Me piden mi opinión sobre el
aborto. Me resisto a darla (*)
porque estamos hablando de una cuestión política candente y la política,
entendida como la batalla campal entre ellos y nosotros, es la muerte del
pensar —que diría cierto
filósofo y/o paseante subidito de tono. Allí
donde los bandos están delimitados como hinchadas de baloncesto frente a
frente, cinco juegan en cancha y el resto grita «De-fensa, De-fensa», la lechuza de Minerva llega tarde, no
por falta de interés sino miedo a la extinción. Los cazadores furtivos
abundan en estas tierras, fértiles en sesgos, abonadas por demagogos, donde más
vale un silencio cómplice que cientos de palabras sin incidencia comprobada en
las opiniones existentes. Es la hora de
pasar a la acción. Manifestaciones, parroquias o consejos de ministros,
redacciones de periódicos también, no son lugares para decir esta boca es mía. No es país para filósofos. Aquí hasta
para hablar del sistema de carreteras reparten carnés de partido. Prefiero
delegar mi parecer que discutir con estrategas que solo dudan entre tomar la
Bastilla o el Palacio de Invierno. Llámenme cuando haya pasado la Navidad,
¿quieren?
Dicho esto, ¿qué pueden aportar
las razones a la manifiesta incomprensión entre los abortistas y los pro-vida?
Nada salvo indicar que «Hace buen tiempo,
¿no cree?» no es una respuesta a «¿Dónde
diantre enterraste el cadáver de mi hermana?», en todo caso una sutil forma
de desviar el tema. Que las preguntas vengan sesgadas y cargadas de supuestos
no exime a los contertulios de responderlas, por ejemplo diciendo «Cadáver serás tú» o «Pero si no tienes hermana», enunciados
dialécticamente poderosos. Y del mismo
modo, en el debate sobre el aborto, que uno sea el paladín del progreso hacia
un mundo mejor y el otro bando tenga facha de botafumeiro & emprendasaurio (**) no exime a los hunos y a los hotros de la necesidad de entenderse. En
vistas a facilitar la comunicación, si es que alguien quisiera comunicar
argumentos en lugar de reforzar su posición ideológica en algún futuro remoto,
aquí van dos lemas, uno pro-vida y otro abortista, vertidos a un lenguaje que
sospecho compartido, el lenguaje de los
derechos, aspirando a tanta neutralidad como este blog pueda en valorar los
pros y los contras.
«La
vida es sagrada» puede querer decir (i)
que el debate versa sobre la extensión del conjunto llamado ciudadanía, esto
es, la clase de intereses individuales y colectivos sujetos a protección jurídica;
(ii) que tener un código genético
distintivo cualifica para formar parte de semejante comunidad política; (iii)ergo aborto = homicidio. Entre las virtudes de esta defensa
acérrima de la diversidad genética destaca el otorgar cierta relevancia normativa
a los grandes parias de todas las tierras, las entidades orgánicas sin
conciencia, que suelen carecer de protección jurídica —y a mi juicio así tendrían que seguir, desde una perspectiva
individualista y sensocentrista, hasta que resultara demostrable la posesión de
sensibilidad de los organismos en cuestión. Ahora bien, entre las
incoherencias de esta posición se cuenta que la mayoría de sus defensores
profesen ideologías que pasan olímpicamente de la vida buena cuando esta tiene
lugar fuera del útero materno humano. Recordemos que los demás animales también
tienen ADN. O como dice el cómico George Carlin: «¿Por qué se llama aborto si somos nosotros y si es una
gallina se llama tortilla?»(***)
«Nosotras
parimos, nosotras decidimos» puede querer decir (a) que el debate versa sobre el alcance del derecho natural a la
autoposesión, esto es, hasta qué punto un individuo consciente es propietario
exclusivo de su cuerpo y aquellos productos derivados o vinculados con él; (b) que nadie tiene la autoridad
legítima para imponer límites a semejante derecho; (c)ergo legislar sobre
el aborto = injerir en la propiedad privada. Entre las virtudes de esta defensa del individuo propietario destaca el
otorgar cierta relevancia normativa a la ruleta de la dotación natural, uno no
elige formar parte del grupo que decide acerca de la reproducción de nuestra
especie, o naces mujer y quedas preñada o estás fuera en la gestión ese bien
común que los poetas llaman «Los Lectores
Porvenir» o «La Posteridad»
cuando intentan colocar sus poemarios en editoriales comarcales. Ahora
bien, entre las incoherencias de esta posición se cuenta que la mayoría de sus
defensores ignoren con entusiasmo el
derecho a decidir cuando son bienes comunes de carácter económico los que están
en idéntico régimen de propiedad privada por una combinación igualmente
arbitraria de ruleta del destino + desliz entre varios. O como podría haber
dicho Emilio Botín
(*) Para exhibir mi
pedigrí, evitando insultos y desafueros, no vayan a tacharme de progre blando o
conciliador apolítico, aquí van unos apuntes de opinión personal:
La capacidad de experimentar placer o dolor físicos es el criterio
moral que suelo aplicar para discriminar entre las entidades que tienen
derechos en sentido moral y las que no. Y entiendo que la conciencia sensible
empieza cuando se centralizan en el cerebro las experiencias percibidas por el
sistema central nervioso. Ello no quita que un embrión o el Parque de Doñana
terminen protegidos en tanto que entidades cargadas de valor para terceros. Y
entiendo por terceros a los propietarios en el sentido normativo: la madre y
todos nosotros, respetivamente, que tanto nos gustan los bichos y pagamos
impuestos para mantener la biodiversidad, o lo que sea. Ambos criterios (el
aristotélico y el propietario) deben tomar en cuenta el conocimiento biológico
disponible, esto es, establecer con prudencia la demarcación aceptando que
nuestro saber es relativo, sí, pero muchas revoluciones kuhnianas se necesitan
para demostrar que ese alien uterino siente de verdad hasta cierta semana (no
pienso mojarme diciendo cuántas porque tampoco quisiera alargar mucho más el
debate). La vaguedad epistémica, la continuidad ontológica y el problema del
sorites están en todos los debates morales enjundiosos, así que ningún problema
con ser aristotélico o talmudiano en este caso. El criterio moral parece común
a muchos y la evidencia empírica bastante analizada. Opino que mejor una
demarcación difuminada cara a tomar decisiones que ningún principio normativo
en absoluto.
(**) Emprendasaurio, ria.
(Del lat: prehendere, atrapar. Y del gr: σαῦρος,
lagarto.)
m. y f. Dícese
del emprendedor avant la letre.
Que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas o en peligro
de extinción. Capitalista ultraviejuno (‖ persona entrada en años). Tiene
algo más que una puta pyme.
La alianza tácita entre el Estado policial
español
y la enésima encarnación del bienalismo
madrileño.
Es habitual equiparar el ocio
madrileño con el de Mordor. Los analistas culturales suelen situar la capital
en una pendiente deslizante que lleva desde una Transición fantabulosa hasta el inmaculado proyecto de Eurovegas, saludado en
primera instancia como la redención económica que necesitamos según Herman
Tertsch, en última instancia criticado por el mismo que viste y calza en tanto
que ponzoña viciosa nefanda. A ambos lados del espectro político deslumbra por
su ausencia la coherencia argumental, pues si el discurso de derechas maneja
con soltura los arcanos de la alquimia narrativa, en el decurso de unas pocas
horas el chanchulleo legislativo y la inversión extranjera devienen en la
fuente de todos los males del Reino, también la izquierda oficialista adolece
de similares incongruencias.
Cuadrar el círculo es señalar
Madrid como una ciudad decadente donde campa a sus anchas la filosofía del relaxing café con leche mientras a los
curiosos les faltan dedos en la mano para enumerar la cantidad de eventos
culturales de asistencia obligatoria que tiene lugar año tras año. En las artes
plásticas resulta incluso preocupante la tendencia contraria a la indicada por
los agoreros, la concentración del entramado galerístico en la calle Doctor
Furquet, en los alrededores del Reina Sofía, pronostica malos tiempos para las
demás ciudades. Si el mercado artístico es un juego de suma cero, una vez dada
cierta clase limitada de consumidores potenciales, las de ganar las lleva por
ahora cierto lugar de la Mancha.
Así pues, ¿cuántas ferias anuales
son precisas para satisfacer la demanda de los coleccionistas madrileños?
¿Cuánto tiempo podemos mantener en paralelo la enésima llamada a circunvalar el
Congreso y el bienalismo trasnochado para disfrute de ancianas abrigadas a base
de chinchilla desollada? Mis sesos volvían sobre estos temas mientras admiraba
sonriendo entre dientes el cordón policial montado en torno a Casa Arte, la
cuarta o quinta mejor feria del año, bajo la custodia de los perros del Estado
ante la amenaza de un eventual sabotaje indignado con motivo del 14D, jornada
de lucha contra la reforma del Código Penal. Tengo que decir que hubiera donado
mi hígado a la ciencia con tal de haber visto el encuentro milagroso entre las
mencionadas coleccionistas enfundadas en bichitos en peligro de extinción y una
activista haciendo topless, imagen
del día otra vez para Femen. El milagro sin embargo no tuvo lugar para
desgracia del voyeurismo y del
contribuyente que subvenciona religiosamente con sus impuestos los escarceos
represivos de las unidades policiales del Estado, cuyas leyes ahora están
blindadas contra las mayorías silenciosas que previamente fueron silenciadas.
Total, ¿qué merece la pena
destacar en Casa Arte? En la berlinesa galería Invaliden rápidamente llamaron
mi atención los dibujos de Inken Reinert sobre la relación existente entre las
gráficas de un electrocardiograma y ciertos trazos de tinta que simulan figuras
naturales; esta superposición comprende la hoja en blanco como una partitura ya
cargada de estructura y significado, en lugar de un abismo listo para colmarlo
de subjetividad. También me fascinó la naturaleza reticular de las superficies
engarzadas por María García Ibáñez para AJG Contemporánea. En una feria llena
hasta las trancas de reflexiones geométricas su tratamiento colorista del
espacio (hablamos de nodos fractales conectados entre sí como una red de arcoiris)
destaca por su belleza dentro del conjunto. Las fotografías de Tania Parceros
en Blanca Berlín también destacan, no solo gracias a la calidad intrínseca de
las mismas, sino además porque buenas fotos suele haber las justas en una feria
como esta, orientada sobre todo a los coleccionistas particulares que no
tuvieron suficiente con el resto de ferias de 2013, ya sea por falta de dinero
para comprar en las ferias grandes, por culpa del consumismo pendenciero o
porque tienen que hace la declaración de la renta pronto y quieren atenerse a
la exención fiscal propia del mecenas, pero el caso es que el consumidor
prototípico de Casa Arte prefiere las manualidades singulares e irrepetibles,
preferentemente pictóricas.
La propuesta artística que tiene
mayor potencial simbólico corre a cuenta de Blanca Soto, quien presenta una
intervención site specific sobre las guerrillas colombianas financiada desde
Intermon Oxfam. Menu, la pieza de
Manuel Barrero, plantea una reflexión acerca de la mercantilización de los bienes
comunes, la conversión del civismo en moneda de cambio, ese momento en que
termina siendo remunerado aquello que la sociedad presupone como actividad
espontánea. Hablamos de la denuncia pública como instrumento democrático para
la implicación ciudadana en la regulación normativa de la sociedad. Claro que
esta reflexión tiene lugar en el contexto de Colombia, donde las razones del
Estado y la propia identidad de los enemigos de la sociedad resultan
ciertamente problemáticas. Yo he conocido un oficial del ejército colombiano
cuya tropa estaba forzada a declarar su posición cada 15 minutos para evitar
falsas atribuciones: asesinatos de campesinos realizados por paramilitares, o
por los propios soldados regulares, que luego endiñaban los cadáveres a la guerrilla
(o viceversa). Menu habla de todo esto, como digo: una instalación que entiende
las leyes introducidas en 2005 por el gobierno para perseguir a la guerrilla,
pagando en metálico a los delatores que ayudaran a desmantelar comandos, un
menú de sangre que solo podría llegar a zanjarse mediante el recurso a una
justicia sostenida sobre la verdad. Por desgracia, auctoritas non veritas facit legem.
[Recupero este artículo publicado
en El Sindicato durante la primavera de 2012 con el objetivo de estimular el
debate teórico y el intercambio de argumentos sobre el aborto. Como dijo el
cómico George Carlin: «¿Por
qué se llama aborto si somos nosotros
y si es una gallina se llama tortilla?»
Y yo añado: «¿Para cuando hacernos unos
bocatas de embriones revueltos con pimiento?» Ya estamos tardando.]
En enero de este año [2012] se implantó
una normativa europea que obliga a mejorar las condiciones de las gallinas
ponedoras. Este tipo de legislación en el sector de la alimentación resulta
—dicho sea de paso— bastante acorde
con la penetración en Occidente de un saludable sentido común favorable a la
consideración del bienestar animal, bien sea por razones morales (antiespecismo normativo), bien sea por
consideraciones estéticas (simpatía
contemplativa). Sin embargo, esta medida concreta solo puede resultar insuficiente para los primeros y decepcionante para los segundos. Por un lado, los defensores de una
consideración imparcial de los intereses de todas las criaturas sensibles
difícilmente sesentirán —nunca mejor dicho— representados en una directiva
gubernamental tan pusilánime, que contempla un miserable aumento de la
superficie disponible por ejemplar hasta los 750 centímetros. Por otro lado,
los amantes de los juguetes animados y de las mascotas graciosas que, en
palabras de Peter Singer, consideran “que un bebe foca con su piel blanca y
suave y sus grandes y redondos ojos merece mayor protección que un gorila, al
que le faltan esos atributos”; esos camaradas taaan sensibles —como digo— ya empieza a constatar los costes pecuniarios de su mundo interior. En el sector de la
avicultura, la reposición de las jaulas ha supuesto un incremento de los costes
de producción y las limitaciones de espacio se han traducido, de forma
inmediata, en una reducción de la oferta (que descendió un 22%) y en un
incremento de los precios (que aumentaron un 50%).
Mientras esperamos que el precio
de los huevos ascienda de forma imparable hasta convertirse en un producto de
lujo y ostentación, a la altura de otro tipo de embriones animales como el
caviar, solo aptos para el consumo de las clases adineradas y los luchadores de
wrestling (percíbase la ironía), algunos
tertulianos comienzan a carraspear con fuerza y a elevar el tono de voz para
denunciar una medida que juzgan ineficiente, máxime en tiempos de profunda
recesión económica, porque supone una severa restricción de la competitividad
internacional, y además implica un gravamen adicional sobre la canasta básica
de bienes de consumo de los (ya de suyo empobrecidos) hogares europeos. Desde una perspectiva antiespecista cabe reconocer
que la carestía es una consecuencia indeseable pero, no obstante, seguir
insistiendo que, además de las mejoras en infraestructura avícola, la
restricción del consumo y la reducción de la población son medidas necesarias
para garantizar un trato equitativo y sostenible de las gallinas ponedoras,
acorde con la moralidad realmente existente en Europa que reclama, desde hace
tiempo, la politización de las pautas de consumo y, en concreto, la compresión
de la comida como campo de batalla. En este sentido, el aumento de los
precios hasta niveles prohibitivos es una medida coyuntural que recurre a los
instrumentos del mercado o —para ser más exactos— a la herramienta de la oferta
para imponer limitaciones en la conducta de los agentes económicos. A falta de
una (mayor) autocontención espontánea de la demanda, si los individuos no se
comportan en sus intercambios mercantiles conforme a sus principios declarados,
es competencia de sus representantes políticos imponer las restricciones gubernamentales
pertinentes, conforme a la opinión agregada de la mayoría. Este tipo de
restricciones legales, seguirán siendo favorables al compromiso del ciudadano,
aunque puedan ser contrarias a la hipocresía del consumidor.
La polémica en torno al precio de
los huevos arroja un viejo debate de la ética aplicada: ¿resulta moralmente
reprobable el consumo de embriones? Hace apenas unos días se orquestó un debate
en Facebook sobre las implicaciones morales de la dieta vegana, a raíz de la
publicación de la
tercera entrega de Rollo Random
en esta misma casa [El Sindicato],
que concluyó con la sugerencia de organizar un desayuno a base de “óvulo humano
en salsa de helado de semen criogenizado" con “cordón umbilical en salsa
de almíbar como postre”. Antonio J. Rodríguez formuló esta propuesta en tono de
provocación a modo de reductio ad
absurdum de la defensa convencional de la dieta omnívora; una mezcla de
relativismo moral, conformismo gastronómico y denegación de origen (“todo vale
mientras cocine mi abuela con alimentos de origen indeterminado”). En esta
misma línea, Antonio J. subrayó que esos abortistas taaan magnánimos, que tanto disfrutan llenándose la boca con
monsergas teológicas mainstream y con cadáveres descuartizados de animales (una
instrumentalización del reino animal que, por otro lado, se encuentra en plena conformidad
con la entronización del Varón en las principales religiones monoteístas), esos
chamanes de la sacralidad de la vida quizás deberían —según Antonio J.— saludar
la carestía de huevos que atraviesa Europa como el anticipo de una disminución
de la demanda de gametos femeninos para consumo humano.
A fin de cuentas, quien lucha por extender los derechos civiles a los
fetos (Homo Sapiens Sapiens sin voz
ni voto), también debería luchar, en primer lugar, por el reconocimiento de los
derechos animales y, en segundo lugar, por la extensión de tales derechos a los
huevos de corral (Gallus Gallus
Domesticus sin canto ni pio-pio). Con independencia de la solidaridad
de especie, no hay prima facie ningún
criterio moral que justifique esta exclusividad en la aplicación del derecho a
la existencia: ceteris paribus, el
nacimiento de dos individuos detenta idéntico valor. La aceptación de este principio no excluye que podamos establecer, en
un segundo nivel de justificación, una jerarquía de nacimientos que valore de
un modo preferencial ciertas características que poseen de forma sobresaliente
la mayoría de los miembros de nuestra especie, como el desarrollo del lenguaje doblemente
articulado, la manipulación tecnológica avanzada o la previsión del futuro
distante. Sin embargo, cualquier versión ilustrada del antropocentrismo que
pretenda establecer un listado exhaustivo de las características que justifican
el privilegio ontológico de nuestra especie se encuentra sometida, desde la
publicación de Animal Liberation
(1975), al argumento de los casos marginales: la etología demuestra que muchos
animales poseen características que convencionalmente habríamos considerado
distintivas de nuestra especie, mientras que multitud de seres humanos carecen
por completo de tales facultades preferenciales. A falta de otro principio
mejor, la igual consideración de intereses constituye el basamento mínimo de
toda jerarquía en equilibrio reflexivo con nuestras intuiciones morales
profundas.
Ahora bien, ¿qué entendemos por
interés? Algunos autores próximos a la ecología profunda presuponen una
definición máxima de esta noción y, de este modo, atribuyen intereses
específicos a cualquier entidad que se
esfuerce por mantenerse en su ser, incluido el reino floral y el planeta
Tierra. De acuerdo con este enfoque eco-spinozista,
cualquier individuo o conjunto movilizado por esta inercia existencial detenta,
en última instancia, un interés susceptible de reconocimiento jurídico y de
protección legal. Se pueden plantear dos objeciones a este planteamiento. En
primer lugar, ciertas nociones filosóficas asociadas al conatus, como la preservación
de la potencia, elincremento de la energía o la afirmación de la existencia, parecen
entrar en contradicción con el segundo principio de la termodinámica que, bajo
los prismáticos aberrantes de la ontología, sugiere una tendencia irreversible
hacia la defunción por uniformidad térmica. En segundo lugar, la equivalencia
conceptual entre interés y conatus suscita,
en último término, una interpretación animista de la realidad que no discrimina
entre deseos autoconscientes, inclinaciones conscientes y regularidades nómicas;
lo que conduce a callejones sin salida: a fin de cuentas, una secuoya persevera
en su crecimiento, del mismo modo que una combustión persevera en su reacción
química, una célula en su ciclo biológico y un electrón en su orbital atómico. Así pues, a menos que estemos dispuestos a
reconocer los derechos de los incendios forestales, de las invasiones
cancerígenas y de la radiación electromagnética, tendremos que restringir la
atribución de intereses y vincularla con la posesión de sensibilidad. En este
sentido, un enfoque moral comprometido con la igualdad de consideración de
intereses, que incurra en extrapolaciones animistas injustificadas, evaluará
moralmente la conducta humana asumiendo la perspectiva —y considerando el
bienestar— de las criaturas sensibles involucradas en cada situación. Esta
atribución exclusiva de intereses a las criaturas sensibles se conoce como sensocentrismo.
Retomando nuestro asunto, ¿qué
hay de malo en desayunar embriones humanos, como sugiere Antonio J. Rodríguez,
de hasta 18 semanas de gestación? Hasta esta fecha la corteza cerebral no está
desarrollada como para que ocurran las conexiones sinápticas pertinentes para
la transmisión de experiencias sensibles y, por lo tanto, la conjetura sobre el
sufrimiento silencioso o el grito inaudible carece de fundamento. Con excepción del dogma teológico sobre la
sacralidad de la vida humana, no conozco ningún criterio moral que condene el
consumo de embriones humanos sin condenar, al mismo tiempo, el consumo de otrosembriones (v.gr., el balut
o huevo cocido y fertilizado de pato, con embrión dentro; todo un manjar en
algunas zonas del sureste asiático). Además, el principal razonamiento (no
dogmático) favorable al reconocimiento de los derechos prenatales se sostiene,
en último término, sobre alguna modulación pugilística del conatus: el embrión es una criatura sensible enpotencia que se
esfuerza por alcanzar la existencia; al interrumpir de un modo artificial esta odisea ontológica estamos negando el
derecho a la permanencia legítima en el SER. Como ya hemos visto, esta postura
animista se enfrenta a problemas irresolubles de demarcación: si la potencia
existencial es un continuo afirmativo, ¿dónde situar la frontera entre la
materia inerte y el organismo vivo? En el discurso antiabortista es habitual
emplazar este salto cualitativo en el momento de la fecundación, señalando el
carácter irrepetible del material genético contenido por el cigoto. Sin embargo, resulta arbitrario —cuando no
curioso— pretender que la protección del ciudadano comience en ese preciso
instante, si tenemos en cuenta que el inestable matrimonio entre el óvulo y el
esperma puede terminar en divorcioexpress (el cigoto puede dividirse hasta
14 días después de la fecundación) o en masacre
uterina (el número de abortos naturales sugiere que el aparato reproductor
femenino es —en realidad— unamáquina de infanticidio masivo). Con
todo, las especulaciones antiabortistas sobre la potencia y lo irrepetible
convierten a las biomujeres en dictadores sanguinarios que permiten la comisión
de crímenes contra la Humanidad en el interior de su cuerpo, al desperdiciar
cada mes un puñado de preciado material genético, especialmente aquellas Überfrauen que estuvieran en posesión de
una cavidad uterina perfeccionada para el asentamiento óptimo del embrión. Desde
un enfoque consecuencialista, si la preservación de material genético
irrepetible es un objetivo en si mismo, entonces la interrupción del embarazo (aborto) y su omisión (menstruación) tienen idéntico resultado y, por tanto, ameritan
idéntica valoración moral con independencia de la motivación subyacente. En
comparación con las deficiencias teóricas del animismo, el enfoque
sensocentrista ofrece una respuesta más rotunda y menos diletante, en perfecto
equilibrio reflexivo con nuestras intuiciones morales, a saber: mientras no
vulnere la sensibilidad ajena, el ser humano tiene licencia para consumir
criaturas no sensibles. Ahora bien, ¿acaso el consumo de embriones humanos
vulnera la sensibilidad ajena? ¿No estaremos acaso ante un prejuicio cultural
fruto, a partes iguales, de un pasado histórico traumático y de una rémora
teológica cristiana?
[Ça a debuté comme ça. Me pongo la máscara del vegano por razones morales y empiezo a trollear a unos dietistas que argumentan que tenemos que comer de todo (poniendo especial énfasis en la inclusión del jamón del güeno dentro de ese TODO) porque resulta que el ser omnívoro tuvo su ventaja adaptativa cuando bajamos de los árboles. Claro que, ¿desde cuando tomamos a los hombres de las cavernas como modelos de conducta? Es una norma de cortesía a la hora de razonar en términos normativos el aceptar que, cualquier cosa que pasara en el Paleolítico, en el Paleolítico se queda. Digo, no vayan a tirarse al monte mis amigos de #MisteriosAlDescubierto totalmente convencidos de las virtudes adaptativas de nuestro pasado cazador-recolector. Que son muchas. Total, que la cosa se abigarra. Publican objeciones contra mi postura a modo de post y me censuran las réplicas que escribo. Por si acaso fueran de interés público, cosa que dudo mucho, las copio aquí mismo. Como diría Roland Barthes a sus chaperos: ¡ahí va la mierda!]
Perdón por el retraso. Aquí está el mentado ERNESTO, vuestro vegano predilecto. Y aquí contesto a las objeciones planteadas por MANDY, BLOGMASTER, ELENA NITO y MIRROR. Ojalá no me borren este comentario como ya hicieron con uno previo. Creo cumplir con ciertos mínimos de cortesía exigidos. Ojalá BLOGMASTER hiciera lo mismo y evitara las generalizaciones AD HOMINEM. Pensar distinto no es, hasta donde yo sé, un insulto. Lo dicho, un placer discutir con los que saben hacerlo.
¿Hablamos de victorias pírricas, MANDY? Me parece fantástico que la principal objeción contra la dieta vegana sea que los enfermos de Vitíligo no pueden dejar la carne, pues la mencionada enfermedad solo afecta a un 3% de la población, así que la cuestión sigue abierta para el 97% de la humanidad. Yo estoy dispuesto a reconocer que un porcentaje minoritario tenga problemas para sintetizar aquellos nutrientes esenciales que la mayoría de la gente podría obtener de fuentes no animales. Usted dice: "No estamos a la altura de poder elegir una dieta con las características de la dieta Vegana, no con los riesgos que existen." La ADA, por desgracia, dice justo lo contrario: http://unionvegetariana.org/ada.html
¿Hablamos de valores morales, BLOGMASTER? "Las razones Morales son conceptos relativamente nuevos respecto a la Evolución fisiológica o antropológica humana. Tú mencionas hechos de hace unos pocos siglos para acá, obviando el resto. Yo empleo el concepto Evolución como el conjunto de hechos que nos ha conducido hasta aquí por ser precisamente omnívoros." ¿Estás diciendo que la vejez de ciertas prácticas es un criterio de su valor moral? ¿Acaso la moral de los derechos humanos tiene menos valor que --pongamos-- la moral de la tribu porque apenas tiene unos siglos en vigor (desde 1789)? Insisto, ¿basta con mencionar "el conjunto de hechos que nos ha conducido hasta aquí" para eliminar cualquier discusión sobre (i) donde estamos y hacia donde camina el progreso, (ii) si tales hechos deben asumirse o rechazarse a la luz de la información empírica disponible y nuestros valores actuales? (Y por utilizar el razonamiento AD HOMINEM que suele gastar BLOGMASTER cuando quiere ridiculizar a los veganos como míseros estudiantes de humanidades con deficiencias nutricionales, capacidades mentales disminuidas, y por supuesto, mucho dinero que gastar: que seas de ciencias, querido BLOGMASTER, no implica que no entiendas las normas básicas de la lógica deóntica según las cuales confundir el SER y el DEBER SER, los hechos y los valores, se llama falacia naturalista. A ver si leemos un poco de filosofía analítica: David Hume y G.E. Moore suelen ahorar muchos post subidos de tono.)
¿Hablamos del sentir animal, ELENA NITO? "Su irracional racionalidad alumbrará el día que comprendan que no hay absolutamente ninguna diferencia ética entre comer una manzana o un huevo de corral." ¿Quién ha dicho lo opuesto? Desde una perspectiva sensocentrista un feto humano por debajo de la 18 semana de gestación, o cuando quiera que aparezca la conciencia sensible, tiene tantos derechos como una manzana o un huevo de corral. A saber: ninguno en absoluto. Muchas gracias por la noticia de las plantas. Que las plantas o los fetos tengan la capacidad de responder motrizmente a diversos estímulos externos, como resulta evidente para todos, no implica que sean sensibles en el sentido relevante del término. Pero este es otro debate.
¿Hablamos del décalogo vegano, MIRROR? Punto por punto:
1. No vengo a IMPONER sino a discutir sobre mis creencias. También a aprender sobre las plantas y los enfermos de Vitíligo. Ojalá fueran leídos CUM GRANO SALIS mis comentarios, aplicando el principio de caridad exegética, pero está visto que toca jugar el papel del malo-malísimo.
2. Aunque el veganismo o el ecologismo TAMBIÉN fueran modas, nunca serían SOLO modas y mucho menos NUEVAS modas de RICOS, porque (i) están respaldadas por una argumentación normativa consistente; (ii) la historia registra ejemplos antiguos de ecologismo de la pobreza donde la gente apenas contaminaba el ambiente o depredaba los recursos dado que carecían entonces de los medios para hacerlo, igual que todavía pervive todavía cierto vegetarianismo de la pobreza (ovolacto y con ingestas muy esporádicas de carne y pescado) en aquellas regiones donde producir o exportar carne o pescado resulta inviable.
3. Nací en 1990 y no soy judío, sería absurdo hacerme el ofendido por una analogía entre el Holocausto y la industria cárnica, pero sí soy español, tengo simpatías republicanas, y los republicanos concentrados en Mauthausen solían decir que los nazis les trataban "wie Tiere, esto es, como animales". Ergo: los animales reciben un trato bastante similar a un campo de concentración. (Para contrastar la declaración véase el documental de Llorenc Soler sobre el fotógrafo de Mathausen: FRANCISCO BOIX.)
6. Utilizar la historia evolutiva para borrar del mapa la discusión normativa informada y distendida sobre el maltrato animal es incurrir en la falacia natural, además de insultar a una especie que, a falta de uno, tiene dos veces el adjetivo SAPIENS detrás de eso del HOMO, quizás para recordar que nuestra autonomía racional y nuestra capacidad de decidir no tienen por qué estar genuflexas ante la tradición, o en este caso, de rodillas ante cuatro hombres de las cavernas.
La crisis es como montar en bici. Una vez aprendes, etcétera.
Seguimos destapando
malformaciones en la reforma constitucional introducida por los partidos
mayoritarios del Reino de España en 2011. Recordemos que el objetivo confesado
de la reforma consistía en imponer un techo de gasto sobre los presupuestos del
Estado. Pues bien, a la
malformación antidemocrática y chapucera (la decisión de modificar la sacrosanta carta magna fue tomada en unas
pocas horas, sin consulta popular alguna, siguiendo dictados europeos) hay
que sumar ahora la
malformación cuántica y orwelliana diagnosticada por José Ignacio Antón,
profesor de la Universidad de Salamanca, y hecha pública por Fernando Esteve en
Oikonomía.
Resulta que el apartado
modificado del art. 135 invoca la noción
de balance fiscal estructural (BFE) para medir si estamos viviendo por encima
de nuestras posibilidades. Y pasa que esta magnitud arroja valores distintos
dependiendo de la tendencia económica que estemos valorando. Así, calculado
desde 2007, el BFE del Reino de España 2006 sería bueno, podría decirse que
vivíamos por debajo de nuestro PIB potencial, el Estado podría haber gastado
más en el contexto de una tendencia alcista; sin embargo, visto desde 2013, el BFE desciende 3,5 puntos, el saldo
positivo desaparece, 2006 entra en números rojos, ¡solo porque nosotros estamos
haciendo los cálculos desde el supuesto de una tendencia a la baja!
Ignoramos si esta propiedad
maravillosa, la virtud de modificar el
pasado según la posición relativa del observador, merece el epíteto de
orwelliano (en virtud de 1984) o de cuántico (en virtud del experimento de la
doble rendija), pero una cosa está clara: la Constitución del 78 y la casta
política española hacen cosas muy raras;
tienen un comportamiento ondulatorio y a la vez discreto; cambian de color como
los quarks cada cuatro años; nadie puede determinar su momento y su posición en
el espectro ideológico; merecen una jubilación anticipada, una pensión en Marbella
y todo nuestro respeto.
Sobre la cuestión del
determinismo biológico y del egoísmo genético (¿hasta qué punto la llamada a la transmisión reproductiva de los genes
determina nuestra conducta como animales y en qué medida influyen los factores
ambientales sobre nuestro carácter?) se ha publicado un
artículo bastante completo donde figuran todas las posiciones históricas
defendidas sobre el tema y el estado actual de la cuestión.
¿Conclusiones preliminares? Como
podría haber dicho Séneca: en el debate Naturaleza vs Cultura no hay posición,
por irrazonable o extremista que sea, que no haya sido defendida por al menos un intelectual sesgadamente informado.
Y este artículo contiene, para desgracia de la discusión informada, muchas ideas-fuerza del constructivismo
sociocultural del siglo XXI.
Ya estoy viendo a Stephen Jay
Gould citando desde la tumba el
curioso ejemplo del saltamontes y la langosta; son la misma especie con distinta conducta en virtud de distintos niveles
de serotonina. Léase Testo Yonqui de Beatriz Preciado& let the party begin.
El grado cero de la política es la comunidad de vecinos. Quien
reclama la autogestión de los presupuestos participativos o el derecho a
decidir sobre la soberanía de un barrio (ciudadanos de Arganzuela, ¿quieren seguir
siendo parte de (i) El Reino de España y (ii) la Comunidad de Madrid?), me
juego la mano zurda que todos esos patriotas de distrito nunca han sido en toda
su vida presidentes de una comunidad de vecinos. De haberlo sido estarían
leyendo a Thomas Hobbes ahora mismo. Y es que la comunidad de vecinos es el
horror del estado natural. La comunidad de vecinos confirma a Jean-Paul Sartre:
el infierno son los otros, y lo sabes
bien.
El economista Juan Santaló
si ha sido presi.Y ha visto la bajísima competencia
existente entre las compañías encargadas del mantenimiento de ascensores: los
contratos suelen tener una duración superior a tres años, incluyen cláusulas de
renovación implícita y además estipulan una penalización por incumplimiento de agárrate-tú-los-machos. Las cuatro primeras compañías de este
sector acaparan más del 50% de la cuota de mercado nacional.
¿La solución? Según Santaló, más
mercado. A mi juicio debería valorarse también la opción de nacionalizar un servicio cuya tendencia a generar
monopolios es cosa de blanco y en botella. En este caso, el mantenimiento
es una necesidad impuesta según criterios estatales, en tanto que el producto
consumido es el mismo para todos y la distinción publicitaria de la oferta es
una soberana marcianada (¿se
imaginan anuncios para mantener ascensores?), cualquier recorte vía costes
de producción disminuirá la seguridad de los trabajadores.
Si el sector público debería
satisfacer según criterios de eficiencia aquellas necesidades que generan de
suyo monopolios naturales o donde el criterio del beneficio genera claro
desvalor, ¿por qué no aplicar el
exprópiese chavista sobre aquellos negocios que, por muy alejados que estén del
escenario político antagónico, satisfacen alguna de las condiciones
mencionadas? ¡El mantenimiento no se vende, se defiende!
[Se acerca final de año. Toca hacer listas de los mejores. Aquí va una propuesta ininteligible de coronación. Lean cum grano salis.]
Quizá nunca llegue a estar entre
los diez mejores del año según Pitchfork o FactMag. De hecho nada suyo aparece en la sección de reseñas. Esto tendría que
tomarse como una falta de olfato, una pérdida de oído por parte de ambas
revistas. ¿Dónde quedó la capacidad de descubrir figuras musicales con pocos
dineros para anunciarse a los cuatro vientos? Los talonarios desplegados
por FKA Twigs, la chica que empezó a fines del año pasado con un Tumbler y tres
videos, ahora vendida como la nueva Grimes, parecen señalar en la dirección
contraria: claro que siguen ahí los sabuesos, solo que ocupados excesivamente
repescando en el novísimo caladero del Aerosoul, que viene siendo una mezcla
entre R&B + Soul + eso-que-todos-llaman-dubstep.
Mismo perro, distinto collar, vaya. ¿Acaso están demasiado entretenidos
acuñando the new sound of the year,
un efímero título nobiliario que ahora mismo podría detentar el house venido a menos —¿culpa del pop?—
como para escuchar aquello que hasta ayer mismo fuera poco menos que su religión
sonora?
Hablamos de Zebra Katz. Y el credo
musical que debería proteger y ensalzar sus tracks viene a ser la fiebre por
las voces graves y el ritmo lento que tuvo lugar en el rap para blancos con la
aparición de A$ap Rocky y su Peso dos
años atrás. En cuanto a la pregunta (las
revistas musicales de cierto peso, ¿tienen tiempo para hacer otra cosa salvo
corear las canciones de guerra de los mayores —el caso de Drake— sin incurrir
en el folletín de variedades o el catálogo de nombres, atentados ambos contra
la división del trabajo y el buscador de Google?), la respuesta es un claro
Jain [sí pero no en alemán]. Sí que
dejan espacio para valorar el disco de A$ap Rocky, entendido como novamás del estilo grueso en lugar de la
silueta decadente que viene siendo este rapero de Harlem desde los comicios
yanquis de 2012 —rodar un videoclip haciéndose disfrazar de JFK en Dallas es a
todas luces un precedente cojonudo para grabar luego junto a Skrillex: tú ya
estás muerto, pero aún no lo sabes. Es la filosofía del disparo que está a
punto de atravesar el cráneo del presidente.
Y no: los caladeros de jóvenes (y
antiguos) raperos parecen agotados. El éxito de Yeezus entre los hipsters, un
bombazo para la competencia inmediata (véase Jay Z), responde más bien a una
bien gestionada inversión publicitaria que a un interés renovado por el género
entre los creadores y los gestores de la opinión pública (por mucho que Kanye
West sea muy bueno). Hay quien culpa de
todo a Miley Cirus. Bien está cargar así las tintas contra la loca del
pueblo, pero para qué vamos ahora a fingirnos los apocalípticos cuando la
fragmentación del público en Internet y el mundo comunal en las redes sociales
garantiza (i) la mínima incidencia de
las jeremiadas escritas para los followers
y los amigos del insti (en caso de alcanzar alguna visibilidad, sería para
peor: «Vuestra envidia crea mi fama», Rafa
Mora dixit); (ii) que si quieres mirar para otro lado, porque eres un chico de la calle 0% mainstream, dado
el caso, puedes hacerlo sin tantos aspavientos.
Mucho se ha dicho sobre Room Art Fair, la feria madrileña de arte joven, que sigue teniendo
un modelo expositivo rompedor a tres años de su primera edición. Y es cierto.
Tal vez no sea nada nuevo el salir del white
box, otros hicieron antes del hotel un lugar para la exposición artística;
quizá los pasillos angostos cubiertos hasta el techo de motivos castizos tengan
sobre todo una función de asfixia, nada tienen que ver con movidas modernas
ulteriores; puede hasta incluso suceder que las camas dobles que ocupan la
mayor parte del espacio —volviendo imposible el estar en una sala con más de
cinco tipos— solo fueran guiños a ciertapieza de Tracey Emin o a la
naturaleza arropadita y acomodada que caracteriza a buena parte de nuestros
artistas emergentes. Quién sabe. El hecho es que Room Art Fair conjuga la interioridad y la precocidad, muchos
artistas imberbes por ahí, generando una sensación de cercanía horizontal,
valores absolutos donde las relaciones sustituyeron el contenido. Así las
cosas, ora ves una galerista recostada sobre un butacón orejero haciendo punto
de cruz, ora saludas a una novísima promesa por las escaleras, ora quedas
convidado a tomarte fotitos en el cuarto de baño.
Poca broma con las fotos, por cierto, son una
maldita pandemia. El fotocall es una
posibilidad constante en todos los stands
donde las esferitas de alcanfor huelen por su ausencia, esto es, en todas
las galerías que figuran en calidad de espacios modernos que acaban de empezar
o superan la crisis como pueden, porque en Room
Art Fair también existe mucha galería de pintura realista chapada a la
antigua, mucho Salón des Refusés donde
la pincelada y la impresión siguen siendo el horizonte el horizonte insuperable
de nuestro tiempo. En cuanto a las cámaras, el absurdo y la parajoda [sic] llegan hasta el punto en
que, ante un lugar donde todo el bacalao
consiste en anunciar la existencia de otra feria en MAD «bastante similar a Room Art Fair solo que sobre fotos», un
servidor tiene que asumir la obligación de ofrecerse voluntario para
fotografiar a la anunciante del stand sobre una cama. El triunfo del paradigma
relacional, supongo. Y como que tanta relación estrecha y tanto vínculo
personal abruma —intuyo— en la medida en que el público se encuentre habituado
—como es mi caso— a una relación vertical con la cultura visual —la misma tarde
que visité Room Art Fair pasé por El espejismo exótico, la exposición de
Casa Sin Fin, donde Julián Rodríguez desplegó una teórica bestial sobre el
pensamiento poscolonial avant la lettre
de tantas figuras francesas de entreguerras; un servidor tomaba apuntes,
copiaba la palabra del maestro. Y claro, cuando el elemento de maestría se
desdibuja, cuando el networking, la
formación de comunidad y el espíritu hogareño asumen la torre de mando,
entonces una persona interesada en aprender tiene que aceptar el intercambio de
tarjetitas como sucedáneo.
Pero aquí hemos venido a otra cosa, hagamos memoria sobre la función principal de la feria
como escaparate de variedades, lugar para exhibir el género, anunciarlo y
mercadearlo; así pues, ¿cuáles son las piezas mejor vistas del rebaño? Un
ejemplar suculento es Face 2 Face de
Mario Bastian, la instalación del espacio In-sonora
que realiza una suerte de mapa sonoro y de geometría variable sobre tu cara
cuando entras en el baño, una versión hi-fi
de la mirada a la Gorgona y el paso del tiempo que cualquiera experimenta
una vez por la mañana todos los días del año. Cada vez el fin del mundo, como podría decir Derrida. Muy golosas
también son las galerías Factoría de
Arte y Desarrollo o SC Galery, cuyo catálogo de artistas urbanos (Boris Hooper, Vinz, El Tono,
Wester Collective) destaca sobre el resto de propuestas similares. En Factoría
de Arte y Desarrollo, por su parte, descubrí a Jorge de la Cruz, un dibujante
excelente cuyo imaginario animalista y cuyas obsesiones sociales resultan
bastante sobrecogedoras; trabaja por ejemplo sobre las luchas entre las mafias
que copan el negocio de los peluches de dibujos animados en tamaño humano. Hace
poco vimos una pelea entre Bob Esponja y Hello Kitty. Y allí estuvo de la Cruz
para trabajar la dimensión estética del mundo infantil convertido en un
escenario de wrestling.
La filosofía política suele
dividirse —grosso modo— entre quienes están por el consenso (y por tanto
analizan la resolución de conflictos) y quienes no (y por tanto avivan el fuego
en las calles). Yo me sitúo en los márgenes de la política freak (por si no se
habían percatado todavía). Y este mes el protagonista de la política marginal,
ideales suscritos por cuatro mataos, ha sido el movimiento reaccionario contemporáneo. A grandes rasgos sus
adalides suscriben principios libertarios, salvando que dan por sentado la
existencia, la necesidad o el carácter inevitable del Estado, y por tanto prefieren estar gobernados por aristocracias
naturales supersabias (à la Platón) antes que por demagogos inexpertos
elegidos a través del voto. Scott Alexander intentó refutar los
presupuestos empíricos de esta inclinación absolutista y autoritaria que,
según parece, prende como la mecha entre ciertos geeks. Las respuestas son
legión.
Va a parecer que tengo manía a
Julianna Barwick. Ya echamos pestes
sobre su disco Nepenthe, una cosa mala para la vida y para el oído, ecos
lejanos para hacer yoga o ascender en ascensores, o algo. Una entrada
gratuita a la
lista de los mejores discos de B*tchfork Magazine. Una metida de pata.
Resulta que también están abducidos por esta pava en F*gMag. No se explica si
no por qué encargan y aceptan este
Mix414 de Barwick. Sin lugar a dudas su peor mezcla del año, lo que me
demuestra el repertorio de lugares comunes, vendidos como referentes
personales, que maneja esta señora. Hasta el redactor se sorprende: it’s certainly been a while since we heard
Dylan in a FACT mix, that’s for sure.
Juan
Ramón Rallo responde a las acusaciones formuladas por Jose Luis Ferreira contra
la escuela austriaca en su librito Economía
y pseudociencia. Ferreira considera que los austriacos son unos vendebiblias porque, entre otras cosas,
sus teorías son infalsables y sus argumentos carecen de formulación matemática
(también
existen versiones para dummies de estas objeciones). Ramón Rallo tampoco
quiere meterse en harina, pasa de puntillas sobre el asunto de la confirmación
empírica, y refuta los ataques sobre la influencia y el dogmatismo de la
escuela. Dejando entre paréntesis la
lucha entre Don Quijote y los molinos, pues tanto el ataque como la defensa
incurren en la falacia del
hombre de paja, los links del texto conforman una documentación imprescindible
sobre la extendida influencia de Hayek, Mises y Rothbard. Los polos
opuestos quizá no se atraigan, pero tampoco están tan opuestos.
Tiene gracia. Analizan
el cerebro de unos adolescentes (el mayor de los cuales tiene 22 años) y
confirman estereotipos sobre las habilidades sociales de las biomujeres por
oposición a las facultades perceptivas de los biohombres. Qué esperaban. Lo
mejor viene cuando vemos que las conclusiones descansan sobre ciertos mitos
acerca de la división de las funciones
cerebrales en hemisferios especializados (hay muchas variantes del relato,
algunas sexistas de suyo, así que recomiendo asear las ideas con "The Split
Brain Revisited" de Michael S. Gazzaniga: uno de los padres de la
teoría vuelve sobre sus pasos 35 años después).
Natxo Medina reflexiona sobre el
componente meritocrático en las letras de Lorde. Esta chica de 17 años ha
saltado a la palestra mediática como la adolescente más prometedora de 2013.
Sus contratos millonarios y sus canciones electrizantes, la versión
mediaclasista de FKA Twigs,
deberían bastar para avalar semejante distinción, pero Medina prefiere
comprender su meteórica trayectoria desde las coordenadas de nuestra situación
económica actual. Lorde encarna a la working
class hero, dice Medina: esforzada en el trabajo, discreta en los media,
frugal en su consumo. Los únicos cadillacs que Lorde conduce están en sus
sueños. «I've never seen a
diamond in the flesh», dice en Royals.
Hasta aquí todo bien con el working
middle class. Ahora bien, ¿dónde
quedó la heroicidad en todo esto? ¿Acaso Lorde entona las loas del triunfo
empresial? Al contrario: nada tienen que
ver sus tracks con los nuevos prometeos comerciales y los self-made teenagers de Silicon Valley. Su mensaje interpela en todo
caso a los
hijos de clase media que saben que su calidad de vida será igual o peor que sus
padres. Y ahora dicen que tampoco les importa demasiado. Léase la fábula de
la zorra y las uvas para entender los motivos psíquicos de este espíritu
posconsumista, o crúcese los dedos rezando que —por favor— el rechazo de la
ostentación oligárquica desclasada llegue a ser algo más que simple y llano postureo.
Cuenta el mito
que ya se estaba hablando de la novela de la crisis antes de que ésta hubiera
empezado. Siempre se ha dicho que los hombres de negocios, salvo por los
ingresos mensuales en su cartilla, llevan una vida muy próxima a los
escritores. Mad Men explota, en ese sentido, el publicista que
todos llevamos dentro. Del mismo modo, se especula que algunos antiguos
empleados de Lehman Brothers ya pensaban escribir una novela, pues novelescas y
canallescas fueron sus aventuras, mientras bajaban en los ascensores, portando
sus pertenencias materiales en cajas, camino a la puta calle, Wall Street.Muchas han sido desde entonces las
descripciones en primera persona de la estafa de casino trucado que los
antisistema, solo por molestar, llaman capitalismo. Ahí tenemos Por qué dejé
Goldman Sachs de Greg Smith, un encargo editorial recalentado a partir de
una polémica misiva aparecida en el New York Times donde Smith, quejándose del
cortoplacismo rampante de nuestros tiempos, recuerda con nostalgia los viejos
tiempos de la avaricia a largo plazo (la expresión es de Sidney
Weinberg) cuando la confianza, el prestigio, la seguridad y hasta la utilidad
social eran algunas varas de medir las inversiones económicas.
Muchos dirán que la propia lógica del derivado
financiero, lejos de resultar inspiradora para el novelista, se resiste a ser
convertida en ficciones. ¿Cómo narrar la vida de un Credit Default Swap?,
he ahí la cuestión. Según cierta visión
de la cultura vigente, las operaciones millonarias en los mercados secundarios
de deuda pública solo serían parte del complot que el presente tiene montado
contra el resto de los tiempos. Para constatar el carácter plausible de
esta lectura basta con echar un vistazo a volúmenes como Present Shock
de Douglas Rushkoff, sobre cómo las redes sociales revientan los patrones
narrativos tradicionales sustituyendo la periodización de los sucesos por el
lema "está pasando ahora mismo"; o 24/7: Late Capitalism and the
Ends of Sleep, donde Jonathan Crary comenta como los sistemas de
vigilancia, los patrones de consumo y la flexibilidad laboral están terminando
con cualquier noción de descanso. Sin
embargo, se siguen escribiendo novelas sobre la crisis de tropecientas páginas
con una estructura secuencial aristotélica. ¿Cómo viene siendo posible esta
tendencia a contracorriente?
La factura de Capital de John Lanchester quizá
pueda darnos una idea. Escrita entre 2006 y 2011, Capital es una novela
de cocción lenta —Lanchester escribe a mano 500 palabras diarias de ficción—
donde el estilo dickensiano (la influencia de The Wire es
notable) se fragmenta mediante la intromisión de capítulos dedicados a un solo
personaje. En este friso social circulan
tanto los inmigrantes salidos de las películas de Ken Loach como esos pijos
cuyo mejor tema de debate consiste en enumerar la ristra de números de su
nómina. A esto se dedica precisamente Robert Young, asalariado por el Pinker
Lloyd Bank (eso sí: con un salario pantagruélico) y residente en la
imaginaria Pepsy Road —ficción verosímil dada la existencia de teatros
Häagen-Dazs y lineas de metro Vodaphone—. Young colecciona puntitos de Damian
Hirst. Los Young British Artists son, de hecho, objeto de irrisión
constante durante buena parte de la novela; varios performers hijos de papa
reciben su merecido por su presunto compromiso político genuflexo ante
los dictámenes mercantiles. Lanchester tiene razones más que suficientes para
tamaño escarnio público del gremio: convincentes investigaciones empíricas
señalan que el número de fundaciones
artísticas privadas por metro cuadrado constituye un índice fiable para
determinar la injusticia de los sistemas impositivos nacionales. Algo está
yendo fatal, vendría a decir Lanchester, cuando los ricos tienen dinero de
sobra para dárselas de cultivados.
¿Es Capital, con sus 600 páginas, la
novela de la crisis? Resulta difícil convencer a los realistas (he dicho bien:
los realistas) que consideran que cualquier intento de poner orden a los
sucesos en la época digital, fuera de la experimentación y lo fragmentario, no
tiene por qué estar condenado a recalar en el basurero de la narrativa
decimonónica (imaginamos que esto último es un insulto, quién sabe). Con sus detractores, sin embargo, Capital sigue siendo una novela deliciosa que conviene paladear con bastante
tiempo. Porque, en el lado B de la sociedad empresarial, todavía hay gente con
—por desgracia— tiempo ocioso forzoso, gajes del desempleo, cuyos ritmos
quizás estén mejor acompasados con los tiempos de Lanchester y su Capital:
un soberbio retrato del Titanic minutos antes de partirse en dos.
[Publicado originalmente en Quimera. Diciembre 2013.]
Hecho un Cristo: los pies por delante, el cuerpo
arañado y todo lleno de excrementos. Así salió Abel Azcona el pasado jueves 15
de agosto de la galería de Madrid donde estaba haciendo Dark Room,
un performance que consistía en pasar dos meses confinado, sin contacto alguno
con el exterior. Apenas ha podido aguantar el artista 42 de las 60 jornadas
de absoluta oscuridad inicialmente previstas, hallándose desde la segunda
semana en un estado mental rayano el catatónico y haciendo cosas raras a las 72
horas del encierro, como mearse por ejemplo sobre su propia comida. Llega el
cuarto día de clausura: «Nos preocupan heridas en el rostro, con visionado
nocturno percibimos que son de arañazos al rascarse compulsivamente»,
escriben en su telegráfico cuaderno de bitácora los celadores de Abel Azcona,
malhadado conejillo de Indias de sí mismo. Según declaraciones del pamplonico,
el objetivo de este especial encierro era profundizar hacia una
identidad personal genuina apartada del mundanal tráfico de información. «Perder
la noción del tiempo y de mi propio yo. Construir una identidad no contaminada.»
Alguien podría y debería haberle advertido que el Mito de la Caverna cuenta
otra cosa, que sin luces y sombras no hay sujeto. Y sin sujeto, bueno, sin
sujeto no hay nada. Y cuando digo nada: «Gran descoordinación de cuerpo.
Gran suciedad y falta de higiene. Extrema delgadez. Comportamiento ilógico,
sonidos, gritos o movimientos espásticos», vuelven a anotar cuatro días
antes del precoz final de Dark Room. Por desgracia ignoramos si el
resultado del experimento termina siendo que los performers globetrotters
ni nacieron ni se hicieron para vivir en cautiverio (24 horas antes de Dark
Room Abel Azcona estaba en una sesión de fotos en Pamplona: malos
preliminares preparatorios para el retiro son las angulares y los flashes) o si
resulta que el anatnam budistaera esto. ¿Ha alcanzado Abel
Azcona el Nirvana?
Llamadme cartesiano, pero me inclino por la primera
opción. Que los posturitas del mundo del arte carecen de la entereza psíquica
que mantienen algunos secuestrados es algo que vino a confirmar en sus propias
carnes Omar Jerez. El artista granadino quiso hace tiempo emular el secuestro
de Ortega Lara, 530 días en un zulo de seis metros cuadrados, sólo que la
recreación artística tenía una duración estimada en una semana y poco; ni eso
pudo el bueno de Omar Jerez, quien siete días después de iniciada la acción
hablaba consigo mismo a solas mientras una barba mesiánica adornaba su mentón. Ya
se sabe, en esta competición por aguantar la respiración bajo el agua que viene
siendo el paradigma performático contemporáneo, quien no se hace disparar
(Chris Burden) se hace crucificar (Chris Burden again),
pero nunca ha habido dos copiones tan seguidos del artista nacido en Boston como
Abel Azcona y Omar Jerez. Tantos días ha durado Dark Room como años
han pasado desde que Chris Burden presentara Locker Piece, una tesis
doctoral que consistía en pasar cinco días embutido en su propia taquilla. 1971
queda muy lejos como para que ahora vengan estos asaltatumbas a saquear las
acciones de otros, aunque la palabra plagio quizá carezca de sentido para gente
como Abel Azcona y Omar Jerez, que tan dispuestos están a sacrificarse por una
sociedad que pasa del tema. Ante acciones taaaan auténticas,
sin embargo, la estricta observancia del copyright es casi
un insulto. Cada vez cara a cara con la muerte o la locura siempre parece como
si fuera la primera, irrepetible y recóndita ocasión, aunque luego la
documentación del momento trascendental se venda a precio de saldo, por
multiplicado y con copia de artista. A fin de cuentas, a los niñatos que
quieren hacer un Werther Jr. o un Harry Houdini nadie les cobra el canon. ¿Por
qué habría que racanear las antiguas pesetas a las novísimas promesas del estrellato
artístico nacional?
Sea como fuere, Abel Azcona y Omar Jerez comparten algo
más que etimología. Tienen en común, para empezar, un manifiesto que
presentaron en el Círculo de Bellas Artes a mediados de marzo de este año.
Según algunos, el suceso artístico madrileño más relevante desde que los
integrantes de la generación del 27 frotaran sus prepucios contra los tranvías
de la capital. Según otros, una bobada desglosada en trece puntos. Los artistas
posaron ante las cámaras con los pantalones bajados. Y así entiendo yo su Teoría
Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC), como una señora bajada de
pantalones, una emulación vicaria del modernismo, una chiquillada sin mucha
gracia. Sin nada que ofrecer salvo su propia muerte en streaming, estos proletarios
del posturing performático declararon su voluntad de arriesgar la
existencia en defensa de sus creencias políticas. Una lástima que éstas, las
creencias susodichas, brillen por su ausencia o se acomoden a los consensos
liberales de extremo centro, según los cuales Bildu es ilegal y ellas paren,
ellas deciden. Se creen meritorios de una bala en la nuca Abel Azcona y
Omar Jerez solo porque han criticado el Islam, la Iglesia o ETA, cuando en
verdad el mutismo y la indiferencia son el tratamiento óptimo para tanta
ingenuidad ideológica, la suya propia. ¿Acaso los terroristas no tienen nada
mejor que hacer? No se enteran de la misa la media. Si nadie dijo esta boca
es mía cuando Omar Jerez se paseó disfrazado de víctima por las calles de San
Sebastián no fue desde luego porque los vascos tengan miedo a alzar la voz,
como piensa el artista cuando define Euskal Herría como una sociedad
de susurros, sino todo lo contrario: una puesta en escena tan
evidente y carnavalesca no merece la conocida verbosidad eusquera, mucho
menos aún los disparos de una banda armada inactiva y en pax perpetua,
cuyo improbable retorno a las armas no tendría además por qué atemorizar a los
comisarios del Guggenheim o de las galerías de Bilbao —ciudad donde llevan
tiempo expuestas, por cierto, algunas viñetas de humor contra los malos
malísimos de la película política de la Transición. En cuanto a Abel Azcona,
¿qué decir? El chico de los ojos verdes se merendó una traducción castellana
del Corán, quizá ignorando que la versión sagrada del libro está escrita
en árabe, masticando así unas páginas cuyo valor calórico equivale a una quema
masiva de HarryPotter, esto es: solo puede afectar y epatar a
los niños. En suma, perfomances presuntamente perturbadoras y
provocadoras al servicio del secularismo y del Imperio de la Ley, lo
cual resulta tan incorrecto en términos políticos como el remover las
conciencias y luego dejarlas donde antes estaban, a saber, en su maldita
superioridad occidental biempensante. Todavía hay algunos, por desgracia,
que hacen caso.
Incluido un servidor, claro.
A pesar de los escasos riesgos que corren ambos, su
manifiesto está blindado contra toda eventualidad. Es como si Andorra tuviera
un programa nuclear por miedo ante una hipotética invasión terrestre. «El
cumplimiento de la Teoría Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC) es ser
asesinado debido a que cualquiera de tus obras haya provocado una respuesta
adversa al [sic] grupo o entidad criticada», sostiene la cláusula XI
con una sintaxis tanto o más intrépida y heterodoxa que las acciones críticas
que tantas respuestas adversas provocarán seguro en el respetable
islamista y/o etarra. Pero esto no es todo, señores. La TIMC conjuga con mucho
salero la temeridad y el canguelo a la hora de la verdad. Los puntos IV,
V y VIII prohíben la escolta policial, el asilo político y el maltrato animal.
Por el contrario, el punto VI permite un salvoconducto nada freudiano («Si
intuyes que vas a ser asesinado, el instinto de supervivencia está por encima
de él [sic] de la muerte. Por ello está justificado que encuentres
cualquier forma de proteger tu vida») mientras que la segunda condición
recomienda sencillamente quedarse en casa y no dejarse ver por los espacios de
conflicto. ¡Menudo trabajo de lógica! En verdad, la TIMC quiere ser ante
todo indómita y revoltosa, pero apenas llega a suscribir una ideología contra
el Estado según la cual Abel Azcona y Omar Jerez, esos agitadores
artísticos anarquistas, ni recibirán subvenciones estatales para
financiar sus cruzadas liberales ni buscarán asistencia sanitaria pública en
caso de resultar heridos en combate. Juventud, divino tesoro. Resulta
penoso contemplar a chavales de su edad esperando en balde un destino trágico
que, por desgracia, muchos individuos convencidos obtienen y alcanzan sin haber
firmado nada, incluidos los jóvenes reclutas de Al-Qaeda en Yemen
y Pakistán, adolescentes con principios que quieren ayudar a nivel local y que
la muerte pasa a recoger en drone at home, la casa suya propia, donde
los derechos sociales, el habeas corpus y hasta el DNIson una
jodida quimera.
Ahí os querría ver.
El caso es que Abel Azcona y Omar Jerez acumulan
cantidades ingentes de papeletas para ingresar en el catálogo de muertes
bobas, contra las cuales no hay manifiesto o contrato alguno que valga. Cuando
alguien declara su intención de alcanzar una subjetividad
rousseauniana entre cuatro paredes, para luego terminar como el
rosario de la aurora, uno duda entre leer a Bataille o laissez faire,
laissez passer. Con el gremio de performers pasa muchas veces como
con la Familia Adams, ellos hacen lo que dicen y dicen lo que hacen, pero
tienen el esquema de valores invertido, han perdido el miedo a muchas cosas,
uno no sabe si aplaudir o llorar sus bromas. Dicho esto, mientras esperamos
la pronta recuperación de Abel Azcona, renovado lazarillo artístico, Omar Jerez
se prepara para realizar su Materia oscura en la partícula de Dios, un
coma cerebral inducido para ver ese túnel de luz que —según dicen en las pelis
ñoñas— lleva a la gente hasta el otro lado. Ambos artistas cuentan con
todo mi apoyo. Seguid así, muchachos. Y que conste que no estoy utilizando
psicología inversa.
[Publicado originalmente en SalonKritik. 8 septiembre de 2013.]