18 de diciembre de 2014

Guy Standing: "Tengo que intentar ponerme en tu pellejo".

Parece una broma argentina, pero no lo es. “Nuestros sueños no cogen en vuestras urnas”. Es un lema del 15M traducido del castellano al inglés y del inglés de nuevo al castellano, que Guy Standing cita en El precariado. Una carta de derechos. El traductor de Capitán Swing, Andrés de Francisco, se ha visto en un brete al traducir un libro que dice que los precarios son denizens, lo opuesto en inglés a ciudadano; un libro que divide a la sociedad en seis grupos sociales entre los cuales están los proficians, traducidos como profitécnicos de trabajo flexible y clase media; un libro que detalla los artículos de una charter, una carta magna que tiene que ver menos con la concesión monárquica de privilegios, tal y como la conocemos en España, que con la petición y el reclamo de derechos desde abajo, una tradición de iniciativas legislativas populares que en Inglaterra se remonta hasta el cartismo del siglo XIX y su referente mitológico, la Carta Magna de 1215 y la Carta del Bosque de 1217, origen en última instancia del procomún ecologista anglosajón.

Guy Standing (literalmente: un tipo que está de pie) es un apátrida que carece derechos políticos en su país natal, Reino Unido, vive en una casa de campo en Ginebra como Jean Jacques Rousseau y da clases a tiempo parcial en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres, una institución académica cuyo lema reza “Saber es Poder” y en cuyo escudo hay un elefante y un dromedario, símbolo de las antiguas colonias en India y el canal de Suez, donde las conferencias inaugurales se imparten todavía con toga y birrete. Standing ha trabajado treinta años en la Organización Internacional del Trabajo, analizando durante los años 70 la situación de la fuerza de trabajo en países con baja renta per cápita como Jamaica, Guayana, Malasia o Tailandia, elaborando durante los años 80 una serie de informes sobre la flexibilización neoliberal del mercado de trabajo en los Estados Unidos y en Europa, cofundando en 1986 la Red Terráquea de la Renta Básica (las siglas en inglés son BIEN) y finalmente estudiando durante los años 90 la economía de Rusia después de la URSS y la de Sudáfrica después del Apartheid; lo raro de Standing es que, habiendo estado siempre en el lugar adecuado en el momento adecuado, pensando los problemas económicos de actualidad desde una perspectiva típicamente izquierdista, haya tardado tanto tiempo en hacerse famoso.

Hacía falta un neologismo.

En los países de lengua latina llevamos oyendo la cantinela del precariado desde las movilizaciones del invierno francés de 1995, pasando por la contra-cumbre altermundista y posoperaista de Génova 2001, y Standing ya hablaba de los flexitrabajadores en su libro de 2002, Beyond the New Paternalism, y del precariado en Work after Globalization, del año 2009, pero está visto que hasta que no colocó el latinajo en el título de su best seller de 2011, El precariado. Una nueva clase social, no le tradujeron a catorce idiomas y no tuvo que hacer más de 300 presentaciones en hasta 33 países. De la mano de Andrés de Francisco y Capitán Swing, Standing estuvo ayer en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hablando de “Una agenda política para el precariado” junto a Jorge García López y un Iñigo Errejón que quiso evitar por todos los medios que el evento se convirtiera en una rueda de prensa sobre su expediente y/o Podemos. Tuve la oportunidad de entrevistar a Standing en la sala Valle-Inclán, mientras el público tomaba asiento una planta más abajo, ante una alucinante y madrileña puesta de sol que lanzaba sus destellos amarillos sobre el rostro de este economista de 66 años, según me respondía en su perfecto acento inglés y yo, en el mío, como bien podía, le preguntaba.



Ernesto Castro: En El Precariado. Una carta de derechos, dices suscribir una ideología progre, basada en el velo de ignorancia de John Rawls, según la cual una política pública es buena si favorece los intereses de los que están en peor situación; lo opuesto a esto, según dices, es el utilitarismo de Jeremy Bentham, que solo tiene en cuenta los intereses de la mayoría. Sin embargo, cuando hablas del trabajo flexible en el Art. 4 de tu carta de derechos escribes: “El precariado debe combatir las prácticas teniéndolas por lo que son para la mayoría”. ¿No serás tú mismo, en el fondo, un utilitarista de mayorías?

Guy Standing: No hay contradicción entre una política de mayorías y el principio de seguridad rawlsiano, que hay que recordar que es un principio entre cinco que propongo. Este principio dice que una política pública es socialmente justa si incrementa la seguridad de los grupos más inseguros. La carta propone una revisión de la gran trinidad de la Igualdad, la Libertad y la Solidaridad y empiezo diciendo que la perspectiva utilitarista, que ha dominado nuestro bipartidismo político durante los últimos treinta años, ha de enfrentarse a una contradicción, porque de hecho las clases medias están encogiéndose y el precariado está creciendo, lo que hace muy difícil el mantener una estrategia benthamita de intentar demonizar y castigar a las minorías. Mientras sea la minoría pueden hacerlo. No es algo que defienda, estoy en contra de ello, pero podría soportarse si solo fuera un 10% de la población. Pero cuando estamos hablando de castigar al 40% de la población, se trata de castigar a millones de personas.

Vuestra nueva ley de seguridad ciudadana, por ejemplo, es un trozo de legislación notoriamente de derechas, que ataca a los grupos vulnerables y todavía está planteada para las clases medias. Eso atrae a vuestras clases medias, a vuestro salariado, a vuestra elite. Estáis castigando a los inmigrantes, a los desempleados, que son vuestras minorías. De acuerdo. Pero mientras tanto el precariado está aumentando, así que cada vez estáis castigando más, en cierto sentido, a vuestros propios hijos. Esta es la contradicción ideológica principal. Estamos viendo cómo el precariado se está alejando de este tipo de estrategia utilitarista, lo cual resulta bastante reconfortante, ya que supone una apertura de la mente ante lo que la agenda política neoliberal está haciendo realmente a la gente.

EC: En tus dos últimos divides la sociedad en seis grupos: la elite, el salariado, los profitécnicos, el núcleo, el precariado y el lumpenprecariado. ¿Es ésta una distinción objetiva, basada en los ingresos, en la estabilidad profesional o en otra medida empíricamente definible, o tiene que ver con la conciencia de clase subjetiva? Y si se basa en la estabilidad profesional, como apuntas en el libro, ¿por qué no incluyes bajo el mismo paraguas a los llamados proletarios del salariado y a los del núcleo? Es una distinción redundante.

GS: Los grupos se distinguen por tres dimensiones. Se distinguen en primer lugar por sus relaciones de producción. Tienen distintas formas de trabajo o de empleo. Los grupos superiores tienen muchas formas de seguridad, una suerte de narrativa ocupacional y realizan actividades cómodas para su educación. El precariado, por el contrario, afronta un trabajo inestable, no realiza un trabajo o un empleo que sea equivalente a su educación y están explotados dentro y fuera de los centros de trabajo de formas que el resto de grupos ni huele.

Otra dimensión son las relaciones de distribución que se discuten en el libro. Sus fuentes de ingresos difieren. Los que están en la plutocracia o en la elite ganan dinero del capital. Los del salarido tienen seguridad, pensiones, vacaciones pagadas y todas esas cosas. Cada vez más gente del salariado no forma parte de la clase trabajadora porque están ganando sus ingresos cada vez más del capital: de los retornos de sus inversiones, por ejemplo. El antiguo proletariado tenía seguro de empleo, acceso a beneficios estatales y por tanto un ingreso social distinto del que tiene ahora mismo el precariado. El precariado tiene que descansar casi por completo sobre el dinero de su salario y no tiene acceso a otras formas de ingreso: los beneficios no salariales del salariado y del proletariado. No tiene acceso a ese espacio de los derechos. Eso lo coloca en una situación de inseguridad única, constantemente sometido a la explotación por los intereses que están por encima de él, incluyendo los préstamos diarios, las becas préstamo para estudiantes y cosas como estas que no paran de chuparse ingresos.

Y la tercera dimensión, la única que carece de traducción en castellano, es que son denizens, lo que en inglés significa que hay gente en el precariado que está perdiendo derechos: derechos civiles como el acceso a una justicia apropiada; derechos culturales, no pueden pertenecer a una comunidad que les dé identidad; derechos sociales, porque no tienen acceso a beneficios garantizados; derechos políticos, porque no están representados por el momento en el espectro político; derechos económicos, porque no pueden llevar a la práctica su cualificación.

Estas tres dimensiones distinguen a estos grupos, y por supuesto que conducen a diferentes formas de conciencia. Los que están en el precariado están de hecho más liberados del sistema del que les hemos expulsado, porque no se sienten una parte material del mismo, no se sienten vinculados a él, sino que se les considera unos extraños, a pesar de que su número esté creciendo. Así que esto les da un punto de vista radical, y yo creo que es importante diferenciar y escapar de la antigua terminología marxista de las dos clases, porque paraliza la imaginación, la comprensión de las dinámicas efectivas.

EC: En tu respuesta a la reseña negativa que hizo Jan Breman de El precariado (Pasado & Presente, 2013) para la New Left Review, “Porqué el precariado no es un concepto espúreo”, dijiste que la precarización es una “adaptación de las expectativas vitales a un empleo inestable y a una vida inestable”. Y no es una cosa de la crisis: como señalas en El precariado. Una carta de derechos (Capitán Swing, 2014), en la Italia del año 2000, cuando la tasa del desempleo era del 4%, el 70% de los bachilleres iba a la universidad y un 40% de los graduados trabajaba en un empleo que no requería formación superior. Mientras tanto, en Alemania, según mucha gente el modelo a seguir de los países del Sur, solo un 38% de los bachilleres iba a la universidad. ¿Crees que hay un problema sistémico con que vaya demasiada gente a la universidad?

GS: Para mi uno no puede estar sobreeducado. Creo que a los neoliberales les gustaría que interpretásemos la situación como que hay demasiada educación. Eso es lo opuesto de lo que yo creo. Creo que debemos divorciar la educación del mercado de trabajo. Tiene que haber un derecho a ser educado al máximo de la capacidad de cada uno. Eso ha sido siempre la visión progresista y uno solo cae en la trampa si interpretas la educación como la preparación de la gente para sus curros en el mercado de trabajo y para mi ésta es una forma alienada de pensar; es falsa conciencia. Por eso yo le presto tanta atención a la desmercantilización de la educación. Debemos recapturarla para la ciudadanía. Hegel lo describe bellamente, cómo la educación primaria y secundaria debería ser una cuestión de liberarnos a nosotros mismos y capacitarnos para entender nuestra cultura, nuestra filosofía, nuestro arte, nuestra civilización, nuestra historia. Y cada vez más en este sistema mercantil, con las escuelas y las universidades orientadas hacia el lucro, todos esos grandes valores de la Ilustración están siendo expulsados a los márgenes. Así que en Europa y en los Estados Unidos cada vez más gente parece tener un nivel de educación muy elevado pero en realidad se les vacía de una educación realmente liberadora y me parece que en lo fundamental es un argumento vergonzoso que alguien pueda siquiera imaginar que alguien como yo está en contra de maximizar la educación. Tenemos que rescatar la educación del capital humano.

EC: Sostienes que debemos abandonar una noción antagonista de la política, el “ellos contra nosotros”, y promover una noción más solidaria de la misma, así que quisiera saber qué opinión te merece la teoría populista que sostiene que no puede haber emancipación sin antagonismo. Y hasta qué punto tú mismo no suscribes una visión antagonista del campo intelectual cuando citas irónicamente The Economist y The Financial Times, que recientemente apoyó a Podemos en el tema fiscal, como diciendo “Incluso los enemigos nos dan la razón”. ¿Acaso crees que el antagonismo y la demonización del adversario es un aspecto irreductible de la política?

GS: Tenemos que evitar centrarnos en demonizar a los grupos, particularmente los grupos vulnerables de nuestra sociedad. Nuestro punto de partida debe ser un cierto sentido de antagonismo hacia un sistema, una serie de estructuras, una serie de instituciones, que están generando una desigualdad y una inseguridad creciente. Yo lo que deploro son los pasteleos utilitaristas que nos dividen en pequeños nosotros identitarios, quienquiera que sea ese nosotros.  Se presentan a sí mismos como la clase media contra los inmigrantes, los rumanos, los musulmanes, los discapacitados, las mujeres. Ahí es donde debe contestarse a la demonización. Para mí las personas de izquierdas se conducen siempre por un sentido de empatía social, que es muy distinto de la derecha que tiende a ser moralizante, a menudo guiada por una cierta interpretación de la religión, que dice: “Vamos a ayudarte y a apenarnos de ti. Pero si no haces lo que decimos te castigaremos”. Esa suerte de perspectiva moralizante es totalmente ajena a cualquiera que se considere un progresista, que por el contrario suele decir: “Tengo que empatizar contigo. Tengo que intentar ponerme en tu pellejo.”

EC: La última y obvia pregunta: ¿qué opinas de la trayectoria de Podemos, desde su apoyo a la Renta Básica a las últimas propuestas subsidiarias de corte neokeynesiano? ¿Podrías mencionarnos más partidos que suscribieran (parcial o totalmente) algunos de los puntos de tu carta de derechos?

GS: Creo que es vital para Podemos, aunque no puedo dar lecciones porque no soy español, pero me parece vital que cualquier partido que emerja desde un escenario precario mantenga ese ethos radical, ese espíritu radical. Y creo que sería fatal si en la carrera hacia las elecciones generales, por ejemplo las del año que viene, que este partido se aproximara al centro para maximizar su atractivo ante lo que ellos creen que es la clase media, porque si hacen eso rápidamente se verán expuestos a la crítica: si no queréis transformar la realidad, ¿para qué vamos a votaros?

En cuanto a la Renta Básica, yo apremiaría a todos los partidos a que intentaran revisitar este aunto en el contexto de su propia ideología y posición. Yo he sido un defensor de la Renta Básica desde hace mucho tiempo y acabamos de realizar unas pruebas piloto en India que han demostrado ser muy transformadoras. En Brasil han sido también bastante exitosas los experimentos en esa dirección. Yo creo que la política española, particularmente la izquierda, pero no solo, tendría un gran avance si se pudieran realizar algunas pruebas piloto, si se pudiera aplicar la Renta Básica en zonas realmente pauperizadas, para ver qué sucede. Estoy seguro de que tendría unos resultados formidáblemente positivos.


Yo claramente les diría a los amigos de Podemos que no deberían asustarse por las políticas públicas conservadoras. Deben entender que la gran pregunta es: si Podemos entiende mejor al precariado que el resto de partidos, según nos ha dicho, ¿cómo piensa proveer al precariado de seguridad social básica, de un cierto control sobre sus vidas y de una capacidad de desarolllar sus capacidades si no tienen la Renta Básica? ¿Cuáles son las alternativas? La Renta Básica es asequible, tendría resultados maravillosamente positivos en el mercado de trabajo, daría a la gente un sentido de seguridad y de hecho aumentaría su confianza a la hora de secundar una nueva política.

10 de diciembre de 2014

Mallas de protección. La cultura del yo en las redes sociales.

“La intimidad es el instinto que nos permite encontrar, entre las máscaras, a los que, como nosotros, no son nadie.” (José Luis Pardo)

Ernesto Castro Córdoba

Nuestra historia comienza in medias res: finales del año 2006. Aunque no te lo creas, justo por esas fechas la revista Time te designa persona del año. “Sí, a ti. Tú controlas la Era de la Información. Bienvenido a tu mundo”, reza el subtítulo. En la portada, la imagen reflectante de una pantalla de ordenador permite que cada quien se sienta interpelado a su manera. Tú, como parte integrante esa alteridad anónima, ese Otro generalizado que mantiene la Web 2.0, tú, y todos los demás por extensión, acabáis de ser designados person of the year 2006. Congratulations.


1. Presente y Pasado de la Ilusión Mediática

En su momento, este reconocimiento oficial del papel que juegan los internautas anónimos no hizo sino constatar el salto cualitativo que ya se estaba produciendo en la Red, a saber: el paso de la conexión entre sites a la conexión entre personas. Una transformación mediática que marca un punto de inflexión en el modo como se concibe el intercambio de bienes culturales. Si el desarrollo de los media a lo largo del siglo XX destronó al conocimiento de su posición privilegiada, consolidando a la información como modelo paradigmático de intercambio cultural¸ el surgimiento de la Web 2.0 se tradujo rápidamente en la emergencia de comunicación como nuevo paradigma. Se podría establecer –aunque sea de un modo muy esquemático- una historia de los sistemas de intercambio cultural, en tres actos, cada uno de los cuales implicaría un desplazamiento del foco de atención mediática que iría, a grandes rasgos, del contenido (conocimiento), al medio (información) y de ahí, al emisor (comunicación). Dónde situar el origen de este proceso, en relación con qué dispositivos técnicos cifrar su fijación y su lógica interna, de qué modo justificar un corte radical con un supuesto estadio pre-mediático y en qué periodos históricos situar los intervalos entre un paradigma y el siguiente, son problemas en cuya solución seremos bastante convencionales –ateniéndonos, en lo sustancial, a las convenciones aceptadas por buena parte de los practicantes de la teoría de medios-: primero la Imprenta (Gutenberg), luego la Televisión (McLuhan) y, al fin, la Web 2.0 (por el momento un caramelo sin nombre a la puerta de un colegio). En un primer momento, la Galaxia Gutenberg antepuso como forma privilegiada de intercambio cultural el conocimiento, basado en la comprensión por parte de un receptor consciente y participativo de un fondo de saber estanco, fijado de una vez por todas bajo la forma del códice, y cuya legitimidad está asegurada –valga la redundancia- por la autoridad del autor: aquél que posee la clave que da acceso al misterio que guarda cada texto en su interior. Por su parte, la Galaxia McLuhan privilegió el proceso de la información, definido como el movimiento circular, constante y expansivo que reproduce, reinscribe y se reapropia una y otra vez de un stock indefinido de datos, emitidos a toda velocidad sobre un receptor pasivo. Las modificaciones son notables respecto del periodo anterior: en primer lugar, la relación se establece entre el emisor-productor y el receptor-consumidor; consiguientemente, la autoridad del productor disminuye cualitativamente respecto de la del autor y la responsabilidad de otorgar legitimidad al discurso recae en el consumidor, para ser más precisos: en la confianza depositada en el medio. Finalmente, la Galaxia de los internautas anónimos sintetiza ambos momentos previos, incorporando la relación entre individuos -el mero estar en contacto unos con otros, la simple conexión interpersonal- como forma paradigmática de intercambio cultural. Frente a la rígida distinción entre emisores y receptores tanto en la Galaxia McLuhan como en la Galaxia Guttenberg, aquí lo genuinamente relevante no es quién detenta qué papel en la relación, sino que ésta -la relación misma como forma de ser en el mundo mediatizado- se mantenga, reproduzca y consolide, ampliando el número de conexiones entre emisores-receptores, a priori en igualdad de condiciones de expresarse. Dentro de la red, los usuarios son meros nodos de una red de intercambio hiperconectada y, al mismo tiempo, la dinámica de Internet tiende a privilegiar a quien más se exhibe. Ahora bien, considerados individualmente, de un modo aislado, como puntos autosuficientes sin conexión con el Todo mediático del que forman parte, los miembros son una mera abstracción, una pura nada. Sólo adquieren sentido y personalidad a través de sus conexiones, sólo existen en tanto que relación. El individuo de la era digital dispara su identidad hacia fuera. Su yo es su afuera. Aquí, actualizando a Hegel, diremos que lo verdadero es el Todo Mediatizado que conecta dialécticamente las partes en un movimiento de ida y regreso. Únicamente en el contexto de esta doble vía de emisión y recepción de contenidos se cristalizan las características definitorias de los individuos.

Varías son las lecturas que se pueden proponer a la luz de esta caracterización de la comunicación. La relación en el contexto de la Web 2.0 puede ser interpretada como aquella forma de intercambio que más se acerca a efectuar la situación comunicativa ideal postulada por Habermas y Apel. También es posible llevar a cabo otra lectura, según la cual Internet potenciaría expresiones más perfectas de la voluntad de poder nietzscheana. Si aceptamos a modo de caracterización sumaria que el Übermensch es aquél capaz de imponer su interpretación, su perspectiva y sus valores sobre el resto, entonces diremos que a través de los dispositivos de la Web 2.0 se modula una versión actualizada de este ideal post-humano: el hiperhombre, aquél individuo cuya identidad está constituida por los enlaces con otros individuos y que, no obstante, es capaz de imponer sobre los demás un discurso propio, el cual sería reproducido y transmitido hasta el último rincón del planeta gracias a los dispositivos mediáticos disponibles. Según esta lectura, no habría comunicación entre individuos, tan sólo competencia y, ocasionalmente, un devenir espectáculo de aquellos pocos privilegiados que consiguen alzar la cabeza sobre el resto. Desde otra perspectiva, la Web 2.0 haría realidad aquella fantasía conocida como la sociedad de emisores que Roland Barthes formuló en su autobiografía a modo de tentativa fallida, de sueño inconcluso: una forma de asociación donde el goce de la producción, la pulsión del decir y el pathos de exponerse ante el Otro apremie a todos los miembros por igual, en una orgiástica “eyaculación colectiva de la escritura, en la cual podría verse la escena utópica de una sociedad libre (donde el goce circularía sin pasar por el dinero).” (Barthes, 1997: 92) También se podría ver en la Red de redes la realización de la Comunidad desobrada (Jean-Luc Nancy) o la Comunidad inconfesable (Maurice Blanchot). Ambos libros versionan, cada uno a su manera, el mismo ideal comunitario que postula una forma de colectividad no asentada sobre ninguna identidad preestablecida entre sus miembros. Como su propio nombre indica (La communauté désoeuvrée), este tipo de asociación no produce obra alguna, o lo que es lo mismo, no se asienta sobre ningún principio de acción o producción; se demora en el proceso comunitario mismo sin finalidad, sin resultado. La comunidad de los que no tienen comunidad, la llama Nancy. También la blogosfera tiene algo de inconfesable: los blogs se apiñan unos al lado de los otros, a un solo clic de distancia entre ellos, sin tener nada en común excepto el mero co-estar en el mismo dispositivo de exhibición técnica.

Ya se caracterice como una sociedad de emisores donde se ha democratizado el poder y el placer del discurso, ya se describa como una suerte de comunidad desobrada que rompe con el paradigma de la identidad colectiva, lo que termina imponiéndose como una suerte de certeza pura es la ambivalencia de la Web 2.0 en lo relacionado con la identidad de sus usuarios. Por un lado, los listados de links en Blogger, las jerarquías de amistades en Facebook o el número de seguidores en Twitter son utilizados con el fin de potenciar el sentimiento de pertenencia a un colectivo. Por otro lado, se podría argumentar que Internet, y en general, la lógica espectral de los new media no hace sino acrecentar la ya de por sí infinita distancia entre un individuo y otro. Ambas lecturas son válidas y están firmemente asentadas. Esta ambivalencia nos recuerda que el potencial de una herramienta como Internet no se encuentra predeterminado de antemano en virtud de una suerte de lógica interna al mismo, sino que depende de los usos, códigos y prácticas que los usuarios articulen a partir de él. En este sentido, el sistema de redes sociales abre un campo de posibilidades comunicativas que oscila desde la conexión total hasta el aislacionismo privado. Cada post subido a Blogger es una suerte de mensaje en una botella, dirigido al mismo tiempo a todos y a nadie. Tanto la asimilación como la distinción se incluyen entre las estrategias sociosimbólicas permitidas y, es más, potenciadas por Blogger, Facebook, MySpace, Twitter y mil plataformas que más ofrecen un habitáculo al usuario que este puede utilizar, bien para exponer el mensaje de un modo claro, explícito y para todos los públicos, bien para codificarlo bajo el velo de una jerga sólo apta para iniciados. La proliferación de códigos personales de comunicación -el caso de las abreviaturas utilizadas para chats y e-mails- se convierte en el complemento ideal de la consolidación del inglés-chapurreado-por-extranjeros como lengua oficial de las transacciones, genuina koiné del siglo XXI. Así, la Web 2.0 concilia dos pasajes de la Biblia que se encuentran en el origen de la teoría de medios: a) El derrumbe de la Torre de Babel (Genesis, 11: 1-9) que marca el fin de la Ursprache, la disolución de la matriz lingüística originaria en una multiplicidad de gramáticas irreductibles entre sí, con la consiguiente aparición del problema de la traducción. b) El milagro de las lenguas de fuego durante el Pentecostés (Hechos de los Apóstoles 2, 1-13), cuando los once apóstoles, arrebatados por el Espíritu Santo, comenzaron a hablar en una lengua común con los habitantes de una ciudad cosmopolita. Momento privilegiado en el que todas las lenguas se funden en un mismo cauce magmático de sentido.

En el momento en que la forma más básica de interacción humana –la comunicación- deviene el modelo de intercambio cultural, pasan a gestionarse como producto cultural de primer orden algunos fenómenos sociales que dependen de ella, como es el caso de la formación de vínculos afectivos y redes de amistad. La Web 2.0 constituye todo un imperio de la mediación afectiva: el cibersexo hereda los mecanismos de sobreexcitación del impulso sexual propios del capitalismo caliente (Beatriz Preciado), mientras que las páginas de contactos (Meetic, Ashley Madison, etc) operan de acuerdo a la lógica del capitalismo racionalista (Eva Illouz): hacen pasar al consumidor potencial de emociones por un proceso racional en que debe elegir metódicamente sus intereses y objetivos; formalizar de su propio yo en la configuración de un perfil exhaustivo (edad, sexo, color de pelo, etc). Sobre el cibersexo pesa la grave acusación de que sólo ofreciera experiencias sexuales de segundo grado. En última instancia –es habitual escuchar- los usuarios de este tipo de sites sólo obtienen una satisfacción masturbatoria que, por muy coordinada que sea, por mucha reciprocidad que se consiga y por muy en directo que suceda todo, no puede compararse, ni de lejos, a una experiencia de carne y hueso. Frente a esta argumentación, que parte de una concepción presentista de las relaciones, según la cual la codificación del objeto de deseo depende de las intuiciones emocionales y los instintos sexuales despertados por la condición encarnada de lo que se me presenta ahí delante, se pueden ofrecer varias razones que justifiquen porqué el cibersexo no rompe con la lógica del encuentro sexual tal y como lo describe esta concepción, e incluso llega a radicalizar algunas de sus características fundamentales. Desde el punto de vista informático, el usuario que regenta con asiduidad páginas web de cibersexo corre con un riesgo de contagio vírico análogo al que implica recurrir a los favores de la prostitución, sólo que en este caso las enfermedades venereas las habrá de contraer tu PC –concebido ya como extensión del propio usuario. Ante esta situación, se hace necesario protegerse de troyanos, keyloggers, exploits, y otros mil virus más que esperan a la vuelta de la esquina. No es de extrañar que las más aclamadas páginas de cibersexo –es el caso de Chatroulette, por ejemplo- apelen en su publicidad a la seguridad y protección de los encuentros, en vez de referirse a las características físicas de sus usuarios habituales -de hecho, las páginas más sospechosas tienden a ser aquellas que ponen toda la carne en el asador antes de tiempo, aquellas que prometen cuerpos cuando es tiempo de hablar de salud-. Así pues, el cibersexo extiende la paranoia acerca de la posibilidad del contagio en otros formatos y por otros medios. Este tipo de plataformas muestran una imagen nítida de la idea de sexo óptimo tal y como se configura en nuestros días: funcionalidad, limpieza y discreción son las cualidades fundamentales. Además, es falso que el cibersexo implique un acrecentamiento de las distancias entre los dos polos de la relación sexual. Todo lo contrario, reproduce el esquema de la concepción presentista de la sexualidad, trasladada a la esfera explícita y obscena del espectáculo audiovisual. En palabras de Slavoj Zizek:

“el ciberespacio no es lo bastante espectral […] mi pareja sexual ciberespacial es alguien excesivamente presente, que me bombardea con un torrente de imágenes y declaraciones explícitas de sus fantasías más secretas. […] cuando me sumerjo en el ciberespacio, podría decirse que regreso a una relación simbiótica con el Otro, donde la dimensión de lo Real ha quedado abolida como resultado de un desbordamiento de las apariencias.” (Zizek, 2006: 261)

¿Por qué no cabe hablar de la era de la información para referirse al nuevo estado de cosas instaurado a partir del surgimiento y la consolidación de la Web 2.0? Porque no pueden ser mayores las diferencias entre Internet y las estrategias puestas en práctica por los media a través de los cuales se canaliza lo que conocemos como información. En contraposición con la lógica de la mediación afectiva propia del cibersexo y las páginas de citas, pensemos en el telediario como prototipo de asepsia informativa: no hay feed-back entre el presentador y su audiencia, el canal de emisión es unidireccional y la relación del receptor con el mensaje consustancialmente pasiva. Además, la lógica de la información sancionada por estos canales se basa en la escrupulosa distinción entre el espacio público y el privado, mientras que para la Web 2.0 el espacio público se reduce al ámbito de publicidad de lo privado. Qué decir de los presentadores del telediario. Que los encargados de la sección de Deportes gocen de tan buena audiencia y fama por su humor, cercanía y agilidad comunicativa, muestra en qué medida constituyen la excepción que confirma la regla: monotonía, frialdad y exactitud terminológica dentro de lo políticamente correcto. Desde una perspectiva humanista uno se podría preguntar si hay algo así como un “alma” tras esos maniquís de los que solo se conoce su torso -de cintura para abajo comienza lo ignoto-, portadores de una fachada hierática que se mantiene impasible a medida que su voz va desgranando monótona y pensadamente noticias que cualquiera juzgaría propias del día del fin de los tiempos.  Nada más lejos de esta visión del mundo a medio camino entre el Armaggedon y el Apocalipsis, que el discurso naif y happy-happy de las pizpiretas comentaristas que se graban a través de las web cam y suben sus clips a Youtube como si, a fin de cuentas, no hubiera epidemia o catástrofe natural que no pudiera resolver un buen escote.

Uno se atrevería a decir que las dudas acerca de la “humanidad” de los interlocutores no se mitigan con la emergencia de Internet, sino que más bien se acrecientan, a juzgar por los disparatados debates entre filósofos de la mente anglosajones en torno a la pregunta: ¿puede pensar una máquina? Según el Test de Turing –popularizado por su aplicación en la película Blade Runner como método la hora de distinguir entre cyborgs y humanos-, si una máquina es capaz de comportarse funcionalmente como un ser humano, entonces, a efectos prácticos, es un ser humano. La tesis contraria, defendida por John Searle y popularizada por Roger Penrose, parte del conocido experimento de la sala china para concluir que el Test de Turing carece de una gramática normativa que establezca una distinción entre aquellas máquinas que parece que piensan pero no lo hacen y máquinas que de hecho lo hacen: una máquina capaz de responder a un test es el equivalente a un humano capaz de traducir de un idioma desconocido a otro idioma desconocido porque tiene en sus manos un diccionario bilingüe, a pesar de no entender los signos de ninguna de las dos lenguas. En ambos casos, argumenta Searle, el humano/la máquina no conoce el idioma, sólo maneja un conjunto de reglas de equivalencia estipuladas de antemano, no hay comprensión sino reacción mecánica. Nuestra experiencia personal como internautas nos lleva a decantarnos por la posición pragmática y positivista de Turing: hay algo vagamente humano, algo difusamente cotidiano en los mensajes de spam que uno puede llegar a recibir en la bandeja de mail a lo largo del día. Estos mensajes son enviados por robots que pueblan la red, robots hechos de un amasijo de cables y bombillas -lo sabemos. Sin embargo, al sugerirnos tan económicas ofertas para alargarnos el pene, al premiarnos con cuantiosas cantidades de dinero o al fingir que escriben de parte de una teenager desprotegida en busca de un partenaire ibérico, estas máquinas muestran mayor humanidad la que uno podría esperar de la mitad de los miembros de su comunidad de vecinos, exhiben una preocupación por el bienestar propio y ajeno, al menos tienen en cuenta las necesidades, los gustos y hobbies de buena parte de la población. Esos robots nos salvarán la vida algún día.

2. UrMedia.

La leyenda cuenta que en el origen de los tiempos la Humanidad dispuso de una forma de comunicación inmediata, directa, intuitiva: la capacidad de intercambiar experiencias, formular consejos y elevar admoniciones alrededor del fuego del hogar una vez hubiera anochecido. De este modo se articularon las tradiciones orales primigenias, en torno a la construcción de una narración compartida que habría de ser transmitida de generación en generación y entre cuyas virtualidades se encontraba el sentimiento de pertenencia a una comunidad. Con la aparición de la novela la experiencia comunitaria se fragmentó en una pluralidad de individuos que se describen a sí mismos su existencia solitaria, centrada entorno al problema de la muerte y la búsqueda de un fundamento que otorgue sentido a la existencia. En un tercer momento irrumpió la información como aquella forma de articular del relato que disecciona la experiencia del individuo, antaño presentada como un continuo argumental novelesco, en segmentos discretos, noticias que son transmitidas a toda velocidad por los media, y cuyo valor se cifra en su novedad o, más bien, en el hecho de ser renovable periódicamente por información nueva.

Esto que acabamos de presentar puede tomarse como un resumen del El narrador, el texto de Walter Benjamin donde el autor presenta una genealogía de los regímenes discursivos asociados con la construcción y difusión del relato bastante similar a nuestro esquema de los sistemas de intercambio cultural, con la virtud de que además incorpora el momento “pre-medial” que hasta el momento habíamos dejado de lado (a saber: la oralidad). Este texto nos interesa especialmente en tanto problematiza las relaciones entre la palabra hablada, la escritura y los dispositivos informáticos de su almacenamiento y reproducción. Además de ser un documento importantísimo acerca del periodo histórico en que se produce la inflexión entre la cultura novelesca y el proceso información mediatizada, El narrador es relevante a efectos de un análisis de la Web 2.0 en términos de cultura de la comunicación por su planteamiento de un desarrollo histórico de las fuerzas culturales que no se basa en un esquema hegeliano de superación sin regreso, sino que se abre a la posibilidad de que se produzcan solapamientos entre los diferentes momentos, así como regresiones a un estadio previo y actualizaciones del pasado al albor de la circunstancia presente. En una palabra, Benjamin deja una puerta abierta a la resurrección de los muertos; a su conmemoración y no sólo a su recuerdo. Y esto es lo que nos interesa: mostrar como el final pseudo-hegeliano de la Historia –si hacemos caso a Fukuyama- y su origen pre-medial –según Benjamin- forman un continuo espacio-temporal. O lo que es lo mismo: describir un fenómeno más del solapamiento tan actual de movimientos Ur- con tecnología high tec. A la luz del esquema benjaminiano diremos que el modelo interactivo de la Web 2.0 propicia una resurrección de la oralidad en el contexto de la aldea global cibernética. En torno al fuego de la pantalla en blanco del ordenador se ordena el nuevo tribalismo mediático. Con la recuperación de la conversación como modelo de intercambio cultural, se produce la reaparición de géneros que hasta hace poco pensábamos caducos como la admonición, el consejo, el modelo ejemplar y el refranero, todo ello bajo un formato a medio camino entre el how to de los textos de autoayuda y el Do It Yourself  (DIY) de la subcultura alternativa, aunque con un matiz: el lema ya no es hazlo tú mismo, sino en exhíbete tú mismo, muéstrate cuanto puedas dentro del circuito obsceno del consumo de los otros a través del cuerpo de uno mismo. Recordemos la pieza net art de Dora García, Heartbeaters, donde la artista española desarrolla la siguiente ficción: se ha extendido entre los jóvenes de todo el mundo una nueva moda que consiste en escuchar los latidos de su propio corazón. La pieza nos relata la vida y milagros de esta pandilla de drogadictos de la interioridad que comienzan a vivir al son de sus pulsaciones, cuyas peripecias oscilan entre la identidad, la intimidad, la adicción y la locura. En una de las ventanas emergentes se puede leer:

“La creencia generalizada era que, con este sonido que parecía sacado del alma humana, se podían alcanzar finalmente las metas de la cultura del “háztelo tu mismo”: Ya no se trataba de hacer solamente tu propia música, tu propia televisión, tu propia radio, cine- se trataba de hacer tu propia realidad.”

La dimensión digital de la obra de Dora García no es meramente accesoria o formal: la narración se desarrolla a través de hipervínculos que hacen emerger ventanas del fondo oscuro de la pantalla, como si de pulsaciones de un corazón cibernético se tratara. Esta pieza puede ser perfectamente leída como una metáfora de la sociedad red –la cita que referimos ya debería poner en sobreaviso al lector-. En la Web 2.0 el encuentro con el otro siempre está mediado por la interioridad del yo, lo público y lo privado forman un continuo sin cortes ni distingos. En la Web 2.0, la conversión del espacio público en mera publicidad de lo privado, puede leerse como la desaparición del hombre público y su sustitución por un conjunto difuso de celebrities efímeras, personalidades y comentaristas. O también la introyección de la publicidad como principio rector de la intimidad digitalizada se puede leer como una contaminación de la vida privada por el discurso público. El espacio público, ¿está en crisis o sólo colonizando nuevos ámbitos en su provecho? La esfera privada, ¿amplía tentacularmente sus campos de influencia o está al borde de desaparecer en un colapso obsceno y espectacular? No son dos opciones mutuamente excluyentes. El estatus de la intimidad en la Red está sometido a las ambivalencias consustanciales a toda escritura de sí: el yo no es sino en tanto que se escribe, se objetiva mediante un procedimiento de fijación identitaria pero, por definición, el yo implica un plus, algo que se sustrae a ser objetivado. Estamos ante la doble dimensión del sujeto tal y como se viene analizando a partir de las filosofías de la existencia: el ser humano es al mismo tiempo trascendencia e inmanencia (Sartre), ser deyecto arrojado en el mundo y proyecto de sí (Heidegger). En un lenguaje menos comprometido con un esencialismo ontológico y que abogue por la dimensión cultural del ser humano diremos que toda noción de sujeto implica tanto la sujeción como la sustracción a un código establecido. El yo que se narra a si mismo habrá de cumplir con el deber de callar tanto como con el de decir. Pensemos en un narrador homodiegético clásico: Holden Cauldfield en El guardián entre el centeno no nos cuenta su vida desde el comienzo, sino que toma la decisión de empezar y terminar donde a él le parece. La veracidad que desprende el relato depende en gran medida de ese gesto de sustracción que se deduce de todo ejercicio de escritura, y que Salinger nos muestra en toda su pureza en esta novela. Hay cosas que no os pienso contar, en esto consiste el pacto autobiográfico además de las características ya señaladas por Phillip Lejeune en su ya canónica monografía: la autobiografía es ese género literario en que el lector acepta que autor, narrador y personaje principal son de hecho la misma persona. A esta caracterización habremos de añadir el siguiente corolario, dicho por boca del autor: vosotros sabeis que yo sé cosas que vosotros no sabeis. Si aceptamos, como dice Katie Roiphe, que “Facebook es la novela que todos estamos escribiendo” y que con ello “nos convertimos en el Wikileaks de nosotros mismos”, en palabras de Andrew Keen, habrá que analizar la Web 2.0 en términos de un gigante dispositivo de codificación de la interioridad con las siguientes características: pensar la interioridad en términos de relación, pensar la substancia en términos de situación, pensar el sujeto en términos de plataforma. ¿Qué es lo que se sustrae a esta definición? La capacidad de decisión de la que dispone el usuario y, lo que es más importante, la capacidad de no decir nada en absoluto. Al internauta se le puede aplicar aquello que Kafka escribiera en El silencio de las sirenas. Ambos poseen un arma mucho más terrible que su canto o su espectáculo, esto es: su silencio. Esto nos lleva a una interesante paradoja señalada por Norbert Bolz, “en la marea de datos de la sociedad multimedia, “plusvalía” sólo puede significar: menos información.” (Bolz, 2006: 12) ¿Cómo responder al dilema que plantean las redes sociales en relación con la crisis del espacio público y la espectacularización del yo? Apoyándonos en Gilles Deleuze, diremos que nos hallamos en la era de las sociedades de control, donde nada escapa al panóptico que todo lo observa. ¿Queda un espacio para la libertad? Sí, el mismo de siempre: la libertad de elegir uno mismo a qué ídolos someterse.

Frente a aquellos que piensan que Internet supone un salto cualitativo en la Historia de la Humanidad hacia un estadio hasta el momento desconocido, es nuestro parecer que sólo reproduce la lógica de las cavernas. Me explico. Hay un hilo conductor entre el Mito de la Caverna y la Web 2.0, pasando de la sala de cine como forma actualizada del trampantojo platónico, a saber: una paulatina independización de los fantasmas. Si Platón, siguiendo a la tradición pitagórica, estipuló que el cuerpo (soma) es la tumba (sema) del alma, y postuló a modo de ideal regulativo la emancipación del fantasma anímico respecto de la máquina encarnada (salida de la caverna, liberación respecto de las pasiones), el cine hizo realidad la presencia fantasmática del otro a través de sus imágenes, proyectadas por la máquina contra el espacio puro de la pantalla en blanco y, por último, el Ciberespacio –según las profecias New Age- promete una liberación del alma respecto del cuerpo, con el fin de ser integrados nuevamente en la máquina, esta vez no menos etérea, del software digital. La profecía completa sostiene que el ser humano se independizará de su condición encarnada una vez su personalidad ya no se cifre en torno a su cuerpo, la gestión, ordenación y arreglo del mismo, sino que pase a articularse en torno al intercambio comunicativo en Red; en este momento, Internet hará realidad la disolución del Yo programada por el pensamiento francés contemporaneo, en la fusión budista del uno mismo personal e intransferible en el Uno-Todo mediático sometido a flujos constantes y sin centro alguno. Los teóricos más respetados a día de hoy suscriben en mayor o menor medida esta profecía -tanto los escépticos como los más entusiastas de Internet- en la medida en que todos ellos subrayan como característica definitoria de Internet su tendencial liquidez, su naturaleza efímera. Tenemos el ejemplo de Bauman a quien tuvimos la oportunidad de entrevistar en persona. “Es todo, de nuevo, como surfear: eminentemente superficial. Uno puede pertenecer a un gran número de redes a la vez, incluso asumir diferentes identidades en las distintas redes. Así, éstas son atractivas precisamente porque no fuerzan a adoptar obligaciones a largo plazo.” (Bauman & Castro - Lareu, 2011) Es una versión de las cosas bastante conocida, así que no insistiremos demasiado en ello. En líneas generales, inscribe Internet dentro de la dinámica relativista, fragmentaria, disolutoria, nómada, eterea, sin norte, rumbo, ni guía, propia de este periodo aciago que cada uno llama a su manera anteponiendo prefijos a la palabra Modernidad, esa expresión fetiche (dando lugar a todas las modulaciones: postmodernidad, sobremodernidad, Modernidad Líquida, etc).

Nuestra intención y nuestras tesis son muy otras. Frente a la profecía New Age, nos atenemos a un análisis del presente, una casuística de los medios aplicada a nuestra circunstancia que no se detiene en la elaboración de pronóstico alguno. Según nuestra lectura, Internet en su estado presente no es una promesa acerca de la definitiva y esperada separación entre cuerpo y mente, tampoco tiende hacia la fusión del yo en el Uno-Todo mediático, ni mucho menos un argumento en favor del dualismo cartesiano. El ciberespacio no rompe con la lógica propia de un ser encarnado como es el hombre; la reproduce por otros medios, aunque una cosa sea cierta: de la carne a la imagen, de la personalidad a la relación, el otro es a cada momento más espectral si cabe. Pero incluso los fantasmas llevan encima una manta, están vinculados a una forma de aparecer que es la que nos interesa analizar. En cuanto a los análisis de Internet en términos de anonimato, impersonalidad y liquidez, los desechamos por completo al considerarlos, primero, inútiles para el análisis concreto de las relaciones mediatizadas y, segundo, inaceptables como descripción estructural de la Web 2.0. Las categorías utilizadas por estas corriente de pensamiento, con todo lo operativas que pudieran ser para hablar de la sociedad tras la caída del Muro, hoy muestran su fecha de caducidad, su inoperancia a la hora de integrar Internet como fenómeno social de primer orden. En última instancia, más que ante genuinos análisis, nos encontramos ante proyecciones ilusorias, producto de una falta de conocimiento del medio. Reconozcámoslo: aquellos que siguen hablando de Internet en términos de liquidez y/o impersonalidad, bien no han abierto una cuenta de Facebook en su vida, bien profesan un gran respeto por sus más directos maestros. En este punto suscribimos plenamente la tesis de Eloy Fernández Porta:

“Los ciudadanos que se formaron durante el postmodernismo vivieron bajo la égida de una idea muy extendida: “todo lo sólido se disuelve en el aire”. Creo que el auge de la época digital, aunque también trae consigo sus disoluciones y sus disipaciones, nos enfrenta con una condición distinta, contrapuesta: “todo lo etéreo se consolida en la red”. Cosas etéreas: amistades, vínculos, deseos: factores que adquieren en la web una dimensión contractual –y se articula en estructuras con frecuencia bien visibles-.” (Fernández Porta, 2010: 235)

Frente a la imagen tan atrayente de Internet como un magma informe e indistinto, constatamos la emergencia de fenómenos vinculados con la reconstrucción de la identidad relacional y la reaparición de la responsabilidad de decir Yo. Es cierto que Internet potencia formalmente el anonimato de los emisores, pero no menos cierto es que las comunidades configuradas en su seno desprecian a quien hace uso de tal anonimato con fines no participativos. Así, el insulto anónimo en los comentarios de un post es censurado en la medida en que se basa en una lógica unidireccional de comunicación (no espera respuesta), mientras que en el cibersexo –donde la interacción participativa es un presupuesto- el anonimato es divertido siempre que se dé la cara o, mejor: el sexo, ese depositario último de nuestra identidad individual. Lo que uno esperaría encontrarse en las redes sociales es un conjunto de anónimos de identidad difusa que jueguen estratégicamente mediante máscaras y autoficciones. Esta es la imagen complaciente que nos formamos de nosotros mismos habiendo escapado de una vez por todas a las exigencias de decir yo, las obligaciones de tener un nombre propio, emancipados de los códigos de la identidad personal. Y sin embargo la identidad regresa aún en su versión mediatizada. Los roles y los códigos de conducta no desaparecen sino que se adaptan a las circunstancias. La identidad, esa enfermedad del nombre, no desaparece con la aparición de los metamedia, sino que se flexibiliza: las redes sociales explicitan como, lejos de ser una mónada autosuficiente, el individuo es un campo de fuerzas modulado específicamente por los otros. Lo que uno se encuentra cuando entra, por ejemplo, en Facebook, son perfiles detallados, radiografías exhaustivas de cada individuo, personalidad o asociación, donde la mentira no juega un papel tan relevante como la elusión. Así, por ejemplo, no es habitual que la gente finja tener otra edad en las redes sociales. En caso de no identificarse con la suya uno puede permitirse no ponerla, eludir ese factor, y así ahorrarse el que todos sus conocidos le feliciten cuando no es su cumpleaños, incluido aquellos amigos más íntimos, de los que uno esperaría una felicitación el día de su cumpleaños, amigos que, siguiendo la tónica general, se han resignado a no aprender de memoria fechas importantes y que, por lo tanto, apenas manejan otra información que la suministrada por las redes sociales. El efecto psicológico característico del contacto metamediático no es ni la sensación de ser engañado, ni la incertidumbre acerca de la veracidad de los perfiles ajenos, sino la sensación de inconmensurabilidad a la hora de gestionar la propia fantasía, a la hora de tener que tomar decisiones en la fijación de mi personalidad y en la elección de mis relaciones. La pregunta por mi identidad involucra y me reenvía inmediatamente a mi relación con los otros, y viceversa.

 En suma, nuestro objeto es la ética del internauta. Nuestra definición: toda modulación ética parte del encuentro reiterado con el otro y avanza hacia el establecimiento de códigos de reconocimiento y conducta entre aquellos que de este modo se encuentran. Nuestra premisa: en un mundo cada vez más hiperconectado como el nuestro se hace más difícil no entrar en contacto los otros. Nuestra conclusión: la famosa aldea global pronosticada por Marshal McLuhan siempre tuvo más de aldea que de cualquier otra cosa. Según un estudio realizado en Francia, Alemania, Italia y Estados Unidos, en el 2003 uno de cada cuatro e-mails enviados no salió del edificio en que se originó (Castells, 2007: 286). A diferencia de lo que pueda dictar el sentido común, no es cierto que se esté produciendo una desmaterialización ni una deslocalización de los usuarios: la elección de los amigos, primero en Messenger y después en Facebook, se realiza habitualmente con el objetivo de consolidar las relaciones ya existentes, y la finalidad última de las relaciones comenzadas en la Red Social sigue siendo el encuentro cara a cara. En fin, cada vez hay más pruebas que sugieren que Internet potencia la glocalización, esto es: la adopción de tecnologías globales para su uso local. Es más, se diría que se está produciendo una regresión a una suerte de materialidad audiovisual de los vínculos, a una suerte de regionalismo cibernético de las relaciones.

3. Gozo. Perversión. Trabajo no retribuido.

De entre las virtudes más celebradas de la Red, tiene una posición privilegiada lo que denominaremos la ideología de la disponibilidad total, que afirma que el ciberespacio es un campo ilimitado de productos disponibles gratuitamente para todos los usuarios. Según esta ideología, estaríamos ante la doble realización de nuestros sueños consumistas y democráticos: un stock ilimitado de productos para todos por igual, donde si algo no está disponible, pronto lo estará; un supermercado que carece de límites estructurales, no reconoce ninguna exterioridad y promete superar en la próxima actualización las limitaciones actuales, producto de la contingencia histórica en que se halle el imparable desarrollo tecnológico. Y es cierto que uno puede bajar películas del eMule – en su defecto verlas on-line en Megavideo-, contemplar extasiado fotos de propios y ajenos en Facebook, repasarse la obra completa de Heidegger, Nietzsche o Derrida en castellano, o, en fin, elaborar un recorrido propio a través del Museo del Prado, haciendo realidad la fantasía de André Malraux sobre un posible Museo sin paredes que no dependiera de la localización geográfica ni de la materialidad del espacio. Así las cosas, uno estaría tentado a denominar la situación social articulada entorno a la Web 2.0 con la expresión Estado de bienestar mediático: aquellos productos antaño considerados un dispendio sólo al alcance de unos pocos hoy son reconocidos como una suerte de necesidad de segundo grado. Esta situación estaría asegurada por la voluntad de interacción entre los usuarios –una de las condiciones para entrar en el juego. Todo el sistema se articula en torno al principio del trueque sólo que aquí, a diferencia de en los tiempos arcaicos, no se reconoce ningún patrón de medida. Es la ausencia de patrón de medida lo que permite que sistemáticamente se puedan hacer equivalentes, perfectamente intercambiables entre sí, productos que –en principio- poseen diferente valor. En Scribd, por ejemplo, uno puede bajarse la obra completa de Hegel con tal de que se suba algo a cambio: desde una tesis doctoral hasta una cartulina con dibujos de los cinco años. Aquí se encuentra la piedra de toque del sistema. La única condición impuesta para los surferos de la Red es no cortocircuitar la circulación de mercancías. Internet es, en definitiva, un procedimiento de intercambio regido por un movimiento circular, ilimitado y expansivo, que se adecua a la lógica del capital como anillo al dedo, con la salvedad de que le falta un patrón de medida que establezca un principio equivalencial entre las mercancías.

Hay lecturas menos utópicas de la situación actual de la Red, que afirman que la disponibilidad anárquica de los productos, la ausencia de propietarios explícitos de los medios de producción y, en definitiva, la independencia relativa de la que goza Internet respecto de los poderes fácticos no implica necesariamente una ruptura con la estructura institucionalizada del capital, ni mucho menos señala a Internet como el instrumento que terminará con la lógica de mercado. Todo lo contrario. Es muy probable que la situación actual responda a las características de uno de los momentos del capitalismo mismo, en concreto aquello que Marx denominó la acumulación primitiva del capital. Cada vez disponemos de más evidencias en favor de la tesis que sostiene que, tarde o temprano, Internet será regulado institucionalmente. Dos ejemplos recientes: la propuesta para la ley Sinde que prohíbe las descargas gratuitas y las demandas interpuestas por particulares contra Google que exigen al buscador más potente de la Red que restrinja el número de búsquedas acerca de su persona, ateniéndose para ello al Derecho de olvido. Y esto no es todo. La revista Time nos da nuevamente la clave.

2010, fin del trayecto. La revista Time designa persona del año a Mark Zuckerberg, fundador de Facebook: Internet ya tiene al menos un propietario, el sistema de intercambio de bienes ha encontrado su plataforma y su patrón oro. Esa alteridad anónima, ese Otro generalizado de la Web 2.0 –en cuyo nombre esta misma revista realizaba salvas al aire hace solo cuatro años— se ha terminando particularizando en un otro muy pero que muy concreto, y además, mira por donde, millonario. En una mirada retrospectiva, el presente nombramiento de Zuckerberg matiza y arroja luz sobre el anterior nombramiento de los internautas anónimos. Aquella condecoración de la alteridad mediática que, allá por 2006, parecía un brindis al sol, un piropo de marketing sin destinatario, un inocente discurso demagógico en tiempos revueltos donde, “como la genialidad brilla por su ausencia, ya se sabe: a falta de héroes, buena es la people.” Nada más lejos de la realidad. El subtexto de aquella portada de 2006 se podría resumir, a mi juicio, como sigue:

Puesto que Internet ya no es un simple sistema de almacenamiento de información, sino que se asienta sobre sistemas interoperables con un diseño centrado en el usuario, la revista Time, en nombre de todos los propietarios por venir de Internet, quiere dar por adelantado las gracias a todos vosotros, sin los cuales la Web. 2.0 no se mantendría en funcionamiento ni un solo instante. Os necesitamos, a todos vosotros, bloggeros, facebookeros y surferos varios de todo pelaje y condición. Gracias por vuestro ocio no retribuido. Gracias, en resumen, por vuestra adicción al trabajo, por ser unos workaholic empedernidos, hasta el punto de trabajáis aún sin saberlo, especialmente en el momento en que buscáis relajaros, dedicaros “en vuestro tiempo libre” a subir un par de fotos a FB, poner al día vuestra lista de hobbies, reestructurar vuestro catálogo de planes para el futuro lejano o el fin de semana que viene. Con todas estas actividades que, claro, vosotros realizáis libre y voluntariamente, estáis arrojando al mercado perfiles de consumo que luego utilizarán las empresas publicitarias para ofreceros justo aquello que estabas buscando. Gracias por codificaros como consumidores potenciales sin cobrar nada a cambio. Algunos se han enriquecido a vuestra costa, pero vosotros habéis obtenido, y seguiréis obteniendo en el futuro la realización de vuestros sueños. El círculo de la producción se cierra y todos felices.

¿Cuál es la conclusión que se puede extraer de este subtexto? Muy sencillo: en la era de la ilusión mediática, el ocio constituye la plusvalía que se le sustrae al trabajador no asalariado. Este ocio se basa en la aportación gratuita y voluntaria de información acerca de las relaciones y las aficiones personales de un individuo. Mediante esta exposición de la vida íntima a través de redes sociales, el individuo obtiene reconocimiento por otros miembros de la comunidad y es susceptible de ser objeto de una campaña publicitaria a nivel microfísico que le tenga a él como único consumidor potencial de un producto hecho ex profeso y a medida. Al igual que el proletario novecentista, reducido por la dinámica social a su fuerza de trabajo, el miembro de la Red Social sólo dispone de sus gustos y relaciones personales. Ahora bien, las relaciones entre las empresas publicitarias y los usuarios de Internet se aleja de los parámetros inherentes a la relación entre el trabajador y el propietario de los medios de producción, asemejándose con todo a una relación de explotación colonial: el sometimiento ante un gran Otro que coloniza, conquista y normaliza las más íntimas aspiraciones de un individuo, extrayendo de él la materia prima de la publicidad y devolviéndole el producto manufacturado de sus aspiraciones. Nativo digital es una expresión eufemística para referirse a la nueva generación de proletarios digitales o, para ser más exactos, la nueva generación de indígenas digitales explotados por una potencia colonizadora para quienes el producto del ocio sustraido regresa codificado como objeto de consumo, manufactura gozosa, realización de sí.

La diferencia fundamental con siglos anteriores estriba en que el indígena digital no se halla sometido a la relaciones de dominación convencionales, cristalizadas entorno a la figura el Amo y Esclavo, tal y como la analizó Hegel en la Fenomenología del Espíritu y la interpretó Lacan en su Seminario. Mediante la imposición del trabajo, el Amo se asegura de posponer el momento en que el deseo del Esclavo alcance su consumación. El trabajo es para el Esclavo una suerte de placer diferido que impide la realización gozosa de sí. Como se puede percibir, esta no es la situación de los esclavos voluntarios sometidos a la dinámica de los metamedia. Éstos no difieren su deseo a través del trabajo, sino que lo consuman a través de él. Es aquí justamente donde se encuentra, según la teoría psicoanalítica, la perversión: el padre no solamente exige ser obedecido, sino además amado en el ejercicio de la subordinación. Aquello que el superego impone no es otra cosa que gozar en el cumplimiento del deber. En palabras de Zizek:

“el psicoanálisis no trata del padre autoritario que prohíbe el goce, sino trata del padre obsceno que lo manda, y por eso produce impotencia y frigidez. El inconsciente no es secreta resistencia a la ley, sino la ley misma. […] Para el psicoanálisis, la perversión de la economía libidinal humana es lo que sigue a la prohibición de alguna actividad placentera, no a una vida con estricta obediencia a la ley y privada de todo disfrute sino una vida en la que el practicar la ley provee su propio disfrute, una vida en la que el cumplimiento del ritual destinado a tener a raya a la tentación ilícita se convierte en el origen de la satisfacción libidinal.” (Zizek, 1999)

Mark Zuckerberg es para la Web 2.0 lo que fuera Kurz, el personaje de El corazón de las tinieblas, para las relaciones coloniales de dominación durante el siglo XIX. Este tipo de figuras nos recuerdan que al final de la barbarie, el gozo y la incivilización de los primitivos se encuentra el mandato de un burgués acomodado. Como ya dijera Eloy Fernández Porta a propósito de los reality show: “vivimos en una cultura de la adicción al trabajo, y en ella existen espacios mediáticos donde se pone de manifiesto que la vida íntima, antaño concebida como rancho aparte, no sólo ha sido perneada por las exigencias laborales, sino que ha sido trasladada por entero a la esfera de producción.” (Fernández Porta, 2010: 130).


BIBLIOGRAFÍA.

BENJAMIN, Walter (2009): “El narrador” en Obras, libro II, volumen 2, Abada, Madrid, pp. 41-68.
BARTHES, Roland: (1997) Barthes por Barthes, Monte Ávila, Caracas.
BAUMAN, Zygmunt & CASTRO, Ernesto – LAREU, Javier: (2011) Diquisiciones en torno al homo surfer, (en prensa)
BOLZ, Norbert: (2006) Comunicación mundial, Katz, Buenos Aires.
CASTELLS, Manuel (ed.): (2007) La sociedad red, Alianza Editorial, Madrid.
DELEUZE, Gilles: (1995) Conversaciones, Pre-Textos, Valencia.
FERNÁNDEZ PORTA, Eloy: (2008) Homo sampler, Anagrama, Barcelona.
              -: (2010) €®0$, Anagrama, Barcelona.
ILLOUZ, Eva: (2007) Intimidades congeladas, Katz, Buenos Aires.
ZIZEK, Slavoj: (1999) “You may!” en London Review of Books, vol. 21, nº 6. Disponible on-line: http://www.lrb.co.uk/v21/n06/slavoj-zizek/you-may

-: (2006) Lacrimae rerum, Debate, Barcelona.

[Originalmente publicado en AA. VV.: Red-acciones, Caslon Libros, Valladolid, 2011. Parcialmente reproducido en Primer acto. Invierno 2014.] 

5 de diciembre de 2014

A ver si se habla de mi libro.

“Yo he venido a ver si se habla de mi libro” fue la broma que me respondió un escritor de provincias a la pregunta por su asistencia como público del festival EÑE que tuvo lugar el pasado viernes y sábado en Madrid. “A pasarlo bien en realidad”, confesó finalmente. Y es que el EÑE tiene un carácter conciliar difícil de ignorar. A la voluntad de enterrar el hacha de guerra entre escritores durante las 48 horas que dura el festival se suma en las últimas ediciones la ampliación del programa hacia campos de creación donde el aspecto lúdico es más evidente. No es de extrañar que el evento más concurrido del fin de semana fuera el Ultrashow de Miguel Noguera, realizado en paralelo a una mesa sobre Mortadelo y Filemón, justo antes de otra mesa sobre el fetichismo de las publicaciones periódicas en papel. En esta edición han sido el humor, el cómic y la prensa, de la mano de la cata de vinos, la música de cierre y el típico pinchito en la c/ Madrazos, a la vuelta del Círculo de Bellas Artes, los elementos que han asegurado el pasárselo bien de nuestro escritor de provincias. Y del capitalino también.

El primer día del festival la editorial Lengua de Trapo organizó en la zona chill out una mesa de narradores latinoamericanos formada a partir de Huellas en el mar, la antología de Domenico Chiappe. Entre el ruido de la barra del bar, el sistema de ventilación y los típicos corros de cotillas, apiñados en una estrecha tarima y ante un público sentado sobre escabeles, tres escritores que viven a caballo entre sus países de origen y España (María Fernanda Ampuero, Juan Carlos Méndez Guédez y Rafael Romero) intentan responder a las preguntas que formula Fernando Varela sobre la identidad híbrida del migrante, el renacimiento de la crónica, la superación del realismo mágico, los distintos registros de la lengua española y el carácter conservador del lector español comparado con el de los años 70. En mitad del debate apareció un bebé en escena y tiró de un manotazo las cartelas con los nombres de los ponentes ante el aplauso y el estupor de los presentes. 

Inmediatamente después, en la elegante Sala de las columnas del Círculo de Bellas Artes, Patricio Pron y Rodrigo Fresán departieron en la penumbra sobre el ser del literato argentino delante de un piano de cola. El contraste con la mesa de América Latina no pudo ser mayor. Comenzaron hablando en clave autobiográfica y aprendimos que el primer texto que leyó Pron fue el Libro rojo de Mao y que Fresán ya quería ser escritor antes de haber aprendido a leer y escribir. Siguieron hablando de las Malvinas como modelo del poder de la ficción. “Según los medios de comunicación, Argentina estaba ganando la guerra... hasta que la perdió”, subrayó Pron. Fresán llamó escritores frustrados a los periodistas, destacó el modelo de Fitzgerald para lo bueno (su obra) y para lo malo (su vida) y puso ejemplos rebuscados de la idea de que todo libro en última instancia trata sobre su propio proceso de escritura. Véase Drácula de Bram Stoker. Pron aderezó la noche con citas de escritores en apuros (Valle Inclán pidiendo un adelanto a su editor para comprarse un brazo artificial) y dejó clara su opinión sobre Ernesto Sábato: “El peor de los escritores argentinos, cuya fealdad física seguramente sea un trasunto de su fealdad moral.”
Una de las citas que leyó Pron, de El antólogo de Nicholson Baker, calificaba a la poesía de “trenecito de juguete de falsas estrofas de carne picada”. Sin embargo, la poesía ocupó un lugar importante dentro del festival gracias a la firma de Elena Medel, directora de la revista EÑE, cuya apuesta por la poesía joven tiene mucho de personal y mucho de político. El viernes se proyectó el documental Se dice poeta donde una docena larga de señoras que escriben en verso se posicionan en contra del término “poetisa”. Más allá de la cuestión aparentemente nominal, la película recoge un malestar sobre la visibilidad de la mujer en el mundillo literario que Medel despeja en este caso concreto invitando a recitar a cuatro autoras nacidas entre 1986 y 1992 (Elvira Sastre, Luna Miguel, Estel Solé y Ángela Segovia) y suscitando a la vez una nueva incógnita acerca de la sobre-representación de las más jóvenes dentro del conjunto de las mujeres que se dedican a juntar versos. No cabe descartar motivos de presencia escénica, evidente en el caso de Segovia y Sastre, siendo el recitado de la primera un modelo de coito poético interrumpido y el de la segunda un modelo de catarsis emocional a través de la palabra.

Y de las palabras pasamos a las imágenes en lo que fue un cierre elegante con el novelista Ignacio Martínez de Pisón y el cineasta Rodrigo Cortés en estado de gracia, encontrando la palabra justa para cada ocasión y trasmitiendo una proximidad que seguramente habría que catalogar dentro de los efectos especiales de la industria, hablando de los conductos secretos entre cine y literatura. Martínez de Pisón sintetizó en una frase la diferencia entre las dos adaptaciones cinematográficas de su novela Carreteras secundarias: “En la versión francesa es cierto que se escucha crecer la hierba”. Cortés por su parte definió el rodaje como “una acumulación vertical de dolor sostenida en el tiempo”, explicó que su modelo de montaje/corrección consiste en intentar mirar el material distanciadamente, con una mirada ignorante y dispuesta a dejarse seducir, para ver si la seducción tiene lugar. Y por último defendió y sostuvo que la verdadera opinión de un creador sobre el mundo, más allá de lo que diga delante de un micrófono o en una entrevista privada, es su vocación de estilo como forma de acercarse a una realidad singular, la que él mismo ha creado. Una declaración que en verdad arroja una sospecha sobre el interés objetivo de un festival como este, donde lo visible no es la obra del literato sino su cuerpo presente, la opinión en lugar del estilo, toda vez que, como dijo Fresán en su mesa redonda: “El escritor no ejerce en público su profesión, a diferencia del deportista y la modelo, porque el hecho de hacerlo, la mera idea de ver a alguien inmóvil delante de una pantalla durante horas y horas, normalmente mal vestido, es algo muy poco fotogénico”.

[Publicado originalmente en Eldiario.es. 24 de noviembre de 2014.]

19 de noviembre de 2014

Ser una joven promesa toda la vida.

Juan Francisco Casas concedió este verano una entrevista a una periodista ignorante que le preguntó por el trasfondo filosófico de unas tías buenas retratadas a bolígrafo. La respuesta evidente, el hedonismo doméstico, debería intuirla quien haya oído hablar del origen mítico del dibujo griego, según mi padre: la silueta de un amante que marcha a la guerra. La periodista llamó “joven promesa de toda la vida” a un artista con una trayectoria expositiva de quince añitos a sus espaldas. Casas ganó el premio nacional de su carrera en 1999, la periodista se sorprendió de la prudencia de sus palabras y esto no es noticia. En 1870, Nietzsche escribió que los buenos artistas suelen ser tartamudos y analfabetos como Thorvaldsen, porque la creación tiene lugar en mitad de la noche: “una hora poderosa, plétora de fantasía”; sobre los periodistas no dijo nada. Solo los mejores, esto es, los más listos saben que la noción de promesa es la forma que tienen los viejos verdes de tutelar a los jóvenes, como hacía Sócrates con Alcibíades, ignorando la juventud presente y celebrando la jubilación futura, pues un artista bueno es un artista muerto y hay que matarlo todavía en vida, o como traduce Alfonso Ortega la Pítica II, 73:

“¡Hazte el que eres!, como aprendido tienes.”

¿Cuándo termina la juventud? Según Helvetius, a los 35 años. Si a esa edad un filósofo no ha desarrollado un pensamiento original, no lo hará nunca. ¿Y qué pasa con Kant? Von Neumann puso el listón de los matemáticos a los 25 años y luego fue levantando la mano conforme se hizo viejo y la Gran Depresión arruinó a la juventud austriaca. Pero es cierto que grandes hallazgos matemáticos fueron realizados prácticamente por post-adolescentes: Newton y Leibniz se disputaron la creación del cálculo infinitesimal cuando tenían veintipocos; Abel y Galois solucionaron problemas milenarios en el instituto y no vivieron para contarlo; por eso la medalla Fields no se concede a menores de 40 años, porque se entiende que por encima de esa edad hay poco que calcular salvo cuánto queda para la muerte. De músicos precoces mejor ni hablamos. ¿Y de poetas? Tanta precocidad acumulada en los campos más formales de la creación humana nos lleva a suponer que hay algo vinculado con la facilidad de aprender y desarrollar un lenguaje abstracto mientras todavía tenemos el cerebro en periodo de formación o de maduración, si es que esto tiene algún sentido neuronal, sumado a la audacia y a la fortuna que —según Maquiavelo— suelen acompañar a los principiantes.
Ya se sabe: Concentración + Agresividad = Ajedrez. Véase a Hans Magnus Carlsen, nacido y criado un país sin tradición ajedrecística, Dinamarca; miembro por tanto de una generación que lo ha aprendido prácticamente todo de los ordenadores, ordenadores que todavía carecen de la capacidad de computación necesaria para elaborar una partida tan perfecta como aburrida, donde la ventaja de jugar con blancas sea siempre decisiva; ordenadores que por el contrario han reforzado la precocidad de este deporte, permitiendo que los chavales aprendan en una tarde lo que antes eran varios meses de estudio. Decídselo a Bobby Fischer, que tuvo que aprender ruso para leer los manuales de jugadas de su época. Los requisitos de agresividad y concentración, sin embargo, siguen siendo los mismos. Por eso los experimentos que describe Leontxo García en Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas son tan raros:

“El ajedrez-boxeo es un deporte nuevo que está teniendo éxito sobre todo el Londres y varias ciudades alemanas. Cada combate consta de once asaltos alternos; seis de ajedrez, que duran cuatro minutos cada uno, y cinco de boxeo, de tres minutos. Los de ajedrez se disputan con unos cascos por donde los jugadores oyen música a todo volumen para evitar que los espectadores puedan darles consejos sobre cual es el mejor movimiento. Y hay países, como Estados Unidos o Islandia, donde es obligatorio que los asaltos de boxeo se disputen también con cascos protectores, para reducir el riesgo de daños cerebrales. [...] Andrea Kuszweski sostiene que el ajedrez y el boxeo activan partes muy distintas del cerebro; por un lado se producen enormes descargas de adrenalina, sobre todo al boxear, y por el otro, se utiliza mucho la capacidad cognitiva, sobre todo en el ajedrez. Y como el equilibrio necesario para destacar en ese deporte implica controlar las emociones, Kuszweski concluye que el ajedrez-boxeo u otras actividades similares serían muy adecuados para prevenir conductas agresivas, como la del joven que causó la matanza de Arizona.”

Esa conclusión con moraleja es una locura. Primero fue la sublimación vía escenificación del machismo y la violencia pandillera en las peleas de gallos entre raperos, y ahora es el ajedrez lo que traerá la eudaimonía de vuelta a nuestras calles. ¿Alguien se acuerda de los 26 millones de parados europeos? Muy pronto veremos a los tertulianos como Marhuenda confundiendo causalidad y atenuantes: “Empiezas jugando con negras la Defensa Indobenoni y terminas atracando un banco”. Razones para lo segundo no faltan. Que vigilen por tanto a Irene Nicolás, la subcampeona mundial de ajedrez de 17 años, ahora que ha dejado el deporte porque le aburre, le aburre, ahora que ha perdido su epíteto de promesa para engrosar la lista de los has been, junto a María Isabel, el niño gordo de Aquí no hay quien viva, y en una escala inferior de nivel, hasta un servidor de Ustedes, que publicó un libro y se volvió a saber de él, no vaya Irene Nicolás a extraviarse con un comienzo tan prometedor como el suyo y terminar de becaria o en el paro. Como todos nosotros tarde o temprano.

[Publicado originalmente en Input. 19 de noviembre de 2014.]