Me piden mi opinión sobre el
aborto. Me resisto a darla (*)
porque estamos hablando de una cuestión política candente y la política,
entendida como la batalla campal entre ellos y nosotros, es la muerte del
pensar —que diría cierto
filósofo y/o paseante subidito de tono. Allí
donde los bandos están delimitados como hinchadas de baloncesto frente a
frente, cinco juegan en cancha y el resto grita «De-fensa, De-fensa», la lechuza de Minerva llega tarde, no
por falta de interés sino miedo a la extinción. Los cazadores furtivos
abundan en estas tierras, fértiles en sesgos, abonadas por demagogos, donde más
vale un silencio cómplice que cientos de palabras sin incidencia comprobada en
las opiniones existentes. Es la hora de
pasar a la acción. Manifestaciones, parroquias o consejos de ministros,
redacciones de periódicos también, no son lugares para decir esta boca es mía. No es país para filósofos. Aquí hasta
para hablar del sistema de carreteras reparten carnés de partido. Prefiero
delegar mi parecer que discutir con estrategas que solo dudan entre tomar la
Bastilla o el Palacio de Invierno. Llámenme cuando haya pasado la Navidad,
¿quieren?
Dicho esto, ¿qué pueden aportar
las razones a la manifiesta incomprensión entre los abortistas y los pro-vida?
Nada salvo indicar que «Hace buen tiempo,
¿no cree?» no es una respuesta a «¿Dónde
diantre enterraste el cadáver de mi hermana?», en todo caso una sutil forma
de desviar el tema. Que las preguntas vengan sesgadas y cargadas de supuestos
no exime a los contertulios de responderlas, por ejemplo diciendo «Cadáver serás tú» o «Pero si no tienes hermana», enunciados
dialécticamente poderosos. Y del mismo
modo, en el debate sobre el aborto, que uno sea el paladín del progreso hacia
un mundo mejor y el otro bando tenga facha de botafumeiro & emprendasaurio (**) no exime a los hunos y a los hotros de la necesidad de entenderse. En
vistas a facilitar la comunicación, si es que alguien quisiera comunicar
argumentos en lugar de reforzar su posición ideológica en algún futuro remoto,
aquí van dos lemas, uno pro-vida y otro abortista, vertidos a un lenguaje que
sospecho compartido, el lenguaje de los
derechos, aspirando a tanta neutralidad como este blog pueda en valorar los
pros y los contras.
«La
vida es sagrada» puede querer decir (i)
que el debate versa sobre la extensión del conjunto llamado ciudadanía, esto
es, la clase de intereses individuales y colectivos sujetos a protección jurídica;
(ii) que tener un código genético
distintivo cualifica para formar parte de semejante comunidad política; (iii) ergo aborto = homicidio. Entre las virtudes de esta defensa
acérrima de la diversidad genética destaca el otorgar cierta relevancia normativa
a los grandes parias de todas las tierras, las entidades orgánicas sin
conciencia, que suelen carecer de protección jurídica —y a mi juicio así tendrían que seguir, desde una perspectiva
individualista y sensocentrista, hasta que resultara demostrable la posesión de
sensibilidad de los organismos en cuestión. Ahora bien, entre las
incoherencias de esta posición se cuenta que la mayoría de sus defensores
profesen ideologías que pasan olímpicamente de la vida buena cuando esta tiene
lugar fuera del útero materno humano. Recordemos que los demás animales también
tienen ADN. O como dice el cómico George Carlin: «¿Por qué se llama aborto si somos nosotros y si es una
gallina se llama tortilla?» (***)
—Nosotros invertimos, nosotros decidimos
—¿Y si os suben los impuestos?
—Nos vemos en Londres, socio.
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(*) Para exhibir mi
pedigrí, evitando insultos y desafueros, no vayan a tacharme de progre blando o
conciliador apolítico, aquí van unos apuntes de opinión personal:
La capacidad de experimentar placer o dolor físicos es el criterio
moral que suelo aplicar para discriminar entre las entidades que tienen
derechos en sentido moral y las que no. Y entiendo que la conciencia sensible
empieza cuando se centralizan en el cerebro las experiencias percibidas por el
sistema central nervioso. Ello no quita que un embrión o el Parque de Doñana
terminen protegidos en tanto que entidades cargadas de valor para terceros. Y
entiendo por terceros a los propietarios en el sentido normativo: la madre y
todos nosotros, respetivamente, que tanto nos gustan los bichos y pagamos
impuestos para mantener la biodiversidad, o lo que sea. Ambos criterios (el
aristotélico y el propietario) deben tomar en cuenta el conocimiento biológico
disponible, esto es, establecer con prudencia la demarcación aceptando que
nuestro saber es relativo, sí, pero muchas revoluciones kuhnianas se necesitan
para demostrar que ese alien uterino siente de verdad hasta cierta semana (no
pienso mojarme diciendo cuántas porque tampoco quisiera alargar mucho más el
debate). La vaguedad epistémica, la continuidad ontológica y el problema del
sorites están en todos los debates morales enjundiosos, así que ningún problema
con ser aristotélico o talmudiano en este caso. El criterio moral parece común
a muchos y la evidencia empírica bastante analizada. Opino que mejor una
demarcación difuminada cara a tomar decisiones que ningún principio normativo
en absoluto.
(**) Emprendasaurio, ria.
(Del lat: prehendere, atrapar. Y del gr: σαῦρος,
lagarto.)
- m. y f. Dícese del emprendedor avant la letre. Que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas o en peligro de extinción. Capitalista ultraviejuno (‖ persona entrada en años). Tiene algo más que una puta pyme.