22 de junio de 2014

Esta guerra de clases no ha terminado.

Si el modo que tenemos de comprender la realidad está marcado por nuestra posición de clase, cosa que está dicha con cierta solemnidad en cualquier tríptico de marxismo para dummies, entonces escribir sobre alguien de distinto estrato social requiere —si queremos evitar el estereotipo— capacidad para ponerse en el lugar ajeno. Martin Amis (1949) no tiene edad para recibir lecciones de empatía y su última novela en castellano, Lionel Asbo. El estado de Inglaterra, lo deja claro. Una sátira del lumpen vuelto nuevo rico, una ilustración del dictum de Gilles Lipovetsky, según el cual los marginados del sistema —si es que existe un sistema— no quieren hacer la revolución, sino formar parte del mismo y vivir la dolce vita: este sería el contenido aproximado de Lionel Asbo, una roman à chef escrita desde los fortines de la distinción aristocrática. Pues Martin Amis no es un cualquiera.
Heredero de una familia de buenos narradores, es un lugar decir que Kingsley Amis (1922-1995) poseía mayor penetración psicológica que su hijo cuando tocaba delinear tipos sociales complejos en sus relatos; no por más dicho pierde su verdad. Véase incluso antiguos puntazos del mismo autor, bastaría recordar la célebre Dinero (Anagrama, 1988)  para constatar hasta qué límite consigue volverse una caricatura de si mismo quien limita su crítica de la sociedad inglesa a indicar que los pobres que ganan la lotería no saben comer langosta en sitios caros. O en palabras de Theo Thait al The Guardian: «Debe ser difícil para Martin Amis el nunca saber del todo si es un tesoro nacional o una vergüenza».
Esta sería la nuez de Lionel Asbo: el homónimo protagonista, cuyo apellido forman las siglas de la Anti-Social Behavior Orden, la ley que a los tres años penó su primer crimen, vive en Diston y dedica sus ratos libres a instruir a su sobrino Desmond en los sagrados principios de la adolescencia (básicamente sexo & peleas) mientras alimenta a sus pitbuls con Tabasco; es el jefe del hampa local. Desmond, quien a la sazón se zumba a su abuelita junto a la chimenea, apunta a futuro working class hero porque acude a clase, apenas consume porno lésbico y parece querer escapar de la trampa del pobre, que consiste en convertir su situación en distinción estética. Desmond termina encarnando el contrapunto intelectual de la narración.
Todo Moriarty necesita su Paradise.
Martin Amis compone con estos mimbres un relato de ascenso y caída del lumpen. Lo de menos son los detalles narrativos, pues uno nota que toda la carne está puesta en el asador del estilo: cómo hablan y cómo piensan los chavs. Hay que decir que el retrato es pan comido, máxime para un escritor de su talla, aunque esté bien hecho a costa de perder tensión en el relato. Enredándonos en diálogos lamentables sobre AQMF (Abuelas Que Me Follaría), intercalando reflexiones en primera persona especialmente sobresalientes que nos sitúan en el contexto a través del punto de vista de Desmond, Martin Amis nos lleva de la mano hasta la confirmación de nuestros prejuicios clasistas.

No sería tanto política cuanto formal mi lectura de Lionel Asbo, el sí, pero no que quisiera ponerle a Martin Amis. Nadie duda que su forma de componer desborde el esquematismo de otras aproximaciones folletinescas al desclasado; sus antiguas novelas dan buena cuenta de ello. Pero los anillos en los dedos siempre pesan, la principal competencia del escritor británico es él mismo 30 años más joven. Entonces tenía a su favor un factor que parece ausente en Lionel Asbo: eso que los cursis llaman humanidad. Si llegamos a aprender algo leyendo ensayos como Chavs, el ensayo de Owen Jones sobre las clases bajas en UK, o simplemente sobreviviendo a nuestro contexto, es que tras la pobreza o la bisutería, bajo los chándales baratos también sigue habiendo gente, gente con historias personales. Martin Amis retrata triunfalmente una sociedad donde comer langosta todavía significa algo, donde los cuarteles de la distinción clasista siguen firmes y en sus puestos; el estereotipo compete en este caso a quien mira de esta forma a los demás. Así pues, El estado de Inglaterra es un juicio del propio autor (y su clase social) in absentia.

[Publicado originalmente en Quimera. Marzo 2014.]

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