22 de junio de 2014

Todos los castrati #1.

Ernesto Castro: Qué hay, papa. He pensado en lo que discutimos y dejamos de discutir en la última edición del festival sos 4.8 sobre cultura del fan y política en tiempos digitales. Sobre la cuestión de Interné me parece que habría que matizar el optimismo complaciente acerca de la democratización de las tecnologías de la comunicación y el carácter plebeyo de la cultura digital, cuyo defensor más acérrimo es Henry Jenkins, quien llega a tomar en serio la politización disneyficada de los que forman el Dumblendore’s Army, ese lobby social hecho a partir de Harry Potter (¿realmente es necesario saludarse con gestos raros y llevar capas kitsch para reclamar nuestros derechos sociales?). Hay que contrastar, como digo, este optimismo de la voluntad convertida en palmadita en el hombro del freak de turno con ese pesimismo (diríase que racional o razonable) que han expresado los viejos hackers, que entonces defendían una naciente cultura libre, todavía no calificada oficialmente como violación a trasmano de los derechos creativos o intelectuales, y que ahora suelen criticar la incorporación de criterios puramente monetarios cara a visibilizar o posicionar los contenidos digitales. Hay que decir que tienen razón en una cosa: el núcleo de la ideología cibernética es la idea del espacio ocioso, que las compañías que monopolizan las plataformas aprovechan para explotar los rendimientos económicos de nuestras actividades de divertimento. Finalmente lo recreativo se convirtió en gesticulación filantrópica cara a los balances empresariales.

Fernando Castro: No deja de ser significativo que la “academización del fenómeno fan” adquiera su máxima aceleración en el tiempo de la saturación de la obscenidad hipernarcisista (proporcionada por facebook, twetter y sus derivados) que producen el efecto, analizado por Crary, del 24/7: hay que estar conectado permanentemente y simular una erudición enciclopédica sobre cualquier tipo de frikada. Pienso en el anuncio de “Desigual” para el día de la madre con la individua pinchando condones y la rápida aparición de una “tormenta viral”. En realidad están todos entregados al seminario (valga el chiste malo sobre el “logos spermatikos”) jugando todos los rolos de la devoción, desde el monagüillo pre-trincador (pasando el cepillo para apropiarse de la caridad bien-intencionada y estructuralmente podrida) hasta el sacristán de calzoncillo apestoso de orines a destiempo, del campanero dispuesto para hacer sonar a muerto a la beata lúbrica. En nuestro “fan club” aceptamos una ideología de lo convergente mientras las grandes empresas amplían sus sistemas monopolísticos. Les viene de perlas nuestro “idiotismo”, esto es, la convicción de que somos únicos, glamourosos y super-hispeterizados. Me alegra ver tanta barba para poner la mía a remojar.

EC: ¿Y qué me dices de la solidaridad cibernética de les damnés du router convertida en un apuntarse al penúltimo bombardeo de indignación a golpe de like? Esta estrategia política tancredista, que consiste en quedarse quieto para así poder pasar de todo y estar a la vez a todas, según la canónica definición de Federico Jiménez Losantos, no deja de revelar la impostura del recostarse en la butaca del cuarto de estar viendo la flash mob del otro día. Ante este percal de militantes hogareños, hasta el selfie de quien estuvo allí presente para instagramarlo, o mejor aún, recibió un donoso moratón por parte de machaca policial que solo-recibe-órdenes, como se repiten los descerebrados que, careciendo de sesera, perderán luego el casco en buena lid, nos parece heroica esta gimnasia revolucionaria cuando en verdad debería incluirse en el catálogo de las encerronas epic fail fruto del auto-engaño estratégico, como cuando un defensa de nuestro querido Barça confía en que Gareth Bale no le pasará por delante desde fuera del campo en la final de la Copa del Rey. A la altura de la batalla de Roncesvalles, desde el punto de vista de los francos, se encuentra buena parte de los mecanismos de aglutinación de mayorías que utilizan los llamados sujetos colectivos antagonistas, mucha sílaba para tan poca chicha, pues finalmente estamos dando vueltas todo el rato a la intención estúpida de pasarle la cartilla de la verdad a los poderosos (como si estos no tuvieran constancia, amén de doble contabilidad, sobre sus contradicciones ideológicas) cuando no repetirnos las consignas trilladas del sensus communis, intentando convencer a los que ya estaban convencidos, lo que resulta siempre volverse un trampolín para las caras bonitas. Como las nuestras.

FC: La conversación básica del fan es la llegar a la conclusión de que está diciendo lo mismo que el otro plasta con el que lleva rato flipando. Se trata de entrar en el vértigo del name-dropping, poner cara de poker y asentir ante cualquier parida, reconocer siempre que “antes eran mejor” y pasar del entusiasmo a la nostalgia sin perder la compostura. El “me encanta” re-tuneado (aludo aquí, aunque no sea otra cosa que un juego homofónico penoso a la dimensión vomitiva de la tuna que da serenata) de las “Nancy´s rubias” es seguramente un himno funerario inconsciente para todos los horteras ochenteros que quieren seguir con la pose de que están en la onda. Hoy tenemos dos clanes “extremistas” que pueden llegar a darse en besito en cualquier momentos: los retro-movideros que van de jovencitos “trans”, deseosos de que lo lúcido les permita apoltronarse en cualquier institución “modelna” y los comprometidos con su marxismo museístico que consiguen aburrir a las ovejas con su archivística recalentada con jerga “operaista”. En última instancia están en una “flash mob” como la del “Santo Coño” aunque lo que más les pirra es plegarse a las colas del “Gran masturbador”. La paranoia-crítica favoreció, como todo el mundo sabe, la venta de toneladas de bocatas de calamares.

EC: Me parece fantástico que vayamos a contrapelo, aunque sea solo por el gusto de rozarse las partes nobles con los que van en la dirección opuesta cuando nosotros venimos de vuelta de todo, como creo que decían en OT los profetas del momento patético del desencuentro; y léase esto como una autocrítica, porque solo hay una cosa peor que pegar a un padre, a saber: estar de acuerdo con él, como una suerte de testigo que nos pasamos entre nosotros como masones cutreplús haciendo nuestra liturgia intelectuá de sábado noche; y es que los libros de Sloterdijk siguen todavía pendientes de abrirse en la Hacienda Castro, pero ahí dicen que está todo, desde el cinismo de quien participa en la comparsa de los nativos digitales, solo que con menos estilo que las It Girls pero igualmente dependiente de la aclamación de sus inside jokes propias del académico que arremete contra la Academia, hasta eso que los viejos llaman ideología, que nos permite estar en procesión y repicando, denostar las redes sociales pero vivir intoxicados por sus virus. Llámalo vacunarse o conocer una realidad antes de criticarla, pero estamos en la pomada de todas formas, así que tengamos cuidadín no vengan luego las mentadas cuchillas a cortarnos algo más que los pelos de la barba.


FC: No pretendo ser el replicante “romanticoide” del final de Blade Runner pero “he visto cosas que ni imaginas”, lo peor de todo es que incluso las has contemplado junto a mí: podemos hacer el bobo juntos con lo de “atrévete a bailarlo”, escuchar que una académica está a punto (pre-supongo) de proponer un pacto con Artur Mas a través del Bolliwood catalán ejecutado por unos tiparracos de Pakistan feos como el dolor o incluso sentir preocupación porque las esferas de Sloterdijk no han sido profanadas. Mi “control remoto” (ese mando-fálico-a-distancia que ya no sirve para nada en la fractalización de las familias en las pantallas domésticas) me obliga a subrayar que he leído algo que se titula Apartamiento del mundo donde se reivindica la “metoikesis”. Resulta que cuanto el pueblo está sobre-expuesto o infra-visibilizado (entre el foco cegador y el velo pre-lacaniano) habría que confiar en algo así como el activismo troll. No soy fan y me jacto de no haber pertenecido a ninguna tribu; tenga la virtud involuntaria de caer mal a aquellos que magnéticamente me repelen. Me falta vigor capilar para la barba afgana (reciclada en clave Loewe) y la alopecia nerviosa causó estragos hace décadas. To old to the rock & roll, demasiado descreído para las cantinelas. “No hay banda”, perdón por regresar a viejas querencias, al club silencio para más señas.

[Publicado originalmente en El Burro. Mayo de 2014.]

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