La alianza tácita entre el Estado policial
español
y la enésima encarnación del bienalismo
madrileño.
Es habitual equiparar el ocio
madrileño con el de Mordor. Los analistas culturales suelen situar la capital
en una pendiente deslizante que lleva desde una Transición fantabulosa hasta el inmaculado proyecto de Eurovegas, saludado en
primera instancia como la redención económica que necesitamos según Herman
Tertsch, en última instancia criticado por el mismo que viste y calza en tanto
que ponzoña viciosa nefanda. A ambos lados del espectro político deslumbra por
su ausencia la coherencia argumental, pues si el discurso de derechas maneja
con soltura los arcanos de la alquimia narrativa, en el decurso de unas pocas
horas el chanchulleo legislativo y la inversión extranjera devienen en la
fuente de todos los males del Reino, también la izquierda oficialista adolece
de similares incongruencias.
Cuadrar el círculo es señalar
Madrid como una ciudad decadente donde campa a sus anchas la filosofía del relaxing café con leche mientras a los
curiosos les faltan dedos en la mano para enumerar la cantidad de eventos
culturales de asistencia obligatoria que tiene lugar año tras año. En las artes
plásticas resulta incluso preocupante la tendencia contraria a la indicada por
los agoreros, la concentración del entramado galerístico en la calle Doctor
Furquet, en los alrededores del Reina Sofía, pronostica malos tiempos para las
demás ciudades. Si el mercado artístico es un juego de suma cero, una vez dada
cierta clase limitada de consumidores potenciales, las de ganar las lleva por
ahora cierto lugar de la Mancha.
Así pues, ¿cuántas ferias anuales
son precisas para satisfacer la demanda de los coleccionistas madrileños?
¿Cuánto tiempo podemos mantener en paralelo la enésima llamada a circunvalar el
Congreso y el bienalismo trasnochado para disfrute de ancianas abrigadas a base
de chinchilla desollada? Mis sesos volvían sobre estos temas mientras admiraba
sonriendo entre dientes el cordón policial montado en torno a Casa Arte, la
cuarta o quinta mejor feria del año, bajo la custodia de los perros del Estado
ante la amenaza de un eventual sabotaje indignado con motivo del 14D, jornada
de lucha contra la reforma del Código Penal. Tengo que decir que hubiera donado
mi hígado a la ciencia con tal de haber visto el encuentro milagroso entre las
mencionadas coleccionistas enfundadas en bichitos en peligro de extinción y una
activista haciendo topless, imagen
del día otra vez para Femen. El milagro sin embargo no tuvo lugar para
desgracia del voyeurismo y del
contribuyente que subvenciona religiosamente con sus impuestos los escarceos
represivos de las unidades policiales del Estado, cuyas leyes ahora están
blindadas contra las mayorías silenciosas que previamente fueron silenciadas.
Total, ¿qué merece la pena
destacar en Casa Arte? En la berlinesa galería Invaliden rápidamente llamaron
mi atención los dibujos de Inken Reinert sobre la relación existente entre las
gráficas de un electrocardiograma y ciertos trazos de tinta que simulan figuras
naturales; esta superposición comprende la hoja en blanco como una partitura ya
cargada de estructura y significado, en lugar de un abismo listo para colmarlo
de subjetividad. También me fascinó la naturaleza reticular de las superficies
engarzadas por María García Ibáñez para AJG Contemporánea. En una feria llena
hasta las trancas de reflexiones geométricas su tratamiento colorista del
espacio (hablamos de nodos fractales conectados entre sí como una red de arcoiris)
destaca por su belleza dentro del conjunto. Las fotografías de Tania Parceros
en Blanca Berlín también destacan, no solo gracias a la calidad intrínseca de
las mismas, sino además porque buenas fotos suele haber las justas en una feria
como esta, orientada sobre todo a los coleccionistas particulares que no
tuvieron suficiente con el resto de ferias de 2013, ya sea por falta de dinero
para comprar en las ferias grandes, por culpa del consumismo pendenciero o
porque tienen que hace la declaración de la renta pronto y quieren atenerse a
la exención fiscal propia del mecenas, pero el caso es que el consumidor
prototípico de Casa Arte prefiere las manualidades singulares e irrepetibles,
preferentemente pictóricas.
La propuesta artística que tiene
mayor potencial simbólico corre a cuenta de Blanca Soto, quien presenta una
intervención site specific sobre las guerrillas colombianas financiada desde
Intermon Oxfam. Menu, la pieza de
Manuel Barrero, plantea una reflexión acerca de la mercantilización de los bienes
comunes, la conversión del civismo en moneda de cambio, ese momento en que
termina siendo remunerado aquello que la sociedad presupone como actividad
espontánea. Hablamos de la denuncia pública como instrumento democrático para
la implicación ciudadana en la regulación normativa de la sociedad. Claro que
esta reflexión tiene lugar en el contexto de Colombia, donde las razones del
Estado y la propia identidad de los enemigos de la sociedad resultan
ciertamente problemáticas. Yo he conocido un oficial del ejército colombiano
cuya tropa estaba forzada a declarar su posición cada 15 minutos para evitar
falsas atribuciones: asesinatos de campesinos realizados por paramilitares, o
por los propios soldados regulares, que luego endiñaban los cadáveres a la guerrilla
(o viceversa). Menu habla de todo esto, como digo: una instalación que entiende
las leyes introducidas en 2005 por el gobierno para perseguir a la guerrilla,
pagando en metálico a los delatores que ayudaran a desmantelar comandos, un
menú de sangre que solo podría llegar a zanjarse mediante el recurso a una
justicia sostenida sobre la verdad. Por desgracia, auctoritas non veritas facit legem.
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