26 de agosto de 2013

Los De En Medio.


Los desgraciados son egoístas, malvados, injustos, crueles y menos capaces de comprenderse entre sí que los tontos. La desgracia no une, sino que separa a los hombres; e incluso en aquellos casos en que, al parecer, los seres humanos deberían estar ligados por un dolor análogo, se cometen muchas más injusticias y crueldades que entre gentes relativamente satisfechas. (Anton Chéjov.)

Stupid bourgeois people, like the ones who write in newspapers, say that four million unemployed means an angry, assertive workforce. It doesn’t. It means at least four million other very frightened people. (Neil Kinnock.)

Resulta curioso que el debate veraniego sobre la composición de la clase obrera en España (iniciado por Pablo Iglesias y el Nega) esté guiado por la lectura de un librito tan británico como es Chavs. El editor de Capitán Swing me transmitió hace tiempo la estupefacción de los presentadores anglosajones ante el rotundo exitazo de la publicación. «La presentación fue muy bien. Los ejemplares se vendieron como rosquillas. El corresponsal de The Guardian no daba crédito.» Y es que Owen Jones retrata una realidad muy suya. Chavs versa sobre la guerra cultural de clases desde la perspectiva de quienes llevan perdiendo la batalla por el reparto de lo sensible desde los años 80, esto es, de lo visible y de lo audible en los mass media: los pobres que ni quieren ni pueden pertenecer a la middle class. Gran Bretaña siempre ha tenido una sociedad clasista y una cultura elitista, pero nunca ha habido un discurso que haya triunfado tanto como la peculiar combinación tatcherista, que primero bautiza a todo quisqui como clase media, luego desbarata los mecanismos de defensa colectiva y por último responsabiliza a las comunidades de los delitos individuales. Un triángulo ideológico definitivo.

La novedad de Margaret Tatcher estriba en pasar a la ofensiva desde arriba, renunciando al elitismo conservador tradicional, colonizando la mentalidad de los subalternos, reforzando la apariencia mediática del «We Are All Born Equal» mientras el gobierno garantiza la perpetuación de las desigualdades existentes. Una estrategia política que comienza a penetrar en España con Felipe González, cuya reconversión industrial anticipa la acomodación neolaborista de Tony Blair & co., con una importante diferencia: la sociedad franquista nunca tuvo apariencia de clase (he aquí una tesis discutible: hablo de la forma, no del fondo). De hecho, los discursos clasistas estaban combinados con los discursos nacionales hasta tal punto que la Segunda Restauración Borbónica termina vendiéndose más como reconciliación de las Españas que como oportunidad política para la clase media, cuyo liberalismo se supone fuera de duda. La Transición no tuvo necesidad de unas Malvinas para garantizar la unidad nacional, no solo porque el ejército tuviera cara de pocos amigos y el Sahara Occidental no valiera un mísero maravedí, sino también porque no necesita más derrotas un pueblo vencido por las armas para permanecer juntos en el miedo.

¿Tuvo Franco cara de clase? De ningún modo. No fue elitista la cultura oficial del Régimen. A fin de cuentas, un gobierno despótico no tiene necesidad de aparentar, dada la cruda verdad de su dominio, a diferencia de las clases dominantes en los países democráticos, cuya superioridad política y cultural está siempre puesta en jaque por la irremediable plebeyización de los productos de consumo, necesitando por tanto dosis añadidas de distinción. La tarea cultural del franquismo consistió, por el contrario, en convencer a media nación vencida. Podemos contemplar los resultados en programas como Cine de Barrio: elevar el lumpen gitano hasta la condición de estandarte musical de una sociedad civil enredada en amoríos y despolitizada hasta la medula, así como sublimar las pasiones cainitas a través de los partidos de fútbol o de las corridas de toros, y un infinito etcétera demagógico fueron las políticas culturales aplicadas por nuestros queridos verdugos, más necesitados de populismo que de modales caballerescos.

Que este imaginario gitano, ibérico y taurino perviva sobre todo entre los canis no resulta nada extraño teniendo en cuenta que el PSOE y su tecnocracia felipista dieron por ganada la batalla por la hegemonía ideológica de centro-izquierda, que quizá nunca fuera con ellos, concentrando sus esfuerzos culturales en reformar la escuela hacia el laicismo, sin llegar a conseguir mucho, y en promover a golpe de talonario que cada Comunidad Autónoma tuviera su Museo de Arte Contemporáneo («Nada más escuchar la palabra cultura extienden un cheque en blanco al portador», que denunciara Rafael Sánchez Ferlosio). Entre los frutos del elitismo subvencionado de extremo centro se cuenta la pervivencia de una mentalidad autóctona impermeable ante las exposiciones del MNCARS cuyos valores culturales entroncan con las tonadillas de mis abuelos, las cuales hablan de un modelo familiar muy definido, solo que con Rafa Mora y el Tuenti de por medio. No será hasta la década de los 2000, con la conversión de La Movida en genuina religión secular, que los poqueros devienen el objetivo del escarnio mediático, vistos como gente sin futuro que hace el tonto ante las cámaras de Cuatro, por contraposición a la elite cultural hipster, cuyos valores culinarios, ecológicos y musicales nadie toma en serio, pero pintan mejor en pantalla.  

Hasta aquí las consideraciones que podemos realizar en la estela de Owen Jones. Que todo esto tenga la más mínima relevancia política resulta bastante dudoso, máxime sabiendo que la dinámica electoral de izquierdas y multitud de movimientos sociales no descansan sobre alguna suerte de retórica clasista, sino más bien sobre el concepto de justicia social que manejan —hasta el límite del engaño propio— aquellos estratos medios que prefieren socializar sus ganancias vía impuestos estatales, manu militari y todos por igual, antes que recurrir a una caridad de dudoso tufillo redentor. Ahí están la mayoría de los votantes de ERC, ICV y CUP que también vendrían a pertenecer, según los cajones de sastre del CIS, a la dichosa clase media que todos somos. Así pues, quizá sea el momento de debatir menos sobre la clase obrera y su composición sociológica, un problema escolástico en muchas ocasiones, y desmentir con mayor énfasis algunos juicios exportados sin cuidado desde Londres sobre los de en medio.

Los de en medio quizá sean clasistas en Inglaterra. En España, por el contrario, el problema de la mayoría intersticial quizá consista en pensar como los de abajo y actuar como los de arriba, como manda la envidia cochina colectiva hispana, cuando en verdad vendría bien hallar un término medio, aunque sea para acabar de una vez por todas con la farsa del mileurista que se piensa pobre y se quiere rico, si es que quedan todavía salarios de 1.000 euros; no las tengo todas conmigo.
Originalmente publicado en Culturamas. 23 de agosto de 2013.

23 de agosto de 2013

La Naranja

In Memoriam Burgess

Para bien o para mal, Anthony Burgess sigue siendo el autor de La naranja mecánica. Ésta sigue siendo, dos décadas tras su muerte, la única novela suya disponible en las principales librerías españolas. Si exceptuamos Poderes terrenales, las 1000 páginas republicadas con valentía por Aleph Editores y doctamente prologadas —que nunca falte— por Rodrigo Fresán, la herencia literaria de Burgess parece olvidada, condenada y marcada por un terrible pecado: la prolijidad del escritor mercenario. En un oficio como el narrativo, a caballo entre lo elitista y lo artesano, incurre en grandes errores quien mucho engorda el curriculum, quizá buscando el contrapunto de su propia flaqueza. Y Burgess adulteró hasta los márgenes la página entera. Como a él, la posteridad termina pasando factura a los juntapalabras con una treintena de volúmenes reventando los anaqueles de las bibliotecas; un servidor se confiesa: fue imposible (para mi) leer todo Burgess. Por el contrario, un historial discreto en libros, una trayectoria exigua en trabajos, una imagen de lánguida indolencia, son las mejores amistades del estudiante universitario, lector cruel de todos ustedes, destino último de los escritores sobrevalorados, que son la mayoría de los autores muertos actuales. Quemar los escritos cosa buena será, pues nos hace parecer más vagos; tenemos muy trabajada esa vagancia algunos, pero no todos. En los márgenes del canon habitan, mientras tanto, quienes llenaron folios por hambre, ambición o aburrimiento: los tres vicios que Juán Rulfo —par excellence— nunca tuvo.

Burgess fue, según se vea, menos listo o más corajudo. Narrador tardío y avieso en intenciones, deviene un profesional de las letras porque quiere dejar algo, pero no un legado —desde luego— para la posteridad y los lectores futuros. Corría el año 1960. Le había diagnosticado una enfermedad mortal. Según los médicos, la esperanza de vida resulta ser muy corta, apenas 12 meses. Terminará existiendo, para riqueza de editores y regocijo de críticos, otros 33 años extra. Azuzado por una muerte inminente, escribiendo tres libros y medio cada docena mensual, la facilidad de este cuarentañero, nacido en 1917, ya quisiera tenerla cualquier principiante. Burgess comienza así el segundo volumen de sus memorias, contando cómo introdujo en la máquina de escribir la primera cuartilla, cómo inició su andadura profesional, cómo se desvirgó en el asunto. No tiene el menor interés, claro. Tenía en mente dejar los derechos de autor a su viuda. El objetivo era rellenar, mientras estuviera de servicio, cinco folios limpios diarios. Más prosaico, imposible.

Algunos advenedizos, cabe puntualizar, consideran esta narración de enfermedades y superaciones una pura fábula inventada como Palas Atenea por alguien con demasiadas historias buenas en la cabeza. El tumor cerebral de Burgess: un simpático atrezzo, como mucho. Sabemos por el final de Los Soprano que los médicos yerran las muertes súbitas a posta para que los enfermos puedan colgarse los galones de haber combatido y eventualmente vencido a su propio destino. Hablo —cómo no— de Junior Soprano. Pero la longevidad de Anthony se sale de madre. Cosa segura, empero, es que Lynne Burgess, la beneficiaria última de tanto libro junto, terminará palmando de cirrosis a la década, tras algunas anécdotas graciosas de intento de suicidio, aperturas de cráneo contra el bidé y cosas así, legando a Anthony una frenética dinámica de trabajo, su única huella visible sobre el mundo. Muy agradecidos estamos sus lectores.

La mujer de Burgess resulta crucial, como todo quisqui debe saber, para el planteamiento argumental de La naranja. Lynne fue asaltada con nocturnidad y alevosía por unos desertores americanos durante los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial. Este suceso decantará la localización espacio-temporal de la novela. Alex y sus drugos violentan alguna suerte de futuro próximo pospunk, en lugar de propiciar una revuelta misógina y plebeya en la Inglaterra de Isabel I. Sita en la última década del siglo XVI, Burgess tenía un episodio histórico pendiente de ficción: un levantamiento estudiantil contra la carestía de algunos productos de consumo de primera necesidad. Parece que los teddy boys del momento se entretuvieron apaleando a las polleras (terminado en as) y a las comerciantes en general que alzaron los precios de la mantequilla y los huevos. Un crimen, vaya. Burgess pensaba retratar a William Shakespeare (¿o debería decir mejor Christopher Marlowe?) rollo adolescente, zascadileando por las higiénicas callejuelas, salpicado por la sangre de mujer, arrejuntado con sus cofrades en fragrante delito. Ya tendrá oportunidad de retratar ese intrigante ambiente en otras ocasiones. Un hombre muerto en Deptford, su versión de la (presunta) defunción de Marlowe, cuenta como una. Nothing Like the Sun, sobre la sífilis del dramaturgo, redactada de improviso para el cuatricentenario del nacimiento, cuenta como otra. A falta de isabelinos in love, buenos fueron los Edwardian Strutters, y manos a la obra que Burgess se puso. Para los despistados, han de saber que «Pavoneante Eduardiano» —traducción libre y propia— era la etiqueta que endiñaron los periodistas sobre los jóvenes sin futuro de la decadente potencia británica. Niños bien, bien vistos: Alex solo pierde la compostura durante la comisión. Ya saben cual: la comisión del crimen.

No hubo conflicto —by the way— entre Estados Unidos y Gran Bretaña, como malamente predijera Trotski, tras la Segunda Guerra Mundial: la supremacía comercial abandonó la Pérfida Albión y cruzó el charco. Buenas fueron desde entonces las special relationships, una vez perdido y abandonado el primer puesto de la carrera mundial del capital hacia la infamia. Burgess sabía del tema: desde los años setenta tenía la vista y la zarpa sobre el mercado yanqui. Y pelillos a la mar: unos yanquis violaron a su mujer; esto fue el trasfondo histórico de la mejor conocida de sus novelas. No hay mal que por bien no venga.

¿Y el trasfondo teórico? Huelga decirlo, era católico. Los americanos hicieron de la película una apología de salvajismo; los franceses, como siempre, peroraron hasta tarde con Nietzsche en una mano y Foucault en la otra. La sociedad del espectáculo, el nihilismo reactivo y su violencia alienada, los dispositivos panópticos: Burgess pensaba en términos más sencillos. Y quizá más profundos: «Dios hazme puro, pero aún no», que rezara Agustín de Hipona. La vida del santo no tiene nada que envidiar a los malandrines de Kubrick. Es la historia del católico disoluto: pecar a escroto lleno y luego hacerse el arrepentido. Ello permite una interpretación teleológica de la autobiografía. Excusatio non petita: vistos en retrospectiva, los pecados del pasado, hasta parecen tentaciones del Supremo y todo. Incluso el robo de la fruta, castigado con la ley del Talión por aquél entonces, era visto por San Agustín como una premonición de su conversión posterior. O mejor dicho, como el capital salvífico acumulado por el Hijo Pródigo, el saldo negativo de la balanza celestial de pagos, la promesa de felicidad eterna del converso. Burgess buscaba encarnar las tribulaciones asociadas con el liberum arbitrium, la capacidad de elegir el mal que conlleva el mandato divino y su imposición, esa dualidad que persigue a la Humanidad desde que Eva se tomara en serio —para mal de todos— lo de las cinco piezas diarias de fruta. De mal en peor desde entonces.

La naranja termina, por tanto, redención mediante. Alex, Vuestro Humilde Narrador, cumple 18 años y abandona la ultraviolencia. Se siente atraído por las cafeterías, rollo Starbucks más o menos, donde las parejas disfrutan de la tarde. Quiere sentar la cabeza, ¿qué batallas contará de entonces? Que los jóvenes avanzan en línea recta como los juguetes eléctricos, que la juventud también pasa, como todo, que las generaciones siempre rellenan su cuota de desfase, no puede hacerse nada para evitarlo, antes de la llegada de la vejez: estas y otras historias aguardan a los hijos de Alex. En el ínterin, los gustos musicales del protagonista se refinan. Mejor dicho, se amariconan: donde antaño estuvieran las grandes composiciones orquestales con mucho ruido de fondo, muchos tambores y timbales, muchas ganas de invadir Polonia, ahora solo quedan los Lieder y sus románticas guedejas de violines. Y por si fuera poco, entra en escena el espíritu ahorrador, los planes a largo plazo, las inversiones a tanto por 100 del TAE, la racanería financiera —genuino ritual de paso— que marca el final de la adolescencia. Ante la expectativa de invitar a unas gachilillas (una palabra del idioma de Umbral que en nadstad significa ptitsas y en castellano, muchachas), Friedrich Hakey habla por boca de Alex: 
—Ah, al demonio. Que se lo paguen ellas. —No sabía por qué, pero en aquellos últimos tiempos me había vuelto algo tacaño. Se me había metido en la golvá el deseo de guardar todos esos preciosos billetes para mi, de atesorarlos por alguna razón.


Ahijada de la necesidad financiera y del virtuosismo sin complejos, La naranja —ahora mismo— bien podría estar criando malvas. Las partes del libro revelan las prisas de la confección. Tres apartados, a siete capítulos por apartado, hacen un total de 21 capítulos. Me juego el dedo corazón que el libro tiene una concepción mensual acelerada. Tres semanas de escritura y una de revisión: las cuentas salen redondas. El propio Burgess, adversario acérrimo de las mutilaciones literarias, consintió y permitió que cercenaran la última sección por unos $$$. Entre todas las prostituciones que tuvo que realizar, esta fue la peor. Los lectores de Estados Unidos no llegaron a conocer hasta los años 80 el cierre inicial de La naranja. Ya era demasiado tarde entonces. Desde 1971, la novela daba igual. Los enterados pueden silenciar a los jóvenes locuaces, los profesores de literatura pueden cantar y elogiar con la boquilla, los cinéfilos pueden colorear sus hogares y sus estantes, que lo importante seguirá siendo la película. Dada una votación, ¿cuántos elegirían el cierre católico de Burgess, condonación de los pecados juveniles incluida, en lugar del cínico cierre de la cinta: «Sin lugar a dudas, me había curado»? Yo desde luego no.


Publicado originalmente en Hermano Cerdo. 7 de Agosto de 2013.

19 de agosto de 2013

Mission Accomplished

Lo Prometido Es Deuda 


Cosas que uno encuentra
buscando a Victor Balcells
en la selva de Google Images.
Ignoro si era una crítica, supongo que sí, cuando Benet sostuvo que Baroja era, nada más y nada menos, el primer narrador castellano en alcanzar sus objetivos. Ibidem puede decirse de Victor Balcells. Sus historias son redondas; sus personajes, tópicos y cucos, también. Lo anecdótico y lo entrañable dominan una escritura, la suya propia, que cumple en todo momento con las promesas contraídas: libros con atmósfera y cadencia que —¡albricias!— en las librerías se venden a pares. Su carta de presentación en suciedad, el libro de relatos Yo mataré monstruos por tí (Delirio, 2010), ha llegado hasta la tercera edición; nunca una imagen de portada fue tan certera: la nuda efigie del autor sacando molla. Un gesto de fuerza en la superficie que acompaña el contenido de las entrañas: los cuentecitos que componen YMMPT son una cartografía adolescente en clave de humor que ya quisiera cualquier cronista de nuestro tiempo en su haber de retratos costumbristas.

Y para rematar la faena, que no ha hecho sino comenzar, Balcells regresa en formato maxi. Acaba de llegar a nuestras librerías su último trabajo de artesanía, un tocho de 500 páginas bajo el rótulo Hijos Apócrifos (Alfabia, 2013), ante el cual solo cabe entonar, nuevamente, el mission accomplished. Misión cumplida en los diálogos, que vuelven a delinear con naturalidad el ambiente de la narración. Misión cumplida también en el tempo, que salta hacia atrás, el espacio de la memoria, mediante una sencillas cursivas. Misión cumplida, en suma, en el interés narrativo: Victor Balcells es el primer narrador español rozando a la baja la treintena cuyos libros se dejan leer desde la primera anécdota hasta el último párrafo; lo que no quita el placer adulto de abrir al tuntún, picotear 10 páginas y volver a cerrar las tapas. Tanto en la consulta fragmentaria, último recurso del crítico literario curtido en mil batallas, como en la ingesta paciente y reposada, pasando con la lengua cada página, Hijos apócrifos lo que (quiera que) se propone. Y los editores se forran a su costa, pues el lector aprecia (compra y paga) esa tensión constante.

Desde un punto de vista estilístico, destaca en Hijos apócrifos la frase corta, con algún taconazo simbólico, siempre alguno por párrafo, pero sin grandes algaradas de puntuación y subordinadas, salvo algún aparte enjuto entre puntos y comas, todo embridado en vistas de la lectura distendida, amén del entretenimiento. Les copio más abajo un ejemplo, que apenas alcanza relevancia ensayística o valor para el relato, pero que no obstante ilustra el modelo de prosa funcional entre la constatación impersonal de los objetos y la reflexión coloreada por la subjetividad del narrador, aderezada por algún guiño a los lectores más avanzados; una forma de escritura que Victor Balcells practica siguiendo la norma de las dos i griegas; ya saben, la norma propugnada por los guionistas de series, la receta de la abuela para conseguir el resultado deseado en materia de ficción: «Un producto cultura óptimo tiene que resultar inteligible tanto para el intelectual de Yale (primera i griega) como para la señora de limpieza de Yalta (segunda i griega)»; y el fragmento dice así:
Las mujeres salían con sus vestidos a la calle. Pausadamente fru fru de piernas rozando, destellos. Había bolsos en los hombros, como ahorcados, y galanes esperando junto a los surtidores de calor en los cafés de París. Había un fluctuar de placeres al acecho; extrañas promesas nostálgicas en el aire y por el suelo, arrastrándose, la agonía. Y entre todo ese desamparo de vez en cuando la apoteosis de dos que se encontraban y se iban juntos, o de tres, o de uno solo que paseaba meditabundo pensando quizá sobre la cuestión de la carne: Dios hazme puro, pero aún no.
Hablando sobre Victor Balcells con un colega de profesión, un escritor que ha tenido la suerte de consultar algunas versiones previas del manuscrito (por cierto, ver el entramado inicial en bruto de Hijos Apócrifos debe ser un espectáculo innombrable: algo así como el soterramiento en directo de la M-30), él me decía que el libro está muy bien, aunque podamos echarle dos cosas en cara: la falta de sentido espacial (en la primera parte, Pablo Scarpa entra en Varsovia y sale, durante la Polonia de 1985, sin rastro de la URSS o de Solidarność) y la plantilla absurda de personajes: «Parecen los Looney Toons», me dice. Y yo pienso de inmediato en la secretaria de la editorial Archimboldi chutándose en la tercera parte del libro una raya delante de un escritor potencial de la casa mientras piensa «¿No ves que vamos a rechazar tu manuscrito, no ves que no sabes nada, ni siquiera sumar, y que la coca, aquí, es nuestra gasolina?», y tengo que darle la razón a mi camarada. ¿Drogas en el mundillo editorial? Algo imposible, inverosímil, lo jamas visto. Ahora en serio, y sin ánimo de espoilear, ¿cadáveres encamados en hoteles parisinos?, ¿hamletianos suicidas acéfalos en cabo Sunion?, ¿tórridos encuentros erótico-festivos con travelos? No me lo puedo de creer. Pero funciona. Háganme caso: funciona.

13 de agosto de 2013

¿III República 2015?

I

Las cosas mejoran, pero bastante poco; Cristobal Montoro parece un superhéroe con los brotes verdes en la mirada y los gallumbos por fuera; la gente del común ya habla del próximo gobierno de España. Este último, el que todavía padecemos, desde luego ha hecho de su capa (electoral) un sayo (antidisturbios) y hasta un sudario en cuanto a previsión de voto se refiere. Gajes del oficio, supongo, cuando uno actualiza a la jerga de los wannabes empresariales el lema del Espadón de Lieja: «La gobernanza es la resistencia», pensará don Mariano entre decretos, cordones policiales y pompas de jabón. ¿Recibe Ud. muchas críticas?, pregunta la Forbes a Luis de Guindos; como ministro de Economía, ¿Ud. sabe qué piensa la peña? La respuesta es antológica: «Los ministros nos aislamos bastante del contacto con la gente, por razones evidentes, incluso de seguridad. Yo intento mantener ese contacto a través de mis colaboradores que sí están [sic] en contacto con la realidad, como es el departamento de Comunicación.» A diferencia de Lehman Brothers, donde una oficina de finanzas ignoraba, según contaron en los tribunales, que el vecino de arriba estaba apostando contra sus propias inversiones, parece que en Hispañistán la mano derecha y la mano extremo-derecha del gobierno sí están bien coordinadas, ¡y tanto!: el puño de acero de los recortes recibe las caricias enguantadas que la mano invisible de la iniciativa público-privada administra a través de los periodistas cómplices hasta el mismísimo departamento de Comunicación. Por desgracia, esta diferencia respecto de LB no salvará a los populares del hundimiento mutuo, anunciado y correspondido.

Además de tragarse la basura que censuran para él sus subalternos, de Guindos también tiene la loi de familie, no se crean: «También mi mujer, aunque no la veo mucho [sic], me dice las cosas que pasan. Y sí, para un ministro es importantísimo tener a gente que diga la verdad.» ¡Habrase visto Donald Draper semejante! Primero la obsesión por la marca España, antepuesta como un eslogan sobre los intereses salariales de media España (ya saben qué mitad), y ahora la falta de contacto humano, han transformado para siempre a Luis de Guindos; y así lo retrata la prensa, como un tipo calvo con cara de perro: triste destino donde los haya para el único orador no-gangoso, no-tartaja y con idiomas del Gobierno de España, la Unidad de Todos. Luis, ¡tú antes molabas!

Como decimos, cuando no está distraída por el telefonino, la menu peuple cavila sobre las elecciones de 2015, que están a la vuelta de la esquina. Una vez pasado el miedo ante la posibilidad de un tecnócrata impuesto desde los poderes europeos (una auténtica locura, el deponer a Don Mariano: hubiera estallado el polvorín español; pregunten a los franceses, a ver si dan o no crédito), solo quedan los viejos temores y las nuevas escisiones de la derecha, cuya amorfa unidad centrista es una invención del aznarinato (véase los efímeros partidos liberales durante los años 80: en solitario y en democracia, los liberales no se comen un colín; por eso van todas las tardes a misa). Y quien la hizo ahora la deshace: el gobierno tiembla con el alunizaje de Aznar; el sans moustache desestabiliza la situación; las corbatas, los gemelos y las carteras de inversiones parecen girasoles a su paso. («Cada vez que vea a alguien caminando mientras se aprieta los gemelos es que está cambiando suavemente de opinión o acoplándola con cortesía», Manuel Jabois dixit.) Ante este desaguisado, hasta Jesucristo se encoge de hombros en la cruz. En Intereconomía huele a cura quemado en la plaza. Y no es culpa del mamporrero de izquierdas que suelen invitar para encender la pasión del respetable. La derechona se fragmenta, señores.

Y si el campeón de los abdominales parece haber esnifado algo por sus (ahora) imberbes fosas nasales, no será Napoleón Bonaparte la sustancia, como sugiere con astucia el pillastre de Juan Soto Ivars. A diferencia de Pepe Botella, José María no viene a domeñar nada ajeno, sino a hacerse el capitán del futuro bando perdedor (sí, he dicho perdedor). Viene, en todo caso, a drogarse con el conde de Romanones, heredero del Partido Liberal de Sagasta et tutti quanti, cabeza de cartel de la monarquía constitucional en las elecciones de 1931 —sí, las municipales de abril del treinta-y-uno donde realistas y liberales, guarecidos bajo el almirante Aznar-Cabañas (¡será por apellidos!), fueron arrasados en las capitales de provincia por la coalición republicana. Un columnista de El Mundo, Carlos Cuesta, expresa muy bien cómo, a dos años vista, el miedo puede cambiar de bando, siempre y cuando la Troika haga mal su trabajo, como hasta ahora, y el FMI no vuelva a errar de nuevo, eventualidad lógicamente improbable; las palabras de Cuesta:

A todos esos que consideran un bien supremo la lealtad al partido, permítanme, sin más, que les recuerde un detalle: si como ha anunciado el Gobierno de su partido llegamos a 2015 con un paro de casi el 26% –tres puntos más que con el PSOE– en medio de una órbita de permanente bombardeo mediático con la trama de corrupción Gürtel, resultará más que improbable ganar las próximas elecciones generales. Y si no se ganan esos comicios, pasará por España el mayor rodillo socialista-comunista-independentista que nadie haya conocido en toda la etapa democrática. Y dudo que en ese momento sirvan para mucho las lealtades de partido, mientras todo lo que conocemos salta por los aires.

And Pablo
took his gun.

Dicho y hecho. Pablo Iglesias, un gran orador con aspecto de Nazareno, según la certera descripción de Jiménez Losantos, organizó hace poco una tertulia para debatir sobre la posibilidad de extrapolar a nivel estatal la solución de compromiso andaluza entre IU y PSOE. Aupados por el derrumbe del bipartidismo, los comunistas de IU (aún se les puede llamar así) no parecen haber olvidado (¿para bien?) el pasado. Las heridas dejadas por Zapatero tardan en cicatrizar. La gente del PSOE, dividida por si llevaban chaqueta o iban más casual, parecían apostar —mirando hacia el futuro— por una ensalada de siglas que incluyera hasta Equo, PACMA y más allá, atracando los valores del pluralismo, el ecologismo y los derechos animales a su dique seco de ideas: una vez abandonado el espíritu obrerista, que los socialistas nunca llegaron a tener, poco más queda para un partido como el PSOE, laboratorio de pruebas de la tercera vía con González y baluarte del republicanismo manirroto, sotto voce zapateril, salvo las guerras culturales y morales contra los toros y la Iglesia. Que todos los intereses cuenten y todas las voces retumben, lo cual está muy bien, es el único programa sustantivo del PSOE, quien siempre prefiere mucho abarcar, para así apretar menos. Y sobre Euskadi, Cataluña, Galicia y hasta Murcia, mejor ni hablamos: salvo por las inocuas salidas de emergencia democrática («Que se haga la voluntad del pueblo», sentencian quienes pretenden resolver con vagancia electoral la ausencia de argumentos consistentes), según el imaginario 2015 de las izquierdas, el Reino de España sigue siendo uno y no 51. Sobre este punto, IU dice que nanai: sin una República Federal no vamos a ninguna parte. Y tienen razón, sin un Estado de derecho social, democrático y republicano no salimos de esta. Y no se equivoquen, ésta no es la prima de riesgo, que sube igual que baja. Las cuestiones macroeconómicas importantes se deciden en Bruselas, por mucho que nos empeñemos, nos escindamos o nos devaluemos con las antiguas (¿o quizá nuevas?) pesetas. Y si el objetivo consiste en aumentar las competencias del BCE, hacia una mayor unidad fiscal, por ejemplo, con impuestos más altos para todos los ricos de Europa, entonces quedan por resolver entre nosotros las cuestiones magras de la Historia de España: el modelo de sociedad, el modelo productivo, el modelo territorial, ¡la desamortización de la tierra! y cosas así.


II



14 veranos de gobierno felipista, con todos sus factores, despolitizaron, burocratizaron y europeizaron a la generación de extremo centro que nos gobierna ahora mismo por cuenta ajena, tolerantes en cuanto indiferentes, republicanos espirituales y monárquicos pragmáticos, pero muy dados a dejar las cosas como están: para la jefatura del Estado, entre reyes y presis, tanto monta que monta tanto; lo importante no es quién gobierna, sino cuánto. Los más jóvenes tenemos que saber, por el contrario, que República no solo significa tanto aguillotinar a Felipe VI (que también) cuanto llevar la democracia igualitaria meritocrática a sus últimas consecuencias: la elección de todos los cargos representativos en calidad de fideicomisos del soberano. Las cosas se complican, no obstante, cuando entramos en materia judicial, por ejemplo, cuyo poder reclaman los ciudadanos que sea independiente, y cuya independencia ha supuesto, en Estados Unidos, la imposición de cierta racionalidad (ya sea progresista o moderada) sobre los derechos de la población (en ocasiones). ¿De verdad quieren subordinar (aún más) la elección de cargos del Tribunal Supremo a las elecciones plebiscitarias y su pendiente inclinada hacia la partitocracia, el clientelismo, la demagogia? La democracia propiamente entendida solo puede entrar en conflicto con la separación de poderes, la expertocracia, las instituciones independientes: en suma, todo cargo público debe mediarse con los votos. Las urnas actuales, sin embargo, están llenas de papeletas a la contra: la pasada victoria aplastante del PP resulta incomprensible sin esta tendencia del español a empeñar su papeleta con el propósito de la venganza, no creyendo en nada que no sea el castigo de la culpa, la expiación de los delitos, la condena del gobernante.

Ante este panorama, queda mucho por andar, pero una futurible victoria de las izquierdas, ya sea en 2015 o mañana mismo, la situación enfrentada ahora no resulta distinta de la coyuntura habida en 1931, cuando la victoria de los republicanos; si la hipotética coalición PSOE-IU llegara a algo más que agua de borrajas o aún gobierno provisional de purgación, elegidos porque la gente está hasta el IVA de la falta de puestos de trabajo, tras la Segunda Restauración Borbónica (1975 - ¿2015?), entonces la hoja de ruta de ayer bien vale hoy, como la expone Antoni Domènech, por ejemplo: en primer lugar, «si se quiere gobernar limpia y parlamentariamente conforme al propio ideario a corto plazo, sin trucos de "vieja política" monárquico constitucional, no se puede pedir prestada esa base [popular y electoral] con métodos demagógicos, que sólo podrían sostenerse en el caciquismo y la ignorancia de las gentes»; y en segundo lugar, «si se quiere gobernar limpia y parlamentariamente a medio y largo plazo, no hay más remedio que considerar como provisional la base popular que se toma prestada, y emprender entre tanto una enérgica política de reformas estructurales de la vida social y económica española que reorganice por completo la sociedad civil, a fin de crear una base social amplia que pueda nutrirse un partido republicano y democrático, que estabilice a la República.»

Traducido en términos económicos, este proyecto implicaba entonces la reforma agraria y ahora, sin duda, una reforma crediticia, cuya iniciativa no tendrá lugar en Madrid, sino en Bruselas, o no tendrá lugar de ningún modo. Mientras tanto, queda por revisar las constitución política de los mercados españoles, y cómo no, el clientelismo que bajo la forma de puerta giratoria entre la política y los negocios tiene atenazada, en favor de los intereses corporativos granempresariales, a una nación de pymes ineficientes (pura economía de escala, caballeros) pero que dan mucho trabajo. Y aquí es donde la cosa se pone complicada, porque acabar con la monarquía también supone, en este punto, terminar con la máquina burocrática monárquica heredada. Poca broma, por cierto, pues incluye a nuestros intocables sindicatos, la Iglesia de los zurdos de este país, financiada por el bolsillo del contribuyente. Liberar el sindicalismo de la correa estatal resulta crucial, sin embargo, para permitir nuevas formas de organización y autodefensa de los productores y de los endeudados, como un paso previo para la politización de izquierdas del autónomo y del emprendedor wannabe, quienes constituyen hoy día el grueso del electorado pepero estafado por un gobierno que les sube sin piedad el IRPF. Favorecer las cooperativas de trabajadores y las asociaciones vecinales, en detrimento del funcionariado que administra nuestros derechos, hoy hasta suena de derechas, máxime si tocas los privilegios locales y ello implica despidos, cuando en verdad la ideología neoburguesa actual reclama que el Estado subvencione los deseos del personal a título de derechos (palabra inflada donde las haya); pero en verdad mi modesta (y no matizada) propuesta solo quiere actualizar la Crítica del Programa de Gotha; contra los lassallistas que aspiraban estatalizar las instituciones de la clase obrera, escribía Marx:

En lo que hace a las sociedades cooperativas actualmente existentes, éstas tienen valor sólo en la medida en que sean independientes, no criaturas obreras amparadas o por los gobiernos o por los burgueses.

De esto se trata. Pero es igual mi referencia dogmática a Marx, porque los zurdos con posibilidades de gobierno en España tienen dogmas mayores que los clásicos, entre los cuales se cuenta, amén del históricamente comprensible anticlericalismo, el amor hacia el Estado. Poco se puede esperar, salvo una subvención para el 15M, a modo de conmemoración monumental, de la triunfante, hipotética y renovada izquierda de 2015. Fácil será, con esta estrategia política a medio plazo, que los conservadores nos roben de nuevo las lealtades liberales con una súbita bajada de impuestos: la III República se difumina en el horizonte como el humanismo de Foucault porque los partidos que la desean son incapaces de representar a las clases medias que prefieren empaquetar las maletas y dejar España a su suerte. Si las previsiones actuales se confirman, y 2015 nos encuentra con esta tasa de paro, estate seguro que la hipotética coalición de izquierdas, con estos planteamientos, será eclipsada por un gobierno de concentración nacional. Muy favorable tiene que resultar, para evitar tal cosa, las elecciones a IU. Pero todavía queda mucho tiempo, muchas manifas y muchos deshaucios para que sepamos el resultado. Por el momento solo cabe decir que, dada la tendencia hacia la desafección sociopolítica, sobrevalorada por los senadores a los cuales nadie nunca ha votado, desestimada por los perroflautas que están en la calle, luchando optimistas por nosotros, el grueso de la población española necesita muchos gobiernos de 14 años, mucho tejido contrainstitucional socialdemócrata y muchos campos de reeducación (es una broma) para jubilar de una vez por todas el «Cada uno en su casa y Dios en la de todos» que tan presente se encuentra en los movimientos sociales multicolores que aparecen en cuanto los gobiernos conservadores de la Península deciden planchar el bolsillo del contribuyente y cortar —a la vez— el grifo de los servicios públicos que tanto necesitan nuestras hipotecadas clases medias, entidad fantasmal donde las haya, intentando deshacerse de la casita en la playa. En conclusión, algo más que NIMBY, me temo, vamos a necesitar para la Tercera.



Publicado originalmente en Culturamas. 30 de julio de 2013.

9 de agosto de 2013

El Día Más Largo Del Año

El solsticio de Marc O’Callghan.

I

Hoy es el solsticio de verano. Los habitantes del Mediterráneo Occidental se preparan para hacer cosas a escroto lleno: saltar hogueras, tirar petardos y things like that. En el ínterin nos citamos Marc O’Callaghan y un servidor. Basta decir, para ahorrarnos las presentaciones, que O’Callaghan es el veinteañero menos petulante que conozco en el panorama creativo barcelonés. Rara avis la suya, por cierto. Figuro que será tentador el incurrir en patinazos de autosuficiencia cuando acabas de participar en el Sónar, has realizado una estancia en la MittelCatalunya (Eclíptica, Castelltallat, Barcelona) y en Google aparecen cosas como «local under star» cuando tecleas alguno de tus pseudónimos. Para añadir mayor grado de dificultad a la comedida modestia del artista, sus creaciones están cargadas hasta las trancas de referencias paganas. En su página web aparece sentado en la posición del loto haciendo (nada más y nada menos que) la V de Mister Spock. Háganse a la idea: ¿cuántos illuminati perdonavidas conocen incapaces de deletrear los nombres de sus deidades preferidas? O’Callaghan, profundo conocedor de estas tradiciones, a diferencia de los mentados illuminati, no se tira a la piscina así como así. Durante nuestra entrevista, los barrigazos teológicos fueron marca de la casa, no culpa del invitado. Entre cervezas y arroces melosos, los nombres propios fueron escasos, pero bien atados. O’Callaghan habla bien sobre masonería, sobre teosofía y sobre la madre del cordero. Ante referencias de este cariz, en otro contexto y con otro interlocutor, yo hubiera arqueado de forma inevitable las cejas, mensajeras de una burla tan apropiada como inminente. En este caso, tomo notas en mi cuaderno. Perdona, ¿cómo se escribe eso?

Ge, U, E, Ene, O, Ene— deletrea para mi O’Callaghan.


II

Desde 2009 O’Callaghan ha sentado sobre sus rodillas el género del dibujo, ha descubierto su amargura, ha injuriado papeles y paredes por partes iguales. Hablamos de forma figurada del proceso creativo que ha llevado a este antiguo estudiante de Bellas Artes a la consolidación en el mundillo underground barcelonés. Y más allá de éste, tienen su blog. Allí cuelga desde hace tiempo ilustraciones que luego terminan impresas en fanzines o sobre murales; hay quien se ha lanzado a tatuarse los bichos alados de O’Callaghan, claro. Sus figuras rosa fosforito pueden encontrarse por igual en salones del comic como en las paredes de su mancomunidad; esto último todavía no ha sucedido, salvo por alguna extensión del templo en alguna azotea privada, pero O’Callaghan me aseguró que tomaría en consideración el formato creativo grafitero en el futuro. Y es que la lascivia que transmiten las calaveras y los demonios de O’Callaghan resulta muy (pero que muy) apropiada para el espacio público de esta ciudad mediterráneamente habitada. Ingenio a la hora de explotar el espacio no falta en sus composiciones, quizá en exceso abigarradas, pero nunca dispuestas de modo impropio. Algo de caos nunca viene mal. Véase, por ejemplo, la conversión de un enchufe en una vagina que tiene lugar en La construcción de un templo (2011-12): una demonia nos ofrece su toma de contacto gracias a la ingeniosa (no tenemos otra palabra) transformación de un cuarto de estudiante en un lugar de peregrinaje. Un poco más allá, en el techo de la habitación, aparece Mercurio crucificado, con una bombilla por todo pene. Para quien no conozca la pieza, estamos hablando de cuatro paredes pintadas siguiendo ciertos arquetipos del zodiaco, conforme a la siguiente dialéctica de los cuatro elementos naturales: la pared norte estaría dedicada a Saturno y a Apolo (fuego), la pared oeste a Marte (tierra), la pared sur a Venus y a Diana (agua) y la pared este a Júpiter (aire). Pero dejemos que el propio artista se explique:

La Construcción del Templo fue un proceso pictórico que llevé a cabo en la que fue mi habitación durante un año, en un piso de alquiler compartido entre cuatro personas. Los motivos están generados a partir de proyectar imágenes de pinturas de artistas reconocidos del pasado encima de la pared, resiguiendo de forma muy sintética con el pincel las partes que me interesaban —sobretodo las anatomías— y añadiendo partes de mi cosecha —como cabezas de perro o cráneos—.

Solo por rebajar el discurso esotérico, que tantas embolias genera en un cerebro cerrilmente materialista como el mío, O’Callaghan nos arranca una sonrisa cuando confiesa que, durante la realización de la pieza, apenas tuvo otro alimento material que no fueran espaguetis y salchichas crudas Campofrío; en este preciso instante estamos comiendo una paella con brócoli; nos relamemos cuan cabras del Infierno pensando en tiempos peores. Meanwhile, no puedo dejar de asociar el trazo figurativo de O’Callaghan con las composiciones minimalistas de Haring: el mismo horror vacui de La Mare De Totes Les Idolatries, la geometría de El Último Día o el cachondeo de λόγος σπερματικός se pueden encontrar en los contornos a tiza trazados en el metro por el grafitero y artista neoyorquino. A la tradición del dibujo de ficción poco añade O’Callaghan que no estuviera allí: el componente orgiástico, la saturación de las figuras, los motivos religiosos, la tendencia falofórica, el enfoque satírico; alguien diría que hasta la crítica social está presente en tanto bicho dando por culo, pero nosotros no hilamos tan lejos o tan profundo. Hay un detalle nuevo, sin embargo, en la producción última de O’Callaghan. Durante los primeros años, las revelacions automàtiques, nombre que utiliza el artista para hablar de sus dibujos, pudieron aspirar a ser hypes o memes de la blogosfera; la inclusión reciente de figuras geométricas, por el contrario, aleja su creación de los intérpretes facilones. Que pierdan toda esperanza quienes quieran comprender de un solo vistazo el significado de Orgía Pre-Olímpica o de The Tower of Song, por ejemplo. Hablando de curiosidades ininteligibles, me gusta muy mucho la deriva intimista que tienen algunas de las producciones abstractas recientes de O’Callaghan: curioseando en su muro de FB, descubro que tiene la manía de llenar su casa de sigilos, relaciones lineales entre palabras del alfabeto y secuencias numéricas cuya combinación tiene como resultado iconos en zigzag, situados en lugares íntimos, con títulos como En contubernio (sobre la cama), Ficción (en el marco de la puerta) o La heroína del trabajo (ante el escritorio). Salvo por los tatuajes que lleva su novia —en el antebrazo de Clara (De lo que no se puede hablar es mejor callarse), en la pierna de Clara (Llenguatge)—, los sigilos están hechos de cinta de carrocero y apenas duran unos días sobre la pared. Firmes y quietos solo aguantan unos días. El carácter efímero de la materia informe resultante constituye, sin duda, el aspecto más cuco de la obra de O’Callaghan. Ahora bien, ¿estamos los críticos de arte a la altura de lo cuco como categoría estética?, me pregunto con la boca llena de arroz integral.

III

Ernesto Castro (EC). Perdona la impertinencia pero, querido Marc, ¿qué maldito espacio idiomático habitas? Te licenciaste con una lectura de Jean Baudrillard alucinante (en el doble sentido de la palabra) donde apareces recitando frases de Cultura y Simulacro en el orden que te viene en gana (Sentido Del Abismo El, 2011). Tienes plegarias escritas en el idioma imaginario de Hugo Ball. A primera vista, este idioma fonético parece el tuyo propio. Sin embargo, casi todas las letras de Coagul están en catalán. También tienes cosas en full spanish, como Semanario Químico (2011), pero son minoría. Con esa cara de bueno que tienes, ¿no serás un patriota en lo musical?

Marc O’Callaghan (MOC). No és tant per patriotisme com per encaix estètic. El català és la meva llengua materna i és la llengua en la que penso i conceptualitzo en el més profund de la meva consciència, però apart d’això trobo que encaixa força amb l’aura “folk” de Coàgul. Les coses en full spanish en un principi van ser fetes pensant en el públic hispanoparlant a qui el segell que ho editava distribuïa principalment, però aquesta és una idea a la que ja no trobo gaire sentit. De la mateixa manera que per a una escultura potser és més adequat el ferro que la fusta, independentment de si el públic viu en cases de ferro o de fusta, per a Coàgul veig més adequat el català que el castellà, independentment del que parlin els seus oients. També penso que el fet de ser una llengua minoritària i controversial li afegeix un plus de raresa i caràcter propis. Encara que ara m’obliguis a contestar-te en català, en lo personal sóc pro-bilingüisme i pro-pragmatisme idiomàtic a tope.



EC. ¿Es el catalán oficial una lengua viejuna? Algunos amigos me comentan que hay un abismo entre el idioma oficial de los Països (llámalo X) y los exabruptos guturales de la calle, ¿es eso cierto? También me ha contado un pajarito que Céline en catalán suena como Mallarmé en castellano, esto es: un rollazo léxico y rítmico supino. Siendo Coagul un proyecto musical neofolk que pretende elevar la capacidad de escucha del público letrado que participa en los Juegos Florales, ¿no estará quizás un poco anticuado, un poco mayor para quinquis de La Meseta como yo? Dime, ¿te gusta el vocabulario apolillado?

MOC. Suposo que sí que és una llengua envellida, però precisament per això manté certes fórmules pintoresques que gaudeixo fent servir en el context coagulatori. Tinc la sensació que al pronunciar certes coses més aviat dures en català, aquestes adquireixen un punt sardònic, com d’humor trapella que m’agrada. Això de la diferència amb el llenguatge de carrer és cert en el cas de les zones més xarneguitzades, com Barcelona o les afores de les altres ciutats, però a la mínima que explores l’interior et pots arribar a sorprendre de com es manté el català originari. A Torelló els quinquis et vacil·len en català, i en un que és més dur i hostil que el de la tele. Pels quinquis de La Meseta sí que sonarà tot plegat antiquat i aliè, però sou precisament vosaltres als qui més us pot fascinar l’estranyesa del català utilitzat a com a vehicle d’agitació psíquica en un context com el d’un projecte de música industrial. Més que a un anglosaxó a qui totes les llengües romàniques li sonin iguals. Concloent: sí que m’agrada el vocabulari arnat, m’entusiasma!

EC. Y para terminar, ¿cómo se deletrea Guénon? Ge, U, E, Ene, O, Ene, ¿me equivoco? Vale, ¿qué te cuentas sobre él?

MOC. René Guénon, incansable explorador dels mons suprasensibles i estricte estudiós del simbolisme primordial i esotèric comú a totes les tradicions. De gran importància històrica són els seus estudis publicats en articles o llibres cap a la primera meitat del segle XX, sobretot per haver acotat amb gran rigor i perspicàcia una ciència que malauradament moltes vegades és presa del xarlatanerisme i l’ambigüitat dels venedors de bagatel·les. A mi personalment m’ha influenciat molt en el coneixement dels símbols eterns i m’ha ajudat a aclarir-me en tota la qüestió esotèrica. Diguéssim que la seva lectura m’ha aguditzat l’ull per a distingir lo genuí de lo fal·laç en aquests àmbits. Més enllà d’aquestes qüestions pràctiques en la vida personal, també ha estat una alta font d’inspiració per a Coàgul. Algunes de les seves anàlisis m’han encès la llumeta per a fer cançons-símbol, com les dues cançons de Janitor, que són la Mà de la Justícia i la Mà de la Benedicció. En aquest cas, la contraposició d’aquests dos símbols antagònics però complementaris (situats conscientment un a cada cara del cassette) m’ha portat a anar poc a poc explotant la idea de concebre els discs com a totalitat microcòsmica, com per exemple que les dues cares dels cassettes funcionin com a vies per arribar a estats oposats, o fer equivaldre set cançons d’un CD amb els set dies de la setmana i els seus corresponents planetaris. En quant a Guénon, no em puc considerar ni molt menys el seu deixeble ni el seu seguidor, ja que el que jo acabo fent no té res a veure amb el que ell consideraria que s’hauria de fer, però sí que és un tità que des de les ombres del passat il·lumina a Coàgul en el camp dels referents nuclears.



Publicado originalmente en A*Desk. 29 de julio de 2013.

5 de agosto de 2013

¿Qué fue el socialismo en EEUU?

Cuando Obama deviene un bluf en materia de derechos civiles (no se conoce violación de la privacidad como la auspiciada por el Patriot Act, reforzada luego por el NSA), en política exterior (el retrasado sine die cierre de Guantánamo está a la par que el programa de ejecuciones sumarias mediante drones) y en cuestiones ecológicas (el fracking se ha convertido en la última panacea en la búsqueda de la autarquía energética), muchos se hacen la misma pregunta: ¿dónde están los laboristas americanos? La historia del macarthismo resulta demasiado conocida como para ser repetida aquí. No tiene tanta fama, empero, la persecución del Partido Socialista durante el primer tercio del siglo XX. Por ello merece la pena recoger su testigo, aunque solo sea para recordar que, en Estados Unidos como en todas partes, el socialismo no es una causa perdida, sino una que aún no hemos ganado.
En 1906, Werner Sombart publica su segundo ensayo más famoso. El primer puesto siempre estuvo reservado para su Refutación del Marxismo (1926), una conversión ideológica anunciada desde hacía tiempo por parte de quien, mediante su modelo intelectual, puso en entredicho la susodicha palabrita: «Moi, je ne sui pas marxiste», dijo el anciano Karl para quitarse avant la lettre de encima la infausta herencia de su pensamiento. Luego vendría, en términos políticos, el Congreso de Erfurt y su inopinada estrategia política de los dos mundos. Y en términos intelectuales, los marxistas de cátedra, muy duramente combatidos por una socialdemocracia (sin lugares en la universidad: resultado de los dos mundos) que los tachaba de apolíticos para arriba, y entre los cuales se contaba Sombart hasta su giro nazi, ya anticipado en unos trabajos de antropología obsesivamente circunscritos sobre el pueblo hebreo, cuya guinda que corona el pastel es Deutscher Sozialismus (1934): una apología sin descaro del régimen hitleriano. Aún marxista entonces, Sombart publica en 1906 la medalla plateada de su palmarés intelectual, como decimos: ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos?. Una pregunta ciertamente precipitada, como comprenderán, dado el momento de su formulación. Sombart se pregunta, como si el socialismo triunfara entonces all over the world, como si el desarrollo y la implantación del SPD no fuera una excepción, una punta de lanza en Alemania, por qué el continente que satisface las condiciones del desarrollo homogéneo, creciente y explotador predichas por Marx (las disparidades de renta entre los percentiles más altos y los más bajos en USA ya era célebre entonces), no tiene una plebe marxista convencida, se pregunta Sombart.

La pregunta quizá hasta tuviera sentido. A fin de cuentas, el primer afiliado del Partido Socialista electo a nivel federal, Victor Berger, accede como miembro del Congreso en 1910, en paralelo a la elección de Pablo Iglesias en España como diputado socialista del Parlamento. Y cabe preguntar: ¿resulta concebible acaso que la doctrina de Iglesias, defensor de «la Bendita Intransigencia», una exportación de los dos mundos alemanes, tuviera idéntico arraigo popular que Berger, mucho menos obrerista, con demandas bastante inclusivas, teniendo además en cuenta las diferencias existentes entre el sufragio caciquil ibérico y el sistema electoral americano? A primera vista —no— apenas resulta concebible. Incluso podemos llegar a tragar, pues resulta bastante intuitiva, la tipología arquetípica de Sombart: el obrero yanqui «está a gusto, está bien y de buen humor —como todos los norteamericanos—. Su visión del mundo es el optimismo —su máxima fundamental: vivir y dejar vivir—. Por ello mismo se desvanece el fundamento de aquellos sentimientos y emociones sobre los cuales un trabajador europeo construye su conciencia de clase: la envidia, la amargura, el odio hacia aquellos que poseen más, que viven en la abundancia.» Idénticas consideraciones nietzscheanas, sobre el espíritu anglosajón y su componente überemprendedor, pueblan el resto del ensayo. Sombart incurre en varios errores, tales que: tomar en serio la retórica inflada del SPD, cuyo sindicalismo siempre fue pactista en grado sumo, mientras los representantes parlamentarios agitaban el gallinero, como los antisistema (de palabra) que eran. Resulta también curioso que Sombart elija como modelo sindical la AFL, una federación laborista exclusiva para varones blancos cualificados, cuando hacía unos meses (1905, Chicago) se había fundado la IWW, siguiendo el paradigma del sindicalismo insurgente continental: un sindicato no racista y no sexista, que abogaba por la acción directa. «Acción directa significa acción industrial directamente por, para y de los propios trabajadores, sin la ayuda traicionera de falsos líderes sindicales o de políticos intrigantes», rezaban los panfletos de los Wobblies.

La década posterior a ¿Por qué no? terminaría refutando el contenido predictivo del ensayo, volviendo más acuciante el interrogante si cabe. En 1909 se funda el International Ladies Garment Workers Union, la primera organización contundente de costureras, cuyas sonadas victorias no impidieron la tragedia del 25 de marzo de 1911, el incendio de la Triangle Shirtwaist, la fabrica neoyorkina donde trabajaban cerradas con pestillo las obreras textiles, durante el aniversario del alunizaje de los colonos en Maryland (1634), ¡tierra de oportunidades! En 1912, los Wobblies organizan una acción directa en Lawrence (Masachussetts), dando comida y combustible a 50.000 huelguistas (en una población de 86.000 habitantes), aguantando ante las muertes y los arrestos provocados por la policía («Las bayonetas no pueden tejer la ropa», fueron las declaraciones del arrestado Joseph Etor, líder de la IWW en NYC), trasladando a los niños hasta otras ciudades, ante la perspectiva de una larga huelga, y finalmente obteniendo aumentos salariales entre el 5 y el 11 por 100, repartiendo las mejores compensaciones entre los trabajadores peor remunerados, ante una rendida Silk American Company. En 1913 comienza en Colorado una huelga de los mineros del carbón contra la familia Rockefeller que termina en abril del 14 con la Masacre de Ludlow, con la guardia nacional matando a varias docenas de personas, con varios cientos de mineros siendo convocados a tomar las armas, con compañías de soldados negándose a disparar sobre población civil, y finalmente, con el despliegue del ejército federal, aplacando la insurgencia.

En suma, justo unos meses antes del arranque de la Primera Guerra Mundial la pregunta de marras (Why not socialism?) resultaba pertinente, sí, pero tras unos años the correct answer sería más clara: los congresistas.



Fueron los congresistas quienes votaron el reclutamiento obligatorio para paliar las vacas flacas del patriotismo tras el hundimiento del Lusitania (la IGM necesitaba un millón de soldados, pero solo hubo 73.000 volutarios), provocando que hasta 330.000 reclutas dieran señas falsas, huyendo de las autoridades en calidad de prófugos y sediciosos (¿quién quiere morir en una trinchera?); los candidatos socialistas, opuestos desde el inicio contra la guerra, a diferencia de sus compañeros del Viejo Mundo, multiplicaran varias veces sus resultados en las elecciones municipales de 1917, comparadas con los votos de 1915: en Chicago, por ejemplo, subieron del 3,6 al 34,7 por 100. Fue el comienzo del fin. También fueron los congresistas quienes aprobaron la Espionage Act, elevando la beligerancia a religión de Estado, convirtiendo la cárcel o la muerte en la disyuntiva existencial de los socialistas que quisieran continuar abriendo la boca: 10 veranos entre barrotes para Eugene Debs (fundador del PS); la tortura y la soga para el gaznate de Frank Little (organizador del IWW en Montana); un vuelo desde el 14º piso de Park Row (NYC) hasta el suelo para Andrea Salcedo (impresor anarquista); y así hasta 4.000 personas detenidas en 1920, una vez terminada la guerra, y 249 inmigrantes eslavos deportados a la URSS (¡Sayonara, Emma Goldman!). ¿Qué opinarían pacifistas, socialistas y anarquistas del optimismo sombartiano durante el Trienio Guerrero (1917-20)? Durante el mitin que condujo a su arresto, Eugene Debs puso los puntos sobre las ies, dando (en parte) la razón a Sombart:

Nos dicen que vivimos en una gran república libre; que nuestras instituciones son democráticas; que somos un pueblo libre y autónomo. Incluso para un chiste, eso es demasiado. [...] Sí, a su debido tiempo nos haremos con el poder de esta nación y de todo el mundo. Vamos a destruir todas las instituciones capitalistas esclavizantes y degradantes. Está saliendo el sol del socialismo.


En verdad, se estaba poniendo. Optimismo de la voluntad, dice Gramsci.


Publicado originalmente en SinPermiso. 29 de julio de 2013.