30 de junio de 2014

Colorín Colorado #6. Mercedes Cebrián

Hablamos con Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) sobre su último libro y primera novela (El genuino sabor, Random House Mondadori), abordando temas habituales dentro de su escritura como la comida como construcción social y política (Cebrián hizo un reportaje bastante iluminador sobre el freeganismo en Londres durante los Juegos Olímpicos de 2012)  o el problema de la autenticidad y de la identidad en la época de la Marca España (cierragrifos y apagaluces: ese sería el modelo del español bajo Franco y bajo la crisis, ante todo austero) o la relación de atracción/repulsión que mantiene con el costumbrismo y la literatura de almanaque, como confesó ante Patricio Pron y David Trueba en 2012. El poema que recitamos al comienzo del programa forma parte de Mercado Común (primera parte, sección E).


Escucha el programa AQUÍ.
En abierto hasta el 6 de julio.

28 de junio de 2014

Trash-umanismo. El ya sido de una ilusión.

Lo malo del transhumanismo es su nombre. Si Leon Kass, el miembro del consejo moral de George W. Bush, hablaba de la sabiduría de la repugnancia para referirse a las intuiciones emotivas que subyacen al rechazo que genera en nosotros la idea de sodomizar a nuestro hermano gemelo, podemos hablar de la estupidez del neologismo para referirnos a las peleas de gallos que montan los filósofos continentales por un prefijo de mas o un ismo de menos. Véase la parafernalia etimológica que armaron sobre la traducción del Übermensch nietzscheano a nuestras lenguas romances. La pelea a muerte entre el superhombre de Andrés Sánchez Pascual y el oltreuomo de Gianni Vattimo ocupa mínimo un párrafo en los tratados epigónicos a partir de  Martin Heidegger, Peter Sloterdijk y hasta Michel Foucault sobre el asunto. La acusación timorata de nazismo les va en ello: ese más allá de lo humano, ¿debe entenderse como asunción hegeliana (Aufhäbung), como disolución francesa o como desbordamiento (Überwindung)?
No menos polisémico es el humanismo. Cabe distinguir, como hace Félix Duque, entre las humanidades como aprendizaje del saber hacer práctico de los clásicos (de Cicerón a Zhuangzi, de Zaratustra a Ibn Jaldún) y el humanismo como ideología de la plasticidad constitutiva del homo sapiens sapiens que insiste en la necesidad de determinarla responsablemente. Bajo esta última categoría se encuadra tanto el existencialismo de la resistance dubitativa de Jean-Paul Sastre como la eugenesia socialista propuesta por August Bebel. Hay dos nociones en juego: (i) la humanidad como ese conjunto de memes recurrentes a lo largo de la historia y la geografía que conviene estudiar para hurtarse la repetición del ignorante; (ii) la especie humana como esa argamasa biológica cuyas posibilidades de transformación superan con mucho las limitaciones estructurales del genoma.
            El transhumanismo prototípico de FM-2030 se encuadra dentro de esta segunda tradición formulando una pregunta realmente capciosa: si pudieras modificar tu naturaleza, ¿por qué no hacerlo? La pregunta es capciosa porque la historia del desarrollo tecnológico —ya se llame progreso o decadencia, emancipación de la necesidad o alejamiento de lo auténtico— no es sino una sucesión de cambios realizados a conciencia sobre un estado inicial, que puede llamarse esencia solo para entendernos, aunque sea producto y resultado de un mecanismo funcional análogo de mutación/selección: la evolución. Desde este punto de vista, los mind children de Hans Moravec o los citizen cyborg de James H. Hughes no serían sino la conciencia de la dinámica evolutiva, igual que los transgénicos —si dejamos a un lado el oligopolio de las patentes de semillas y los efectos del cultivo sobre el entorno en términos de diversidad y fertilidad— no serían sino la culminación de la agricultura como procedimiento de maximización del número de bocas alimentadas por metro cuadrado de tierra.
Pero el desarrollo tecnológico es también la historia de los obstáculos económicos a la rentabilización de sus invenciones. Hay que recordar que el molino hidráulico, un artefacto intensivo en fuerza de trabajo, que ahorra cantidad de esfuerzo animal y/o humano, se inventó en el siglo I d.C. en Palestina pero no llegó a popularizarse hasta la conversión del régimen esclavista romano en la economía servil/feudal del Medievo: hasta entones había brazos baratos de sobra como para preocuparse por incrementar su productividad marginal. Las reticencias contra la nanotecnología generalizada de Eric Drexler, sin embargo, tienen que ser de índole moral o incluso teórica, como la oposición de Richard Smalley contra semejante ensamblaje molecular, pues resulta evidente que nuestro sistema productivo demanda la existencia de autónomos que puedan mantenerse despiertos y trabajando 24/7, como reza el título de Jonathan Crary. Veamos las opiniones del espectro político.
La derecha suele temer la pérdida del factor x que nos hace humanos, en palabras de Francis Fukuyama, ante lo cual utilitaristas defensores de los derechos animales como David Pearce replican que ese je ne sais quoi podría reforzarse, en caso de poderse determinar su casuística biocultural, pues la genuina discusión consiste en especificar los principios normativos con que pensamos programar cada homo excelsior personal. ¿Vamos a potenciar la empatía o el egoísmo? ¿Ser listo o ser feliz? No son dicotomías excluyentes, como señala Pearce, que propone el punto medio de la hipertimía, un paraíso de felicidad inteligente donde los grados superiores de realización o eudamonía cumplirían la función de acicate que hoy desempeña el látigo del salario o el runrún de la envidia. Los teóricos de la responsabilidad tecnológica (Hans Jonas y su erística del miedo; Gunther Anders y la amenaza de obsolescencia; Ulrich Beck y su teoría de riesgos) seguramente responderían que la complejidad estructural de los ecosistemas no aconseja meterse en aventuras de ingenieros como exterminar a las especies carnívoras (Jeff McMahan) o conculcar el derecho de las generaciones futuras a decidir sobre su propio ADN (Jonathan Glover).
La izquierda suele temer que la ingeniería genética o el wireheading sean privilegio exclusivo de los ricos o que, en caso de abaratarse su precio a través del mercado, aceleren las dinámicas consumistas y competitivas de nuestra sociedad, convirtiendo en identidad biológica la ausencia de movilidad social: los pobres del futuro no solo serán moralmente reprobables conforme a la mentalidad vocacional del empresario, que llama perdedor a quien no alcance o incluso comparta sus objetivos de profesión; serán directamente considerados miembros de una especie inferior. Los extropianos originales de California, Max More o Tom Morrow, confiaban en los poderes democratizadores de la comercialización, que tan buenos resultados está dando en materia de ordenadores y recientemente smartphones, pero la comparativa no debería hacerse con las compañías telefónicas, que proveen de un servicio sin demasiado laboratorio a sus espaldas, sino con las empresas de farmacia, cuya aceptación de los principios mercantiles conlleva privilegiar la investigación sobre enfermedades en última instancia respaldadas por los gastos, el poder de compra del enfermo. Mejor suena la ingenuidad administrativa de Peter Singer, quien propone repartir la suerte del tratamiento biotécnico mediante una lotería universal gratuita, cuyo parecido con la carnaza televisiva proletaria estilo Princesa por un día no debería echarnos para atrás.
Como todo milenarismo que se precie, los transhumanistas tienen muchas profecías sobre el juicio final, que han tenido que atrasar según se acercaba el momento de la verdad y los signos de la salvación no acababan de aparecer; errores de cálculo que, lejos de tomarse como evidencia refutatoria del wishful thinking optimista y tecnófilo, han reforzado el sentimiento de pertenencia y seguridad de la comunidad gracias a la capacidad imaginativa de sus integrantes, amén de un famoso sesgo cognitivo. Nick Bostrom se pregunta si estamos viviendo una realidad simulada por la conciencia uploaded del futuro; resulta más probable el escenario de la catástrofe ecológica en que nunca llegamos a producir cerebros en bañeras porque hay cosas más urgentes que hacer. Ray Kurzweil publica The Singularity is Near en 2005, aunque resulte evidente que la velocidad de los hallazgos tecnológicos ha decaído desde la mitad del siglo XX, cuando John von Neumann y Alan Turing acuñan las teorías que hemos estado puliendo todo este tiempo, aumentando la velocidad de computación de nuestros procesadores conforme a la ley de Moore, viviendo en última instancia de las rentas de Isaac Asimov o Stanislaw Lem, cuyas utopías necesitan un recambio urgente.

[Publicado originalmente en Directa Expressions. 18 de junio de 2014.]

27 de junio de 2014

Cuatro notas para la presentación del libro de mi padre.

1. Incipit parodia. Me interesa la distinción entre el prologuista y el telonero. El orden de aparición contiene en ambos casos una jerarquía implícita. Anticiparse en un caso significa presentar tus respetos, y en el otro es sinónimo de alcanzar cierta fama prestada. El telonero prepara; el prologuista justifica. Uno calienta el banquillo; otro llama la atención. Yo he sido telonero de mi padre varias veces. En segundo de carrera organicé un cineforum en la facultad de filosofía de la UAM y le invité a que hablara sobre la estética de Stalker, la película de Andrei Tarkovski que íbamos a proyectar esa misma tarde. Cometí el error de repasar sus últimas publicaciones y presentarle como el profesor Castro de estética ante un auditorio que conocía al dedillo nuestro árbol genealógico y estuvieron toda la proyección bromeando sobre aquella parábola del padre y del hijo que, una vez que estaban juntos, se comportaron como perfectos desconocidos.
Se trataba de Edipo Rey, por supuesto.

2. La casa de citas. La presentación de un libro seguramente sea el acto social más gratuito que conozco: unos cuantos amigos glosando las virtudes de un ejemplar que la mayoría del auditorio —incluido alguno de los presentadores— no ha leído. Mucho saber solapado: sacado de la solapa. Una exhibición de egolatría a la que los lectores asisten para constatar la diferencia entre el autor y su obra. Por mala que sea, siempre será mejor que su artífice en el momento patético del baño de multitudes. Por suerte, el fetiche del cuerpo presente o las ganas de tener una firma o simplemente las buenas formas de un público con mucho tiempo libre evitan que aquello se convierta —por lo normal— en una devolución masiva de ejemplares. Mi próximo libro lo presentaré con los guantes puestos. Sobre un ring. Con el editor en la esquina opuesta.
Dentro del género de las presentaciones, la más intrigante a la que he asistido fue la de un libro de mi padre —no diré cual— donde el editor se dedicó a elogiar los aspectos formales del ejemplar durante veinte minutos: que si tenía n centímetros de margen derecho para tomar notas, que si la página no reflectaba la luz del sol porque el papel era x, etcétera. Cómo se nota que era una editorial universitaria. Ni siquiera llevaron ejemplares para vender en la presentación. La contratapa mencionaba un dato importante: el número de notas a pie de página. En todos los libros de mi padre hay como mínimo el doble de notas que de páginas.
Lo que me recuerda la reflexión de Hannah Arendt sobre la obsesión que tenía Walter Benjamín de componer un libro a partir de citas: ¿cómo puede ser posible que alguien con una capacidad estilística tan poderosa sienta la necesidad de fortificar sus juicios tras unas referencias a la autoridad que no necesita ni reconoce? El desafío que tiene que afrontar mi padre sería escribir un libro sin citas.
Arte y política en la era de la estafa global son 178 páginas, 400 notas y dos portadas. Si le quitas la contratapa parece el libro blanco de Fernando Castro. Pero no es justo que solo figure su nombre en la portada, pues aquí aparecen todos los filósofos, sociólogos y críticos culturales de referencia para escribir sobre el presente. Unos dirán que la abundancia de referencias, esa obsesión por respaldar y fortificar ideas propias tras las ajenas solo revela una valentía deficiente. La conversión del profesor de filosofía en un perpetuo Dj residente que siempre termina pinchando los mismos temas de siempre (Zizek, Negri y Baudrillard) como forma de hacer tiempo hasta que aparezcan pensadores más originales que samplear.
Otros hablarán del Agamben de la crítica cultural, capaz de atrapar el Zeitgeist de nuestro tiempo a través de la conjunción de pensadores y productos culturales de distinta procedencia, ignorando en todo momento las divisiones escolásticas y las discusiones normativas, aspirando a captar una suerte de mínimo común denominado por saturación de ocurrencias y recurrencias, mostrando con honestidad el origen de esta o aquella idea. Pues nadie piensa ahora desde la estufa de Descartes. O como dice algún crítico amigo de la familia:
A mi me pagan por copiar las citas de Fernando en mis catálogos.
Mi posición está a caballo entre ambos juicios. Por un lado he visto a las mejores mentes de cualquier generación destruidas por los índices bibliográficos y por otro lado considero que el camino del exceso libresco conduce al palacio del discurso propio. Leibniz dixit: un poquito de filosofía convierte a los crédulos en ateos; un mucho confirma la idea de Dios a los modernos.

3. Quien a hierro mata. «Las fábulas del neoliberalismo son una mezcla de andanzas y de traspiés, que combinan el desmentido tras la torpeza mayúscula o la amarga toma de conciencia de que el mensaje "no ha llegado" cuando la derrota impone su cruda ley. La narrativización de la acción política suscita un torrente de comentarios (una tendencia a la sobreinterpretación o "hiperglosia") mientras la inflación de historias arruina la credibilidad del narrador. El hombre político contemporáneo ha desbordado el paradigma del "chaquetero", consciente de que defraudar, dar la espalda a los compromisos y sacar el mejor partido de las circunstancias es, en buena medida, un comportamiento reprobable pero normativo. Aunque da la impresión de que el hombre político es una especie de corcho capaz de flotar incluso atravesando las peores circunstancias, también es manifiesto que el crédito dura poco en este terreno, como le ha pasado al hiper-mediático Obama que ya comenzaba a ser un "pato cojo" a mitad de su primer mandato; ese fracaso no debe achacarse, como es habitual, a un defecto de marketing sino precisamente a los excesos del marketing político: el que apuesta por el espectáculo perecerá por el espectáculo.»

4. I would prefer. Una vez escuché cómo una galerista decía: “Te presento a Fernando Castro, el Carlos Boyero del arte”. La analogía es y no es válida. Lo es en tanto que Boyero reconoció que su intifada contra Pedro Almodóvar se parece a la de mi padre contra Miquel Barceló. Ambas comparten las mismas ganas de ajustar cuentas con los mimados de la Transición, miembros egregios de la generación tapón de los 80, abuelos cebolletas de la cultura de la ceja, cuyo reconocimiento internacional tiene que ver con la promoción por parte de nuestras instituciones culturales del estereotipo: pintura abstracta + cine castizo = tipical spanish. No obstante, mi padre critica la vanguardia de pacotilla desde una apreciación de partida del riesgo formal que brilla por su ausencia en el paladar clasicista de Boyero.
      Como buen adorniano, mi padre denuncia el presente desde el pesimismo de quien sabe que resulta imposible hurtarse de participar en el sistema que uno critica. ¿Contradicción? Ya será para menos: quienes reclaman, por ejemplo, que dimita del patronato del Reina Sofía por sus divergencias respecto de algunas decisiones tomadas por el director del Museo son cómplices en última instancia de la gestión de las instituciones culturales según el modelo de los cuarteles, pues entienden que uno solo debe estar allí donde reine la comodidad, no donde la fricción y el disenso sea un factor de mejora. Sueñan con una comunidad donde la autocrítica no cumpla ninguna función porque todo estará bien.
      Se engañan. 

22 de junio de 2014

Esta guerra de clases no ha terminado.

Si el modo que tenemos de comprender la realidad está marcado por nuestra posición de clase, cosa que está dicha con cierta solemnidad en cualquier tríptico de marxismo para dummies, entonces escribir sobre alguien de distinto estrato social requiere —si queremos evitar el estereotipo— capacidad para ponerse en el lugar ajeno. Martin Amis (1949) no tiene edad para recibir lecciones de empatía y su última novela en castellano, Lionel Asbo. El estado de Inglaterra, lo deja claro. Una sátira del lumpen vuelto nuevo rico, una ilustración del dictum de Gilles Lipovetsky, según el cual los marginados del sistema —si es que existe un sistema— no quieren hacer la revolución, sino formar parte del mismo y vivir la dolce vita: este sería el contenido aproximado de Lionel Asbo, una roman à chef escrita desde los fortines de la distinción aristocrática. Pues Martin Amis no es un cualquiera.
Heredero de una familia de buenos narradores, es un lugar decir que Kingsley Amis (1922-1995) poseía mayor penetración psicológica que su hijo cuando tocaba delinear tipos sociales complejos en sus relatos; no por más dicho pierde su verdad. Véase incluso antiguos puntazos del mismo autor, bastaría recordar la célebre Dinero (Anagrama, 1988)  para constatar hasta qué límite consigue volverse una caricatura de si mismo quien limita su crítica de la sociedad inglesa a indicar que los pobres que ganan la lotería no saben comer langosta en sitios caros. O en palabras de Theo Thait al The Guardian: «Debe ser difícil para Martin Amis el nunca saber del todo si es un tesoro nacional o una vergüenza».
Esta sería la nuez de Lionel Asbo: el homónimo protagonista, cuyo apellido forman las siglas de la Anti-Social Behavior Orden, la ley que a los tres años penó su primer crimen, vive en Diston y dedica sus ratos libres a instruir a su sobrino Desmond en los sagrados principios de la adolescencia (básicamente sexo & peleas) mientras alimenta a sus pitbuls con Tabasco; es el jefe del hampa local. Desmond, quien a la sazón se zumba a su abuelita junto a la chimenea, apunta a futuro working class hero porque acude a clase, apenas consume porno lésbico y parece querer escapar de la trampa del pobre, que consiste en convertir su situación en distinción estética. Desmond termina encarnando el contrapunto intelectual de la narración.
Todo Moriarty necesita su Paradise.
Martin Amis compone con estos mimbres un relato de ascenso y caída del lumpen. Lo de menos son los detalles narrativos, pues uno nota que toda la carne está puesta en el asador del estilo: cómo hablan y cómo piensan los chavs. Hay que decir que el retrato es pan comido, máxime para un escritor de su talla, aunque esté bien hecho a costa de perder tensión en el relato. Enredándonos en diálogos lamentables sobre AQMF (Abuelas Que Me Follaría), intercalando reflexiones en primera persona especialmente sobresalientes que nos sitúan en el contexto a través del punto de vista de Desmond, Martin Amis nos lleva de la mano hasta la confirmación de nuestros prejuicios clasistas.

No sería tanto política cuanto formal mi lectura de Lionel Asbo, el sí, pero no que quisiera ponerle a Martin Amis. Nadie duda que su forma de componer desborde el esquematismo de otras aproximaciones folletinescas al desclasado; sus antiguas novelas dan buena cuenta de ello. Pero los anillos en los dedos siempre pesan, la principal competencia del escritor británico es él mismo 30 años más joven. Entonces tenía a su favor un factor que parece ausente en Lionel Asbo: eso que los cursis llaman humanidad. Si llegamos a aprender algo leyendo ensayos como Chavs, el ensayo de Owen Jones sobre las clases bajas en UK, o simplemente sobreviviendo a nuestro contexto, es que tras la pobreza o la bisutería, bajo los chándales baratos también sigue habiendo gente, gente con historias personales. Martin Amis retrata triunfalmente una sociedad donde comer langosta todavía significa algo, donde los cuarteles de la distinción clasista siguen firmes y en sus puestos; el estereotipo compete en este caso a quien mira de esta forma a los demás. Así pues, El estado de Inglaterra es un juicio del propio autor (y su clase social) in absentia.

[Publicado originalmente en Quimera. Marzo 2014.]

Colorín Colorado #5. Festival (Off)Sonar

Los herederos de Rashad. 
150 min. de Castro & Castro.
Escucha el programa AQUÍ. 
En abierto hasta el 30 de junio.
Hablamos con Manuel Castro (Madrid, 1994), esto es, el hermano pequeño del presentador. Esta charla en familia, una suerte de entrevista con el vampiro, dada la sapiencia musical del joven Castro, imposible ensayarla ante el espejo, tiene como objetivo la última edición del Sonar, el festival de música electrónica que tuvo lugar la semana pasada en Barcelona y al cual NO fuimos. Estuvimos por el contrario asistiendo a fiestas privadas montadas por discográficas, principalmente en Poble Espanyol (el Disneyland de la pluralidad cultural ibérica donde Max Aub y André Malraux rodaron su película en defensa de la República en 1937) y la disco Be Cool. En esta tuvo lugar lo que los asistentes han calificado (¡exageraos!) de la mejor fiesta de su vida: el décimo aniversario de Hyperdub en recuerdo del fallecido rey del footwoork, Dj Rashad (1979-2014).

Hacemos sociología de encaje de bolillos (esto es: de abuela) comentando la indumentaria mayoritaria entre las chonis británicas: un bañador de una sola pieza estilo Vigilantes de la Playa. Tampoco se nos escapa la conversión del hipster local a la estética de Atapuerca, un genuino gentleman de las cavernas: profusamente tatuado, barba afgana y dilatadores en las orejas. Lo bueno del tecno, como dice Leticia García de Playground, es que el protagonismo lo tiene la pluralidad de vestimenta que lleve el público, en ocasiones llamada anti-moda por su condición de reserva de lo que mañana se llevará en la pasarela.

Para hablar del Sonar, como herejes que somos, nos basamos en las crónicas de Vanity Dust, Beto Vidal y Pau Cristoful. El tema de debate del programa es la polémica FESTIVAL VS. CLUB, ¿qué espacio conviene más a la electrónica? Nos las damos de puretas, pero no tanto, y las analogías filosóficas (la caverna de Platón: classsic) se mantienen en el punto justo de ebullición. Y también hacemos un poco de tipología y autobiografía del joven Castro: cómo llega un estudiante de literatura comparada y estudios fílmicos (aunque no estuviera en la universidad cuando empezó a escuchar música electrónica, vale como descripción sociológica) a interesarse por este estilo musical en una ciudad como Madrid, sin las conexiones festivaleras o la tradición de Barcelona (¡término eterno de comparación!). Una ciudad donde suele asociarse esta música con un chunda-chunda de bajo estatus cultural gracias a la conjunción astral entre ignorancia, elitismo y chovinismo que llamamos clase media. 

La pregunta es, pues: ¿cómo escapar a la clase media? Y los temas que hemos pinchado, por orden de aparición, que no de calidad estética, pues aquí prima el carácter representativo respecto de lo charlado, y no nuestro gusto particular, son:

1. Rusko - Woo Boost.
2. Ben Frost - Venter.
3. Novelist - Free Style para RA Sesions.
4. Sailor & I - Turn Around (Âme Remix).
5. Special Request - Hackney Parrot.
6. Bok Bok - Howard. 

Todos los castrati #1.

Ernesto Castro: Qué hay, papa. He pensado en lo que discutimos y dejamos de discutir en la última edición del festival sos 4.8 sobre cultura del fan y política en tiempos digitales. Sobre la cuestión de Interné me parece que habría que matizar el optimismo complaciente acerca de la democratización de las tecnologías de la comunicación y el carácter plebeyo de la cultura digital, cuyo defensor más acérrimo es Henry Jenkins, quien llega a tomar en serio la politización disneyficada de los que forman el Dumblendore’s Army, ese lobby social hecho a partir de Harry Potter (¿realmente es necesario saludarse con gestos raros y llevar capas kitsch para reclamar nuestros derechos sociales?). Hay que contrastar, como digo, este optimismo de la voluntad convertida en palmadita en el hombro del freak de turno con ese pesimismo (diríase que racional o razonable) que han expresado los viejos hackers, que entonces defendían una naciente cultura libre, todavía no calificada oficialmente como violación a trasmano de los derechos creativos o intelectuales, y que ahora suelen criticar la incorporación de criterios puramente monetarios cara a visibilizar o posicionar los contenidos digitales. Hay que decir que tienen razón en una cosa: el núcleo de la ideología cibernética es la idea del espacio ocioso, que las compañías que monopolizan las plataformas aprovechan para explotar los rendimientos económicos de nuestras actividades de divertimento. Finalmente lo recreativo se convirtió en gesticulación filantrópica cara a los balances empresariales.

Fernando Castro: No deja de ser significativo que la “academización del fenómeno fan” adquiera su máxima aceleración en el tiempo de la saturación de la obscenidad hipernarcisista (proporcionada por facebook, twetter y sus derivados) que producen el efecto, analizado por Crary, del 24/7: hay que estar conectado permanentemente y simular una erudición enciclopédica sobre cualquier tipo de frikada. Pienso en el anuncio de “Desigual” para el día de la madre con la individua pinchando condones y la rápida aparición de una “tormenta viral”. En realidad están todos entregados al seminario (valga el chiste malo sobre el “logos spermatikos”) jugando todos los rolos de la devoción, desde el monagüillo pre-trincador (pasando el cepillo para apropiarse de la caridad bien-intencionada y estructuralmente podrida) hasta el sacristán de calzoncillo apestoso de orines a destiempo, del campanero dispuesto para hacer sonar a muerto a la beata lúbrica. En nuestro “fan club” aceptamos una ideología de lo convergente mientras las grandes empresas amplían sus sistemas monopolísticos. Les viene de perlas nuestro “idiotismo”, esto es, la convicción de que somos únicos, glamourosos y super-hispeterizados. Me alegra ver tanta barba para poner la mía a remojar.

EC: ¿Y qué me dices de la solidaridad cibernética de les damnés du router convertida en un apuntarse al penúltimo bombardeo de indignación a golpe de like? Esta estrategia política tancredista, que consiste en quedarse quieto para así poder pasar de todo y estar a la vez a todas, según la canónica definición de Federico Jiménez Losantos, no deja de revelar la impostura del recostarse en la butaca del cuarto de estar viendo la flash mob del otro día. Ante este percal de militantes hogareños, hasta el selfie de quien estuvo allí presente para instagramarlo, o mejor aún, recibió un donoso moratón por parte de machaca policial que solo-recibe-órdenes, como se repiten los descerebrados que, careciendo de sesera, perderán luego el casco en buena lid, nos parece heroica esta gimnasia revolucionaria cuando en verdad debería incluirse en el catálogo de las encerronas epic fail fruto del auto-engaño estratégico, como cuando un defensa de nuestro querido Barça confía en que Gareth Bale no le pasará por delante desde fuera del campo en la final de la Copa del Rey. A la altura de la batalla de Roncesvalles, desde el punto de vista de los francos, se encuentra buena parte de los mecanismos de aglutinación de mayorías que utilizan los llamados sujetos colectivos antagonistas, mucha sílaba para tan poca chicha, pues finalmente estamos dando vueltas todo el rato a la intención estúpida de pasarle la cartilla de la verdad a los poderosos (como si estos no tuvieran constancia, amén de doble contabilidad, sobre sus contradicciones ideológicas) cuando no repetirnos las consignas trilladas del sensus communis, intentando convencer a los que ya estaban convencidos, lo que resulta siempre volverse un trampolín para las caras bonitas. Como las nuestras.

FC: La conversación básica del fan es la llegar a la conclusión de que está diciendo lo mismo que el otro plasta con el que lleva rato flipando. Se trata de entrar en el vértigo del name-dropping, poner cara de poker y asentir ante cualquier parida, reconocer siempre que “antes eran mejor” y pasar del entusiasmo a la nostalgia sin perder la compostura. El “me encanta” re-tuneado (aludo aquí, aunque no sea otra cosa que un juego homofónico penoso a la dimensión vomitiva de la tuna que da serenata) de las “Nancy´s rubias” es seguramente un himno funerario inconsciente para todos los horteras ochenteros que quieren seguir con la pose de que están en la onda. Hoy tenemos dos clanes “extremistas” que pueden llegar a darse en besito en cualquier momentos: los retro-movideros que van de jovencitos “trans”, deseosos de que lo lúcido les permita apoltronarse en cualquier institución “modelna” y los comprometidos con su marxismo museístico que consiguen aburrir a las ovejas con su archivística recalentada con jerga “operaista”. En última instancia están en una “flash mob” como la del “Santo Coño” aunque lo que más les pirra es plegarse a las colas del “Gran masturbador”. La paranoia-crítica favoreció, como todo el mundo sabe, la venta de toneladas de bocatas de calamares.

EC: Me parece fantástico que vayamos a contrapelo, aunque sea solo por el gusto de rozarse las partes nobles con los que van en la dirección opuesta cuando nosotros venimos de vuelta de todo, como creo que decían en OT los profetas del momento patético del desencuentro; y léase esto como una autocrítica, porque solo hay una cosa peor que pegar a un padre, a saber: estar de acuerdo con él, como una suerte de testigo que nos pasamos entre nosotros como masones cutreplús haciendo nuestra liturgia intelectuá de sábado noche; y es que los libros de Sloterdijk siguen todavía pendientes de abrirse en la Hacienda Castro, pero ahí dicen que está todo, desde el cinismo de quien participa en la comparsa de los nativos digitales, solo que con menos estilo que las It Girls pero igualmente dependiente de la aclamación de sus inside jokes propias del académico que arremete contra la Academia, hasta eso que los viejos llaman ideología, que nos permite estar en procesión y repicando, denostar las redes sociales pero vivir intoxicados por sus virus. Llámalo vacunarse o conocer una realidad antes de criticarla, pero estamos en la pomada de todas formas, así que tengamos cuidadín no vengan luego las mentadas cuchillas a cortarnos algo más que los pelos de la barba.


FC: No pretendo ser el replicante “romanticoide” del final de Blade Runner pero “he visto cosas que ni imaginas”, lo peor de todo es que incluso las has contemplado junto a mí: podemos hacer el bobo juntos con lo de “atrévete a bailarlo”, escuchar que una académica está a punto (pre-supongo) de proponer un pacto con Artur Mas a través del Bolliwood catalán ejecutado por unos tiparracos de Pakistan feos como el dolor o incluso sentir preocupación porque las esferas de Sloterdijk no han sido profanadas. Mi “control remoto” (ese mando-fálico-a-distancia que ya no sirve para nada en la fractalización de las familias en las pantallas domésticas) me obliga a subrayar que he leído algo que se titula Apartamiento del mundo donde se reivindica la “metoikesis”. Resulta que cuanto el pueblo está sobre-expuesto o infra-visibilizado (entre el foco cegador y el velo pre-lacaniano) habría que confiar en algo así como el activismo troll. No soy fan y me jacto de no haber pertenecido a ninguna tribu; tenga la virtud involuntaria de caer mal a aquellos que magnéticamente me repelen. Me falta vigor capilar para la barba afgana (reciclada en clave Loewe) y la alopecia nerviosa causó estragos hace décadas. To old to the rock & roll, demasiado descreído para las cantinelas. “No hay banda”, perdón por regresar a viejas querencias, al club silencio para más señas.

[Publicado originalmente en El Burro. Mayo de 2014.]

16 de junio de 2014

Colorín Colorado #4. Inéditos.

Hablamos con Carolina Bustamante Gutiérrez y Francisco Godoy Vega, artífices de la exposición "Crítica de la razón migrante", recientemente premiada por el certamen de jóvenes comisarios Inéditos, convocado por La Casa Encendida: una reflexión desde la estética de los problemas de inmigración que presenta el Reino de España, en tanto cerrojo del Fuerte Europa ante los paises magrebíes y de América Latina. Hablamos del resto de comisarios premiados: el Colectivo Catenaria, formado por Marta Echaves, Elena Fernández-Savater y Manuela Pedrón Nicolau, cuyo Be virus my friend es una propuesta gamberra de reflexión sobre la viralidad; y Ángel Calvo Ulloa, que nos propone pensar sobre la noción de caída en su Aprender a caer.


Escucha el programa AQUÍ
En abierto hasta el 22 de junio.


El gesto de mesar una barba ajena, agravio notable en el Medievo, aparece en el Cantar del Mío Cid como sinónimo de insulto y desplante. Aquí se convierte -gracias a la imagen de Ingres que hemos elegido como frontispicio de este programa- en paradigma de mansedumbre penitente y genuflexa. Tetis impetra a Zeus el favor de Aquiles, según canta Homero, ciñéndole con una mano las rodillas y rozando el mentón con la otra. Nos interesa seleccionar este momento (una madre suplicando la salvación de su progenie) como ilustración de Colorín Colorado, un programa de entrevistas dizque intelectuales y sabihondas, donde unas veces será el entrevistador y otras el entrevistado quien tenga que hacer el papel de nereida. Sea como fuere, aquí se toca vello. El cuento se ha acabado.

13 de junio de 2014

La bandera para quien la trabaja

Con motivo del triunfo de la selección española en el Mundial de 2010, algunos intelectuales políticamente correctos hasta el punto de convertirse en aguafiestas chupacirios subrayaron la prostitución ideológica que conllevaba colgar de tu balcón una tela roja y amarilla después de tantas décadas jugando a ser apátridas, como si necesitase mucha semiótica entender que bajo ese signo los hunos mataron a los hotros en una guerra lejana. El contexto global también cambia: cuando España obtuvo su primera Eurocopa ante la URSS, después de haberse cancelado la final de la edición anterior (1960) por cosas de la Guerra Fría, los periódicos franquistas titularon sobre el triunfo de la división azul atlética (los jugadores vistieron la segunda equipación, color marino oscuro); en Sudáfrica, sin embargo, muchos celebraron el Holanda 0 – España 1 como una suerte de justicia poética, la Spaanse Furie que acuñaron los flamencos para designar el saqueo de los tercios en Malinas y Amberes, caída sobre una potencia colonial especialmente despiadada con los nativos del continente.
La sensación de restitutio ad integrorum sigue siendo válida hoy, que España vuelve a jugar contra Holanda, por mucho que señalemos la diplomacia manirrota que tenemos con los Tirano Banderas de Guinea Ecuatorial o el Sahara Occidental. Cuando la verdadera injusticia, los marginados de la burbuja urbanística y la inflación que comporta todo Mundial, acampan a pocos metros de los estadios, hablar de ajustes de cuentas entre imperios europeos quizá suene a frivolidad simplemente porque lo es.
Pero el deporte es cuestión de presencia. Como si un franquista sociológico no pudiera disfrutar sin culpa con las victorias del Real Madrid porque érase una vez que fue republicano y ¿sabíais que lo fundaron unos catalanes? La historia importa un comino en términos futbolísticos. Estos aguafiestas chupacirios son los mismos que exigirán la tricolor cuando hayamos ganado el referéndum republicano (#lol) y nos recordarán que el púrpura simboliza a los comuneros, ignorando que Padilla, Bravo y Maldonado eran unos legitimistas que estuvieron tanteando como reina a Juana I de Castilla (Juana la loca, aclaremos: el equivalente de los defensores actuales de Froilán) y que los estandartes son propiedad —como dice el Roto— de quien quiera agitarlos.
Y de quien pueda ante todo fabricarlos.
El principal fabricante de banderitas rojigualdas españolas se llama José Luis Díaz Sosas, un inmigrante uruguayo que vino sin papeles y se aventuró en el sector textil hace ahora treinta años. El reportaje que nos dio a conocer a semejante personaje, propietario de una colección personal de 150 corbatas amarillas y rojas, no explica cómo consiguió hacerse de la noche a la mañana proveedor exclusivo de la Exposición Universal de Sevilla y de los Juegos Olímpicos de Barcelona, así como reparador del cacho de textil que ondea en la plaza de Colón; cabe sospechar lo peor. El caso es que este working class hero, esta versión patria de Carlos Slim, denuncia la competencia desleal de los chinos, que venden peor producto a menor precio, como si los asiáticos recién llegados debieran rendirle lealtad o pleitesía a quien sin riesgo se hace rico, monopolio mediante, gracias a las bobadas del Estado nación.
Ahora más que nunca: ¡exprópiese!
Los filósofos de la extrema izquierda suelen atribuir mucha importancia al antagonismo y nunca demasiada a la gestión de lo común. Cuando se habla de fútbol y política quizás pensamos de inmediato en la retransmisión televisiva de una final de la Copa del Rey donde se silencia el abucheo de las hinchadas del Atletic y del Barça para poner a todo volumen un playback de la Marcha Real. Pero no pasa de anécdota grotesca. Política es también la fusión de los Ministerios de Cultura, Educación y Deportes, viva imagen del concepto de formación que maneja nuestro gobierno.
Entiéndame. Nada que objetar a la preeminencia de los deportistas sobre —pongamos— los poetas; Jaime Siles tiene mucho que aprender de Rafa Nadal en materia de esfuerzo y modestia. Aunque esa es otra: ¿en qué momento se convirtió el deporte en fuente de excelencia moral? No solo exigimos que Àlex Fàbregas gane sus partidos de jockey sobre hierba, sino que sienta los colores y disfrute con nosotros; Andrés Iniesta es ejemplar no tanto por sus pases cuanto por las pintas que tiene de no haber roto un plato. Por eso me gusta el ciclismo, porque suspender los detectores normativos y disfrutar de ascensos imposibles es siempre grato en medio de tanta hipocresía no reconocida.
Pero ya puestos a unificar ministerios, ¿por qué no el de Asuntos Exteriores? A fin de cuentas, este Reino carece de exterior, no tiene relaciones internacionales salvando los chanchulleos del campechano con los golfos del petróleo. La sola idea del pan y el circo empieza a sonar bien cuando la alternativa son exposiciones de artistas actuales: de la Primera Bienal Hispanoamericana (1954) a The Real Royal Trip (2003), de Franco a Aznar, los gobiernos de derechas se han legitimado cara a la galería atlántica mostrando su complicidad con la trasgresión ingenuamente vanguardista. Demos gracias a la Selección y a Mariano, cuyo paladar aldeano nos ahorra diariamente el esperpento de la revolución artística subvencionada.
¿Y el de Interior? Todavía recuerdo cuando desalojaron a los indignados de plaza Catalunya alegando que buscaban adecentar el terreno para los fastos del deporte patrio. Manuel Vázquez Montalbán exageraba cuando sostenía que el Barça era el ejército desarmado de Cataluña. Manifestación desmedida donde las haya de su mala conciencia charnega. Recuerden que a los trabajadores andaluces emigrados a la periferia de Barcelona algunos los llamaban batallones de ocupación permanente. La jerga militar causaba estragos. Pero el caso es que La Liga tiene mucho de guerra civil a varias bandas. Y la selección de unidad de destino en lo triunfal. Porque cuando pierde, como hacía antes, muchos cantan con los Chikos del Maiz: “no quiero ser español, español / quiero ser egipcio”.

Moraleja: sigan comprando banderitas en los chinos.

[Publicado originalmente en El Estado Mental. 13 de junio de 2014.]

9 de junio de 2014

Colorín Colorado #3. Imaginarios de la juventud.

Hablamos con Isaac Monclus, comisario del ciclo de conferencias y proyecciones que aloja La Casa Encendida cada martes desde el 3 de junio hasta el 30 de agosto sobre los imaginarios de la juventud. Llamamos por teléfono a Luis López Carrasco, ponente del ciclo y director de "El futuro" (2013), sobre una fiesta que podría haber tenido lugar la noche en que Felipe González ganó sus primeras elecciones generales y una juventud pretérita que resulta tanto más inquietante cuanto más familiar nos resultan sus ropas y temas.

Llámalo invariante neoliberal o eterno retorno de los 80s.

Temas: Teenage de Jon Savage, ¿precuela de nuestra concepción de la adolescencia?; La Movida vs. Rock Radikal Vasco, ¿una dicotomía excluyente?; Masculin-Femenin de Jean-Luc Godard, ¿película por excelencia patriarcal?; Eloy de la Iglesia vs. Fernando Trueba y el cine español, ¿antes molaba y ahora menos? And last but not least: organizar un congreso sobre la juventud, ¿no será un gesto de retromanía cuarentona? La juventud, como dijo Antonio Machado de la poesía, ¿solo se canta cuando se pierde?

Escucha el programa AQUÍ
En abierto hasta el 15 de junio.

El gesto de mesar una barba ajena, agravio notable en el Medievo, aparece en el Cantar del Mío Cid como sinónimo de insulto y desplante. Aquí se convierte -gracias a la imagen de Ingres que hemos elegido como frontispicio de este programa- en paradigma de mansedumbre penitente y genuflexa. Tetis impetra a Zeus el favor de Aquiles, según canta Homero, ciñéndole con una mano las rodillas y rozando el mentón con la otra. Nos interesa seleccionar este momento (una madre suplicando la salvación de su progenie) como ilustración de Colorín Colorado, un programa de entrevistas dizque intelectuales y sabihondas, donde unas veces será el entrevistador y otras el entrevistado quien tenga que hacer el papel de nereida. Sea como fuere, aquí se toca vello. El cuento se ha acabado.

4 de junio de 2014

Dime cómo suenas y te diré quién eres. Filósofo local revela su pasado.

1. Cómo jugar en campo propio. Cuando marca o vence el Atlético de Madrid, todo el mundo se entera en Arganzuela. Y no porque seamos especialmente seguidores del equipo. Hay que apreciar lo que cada domingo supone aparcar cuatro y cinco filas de coches en la puerta de tu casa. Dada la cercanía del estadio Vicente Calderón, solo una minoría atlética y sufrida puede auspiciar esta victoria del civismo sobre el egoísmo del conductor. Mientras ellos cooperan a espuertas, los demás tenemos que conformarnos con escuchar dos veces sus triunfos: una vía televisión y otra mediante escucha natural. El silencio de la derrota es doblemente elocuente también. La caja tonta reparte los partidos en directo y a domicilio, las ondas de sonido se propagan por el barrio, la diferencia de velocidad entre la luz y el sonido produce un décalage inhóspito. ¿Cómo lo explico? Si el fútbol fuera una tormenta la gente que grita a pulmón abierto en la grada sería un trueno. Y su rayo se llamaría comentarista deportivo.
La escucha —Mastercard tiene razón— no tiene precio. Siendo enano, unos doce años de edad, me gustaba asomarme a la ventana a fin de recibir los goles en pleno geto. Para escuchar la llegada —lenta pero firme— del estruendo futbolero bastaba con hacerlo cuando el vecino alzaba los brazos y abría las fauces en señal de Hasta la victoria siempre. Nuestro tímpano, el tímpano de los vecinos de Arganzuela, acuartela puñados de recuerdos similares. Cómo olvidar las risotadas del botellón en Peñuelas, el taladrido constante cuando soterraron la M-30, hasta que punto acuden a las ofertas de compra los audaces o el frufrufrá de anciano en la residencia de ancianos. Estos ruidos forman el entorno que decimos presente y rezuma a pasado.
Pero no vengas a decirnos qué pasa, quién está subido a caballo en aquella estatua ecuestre, porque apuesto que a los vecinos de Legazpi no les interesa el mármol con forma humana que parte en dos su plaza. Indistintos ante el recuerdo traducido en institución marmórea, el vecindario entiende la distinción entre la historia monumental, el archivo y la versión crítica sin haber leído —ni falta que hace— media página de Nietzsche. ¿Quién decide llenar de obstáculos físicos el espacio público cuando el carácter subjetivo del recuerdo precisamente acostumbra a rechazar cualquier objetivación con visos artísticos? ¿Cómo olvidar el Arco Inclinado (1981) que Richard Serra calzó en la plaza federal de NYC, cortando la circulación de viandantes (mientras el artista insistía: «El arte no es para el pueblo») hasta su destrucción y conversión en chatarra en 1989?
2. Zapatero, a tus zapatos. Cualquier aproximación medianamente interesante a la memoria histórica debería tomar en cuenta los sonidos que nos rodean y conforman en última instancia el medio ambiente donde nos movemos. Sin embargo, el aspecto auditivo del recuerdo ha sido ignorado en las principales lecturas teóricas del fenómeno. Ankersmitt tiene varios tomos de simple paja mental sobre el hallazgo sublime del pasado a través de simpáticas intuiciones, pero le resulta imposible transgredir los límites de comentario bibliográfico afrancesado (Foucault y Derrida as usual) para mencionar siquiera de pasada la música, aquella concreción artística que permanece actualizable mediante la escucha, ese ejercicio que algunos califican (Schopenhauer mismamente) de atención a la voluntad sin mediación, pero que cualquier oyente versado puede fechar sin mucho error dadas las limitaciones tecnológicas que conlleva interpretar lo puesto en pentagramas pensando en los instrumentos disponibles cuando vivía el compositor. Y Ankersmitt es solo la puntita del iceberg.
            La pregunta relevante sería por qué los historiadores que buscaban deshacerse de aquél hábito atroz que suponía el archivar fuentes terminaron hallando el comienzo de una larga amistad en los cuatro tópicos sobre rebeldes parisinos abriendo fuego sobre los relojes. Público y notorio es que la memoria histórica ha desplazado a sus adversarios intelectuales del imaginario universitario como barra libre para el desbarre filosófico con vistas a engatusar a los alumnos à la recherche de mitos, maestros y mistagogos. Ahora mismo los textos de Walter Benjamín constituyen un efectivo blindaje si quieres parecer políticamente comprometido y además eludir el dime cuántos impuestos quieres y sabré quién eres: el pasado será fiel a quien carezca de identidad política definida, esos que llaman arribistas o chaqueteros, quienes suelen sumarse cuando todo está ganado o perdido. A falta de defender los derechos de los vivitos y coleantes, conculcados con idéntico entusiasmo por izquierda y derecha, buena será —pues mucho deslumbra— la redención de los difuntos prometida en Über den Begriff der Geschicht. El repliegue hacia los campos de batalla del pasado reciente (nadie quiere exhumar a los caídos en Covadonga) sirve de comodín para el antagonismo institucional; con el posturing sociopolítico hemos topado.
3. Vindicación panegírica. El proyecto de Soundreaders, visto sobre este trasluz, resulta especialmente interesante por varias razones. En primer lugar porque la pretensión de cartografiar la memoria histórica sonora del Matadero introduce una solución de continuidad con las tendencias solipsistas de la institución. Mientras escribo estas líneas lo único que los vecinos utilizan con cierta asiduidad de estas pantagruélicas instalaciones es una mesa de ping pong. Conocer la historia del entorno me parece un paso bien dado en vistas a abrirlo a las personas que trabajaron allí y que todavía habitan los alrededores. Más allá del mundo hipster existe una población intrigada acerca del lugar. El Matadero es un instrumento de revalorización y gentrificación del Manzanares, elemento indispensable del proyecto urbanístico de reconversión industrial del sur de Madrid, pero esta transición hacia un mundo mejor (sic) podría además hacerse llevadera para los lugareños, digo yo, cosa que Soundreaders intenta hacer con éxito. La asistencia de multitudes a la presentación constata sin lugar a dudas el carácter popular del proyecto.
             El nombre lo indica, Soundreaders recoge una intuición compartida, que el recuerdo también consiste en actualizar los sonidos mediante la atención y la escucha, que tanto vale una magdalena proustiana como una grabación interactiva colgada online. Si estimamos la memoria porque la historia se repite, pues en virtud de ella podemos adelantar enseñanzas sobre sucesos una vez pasados y siempre vueltos a suceder, entonces la escucha parece apuesta segura, en tanto nuestro tímpano nos tiene habituados a determinados ritornellos. Solo el sentido del olfato tendría opción de disputarle el título de campeón de la percepción homogénea. Ya puede insistir Victoria Beckham, que Madrid no huele a ajo, igual que Londres no apesta a fritanga o cebolla; los niveles de CO2 destrozan nuestra sutilidad olfativa. Ante nuestras narices, la contaminación todo lo termina igualando a la baja.

De querer analizar la memoria histórica de nuestras metrópolis, no bastaría con embotellar su encantadora atmósfera, como hiciera Duchamp con la ciudad del amor, llevándose la fragancia parisina en un frasco; hay que atender a sus motores, el bajo continuo de la carrocería y los transportes, o como hace Soundreaders, iluminar aquellos espacios medio agrarios/medio industriales convertidos en santuarios de lo artístico/relacional. Desde que el automóvil fuera producto de consumo democrático el medio ambiente de nuestras ciudades permanece inalterado y lleva en su interior la bestia del motor de combustión, elemento presente en todas las salidas de Soundreaders fuera del recinto del Matadero. Le Monde Diplomatique anunciaba hace unos meses con tremenda algarada los primeras iniciativas de mercantilizar el sonido de los espacios públicos, hacer negocios con el do sostenido, lo que indica tanto la falta de perspicacia de los emprendedores hasta ahora (llevan varias décadas de retraso en materia de industrias creativas urbanas) como puede evidenciar que tenemos el oído hecho a un viejo runrún fordista. Y a la vez, el bufido quizá inaudible, presente sin embargo, que arrojan los seres vivos nacidos y muertos dentro de la cadena trófica humana, tan abundante ella siempre en proteínas previstas y provistas por la industria cárnica; Soundreaders pone el micrófono a los partícipes —malgré tout— del mayor crimen, la tremenda carnicería que sostienen nuestras amorales costumbres alimenticias. Bon appétit!

29 de noviembre de 2013.
[Publicado originalmente en Sounreaders.]

2 de junio de 2014

Colorín Colorado #2. Homo Velamine.

Hablamos con Anónimo García y Rasomón de Homo Homo Velamine, un fanzine madrileño con vocación insurgente y tocapelotas, como toca. Famoso por su intervención sobre el monumento del Cuartel de Monteleón—lugar de resistencia durante la Guerra de Independencia Española— con el lema «A cada Botella le llega su Dos de Mayo». Llevando la literatura de vuelta a la calle. Avisándole a la del relaxing café con leche sobre la suerte que tuvo el hermano abstemio de Napoleón Bonaparte: una imposición extranjera, imposición finalmente derrotada, no muy distinta de los hombres con maletín que nos manda la Troika.

Hablamos del pasodoble. De Zir Yab, de Sara Montiel, de Concha Velasco. Hablamos del Primer Festival Underground Castizo de Madrid. De Manolo Escobar, de Variedades Azafrán. Hablamos de la zarzuela. De Carmen de Bizet. Comentarios enjundiosos sobre nueve temas que tienes que escuchar para hacerte a la idea de la música de toda la vida. La de ayer, la de hoy, la de mañana. La de siempre


Escucha el programa AQUÍ
En abierto hasta el 8 de junio.

El gesto de mesar una barba ajena, agravio notable en el Medievo, aparece en el Cantar del Mío Cid como sinónimo de insulto y desplante. Aquí se convierte -gracias a la imagen de Ingres que hemos elegido como frontispicio de este programa- en paradigma de mansedumbre penitente y genuflexa. Tetis impetra a Zeus el favor de Aquiles, según canta Homero, ciñéndole con una mano las rodillas y rozando el mentón con la otra. Nos interesa seleccionar este momento (una madre suplicando la salvación de su progenie) como ilustración de Colorín Colorado, un programa de entrevistas dizque intelectuales y sabihondas, donde unas veces será el entrevistador y otras el entrevistado quien tenga que hacer el papel de nereida. Sea como fuere, aquí se toca vello. El cuento se ha acabado.