He leído multitud de payasadas
sobre el llamado posfordismo. Las cosas que escribe Sergio Bologna no se
cuentan para nada entre ellas. Bologna me dejó patidifuso con su conferencia
sobre el nazismo, Nazismo y clase obrera,
una investigación sencillamente deslumbrante que cuestiona la lectura oficiosa
del camino que conduce desde la República de Weimer hasta Adolf Hitler como una
historia de pequeños burgueses enloquecidos y proletarios con los brazos caídos
cuando estos últimos plantaron en verdad una batalla importante (a pesar del
bozal de los partidos obreros) y nada claro está todavía qué coño eran los
primeros en términos sociológicos (Bologna analiza cómo el pequeño burgués
alemán del primer tercio del siglo XX tiene mucho que ver con el trabajador
precario o falsamente autónomo de nuestro tiempo, hasta qué punto los reajustes
en el modelo productivo tras 1929 son una suerte de preludio de relaciones
laborales y modelos de organización extendidas por doquier desde los años 90).
Estamos hablando, para que puedan hacerse una idea del personaje, de una
conferencia pronunciada en una casa okupa
con un aparato bibliográfico realmente mastodóntico. Varias decenas de páginas
plagadas de fuentes primarias y secundarias. Ya quisieran algunas tesis
doctorales manejar estos volúmenes de papel y saber. Importa también subrayar
la cuestión del dónde: en un centro okupado, recuperando una necesaria
vinculación entre teoría y práxis capaz de sortear las inclinaciones
canallistas (canalla, según Marx, es quien «busca
acomodar la ciencia a un punto de vista que no deriva de la ella misma»).
Pueden imaginar entonces las
sensaciones encontradas que suscitaban en mi interior el consultar (tarde y
mal) la recopilación de artículos de Bologna publicados por Akal en 2006, Crisis de la clase media y posfordismo.
Por una parte temía que Bologna hubiera quedado desfasado en el interín por la
situación económica vigente, que tiene tanto de posfordista como un Telecall
puede tener de trabajo cognitivo. Aunque tenía ganas de volver a bucear en su
manejo de datos duros, segundas partes nunca fueron buenas, y el propio término
«clase media» casi como que parecía apestar desde la misma portada. Fueron
cautelas, claro está, inútiles. Los textos de Bologna ignoran las fechas de
caducidad intelectual por una razón sencilla, la neutralidad investigadora
siempre será joven, a diferencia de la pantomima ontológica, que suele nacer
casi siempre muerta de la imprenta (por decirlo con David Hume).
¿Cuales son los aciertos de
Bologna? Para empezar el saber desmontar con tremenda solvencia empírica la
identificación entre posfordismo y trabajo cognitivo (sinónimo de creativo para
muchos catedráticos con vacaciones pagadas y pensión garantizada). Y lo hace,
en primer lugar, recordando que la principal estrategia que asumieron las
empresas europeas en vistas a competir en el mercado global del cambio de siglo
(dejando de lado las operaciones financieras) tuvo que ver sobre todo con la supply chain management, esto
es, con la gestión logística de la oferta en Román Paladino. Contra la
sociología para gurus que insiste en el poder de las marcas, en la importancia
de la publicidad, cuyos debates suelen ser sobre la (falta de) autonomía del consumidor,
Bologna repasa —uno a uno— los negocios exitosos desde los años 80. Todos
tienen alguna relación con mejoras en la organización interna en vistas a
maximizar los recursos invertidos en transporte y distribución del producto.
¿Alguien ha parado a preguntarse por qué Amazon,
una compañía cuya presencia online está por ahora limitada a su página web,
figura siempre entre las mejor vistas de las empresas digitales 2.0?
En el cambio de siglo, gestionar
el tráfico de armas yanquis (Maersk),
depredar servicios postales ajenos (Deutsche
Bahn) o centralizar la fase de tinte (Benetton)
fueron, según nos detalla Bologna, las iniciativas logísticas mayormente
exitosas acometidas por las empresas europeas punteras desde el cambio de
siglo. Así las cosas, resulta evidente que la orientación de los sectores
productivos a cuestiones cerebrales —pace Richard Florida— nada tiene que ver
con la contratación de intelectuales para así lanzar mejor la enésima campaña
de marketing parasitaria de los movimientos contraculturales. Los community managers son carne de cañón,
nunca vanguardia. Llegan cuando toda la maquinaria logística lleva eones puesta
a punto.
En cuanto a los mitos contados
sobre las pymes como musculatura de
cualquier economía saludable, el hecho de que los primeros países a la cabeza
del trabajo en pymes sean los
primeros cadáveres de la economía financiera (Grecia, España, Portugal) debería
resultar más que suficiente para diagnosticar los límites y los sesgos de
quienes realizan su plegarias diarias en dirección hacia el emprendizaje
individual como hacen los alemanes. Sobre este último punto, la llamada a medir
nuestra estatura con las potencias del continente, conviene reproducir aquí las
perspectivas empresariales que tenían nuestros queridos alemanes hace una
década, solo sea por recordar aquello de primero como farsa y después como
tragedia (¿o era al revés?):
«El Informe
sobre Alemania del año 2003 concluía diciendo: “Los alemanes, en comparación
con la población adulta de otros países, parecen muy pesimistas con respecto a
las oportunidades de crearse en el futuro una posición como trabajadores por
cuenta propia; tienen, en comparación con los demás, mucho miedo a toparse con
un fracaso”. Y, ciertamente, es imposible no darles la razón. El número de
empresas en quiebra ha crecido en Alemania, entre 2002 y 2003, un 50 por 100
respecto a 1995. Con la crisis del año 2000, se produjo un aumento
impresionante, que elevó, solo en el año 2003, los casos de empresas de
distintos tamaños que presentaron solicitudes de quiebra a la cifra de 39.320,
mientras que el valor de las declaraciones de insolvencia, incluidas las de los
consumidores, ascendió en el mismo año a cifras cercanas a los 30.000 millones
de euros.»
Que decir tiene que el trabajo
logístico, salvando algunos cuadros técnicos superiores, está muy lejos del
imaginario idílico del brave new world,
por mucho que intuyamos que la precariedad sigue siendo algo común tanto a los
becarios del departamento de Filosofía como a los estibadores cuya suerte les
depara a vivir atados a la trazabilidad y el just on time. «Un experto en logística fue de visita al Cargo
Center del aeropuerto Kennedy de Nueva York en pleno boom de la new economy y
le preguntó al director general: “¿Cuánto tiempo se quedan trabajando aquí sus
peones de almacén?”. La respuesta fue: “No más de un mes de media, señor. Si
después de un mes todavía están aquí, significa que son tan incapaces de
encontrar un puesto mejor que me conviene echarles. O bien, si después de un
més están todavía por aquí, quiere decir que roban y a mi me conviene
despedirles por precaución.”»
En suma, un libro de hoja perenne
dichosamente recomendable para oxigenar nuestra ideas acerca de la economía que
hemos tenido el destino de padecer. Una apuesta fabulosa por comprender qué
pasa cuando siguen echando Los tiempos modernos, los pensadores de la República
de Weimar aguantan el juicio del tiempo, por mucho que digan los publicistas
del trabajo inmaterial, cognitivo o llámalo X.
[Publicado originalmente en Culturamas. 25 de noviembre de 2013.]
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