Hecho un Cristo: los pies por delante, el cuerpo
arañado y todo lleno de excrementos. Así salió Abel Azcona el pasado jueves 15
de agosto de la galería de Madrid donde estaba haciendo Dark Room,
un performance que consistía en pasar dos meses confinado, sin contacto alguno
con el exterior. Apenas ha podido aguantar el artista 42 de las 60 jornadas
de absoluta oscuridad inicialmente previstas, hallándose desde la segunda
semana en un estado mental rayano el catatónico y haciendo cosas raras a las 72
horas del encierro, como mearse por ejemplo sobre su propia comida. Llega el
cuarto día de clausura: «Nos preocupan heridas en el rostro, con visionado
nocturno percibimos que son de arañazos al rascarse compulsivamente»,
escriben en su telegráfico cuaderno de bitácora los celadores de Abel Azcona,
malhadado conejillo de Indias de sí mismo. Según declaraciones del pamplonico,
el objetivo de este especial encierro era profundizar hacia una
identidad personal genuina apartada del mundanal tráfico de información. «Perder
la noción del tiempo y de mi propio yo. Construir una identidad no contaminada.»
Alguien podría y debería haberle advertido que el Mito de la Caverna cuenta
otra cosa, que sin luces y sombras no hay sujeto. Y sin sujeto, bueno, sin
sujeto no hay nada. Y cuando digo nada: «Gran descoordinación de cuerpo.
Gran suciedad y falta de higiene. Extrema delgadez. Comportamiento ilógico,
sonidos, gritos o movimientos espásticos», vuelven a anotar cuatro días
antes del precoz final de Dark Room. Por desgracia ignoramos si el
resultado del experimento termina siendo que los performers globetrotters
ni nacieron ni se hicieron para vivir en cautiverio (24 horas antes de Dark
Room Abel Azcona estaba en una sesión de fotos en Pamplona: malos
preliminares preparatorios para el retiro son las angulares y los flashes) o si
resulta que el anatnam budista era esto. ¿Ha alcanzado Abel
Azcona el Nirvana?
Llamadme cartesiano, pero me inclino por la primera
opción. Que los posturitas del mundo del arte carecen de la entereza psíquica
que mantienen algunos secuestrados es algo que vino a confirmar en sus propias
carnes Omar Jerez. El artista granadino quiso hace tiempo emular el secuestro
de Ortega Lara, 530 días en un zulo de seis metros cuadrados, sólo que la
recreación artística tenía una duración estimada en una semana y poco; ni eso
pudo el bueno de Omar Jerez, quien siete días después de iniciada la acción
hablaba consigo mismo a solas mientras una barba mesiánica adornaba su mentón. Ya
se sabe, en esta competición por aguantar la respiración bajo el agua que viene
siendo el paradigma performático contemporáneo, quien no se hace disparar
(Chris Burden) se hace crucificar (Chris Burden again),
pero nunca ha habido dos copiones tan seguidos del artista nacido en Boston como
Abel Azcona y Omar Jerez. Tantos días ha durado Dark Room como años
han pasado desde que Chris Burden presentara Locker Piece, una tesis
doctoral que consistía en pasar cinco días embutido en su propia taquilla. 1971
queda muy lejos como para que ahora vengan estos asaltatumbas a saquear las
acciones de otros, aunque la palabra plagio quizá carezca de sentido para gente
como Abel Azcona y Omar Jerez, que tan dispuestos están a sacrificarse por una
sociedad que pasa del tema. Ante acciones taaaan auténticas,
sin embargo, la estricta observancia del copyright es casi
un insulto. Cada vez cara a cara con la muerte o la locura siempre parece como
si fuera la primera, irrepetible y recóndita ocasión, aunque luego la
documentación del momento trascendental se venda a precio de saldo, por
multiplicado y con copia de artista. A fin de cuentas, a los niñatos que
quieren hacer un Werther Jr. o un Harry Houdini nadie les cobra el canon. ¿Por
qué habría que racanear las antiguas pesetas a las novísimas promesas del estrellato
artístico nacional?
Sea como fuere, Abel Azcona y Omar Jerez comparten algo
más que etimología. Tienen en común, para empezar, un manifiesto que
presentaron en el Círculo de Bellas Artes a mediados de marzo de este año.
Según algunos, el suceso artístico madrileño más relevante desde que los
integrantes de la generación del 27 frotaran sus prepucios contra los tranvías
de la capital. Según otros, una bobada desglosada en trece puntos. Los artistas
posaron ante las cámaras con los pantalones bajados. Y así entiendo yo su Teoría
Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC), como una señora bajada de
pantalones, una emulación vicaria del modernismo, una chiquillada sin mucha
gracia. Sin nada que ofrecer salvo su propia muerte en streaming, estos proletarios
del posturing performático declararon su voluntad de arriesgar la
existencia en defensa de sus creencias políticas. Una lástima que éstas, las
creencias susodichas, brillen por su ausencia o se acomoden a los consensos
liberales de extremo centro, según los cuales Bildu es ilegal y ellas paren,
ellas deciden. Se creen meritorios de una bala en la nuca Abel Azcona y
Omar Jerez solo porque han criticado el Islam, la Iglesia o ETA, cuando en
verdad el mutismo y la indiferencia son el tratamiento óptimo para tanta
ingenuidad ideológica, la suya propia. ¿Acaso los terroristas no tienen nada
mejor que hacer? No se enteran de la misa la media. Si nadie dijo esta boca
es mía cuando Omar Jerez se paseó disfrazado de víctima por las calles de San
Sebastián no fue desde luego porque los vascos tengan miedo a alzar la voz,
como piensa el artista cuando define Euskal Herría como una sociedad
de susurros, sino todo lo contrario: una puesta en escena tan
evidente y carnavalesca no merece la conocida verbosidad eusquera, mucho
menos aún los disparos de una banda armada inactiva y en pax perpetua,
cuyo improbable retorno a las armas no tendría además por qué atemorizar a los
comisarios del Guggenheim o de las galerías de Bilbao —ciudad donde llevan
tiempo expuestas, por cierto, algunas viñetas de humor contra los malos
malísimos de la película política de la Transición. En cuanto a Abel Azcona,
¿qué decir? El chico de los ojos verdes se merendó una traducción castellana
del Corán, quizá ignorando que la versión sagrada del libro está escrita
en árabe, masticando así unas páginas cuyo valor calórico equivale a una quema
masiva de Harry Potter, esto es: solo puede afectar y epatar a
los niños. En suma, perfomances presuntamente perturbadoras y
provocadoras al servicio del secularismo y del Imperio de la Ley, lo
cual resulta tan incorrecto en términos políticos como el remover las
conciencias y luego dejarlas donde antes estaban, a saber, en su maldita
superioridad occidental biempensante. Todavía hay algunos, por desgracia,
que hacen caso.
Incluido un servidor, claro.
A pesar de los escasos riesgos que corren ambos, su
manifiesto está blindado contra toda eventualidad. Es como si Andorra tuviera
un programa nuclear por miedo ante una hipotética invasión terrestre. «El
cumplimiento de la Teoría Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC) es ser
asesinado debido a que cualquiera de tus obras haya provocado una respuesta
adversa al [sic] grupo o entidad criticada», sostiene la cláusula XI
con una sintaxis tanto o más intrépida y heterodoxa que las acciones críticas
que tantas respuestas adversas provocarán seguro en el respetable
islamista y/o etarra. Pero esto no es todo, señores. La TIMC conjuga con mucho
salero la temeridad y el canguelo a la hora de la verdad. Los puntos IV,
V y VIII prohíben la escolta policial, el asilo político y el maltrato animal.
Por el contrario, el punto VI permite un salvoconducto nada freudiano («Si
intuyes que vas a ser asesinado, el instinto de supervivencia está por encima
de él [sic] de la muerte. Por ello está justificado que encuentres
cualquier forma de proteger tu vida») mientras que la segunda condición
recomienda sencillamente quedarse en casa y no dejarse ver por los espacios de
conflicto. ¡Menudo trabajo de lógica! En verdad, la TIMC quiere ser ante
todo indómita y revoltosa, pero apenas llega a suscribir una ideología contra
el Estado según la cual Abel Azcona y Omar Jerez, esos agitadores
artísticos anarquistas, ni recibirán subvenciones estatales para
financiar sus cruzadas liberales ni buscarán asistencia sanitaria pública en
caso de resultar heridos en combate. Juventud, divino tesoro. Resulta
penoso contemplar a chavales de su edad esperando en balde un destino trágico
que, por desgracia, muchos individuos convencidos obtienen y alcanzan sin haber
firmado nada, incluidos los jóvenes reclutas de Al-Qaeda en Yemen
y Pakistán, adolescentes con principios que quieren ayudar a nivel local y que
la muerte pasa a recoger en drone at home, la casa suya propia, donde
los derechos sociales, el habeas corpus y hasta el DNI son una
jodida quimera.
Ahí os querría ver.
El caso es que Abel Azcona y Omar Jerez acumulan
cantidades ingentes de papeletas para ingresar en el catálogo de muertes
bobas, contra las cuales no hay manifiesto o contrato alguno que valga. Cuando
alguien declara su intención de alcanzar una subjetividad
rousseauniana entre cuatro paredes, para luego terminar como el
rosario de la aurora, uno duda entre leer a Bataille o laissez faire,
laissez passer. Con el gremio de performers pasa muchas veces como
con la Familia Adams, ellos hacen lo que dicen y dicen lo que hacen, pero
tienen el esquema de valores invertido, han perdido el miedo a muchas cosas,
uno no sabe si aplaudir o llorar sus bromas. Dicho esto, mientras esperamos
la pronta recuperación de Abel Azcona, renovado lazarillo artístico, Omar Jerez
se prepara para realizar su Materia oscura en la partícula de Dios, un
coma cerebral inducido para ver ese túnel de luz que —según dicen en las pelis
ñoñas— lleva a la gente hasta el otro lado. Ambos artistas cuentan con
todo mi apoyo. Seguid así, muchachos. Y que conste que no estoy utilizando
psicología inversa.
[Publicado originalmente en SalonKritik. 8 septiembre de 2013.]
El otro día viendo una entrevista a Cristobal Toral, decía que al comienzo de su carrera, se le ocurrio salir por el centro de Madrid vestido de astronauta. Total un exitazo y un impulso para su trabajo y fama. ¿Que tenía esto que ver con sus pinturas suavecitas? A mi que me lo expliquen.
ResponderEliminarAhora los artistas se supone que deben ser expertos en marqueting, avezados burocratas, precazatendencias... y esto resulta.
¿Quien quiere ser como ellos?, la madre que los pario que fauna mas mema.