Parece
una broma argentina, pero no lo es. “Nuestros sueños no cogen en vuestras
urnas”. Es un lema del 15M traducido del castellano al inglés y del inglés de
nuevo al castellano, que Guy Standing cita en El precariado. Una carta de derechos. El traductor de Capitán
Swing, Andrés de Francisco, se ha visto en un brete al traducir un libro que
dice que los precarios son denizens,
lo opuesto en inglés a ciudadano; un
libro que divide a la sociedad en seis grupos sociales entre los cuales están
los proficians, traducidos como profitécnicos de trabajo flexible y
clase media; un libro que detalla los artículos de una charter, una carta magna que tiene que ver menos con la concesión monárquica
de privilegios, tal y como la conocemos en España, que con la petición y el
reclamo de derechos desde abajo, una tradición de iniciativas legislativas
populares que en Inglaterra se remonta hasta el cartismo del siglo XIX y su
referente mitológico, la Carta Magna de 1215 y la Carta del Bosque de 1217,
origen en última instancia del procomún ecologista anglosajón.
Guy
Standing (literalmente: un tipo que está de pie) es un apátrida que carece
derechos políticos en su país natal, Reino Unido, vive en una casa de campo en
Ginebra como Jean Jacques Rousseau y da clases a tiempo parcial en la Escuela
de Estudios Orientales y Africanos de Londres, una institución académica cuyo
lema reza “Saber es Poder” y en cuyo escudo hay un elefante y un dromedario, símbolo
de las antiguas colonias en India y el canal de Suez, donde las conferencias
inaugurales se imparten todavía con toga y birrete. Standing ha trabajado
treinta años en la Organización Internacional del Trabajo, analizando durante
los años 70 la situación de la fuerza de trabajo en países con baja renta per
cápita como Jamaica, Guayana, Malasia o Tailandia, elaborando durante los años
80 una serie de informes sobre la flexibilización neoliberal del mercado de
trabajo en los Estados Unidos y en Europa, cofundando en 1986 la Red Terráquea
de la Renta Básica (las siglas en inglés son BIEN) y finalmente estudiando
durante los años 90 la economía de Rusia después de la URSS y la de Sudáfrica
después del Apartheid; lo raro de Standing es que, habiendo estado siempre en
el lugar adecuado en el momento adecuado, pensando los problemas económicos de
actualidad desde una perspectiva típicamente izquierdista, haya tardado tanto
tiempo en hacerse famoso.
Hacía
falta un neologismo.
En
los países de lengua latina llevamos oyendo la cantinela del precariado desde
las movilizaciones del invierno francés de 1995, pasando por la contra-cumbre
altermundista y posoperaista de Génova 2001, y Standing ya hablaba de los flexitrabajadores
en su libro de 2002, Beyond the New
Paternalism, y del precariado en Work
after Globalization, del año 2009, pero está visto que hasta que no colocó
el latinajo en el título de su best
seller de 2011, El precariado. Una nueva
clase social, no le tradujeron a catorce idiomas y no tuvo que hacer más de
300 presentaciones en hasta 33 países. De la mano de Andrés de Francisco y
Capitán Swing, Standing estuvo ayer en el Círculo de Bellas Artes de Madrid
hablando de “Una agenda política para el precariado” junto a Jorge García López
y un Iñigo Errejón que quiso evitar por todos los medios que el evento se
convirtiera en una rueda de prensa sobre su expediente y/o Podemos. Tuve la
oportunidad de entrevistar a Standing en la sala Valle-Inclán, mientras el
público tomaba asiento una planta más abajo, ante una alucinante y madrileña
puesta de sol que lanzaba sus destellos amarillos sobre el rostro de este
economista de 66 años, según me respondía en su perfecto acento inglés y yo, en
el mío, como bien podía, le preguntaba.
Ernesto
Castro: En El Precariado. Una carta de derechos, dices suscribir una ideología
progre, basada en el velo de ignorancia de John Rawls, según la cual una
política pública es buena si favorece los intereses de los que están en peor
situación; lo opuesto a esto, según dices, es el utilitarismo de Jeremy
Bentham, que solo tiene en cuenta los intereses de la mayoría. Sin embargo,
cuando hablas del trabajo flexible en el Art. 4 de tu carta de derechos
escribes: “El precariado debe combatir las prácticas teniéndolas por lo que son
para la mayoría”. ¿No serás tú mismo, en el fondo, un utilitarista de mayorías?
Guy Standing: No hay contradicción entre una política de mayorías
y el principio de seguridad rawlsiano, que hay que recordar que es un principio
entre cinco que propongo. Este principio dice que una política pública es
socialmente justa si incrementa la seguridad de los grupos más inseguros. La
carta propone una revisión de la gran trinidad de la Igualdad, la Libertad y la
Solidaridad y empiezo diciendo que la perspectiva utilitarista, que ha dominado
nuestro bipartidismo político durante los últimos treinta años, ha de
enfrentarse a una contradicción, porque de hecho las clases medias están
encogiéndose y el precariado está creciendo, lo que hace muy difícil el
mantener una estrategia benthamita de intentar demonizar y castigar a las
minorías. Mientras sea la minoría pueden hacerlo. No es algo que defienda,
estoy en contra de ello, pero podría soportarse si solo fuera un 10% de la
población. Pero cuando estamos hablando de castigar al 40% de la población, se
trata de castigar a millones de personas.
Vuestra
nueva ley de seguridad ciudadana, por ejemplo, es un trozo de legislación
notoriamente de derechas, que ataca a los grupos vulnerables y todavía está
planteada para las clases medias. Eso atrae a vuestras clases medias, a vuestro
salariado, a vuestra elite. Estáis castigando a los inmigrantes, a los desempleados,
que son vuestras minorías. De acuerdo. Pero mientras tanto el precariado está
aumentando, así que cada vez estáis castigando más, en cierto sentido, a
vuestros propios hijos. Esta es la contradicción ideológica principal. Estamos
viendo cómo el precariado se está alejando de este tipo de estrategia utilitarista,
lo cual resulta bastante reconfortante, ya que supone una apertura de la mente
ante lo que la agenda política neoliberal está haciendo realmente a la gente.
EC: En tus dos últimos divides la sociedad en seis grupos: la elite, el
salariado, los profitécnicos, el núcleo, el precariado y el lumpenprecariado. ¿Es
ésta una distinción objetiva, basada en los ingresos, en la estabilidad
profesional o en otra medida empíricamente definible, o tiene que ver con la
conciencia de clase subjetiva? Y si se basa en la estabilidad profesional, como
apuntas en el libro, ¿por qué no incluyes bajo el mismo paraguas a los llamados
proletarios del salariado y a los del núcleo? Es una distinción redundante.
GS: Los grupos se distinguen por tres dimensiones. Se distinguen en primer
lugar por sus relaciones de producción. Tienen distintas formas de trabajo o de
empleo. Los grupos superiores tienen muchas formas de seguridad, una suerte de
narrativa ocupacional y realizan actividades cómodas para su educación. El precariado,
por el contrario, afronta un trabajo inestable, no realiza un trabajo o un
empleo que sea equivalente a su educación y están explotados dentro y fuera de
los centros de trabajo de formas que el resto de grupos ni huele.
Otra
dimensión son las relaciones de distribución que se discuten en el libro. Sus
fuentes de ingresos difieren. Los que están en la plutocracia o en la elite
ganan dinero del capital. Los del salarido tienen seguridad, pensiones,
vacaciones pagadas y todas esas cosas. Cada vez más gente del salariado no
forma parte de la clase trabajadora porque están ganando sus ingresos cada vez
más del capital: de los retornos de sus inversiones, por ejemplo. El antiguo
proletariado tenía seguro de empleo, acceso a beneficios estatales y por tanto
un ingreso social distinto del que tiene ahora mismo el precariado. El
precariado tiene que descansar casi por completo sobre el dinero de su salario
y no tiene acceso a otras formas de ingreso: los beneficios no salariales del
salariado y del proletariado. No tiene acceso a ese espacio de los derechos.
Eso lo coloca en una situación de inseguridad única, constantemente sometido a
la explotación por los intereses que están por encima de él, incluyendo los
préstamos diarios, las becas préstamo para estudiantes y cosas como estas que
no paran de chuparse ingresos.
Y
la tercera dimensión, la única que carece de traducción en castellano, es que
son denizens, lo que en inglés significa que hay gente en el
precariado que está perdiendo derechos: derechos civiles como el acceso a una
justicia apropiada; derechos culturales, no pueden pertenecer a una comunidad
que les dé identidad; derechos sociales, porque no tienen acceso a beneficios
garantizados; derechos políticos, porque no están representados por el momento
en el espectro político; derechos económicos, porque no pueden llevar a la
práctica su cualificación.
Estas
tres dimensiones distinguen a estos grupos, y por supuesto que conducen a
diferentes formas de conciencia. Los que están en el precariado están de hecho
más liberados del sistema del que les hemos expulsado, porque no se sienten una
parte material del mismo, no se sienten vinculados a él, sino que se les
considera unos extraños, a pesar de que su número esté creciendo. Así que esto
les da un punto de vista radical, y yo creo que es importante diferenciar y
escapar de la antigua terminología marxista de las dos clases, porque paraliza
la imaginación, la comprensión de las dinámicas efectivas.
EC: En tu respuesta a la reseña negativa que hizo Jan Breman de El
precariado (Pasado & Presente,
2013) para la New Left Review, “Porqué
el precariado no es un concepto espúreo”, dijiste que la precarización es una “adaptación de las expectativas
vitales a un empleo inestable y a una vida inestable”. Y no es una cosa de la
crisis: como señalas en El precariado. Una carta de derechos (Capitán Swing, 2014), en la Italia del año 2000,
cuando la tasa del desempleo era del 4%, el 70% de los bachilleres iba a la
universidad y un 40% de los graduados trabajaba en un empleo que no requería
formación superior. Mientras tanto, en Alemania, según mucha gente el modelo a
seguir de los países del Sur, solo un 38% de los bachilleres iba a la
universidad. ¿Crees que hay un problema sistémico con que vaya demasiada gente
a la universidad?
GS: Para mi uno no puede estar sobreeducado. Creo que a los neoliberales
les gustaría que interpretásemos la situación como que hay demasiada educación.
Eso es lo opuesto de lo que yo creo. Creo que debemos divorciar la educación
del mercado de trabajo. Tiene que haber un derecho a ser educado al máximo de
la capacidad de cada uno. Eso ha sido siempre la visión progresista y uno solo
cae en la trampa si interpretas la educación como la preparación de la gente
para sus curros en el mercado de trabajo y para mi ésta es una forma alienada
de pensar; es falsa conciencia. Por eso yo le presto tanta atención a la
desmercantilización de la educación. Debemos recapturarla para la ciudadanía.
Hegel lo describe bellamente, cómo la educación primaria y secundaria debería
ser una cuestión de liberarnos a nosotros mismos y capacitarnos para entender
nuestra cultura, nuestra filosofía, nuestro arte, nuestra civilización, nuestra
historia. Y cada vez más en este sistema mercantil, con las escuelas y las
universidades orientadas hacia el lucro, todos esos grandes valores de la
Ilustración están siendo expulsados a los márgenes. Así que en Europa y en los
Estados Unidos cada vez más gente parece tener un nivel de educación muy
elevado pero en realidad se les vacía de una educación realmente liberadora y
me parece que en lo fundamental es un argumento vergonzoso que alguien pueda
siquiera imaginar que alguien como yo está en contra de maximizar la educación.
Tenemos que rescatar la educación del capital humano.
EC: Sostienes que debemos abandonar una noción antagonista de la política,
el “ellos contra nosotros”, y promover una noción más solidaria de la misma,
así que quisiera saber qué opinión te merece la teoría populista que sostiene
que no puede haber emancipación sin antagonismo. Y hasta qué punto tú mismo no
suscribes una visión antagonista del campo intelectual cuando citas
irónicamente The Economist y The Financial Times, que
recientemente apoyó a Podemos en el tema fiscal, como diciendo “Incluso los
enemigos nos dan la razón”. ¿Acaso crees que el antagonismo y la demonización
del adversario es un aspecto irreductible de la política?
GS: Tenemos que evitar centrarnos en demonizar a los grupos, particularmente
los grupos vulnerables de nuestra sociedad. Nuestro punto de partida debe ser
un cierto sentido de antagonismo hacia un sistema, una serie de estructuras,
una serie de instituciones, que están generando una desigualdad y una
inseguridad creciente. Yo lo que deploro son los pasteleos utilitaristas que
nos dividen en pequeños nosotros identitarios, quienquiera que sea ese
nosotros. Se presentan a sí mismos como
la clase media contra los inmigrantes, los rumanos, los musulmanes, los
discapacitados, las mujeres. Ahí es donde debe contestarse a la demonización.
Para mí las personas de izquierdas se conducen siempre por un sentido de
empatía social, que es muy distinto de la derecha que tiende a ser moralizante,
a menudo guiada por una cierta interpretación de la religión, que dice: “Vamos
a ayudarte y a apenarnos de ti. Pero si no haces lo que decimos te
castigaremos”. Esa suerte de perspectiva moralizante es totalmente ajena a
cualquiera que se considere un progresista, que por el contrario suele decir:
“Tengo que empatizar contigo. Tengo que intentar ponerme en tu pellejo.”
EC: La última y obvia pregunta: ¿qué opinas de la trayectoria de Podemos,
desde su apoyo a la Renta Básica a las últimas propuestas subsidiarias de corte
neokeynesiano? ¿Podrías mencionarnos más partidos que suscribieran (parcial o
totalmente) algunos de los puntos de tu carta de derechos?
GS: Creo que es vital para Podemos, aunque no puedo dar lecciones porque no
soy español, pero me parece vital que cualquier partido que emerja desde un
escenario precario mantenga ese ethos
radical, ese espíritu radical. Y creo que sería fatal si en la carrera hacia
las elecciones generales, por ejemplo las del año que viene, que este partido
se aproximara al centro para maximizar su atractivo ante lo que ellos creen que
es la clase media, porque si hacen eso rápidamente se verán expuestos a la
crítica: si no queréis transformar la realidad, ¿para qué vamos a votaros?
En
cuanto a la Renta Básica, yo apremiaría a todos los partidos a que intentaran
revisitar este aunto en el contexto de su propia ideología y posición. Yo he
sido un defensor de la Renta Básica desde hace mucho tiempo y acabamos de
realizar unas pruebas piloto en India que han demostrado ser muy
transformadoras. En Brasil han sido también bastante exitosas los experimentos
en esa dirección. Yo creo que la política española, particularmente la
izquierda, pero no solo, tendría un gran avance si se pudieran realizar algunas
pruebas piloto, si se pudiera aplicar la Renta Básica en zonas realmente
pauperizadas, para ver qué sucede. Estoy seguro de que tendría unos resultados
formidáblemente positivos.
Yo
claramente les diría a los amigos de Podemos que no deberían asustarse por las políticas
públicas conservadoras. Deben entender que la gran pregunta es: si Podemos
entiende mejor al precariado que el resto de partidos, según nos ha dicho,
¿cómo piensa proveer al precariado de seguridad social básica, de un cierto control
sobre sus vidas y de una capacidad de desarolllar sus capacidades si no tienen
la Renta Básica? ¿Cuáles son las alternativas? La Renta Básica es asequible, tendría
resultados maravillosamente positivos en el mercado de trabajo, daría a la
gente un sentido de seguridad y de hecho aumentaría su confianza a la hora de
secundar una nueva política.
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