Pues eso. |
Desde tiempos de Paco Umbral la
cantera de El Mundo está a rebosar de columnistas que desayunan fuerte todas
las mañanas con el castellano. Manuel Jabois, novelista frustrado (¿o en potencia?) que se huele
a leguas, pero también gran cronista de si mismo, es uno de ellos. Posiblemente
estemos ante el mejor comentarista por debajo de la cuarentena en un
periódico de tirada nacional. Pero tiempo al tiempo: las jóvenes promesas se
revelan de forma retroactiva, como los capullos de seda, cuando ya son
mariposas pesadas y con Premio Planeta. Mientras tanto Manuel Jabois nos tiene
pendientes de un hilo a todos los que disfrutamos con la mirada y secundamos
con las palmas sus reflexiones espigadas por las publicaciones periódicas de toda
Hispañistán entera. El joven y barbudo columnista se ha dejado ver hace poco
por BCN, donde hace apenas unas cuatro semanas estuvo ejecutando —sabedor de
nuestra adicción por el morbo— un performance
en el contexto del Festival Primera Persona. El contenido del mismo era una
anécdota adolescente contenida en su primer libro —si no llevo mal la cuenta— Irse a
Madrid (Pepitas de Calabaza, 2011), donde Manuel Jabois narra un despertar
de resaca playera entre familias de domingueros, sin casi memoria de los
sucesos acontecidos la noche anterior, rodeado de cubiletes y toallas del
Barça. «Manda narices, siendo como soy yo más mourinhista que Mourinho», se
quejaba Manuel Jabois sobre el escenario del CCCB, mientras los responsables de
semejante atrezzo —pura maldad entre bambalinas— murmuraban desde delante del
telón.
Tras arrasar alto y claro con la
mentada publicación —Irse a Madrid—
Manuel Jabois no se ha hecho de rogar, pues retorna ahora curtido en mil
batallas, con ciento y pico paginas bajo el brazo, y un hijo por añadidura. Manu (Pepitas de Calabaza, 2013) es un
volumen sobre el devenir padre de un escritor que en realidad habla y teclea
sobre todo, incluido el tener los cojones fuera durante una conferencia, salvo
de la experiencia de estar esperando nueve meses, casi tres cuartos de año,
para levantar entre las manos a la prole. Hay que ver cómo son los progenitores, ya lo
sabemos por Cómo conocí a vuestra madre,
siempre aprovechando para chupar párrafo en las memorias familiares, y Manuel
Jabois no se queda corto en sacar pecho. ¿Quiere Ud. emular el método de
redacción utilizado por esta flamante estrella del periodismo español? ¿También
le repugna a Ud. el tomar café con los amigotes a las cuatro de la tarde para
lamerse las heridas y contarse las penas? ¿Será posible que no todos los
escritores tengan una juventud atormentada? ¿Y que me dice de perseguir el
malditismo en cada trayecto Madrid – Zaragoza, Zaragoza – Huesca? Información inestimable,
toda ella en su conjunto, que Manuel Jabois sabe administrar con mano izquierda.
Brindamos por ello, cómo no. En mitad de los milagros del joven artista
hallamos, empero, algunas iluminaciones profanas de la paternidad, no se crean:
Pronto yo estaba en la calle parado en medio de un grupo de gente desconocida que me decía que aquello era lo más bonito de mi vida, e incluso alguno me agarraba del brazo, aprensivo, y me decía en un aparte señalándome la barriga de Ana: “¿No lo notas ya, no lo notas?”, como si fuese yo también a reproducirme por ósmosis.
Que los expertos en cuestiones de
género tomen buena nota. Ahora bien, para libro sobre el empollar un alienígena
en la barriga de la parienta, los lectores ya tenemos y nos quedamos con Nueve lunas de Gabriela Wiener, un
dietario escrito desde el cordón umbilical. Y es que, en el desaguisado de la
creación humana, la parte contratante masculina tiene poco que pinchar, y menos
aún que cortar. Dejando de lado el pulverizar las plusmarcas de sobrepeso
establecidas por matronas gitanas durante el embarazo. Según cuenta en el
libro, durante la formación uterina de su muchacho, el mismo que compartirá
tardes de escritor con su padre, Manuel Jabois llega a engordar hasta 12 kilos
o 26 libras. Enhorabuena, son cuatrillizos, dice la comadrona. Aparte de esto, el
letrado donador de semen tiene poca cosa que hacer, excepto enfundarse las
mallas de logos espermatikos, que dirían los griegos, y tomar notas de forma
compulsiva, con el firme propósito de escribir un libro que —como ya hemos
dicho— no sabemos si trata sobre la paternidad de Manuel Jabois, sobre la
paternidad de Pedro J. Ramírez y de David Gistau sobre Manuel Jabois o sobre la
importancia de la perseverancia, escribir libros de transición y esperar a la
fortuna para llegar hasta la cumbre. Como las tres Musas, estos motivos se dan
la mano —supongo— y todos conformes con la situación.