Las Jornadas contra Franco.
María de los Ángeles: Always Franco |
Más allá de la pelea tuitera, con
Hermann Tertsch y los Bucaneros enviándose misivas amorosas desde lejos, las
Jornadas contra Franco tuvieron cierta virtud expositiva. La exposición de las
Jornadas mostraba, entre otras cosas, un sucinto resumen de los repertorios
creativos utilizados por los artistas comprometidos de nuestro tiempo. Mejor
dicho, de hace 40 años. Entre tanta performance, como las divertidísimas —pese
a ser obvias— encarnaciones guiñolescas del generalísimo realizadas por Rómulo
Bañares, se echa en falta una apuesta más arriesgada en cuanto a soportes se
refiere. Por más que Francesc Torres se esfuerce en realizar un retrato naif
del franquismo, el público curtido en mil batallas no podrá sino reconocer el
trazo de las caricaturas medio infantiloides de Pablo Picasso, por no hablar la
inmensa tradición de dibujantes desde Hermano
Lobo hasta Mongolia, pasado por El Jueves. Solo algunos trabajos
documentales, a la sombra del archivo didi-hubermaniano y de la memoria
histórica zapateril, tal que Adios gracias
de Etcétera (multicopia del acta de defunción de 1975) o Transición ficticia de Nuria Güell (sobre la muerte de seis
maquis), permiten descubrir que no vivimos —para asombro del espectador— en
1978. Quizá hubiera sido entonces momento de organizar las Jornadas. La
iniciativa llega tarde —vaya— pero llega. Y como se ufanan los seguidores del
Rayo Vallecano, tiene lugar en un gran barrio. El detonante del asunto ha sido
el juicio contra Eugenio Merino, conocido por sus estatuas a tamaño 1/1 sobre
famosos situados en condiciones ridículas, en la mejor estela de Maurizio
Cattelan et tutti quanti, herederos
de la mordacidad humorística mediterránea. En las últimas entregas de ARCO,
mientras el festival madrileño seguía en su peculiar caída libre hacia el
abismo del business as usual, las
piezas de Merino han brillado, como la estrella polar, con luz propia. Cuan
luchador de wrestling, el escultor se
ha ganado el cinturón de los pesos pesados otorgado por la asociación de
reporteros dicharacheros metidos a periodistas culturales. Yo mismo, por
ejemplo, he acudido a la feria desde pequeño, no solo para escuchar los piropos
que regalan las galeristas a los hijos de,
sino también por el espectáculo, la fanfarria, y Merino ha sido la última
montaña rusa de este parque de atracciones. Desde la aparición del smartphone, nada ha simplificado tanto
la vida de los suplementos culturales como las fotos, en plena portada y a todo
color, de los Merino: Franco en una nevera, Castro zombificado, Bush meditando,
Hirst que se suicida. Sin embargo, esta última entrega (¡maldición!) nos hemos
quedado sin nuestro rancho. No hubo Merino alguno en ARCO 2013. La Fundación
Francisco Franco ha llevado a los tribunales la caricatura del caudillo
presentada en suciedad la edición
anterior. And the rest is silence: la
Plataforma de Artistas Antifascistas, pendientes de la resolución del juicio,
organizan las Jornadas en apoyo de Merino; el presidente de la Fundación, un hortera de pantalón hasta los sobacos, se presenta en Vallecas notario mediantey vuelve a casa con cajas destempladas; la fiscalía desestima la demanda, tras
apenas media hora de juicio, «ateniendo a los usos sociales actuales»,
anteponiendo la libertad de expresión del artista plástico, y quedando visto
para sentencia el caso. Eugenio Merino esboza una amplia sonrisa ante las
cámaras. La Fundación, desairada y deshonrada, está dispuesta a llegar hasta el
Tribunal Supremo. ¿Será posible?
Eugenio Merino: Punching. |
Si la noción del engagement artístico tuviera sentido ahora, cosa que dudo, dada la vigente ausencia de compromiso artístico hacia cualquier programa político que trascienda la crítica del statu quo (un carromato que resulta fácil y barato de abordar), artista comprometido sería, sin duda, Eugenio Merino. Si Always Franco removió las aguas del pantano, mostrando la complicidad del presidente del IFEMA, José María Álvarez del Manzano, con los fantasmas del franquismo y con sus enterradores, la última escultura del artista, Punching, expuesta en las Jornadas, constituye un feliz ajuste de cuentas con el pasado, una revisión histórica en formato artístico equiparable, en todo caso, a Malditos Bastardos. Gesto igual, otro dictador: allí donde Tarantino dispara sobre el cuerpo de Hitler, tiroteado en la película hasta extremos propios de Sonny Corleone, la cabeza de Don Francisco, las gafas rotas y un ojo morao, hace las veces de saco de boxeo, en el caso de Merino. Menos efectistas son los Democracia, cuyo cartel Franco Assassin, con el rótulo escrito sobre la tipografía paramilitar de los Freikorps, marca tendencia entre el agit-prop de la muestra. Mismas dimensiones, idéntica iconografía y distintas asociaciones encontramos en Franco por Pollock de Ramón González Echevarría. En esta ocasión, dejando de lado los blablabas sobre la abstracción pictórica como mancillamiento y rompimiento de la imagen realista propia de los retratos burgueses, una retórica gastada bastante poco de moda, ningún estudiante de primero de carrera ignora el vínculo interesante del cuadro. ¿A saber? El contubernio del expresionismo abstracto con la CIA, figura tutelar de la Segunda Restauración Borbónica (1975 - ). En esta línea (apropiación simbólica, revisionismo histórico) se encuentra tanto el cartel publicitario como la intervención de Noaz en el arranque de la exposición. En ambos casos, las flechas del haz fascista terminan clavadas en el cráneo privilegiado del generalísimo, inversión simbólica del imaginario falangista digna de Kiss. Igual agua baila el cachondo --nunca mejor dicho-- de Juan Pérez Agirregoikoa. Su Arriiiiiiiiiba España se apropia del saludo fascista para mayor escarnio del personal. A partir de ahora, levantar el brazo será sinónimo de erección; una asociación varonil que lleva el stamp of approval del Ausente José Antonio, aka el Primo de Rivera. Menos acertado se encuentra un dibujo anónimo, realizado sobre DIN-A2, donde se representa la genealogía de los poderes fácticos ibéricos, presidentes, reyezuelos y banqueros brotando como ramitas del féretro del caudillo. El error, a mi juicio, estriba en vincular el proyecto franquista con la UE, como hace el dibujante, engarzando la bandera rojigualda con las tricolores francesa y alemana, ocupando simbólicamente la posición que —en puridad— ocuparon en verdad el Papado y los Estados Unidos, genuinas amistades del fascismo en el mundo hispano, una afinidad electiva que, intuyo y espero, la estupidez de la Troika no llegará a borrar.
El generalísimo, europeista, no tenía un pelo.
Y mucho menos en materia estética.
El régimen, que hasta en las bellas artes se confesaba católico &
apostólico & romano, más dado a las obras públicas que a la ilustración (¿pa'qué?) del pueblo, se granjeó
amistades duraderas entre los juntaladrillos. Y de esos cementos estas crisis.
Esta impronta monumental del franquismo encuentra una radiografía —austera, mas
exacta— en la Arquitectura española
de Domenec: tres paneles en B/N sobre la planta y el alzado de ciertos
edificios memorables del momento, tal que el Campo de Concentración de Castuera
(1939), la Cárcel de Carabanchel (1944) o el Valle de los Caídos (1940-58), una
antología de construcciones, harto variadas entre sí, que tienen en común el
haber sido levantadas con mano de obra republicana, instalada bajo rejas y
sometida a trabajos forzosos. Y hablando de instalaciones, ¿qué pensamos de
Santiago Sierra? Capaz de disputar el starring
mediático a Merino, la novia de esta boda, Sierra se ha puesto de punta en
blanco y ha llenado de cucarachas una vitrina, en cuyo interior vemos un plano
inclinado donde figura el apellido del agraviado, FRANCO, rodeado de
excreciones insectiles. Tranquilos: entre insectos y seres humanos media un
cristal antiestornudos. Así puede hacer la broma el artista, sin necesidad de
mancharse las manos, como acostumbra casi siempre Sierra, mezclando obviedades
con guiños de complicidad. No será santo de mi devoción, pero desde luego
epatará a los epatados, como comprenderán, indignando a los indignados: los
asustabuelas siempre encuentran a los pequeñoburgueses, para mayor regocijo del
respetable, echando mano de su pistola conservadora. Que así sea, pues. Arena
de otro costal es la instalación de Rubén Santiago en el cuarto de baño. A puerta cerrada —se llama así— ofrece
como papel del culo unos periódicos guillotinados de la semana posterior a la
muerte de Franco. (Me he dado cuenta, por cierto, que predomina sobre todo el
ABC. Un diario famoso entre los izquierdistas que hacen de vientre por sus
grapas. Mala elección para garantizar una higiene indolora del trasero. Doy fe,
de veras.)
Encuentros de Pamplona. |
Carlos Garaicoa: Y Jesús dijo a Lázaro. |
Estamos dispuestos a dar todo lo que tenemos
para continuar en el poder. Vamos a tener que hacer sacrificios y los haremos
sin vacilar. Si es necesario disolver la falange, la disolveremos. Incluso
acabaremos con Franco si es necesario. Lo importante es preservar el fundamento
del gobierno —sus miembros no importan. El fundamento del gobierno es el
Ejército
Recuerden estas palabras cuando
los militares egipcios campen a sus anchas, como hacen ahora, haciendo y
deshaciendo gobiernos a su voluntad, mientras se escucha de fondo el aplauso
cerrado de las feministas bienpensantes y los ordoliberales. Por los sucesos de
entonces (y de ahora) resulta crucial repetir las palabras que Chevy Chase,
cómico fundador del Saturday Night Live,
estuvo pronunciando durante doce meses, con motivo de la muerte del dictador: «Generalisimo Francisco Franco is still dead».
Vida queda (still live) llaman los
ingleses a nuestra naturaleza muerta. Algo similar es, para nosotros, el
imaginario franquista mancillado. Todo un bodegón, fantasmas incluidos, lleno
de objetos inanimados. Que no tengan alma no quiere decir —ojo— que no tengan
poder sobre el presente. La influencia del franquismo sigue siendo alargada. Su
fundador, por el contrario, está muerto y enterrado. ¿Volverá como el zombi de
Stalin en los Simpsons? Una cosa está clara: en vistas a alcanzar la plusmarca
del no-muerto que —solo por joder—
más tiempo ha aguantado la respiración, Don Francisco todavía tiene tiempo para
desbancar a su predecesor, Tomás de Torquemada, famoso en el mundo entero
porque lleva sin respirar desde 1498, como bromeaba Chevy Chase en los 70s.
Hasta la segunda venida se mantiene, por tanto, nuestro dictador en posición
horizontal. Y lleva así desde noviembre de 1975: horizontal y tieso. No están
así sus herederos, vivitos y coleantes, empoderaos
hasta la fecha. El estado médico del franquismo es estable. Su estado político,
inmejorable. Convertidos en anatema para políticos y señoras mayores, los
muertos que España mata, ya murieran calientes en la cama o en fosa común,
gozan de muy buena salud. Que se lo digan —ya era hora— a Andreu Nin. Están
hechos unos necrófilos los políticos advenedizos y los artistas engagés. No habrá tribunal que interrumpe
la necesaria profanación de tumbas.