Como saben los allegados, estoy laborando en jornadas de doce horas en la Biblioteca Nacional con el objetivo de escribir una biografía intelectual de Alberto Cardín antes de que las obligaciones académicas me fuercen a aparcar mi entusiasmo y conviertan a este olvidado en un conocido de toda la vida, otro más, ad usum privatum. A modo de canapé de lo que estoy preparando, quisiera compartir uno de sus textos, curiosamente escamoteado en las diversas antologías que realizaron sus albaceas y colegas de Barcelona en los años inmediatamente posteriores a su muerte. Hablamos de “El pájaro en sazón, o el mal en María Zambrano”. Título menos viral imposible. Dada la bella maquetación de la revista que publicó este texto por primera y última vez, el número noveno de los imprescindibles Cuadernos del Norte, correspondiente a los meses de septiembre y octubre de 1981, he escaneado y subido el documento original. A riesgo de parecer redundante, no me resisto a transcribir aquí mismo los primeros párrafos, que tratan de un asunto crucial: la religión de fondo de los españoles, que no tendría tanto que ver con el catolicismo cuanto con el hablar de oídas y oír como quien oye llover, la asunción mística de lo inmanente como una madre impenetrable a la crítica lectora, lo que lleva a una fe del carbonero en la amada realidad con la que uno anhela comulgar. Ríase usted del wishful thinking anglosajón.
Hay una religión inveterada, más
fuerte aún que la idea misma de religión. Nada tiene que ver con la
voz de la tierra y de la sangre, sino con la repetición de lo
informe en lo consabido, con la reproducción de tópicos que oculta
la ausencia de pensamiento.
La religión organizada tiene que ver
con ella en la medida en que es su más firme sostén, pero es ante
todo el regimiento interior y exterior de quienes ni piensan ni se
extasían, y lo que es peor, tampoco actúan de manera pragmática.
Es posible que este tipo de religión
tenga más adeptos en España que en ninguna otra parte. Adeptos que
no se cuentan solamente entre los vulgares, sino también entre los
egregios, configurando esa especie de continuo unánime que
caracteriza a la cultura española, y que según Américo Castro
acontecía ya «cuando todavía no se llamaban españoles los
castellanos y los leoneses».
Esta verdadera ortodoxia española,
que une al vulgo con sus condiciones de existencia, previamente
incluso a los proverbios, constituidos en punto de debate de un
cierto habla culta, y que relaciona a los intelectuales con el acervo
de lo archirrepetido para evitarles razonar, es la que María
Zambrano reconoce bajo nombre de «materialismo español», esa
tabuización del entorno, ese «dogmatismo afirmativo,
existencialista, que postula, diríamos, la divinidad del mundo
visible», o más aún que la divinidad, su maternalización,
haciendo al intelecto impotente para pensarlo.
Este materialismo, en su forma devota,
lo experimentó por vez primera María Zambrano en una iglesita de
las afueras de Segovia dedicada a S. Juan de la Cruz. Fue allí, sin
duda, donde por primera vez capturó el sentido de la primordialidad
del amor, esa concepción propiamente española, continuamente
consagrada por la vuelta a los místicos, de las relaciones entre
mundo y verbo que impide todo lo que no sea balbuceo, acumulación
caótica de notas, contraste sin paradoja, porque apenas existe
contraposición de magnitudes.
***
Muy curiosa, ciertamente, esta creencia
tan española en la preexistencia del amor, que en su forma
intelectualizada se manifiesta en Ortega en las primeras páginas de
sus Meditaciones del Quijote,
a las que trata de «ensayos de amor intelectual».
Curiosa
porque tiene todos los caracteres de un absorbente amor de madre que
no comprende sino aquello que puede incorporar. María Zambrano, que
atribuye muy apropiadamente este tipo de caridad a Ortega, lo explaya
de manera inmejorable refiriéndose a Séneca, aunque tal vez no sea
él precisamente el sujeto más adecuado para ejemplificarlo: «el
pensamiento español, en sus horas más lúcidas, dice, cuando con
entereza viril está más despierto, manifiesta una razón maternal,
tan poco despegada de lo concreto y corpóreo, delicada y recia a un
tiempo, tan imposibilitada de hacerse idealista, tan divinamente
materialista».
Divinamente
materialista, virilmente maternal, éstos son los atributos que mejor
cuadral al medusino pensamiento español, al que algo mantiene
estáticamente pegado a la tierra, absorbiendo desde allí cuanto al
azar le llega, sin jamás pretender penetrarlo, siempre según el
modelo que en la mística, tan alabada como forma de pensamiento,
alcanza su paroxismo paródico; y el espíritu dotado / de un
entender no entendiendo / toda ciencia trascendiendo.
[...]
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ResponderEliminar¿A qué diversas antologías te refieres? ¿Se ha publicado algo de Alberto Cardín después de "Dialéctica y canibalismo"? Gracias por recuperar a un imprescindible. Un saludo!
ResponderEliminarDale duro, y ánimo!!
ResponderEliminarPerdón por contestar con tanto retraso, @Precarisimo. Las antologías previas a su muerte son Tientos etnológicos (Jucar, 1986), Lo próximo y lo extraño (Jucar, 1989); las posteriores: Un cierto sicoanálisis (Libertarias/Prodhufi, 1993), Contra el catolicismo (Muchnik, 1997) y una recopilación de sus reseñas, que se anunció pero nunca llegó a publicarse, El vicio de criticar (también en Júcar, en un principio). Su bibliografía prácticamente completa (faltan unos pocos títulos que yo estoy apuntando según los encuentro) la puedes consultar aquí: http://www.filosofia.org/aut/acg/cardin.htm
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