas que los manifestantes puedan utilizar con legitimidad la fuerza armada. Sin embargo, en alguna presentación de Fort Apache y de la Tuerka has recordado que según cierta tradición resulta en todo punto relevante para la estabilidad de la democracia que los ciudadanos no solo tengan el derecho a portar armas sino también utilizarlas contra...


PIT. Es un enfoque teórico. Intentaba explicar cual es el fundamento constitucional en Estados Unidos para el derecho de los ciudadanos a portar armas. No estaba pensado originalmente para que un propietario dispare su escopeta sobre un afroamericano que está robándole el coche. El origen del derecho de los ciudadanos americanos a portar armas es limitar el poder repartiéndolo entre todos, siguiendo el principio del check & balances por contraposición con la tradición del absolutismo europeo en la que el poder ejecutivo lo controla absolutamente todo. En la tradición norteamericana, formalmente más democrática, ese poder tiene que estar disperso, por eso al sherrif lo elige la gente y no el ejecutivo, no es el prefecto elegido por parte del gobierno en Francia. Nuevamente se trata de un enfoque teórico. De ahí a inferir que estaría diciendo: «Salgamos todos con...»

EC. No, no. Estaba preguntando otra cosa. No tienes por qué pensar en un escenario insurreccional. Me preguntaba si resulta exportable para la izquierda esta idea liberal según la cual las armas no son solo —como bien dices— la garantía material del derecho a la resistencia sino sobre todo una ulterior restricción del poder legislativo cuyo objetivo secundario —no por ello menos crucial— consiste en limitar la capacidad de hacer leyes contra la propiedad privada. Un conjunto de individuos armados no solo suponen el reparto de la violencia sino también una traba para cualquier modificación legislativa que quiera violar sus intereses inmediatos.

PIT. Es absolutamente exportable. En términos teóricos sería crucial para construir una sociedad democrática. En una sociedad democrática la gente no podría delegar todo el poder, tendrían que existir organizaciones de la sociedad civil. Eso existe, claro que sí, sobre todo en la derecha. La Iglesia es un poder que en este país legisla a través, por ejemplo, de lobbies que le dicen al ministro de Educación que tiene que poner en la ley Wert. Un ejemplo reciente: la manifestación de la Asociación de Víctimas del Terrorismo del domingo pasado [27 de Octubre de 2013]. Es impresionante hasta que punto la AVT puede hacer que el gobierno diga una cosa y la contraria a la vez: acatamos la sentencia pero vamos a estar en la manifestación contra la sentencia. En cuanto a un servidor siendo ministro del Interior: lo he dicho muchas veces pero creo que haría un pésimo trabajo por carecer de formación en la materia. Lo haría mucho mejor como director de la televisión pública o trabajando en el discurso del gobierno. Esto dentro de la paja mental del «¿Qué quiero ser yo de mayor?».

Pero claro que hay una distancia kilométrica entre tener el poder ejecutivo y ser soberano en términos absolutos. Es algo que Allende decía a menudo: tenemos los votos, pero el poder no es nuestro. Ahora bien, el poder ejecutivo puede tener una ejecución simbólica poderosa. Melenchon declaró una vez, es algo meramente simbólico pero me gusta mucho, que si llegaba a la presidencia cada vez que los mercados amenazaran a Francia haría desfilar al ejército por los Campos Elíseos. Así recordarán los mercados quien manda. Por mucho que ellos sean los tenedores de deuda, el ejército responde a las órdenes del presidente. Este símbolo es una manera de decir: «Usted, señor tenedor de deuda no es una entidad abstracta, sino que vive en un domicilio, tiene un cuerpo físico, incluso hasta es una nuda vida como me apures, y si te mando cuatro tipos uniformados harás cuanto y como quiera.» De nuevo es un planteamiento teórico, porque el hombre de negocios bien puede decirte que nada, que el ejército es suyo, que son hombres de negocios en última instancia quienes se encuentran en la cúpula militar.

EC. Para terminar, ¿cómo grabarías tú la Resistencia de Madrid durante la Guerra Civil? Este quizá sea el gran tema de los primeros capítulos de Maquiavelo frente a la gran pantalla, donde criticas las narraciones reconciliadoras que intentan maquillar la lucha contra el fascismo como poco menos que un terrible malentendido entre hermanos finalmente reencontrados en la Transición, siguiendo el relato del gemelo malvado y desaparecido de las telenovelas de mediatarde, un desencuentro fratricida a caballo entre el romance en tiempos revueltos y el desarrollo imparable de las tendencias históricas, cuyas consecuencias sobrepasan por completo la agencia de los individuos, no digamos ya su capacidad de comprender. Así pues, sin incurrir en el folclorismo mistificador de un Ken Loach, ¿cómo harías honor a la ambigüedad constitutiva del bando republicano, un mambo yambo político de comienzo a fin, sin obviar el papel de construcción de imaginarios que implica el arte de la imagen en movimiento?

PIT. Hacer cine implica construir mitologías. El hecho de que la guerra civil no esté asociada en los imaginarios populares a la tradición antifascista, siendo el antifascismo el epítome de la democracia en aquél momento, que no esté asociada al progreso o al empoderamiento tiene que ver con el tipo de cine que se ha hecho sobre el conflicto, presentándolo como una suerte de caos o lucha entre hermanos. ¿Por qué me gusta, con todas sus contradicciones, ese contexto de Madrid? Porque fue un momento muy particular en que los históricamente desposeidos, los desgracios de la Historia, los protagonistas pasivos de su desarrollo tuvieron el poder. Estamos ante un Madrid lleno de contradicciones; mi abuelo comentaba que a veces olía a sangre, se cometían crímenes; pero los madrileños estaban intentando en última instancia restaurar el orden. Y para ello se apoyaban en las organizaciones de la clase obrera. Y en última instancia los que más mandaban eran jóvenes de 25 años que provenían de la clase trabajadora y que estaban dispuestos a llevar a cabo un programa de transformación para colocar su pais en una situación mucho mejor.


Ese contexto revolucionario, la imagen de la gente humilde, los habitantes de Vallecas ocupando los grandes hoteles de los ricos, autogestionándolos, y al mismo tiempo intentando dotarse de un gobierno y un ejército fuerte, se trata de un momento de máxima expresión de la democracia. Se identifica la democracia con dejar un papelito en una urna, pero hay mucha más democracia cuando aquella señora que nunca jamás había podido mirar a su patrón a los ojos está sentada en el recibidor del Hotel Palace dando de comer a sus hijos. Es decir, la democracia se produce cuando va a la universidad el hijo de un trabajador, la democracia se produce cuando una mujer se puede licenciar, y eso tiene mucho que ver con el empoderamiento popular que se da en la Guerra Civil. El miedo de los ricos, los que siempre habían mandado. Los avances en el siglo XX están directamente vinculados —como dicen Los Chicos del Maiz— con el cambio de bando del miedo. Si hay derechos sociales, si hay derecho a huelga, si se puede permitir que cualquiera pueda llevar a su familia a un centro educativo o a un hospital, eso es porque los ricos han ido ganando cierto miedo que hace tiempo que parecen haber perdido por completo.