Hablamos con Gonzalo Torné con motivo de
la publicación de Divorcio en el aire.
Pueden disfrutar del texto escrito a propósito en PlayGround. El novelista
barcelonés, en esta versión extendida de nuestro intercambio, revela las 7
diferencias entre su última novela y la penúltima. A parte de poner a caldo a
mucha gente, desajustarse la corbata “porque estamos en una revista de
tendencias”, también desgrana su sabiduría sobre la historia de la literatura.
Ernesto Castro: ¿Qué opinas sobre la
acogida que están teniendo tus novelas entre los escritores noveles? Resulta
curioso que los narradores noveles, hartos de tanta experimentación,
acostumbrados a tener un trato cotidiano, nada misterioso o intrigante con las
nuevas tecnologías, acudan en masa a leer a autores viejunos, como algunos
califican incluso a Benet. Dando por sentados que todos fuimos jóvenes algún
día, estoy dudando entre preguntarte si tú también tuviste una etapa nocillera,
híbrida y tecnófila (¿lo contrario sería una rareza habiendo nacido en la
década de los 70?) o si pedirte por el contrario alguna suerte de consejo para
las generaciones venideras y presentes. Así que barra libre.
Gonzalo Torné:
Por si
alguien se acuerda de tu primera pregunta: la acogida de mis novelas entre los
escritores noveles y los lectores jóvenes es un fenómeno sorprendente, y un
punto absurdo si se tiene en cuenta que cuando escribí “Hilos” creo que no
había leído a un solo escritor nacido después de 1970, y que mi propósito
principal era gustarle a lectores mayores que yo. Tampoco soy profesor, no
admito ni busco discípulos y no suelo corresponder a los elogios en público. En
resumen: no tengo ni idea del porqué, aunque me alegra muchísimo.
El contraste que señalas entre los esfuerzos de algunos escritores de mi
generación por estar a la última (tecnológica) y el aire de señores mayores que
se dan los de la tuya, está bien visto, Ernesto, coincido con el análisis. Supongo que una de las explicaciones se
deben a las exigencias de cada edad: con 22 o así uno deja atrás los estudios y
siente que tiene mucho pasado acumulado al alcance de la mano, mientras que con
treinta y cinco se suele reparar que ese proceso de consumir años y dejarlos atrás
no va a detenerse, que va a convivir con ello hasta que se apague la luz.
El hombre de 25 suele fingir una madurez de la que no siempre disfruta para
certificar que ya es un adulto, mientras que el hombre de 35 siente la
tentación de comportarse como un indio para que no le expulsen (también) de la
segunda juventud.
Yo pensaba que “viejuno” era una palabra
que aplicabais para medir algo más que la distancia cronológica de un suceso,
me imaginaba que señalaba la falta de influencia sobre el presente. En el
segundo supuesto (que es donde “viejuno” despliega su auténtico energía
semántica) me parece muy bien que los escritores jóvenes frecuenten a Benet, al
fin y al cabo es un novelista con una prosa subyugante y con un pensamiento
propio sobre cientos de temas. Un escritor “novel” (la expresión es tuya) hará
bien en estudiar con detenimiento sus obras (como también las de Cela).
En
cuanto al consejo, bueno, creo que llevo desde los 22 años o así pensando más o
menos a diario en escribir ficción, en cómo hacerlo, en qué contar… y el
resultado son dos novelas que ahora, además, ya están escritas. Esta clase de
consejos son divertidos de leer pero suelen gratificar más al anhelo del
consejero de autorretratarse que al escritor en ciernes, cuya responsabilidad
es descubrir por sí mismo las novelas que sólo él es capaz de escribir, si
necesita acudir a un coaching (¿es imaginable un nombre más ridículo?) todo
está perdido. Pero ya que me das cancha
la aprovecho para animar a las vocaciones críticas que tanto escasean. Veo a
pocos y los veo arrugados, en lugar de avisarte de que pretenden intervenir
críticamente en la construcción de la literatura, los pocos con los que te
encuentras confiesan que ellos no “escriben” (como si sólo se “escribiese”
ficción). Es probable que un crítico como Nadal Suau ocupe en diez años un
papel mucho más preponderante en la literatura española que la mayoría de
escritores de ficción de mi generación.
EC: En calidad de licenciado en
filosofía, intuyo que también mantienes sospechas sobre las grandes nociones en
mayúscula. Por ejemplo, "El Realismo". Mucha gente te metería gustoso
en ese cajón desastre. De hecho, Random House Mondadori te ha endiñado (perdón
por la expresión) una portada que encarna la antonomasia del hiperrealismo: una
vista aérea de BCN a lo Antonio López. Así pues, ¿te consideras realista?
GT: He renunciado a pronunciarme
como filósofo, te dejo esa parcela a ti, un asunto que ya has abordado con
contundencia.
Si me permites circunscribirme a la
novela diría que nace “realista” en el sentido que El Quijote reacciona
irónicamente contra el idealismo de las novelas pastoriles y de caballerías.
Uno de los hallazgos de Cervantes es representar mediante unos episodios
exagerados aspectos muy “realistas” de la sociedad y de las personas. En
Cervantes los siervos no quieren ser rescatados de sus amos, los presos son
unos villanos, y las damiselas unas bastas, su representación de la amistad y
de las ilusiones no han sido superadas. Cervantes no pretende sumergir al
lector en una impresión de paso real del tiempo, sencillamente porque no se ha
descubierto como hacerlo (como no lo habían descubierto Fielding o Sterne). La psicología realista y la exposición
cronológica y fría en tercera persona no son una manera “natural” de narrar
sino un hallazgo sofisticadísimo que domina un siglo de narración porque es un
instrumento fascinante para acompañar el realismo de fondo (en su análisis del
carácter y de las relaciones, de la historia, de la intimidad, de lo
cotidiano…). En algún momento los novelistas reventaron está forma de narrar
desde su interior y pusieron en primer plano los elementos constructivos y a
sospechar del lenguaje, y bla, bla, bla… Desde 1950, más o menos, tampoco
nadie sabe explicar bien porque, muchos novelistas empezaron a escribir sobre
el mundo con plena conciencia de los logros de las vanguardias, pero sin
calcos, buscando para cada novela un centro propio y la forma más adecuada para
sus propósitos. Los escritores más innovadores y originales escriben a mi juicio
en la dirección del “realismo experimental” (ahora no sé si la expresión es de
Wood o Pamuk). Yo me inscribo (como horizonte, no como logro) en esa amplísima
tendencia. Es mucho más innovador lo que hizo con el lenguaje, Bellow, que los
juegos de palabras; y mucho más original el descubrimiento literario de la
descolonización y del tercer mundo de Naipaul que simular que un libro es una
máquina del millón.
Si mis novelas cortocircuitan la
oposición entre “realismo” y “vanguardia” no es mérito mío, sino que la oposición es de la época de mi abuelo
(un poco antes, de hecho). La sobrepasa cualquier escritor de su tiempo.
También la revientan todas las novelas de Marías y de Pombo, las de Gopegui
y Magrinyà, y las de Rosa y Calvo, escritores que atienden a la realidad, pero
con un estilo y una estructuración del contenido propio e inesperado que
trascienden el calco de la “realidad”, que, por otra parte, es imposible.
Yo no conozco a ningún “realista” con
peso literario, igual lo son Pérez-Reverte, Grandes o Chufo Llorens, pero se
trata de escritores contra los que puedes levantar una guerra comercial pero no
una polémica literaria. En cuanto al “vanguardismo” bastaría con acariciar la
sublime tontería de frases como “escribo fragmentario porque el mundo es fragmentario”
o “escribo sin centro porque el mundo no tiene centro” para dejar aquí la
discusión. ¿Si se está en contra del “realismo” a cuento de qué justificar la
manera propia de escribir apelando a la estructura de la “realidad”? Como puede apreciarse se trata de una
“vanguardia ingenua” cuyo efecto más nocivo es considerar superior per se una manera de narrar o una
técnica. Y esto, con perdón, y aprovechando que estamos en una revista de
tendencias, es una idiotez. La técnica de James de sostener el relato bajo
un único punto de vista cuya agudeza fluctúa según sus intereses como autor es
de una finura asombrosa, muy superior al perspectivismo donde en los capítulos
pares habla Juan y en los pares Rosita. No es la técnica sino el uso de esa
técnica y los logros que se consiguen con ella lo que debe enjuiciarse. De lo
contrario surge una actitud gregaria que considera que el principal trabajo de
un escritor es adscribirse a una escuela, que la intención y el propósito
determinan de antemano al valor de un libro. Qué cada uno escriba cómo le de la
gana, y tratemos de pensar la obra de cada escritor por ella misma, sin
certificados previos de calidad ni denominaciones de origen.
He escrito sobre el asunto en más de una
ocasión no porque lo considere un debate relevante sino porque siempre se da
una discusión de fondo para entretener la vida literaria sobre la que impactan
los libros, y esa fue la que me tocó a mí en lugar de “campo/ciudad” o
“cosmopolitanismo/folclore” o “metaliteratura/compromiso”. En general, cuando un crítico habla de “realismo” en oposición a
“vanguardia” o bien no se entera de nada, o bien es un vago, y en ambos casos
la crítica resulta inoperante.
Con lo que sí me intrigas, Ernesto, es
con lo de la portada. Abre espléndidas posibilidades interpretativas: ¿es Pron
una especie de fauvista (http://www.megustaleer.com/ficha/GM26548/la-vida-interior-de-las-plantas-de-interior);
le tira el neorrealismo a Herbert (http://www.megustaleer.com/ficha/GM25602/cancion-de-tumba);
y qué pensar de Naipaul (http://www.megustaleer.com/ficha/GM23691/la-mascara-de-f
rica)?
EC: Y una pregunta estándar, ¿qué siete
diferencias destacarías entre Hilos de
sangre y Divorcio en el aire?
Entiendo que Las parejas de los demás
hace de punto de encuentro. En tus textos de ficción encontramos muchas voces y
cantidad de reflexiones sobre las relaciones de pareja, ¿cuál valoras como más
propia tuya? Hace poco estaba viendo Irreversible, una película de Gaspar Noe
sobre una violación que termina con la frase “El tiempo lo destruye todo”, y
pensaba cuanta razón contienen cinco palabras juntas. El tiempo también
regresa en tus escritos, sobre todo gracias a la experimentación formal con los
periodos de la narración, ¿qué conexión trazarías entre estas dos temáticas? Pongámonos aristotélicos: ¿es la pareja
monógama heteropatriarcal una institución sociopolítica resistente a la
inevitable corrupción del tiempo o todo lo contrario?
GT: 1) Hilos de sangre no es una comedia; 2)
Divorcio en el aire está escrita en una sola secuencia; 3) Hilos explora la
gestión histórica del pasado, Divorcio la personal; 4) Divorcio en el aire es
una novela sobre una masculinidad desbordada; 5) Divorcio en el aire es una
novela sobre el cuerpo y las metamorfosis del cuerpo; 6) Hilos de sangre tiene
464 páginas, en Divorcio casi clavo las 300.
Mis novelas están hechas con muchas
afirmaciones, con discursos sacados de contexto, exageraciones, buenas ideas
pensadas a medias… intento escenificar situaciones que no sean sencillas de
valorar, que suspendan el juicio… así que selecciono una frase que más que
ofrecer mi opinión apuntalan mi manera de escribir: “lo único que se aprende
viviendo en pareja es que los matrimonios (ajenos) son incomprensibles”. En
cuanto a tu pregunta aristotélica no tengo ni idea, examino vidas particulares,
no soy un predicador. O si prefieres una
explicación más matizada: una novela está hecha de cientos de ideas y de
opiniones que se contradicen y se matizan. Una novela no debería tener prisa
por resolverse, debería resistir el mayor tiempo con el sentido y el dibujo de
su estructura en el aire. La moral de la novela es desfondar la prisa del
periodista y del moralista que llevamos dentro, conseguir que el juicio se
resuelva en la mente del lector. Creo que lo propio de un autor es confrontar
al lector con su libro, y no ofrecerse como atajo. Una pretensión, por otro
lado, difícil de conciliar con la promoción.
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