[Digitalizamos aquí un artículo de Luis Gordillo publicado originalmente en el suplemento cultural de El País el 29 de octubre de 1983, incluido en la antología final de textos del libro de Simón Marchán Fiz, Del arte objetual al arte de concepto; antología que por cierto no aparece en posteriores reimpresiones, vete tú a saber por qué motivo. Del texto cabe destacar el uso libérrimo de la cursiva y su humor, crítico con la teleología que aun hoy reviste la historia del arte de las vanguardias, reducidas aquí a la condición de mero culebreo. Lo mismo vale para el “ismismo”, la “posguerra de guerra soñada”, el dado de seis caras, la “papilla de ratas”, la “piscina de verde purísimo, iridiscente” y el “síndrome de Julio Iglesias”: metáforas muy acertadas en su mayor parte. En cuanto al homo flotador, nada que objetar a la categoría sociológica espontánea del artista, salvo la mezcla del latín y el castellano a la hora de acuñar la expresión, que debería rezar homo floator o no rezar nada en absoluto. Por lo demás, un servidor, que no ha pintado un cuadro en su vida, y tampoco está en edad de ponerse a ello, convida a sus lectores (en caso de haberlos) a que verifiquen la hipótesis de Gordillo. 32 años después, ¿parece que va a escampar o sigue nublao lo de la pintura?]
Cuando se quiere
caracterizar el momento actual en pintura se echa mano de un
argumento que es efectivo, incluso efectivista, pero de dudosa
validez. Se dice: los ismos, el ismismo:
naturalismo, impresionismo, cubismo, superrealismo, etc., como una
culebra que se agita en volutas, han constituido un auténtico
movimiento positivista, darwiniano, de proceso seleccionado hacia
algo. Por el contrario, el momento actual, en el que vivimos, se
conformaría como relajación de la culebra, en plena
digestión después de ingerir un siglo de suculentos bocados
ísmicos, mas dos guerras mundiales y alguna que otra revolución.
Yo
diría que relajación, sí, la hay, aunque sería peliagudo y
extensísimo el caracterizarla. Quizá estemos viviendo una posguerra
de guerra soñada, frustrada, sin bombas ni sangre; viviendo el
alelameinto, torpor y pasmo posteriores al error.
Lo
que no veo tan claro es la calificación del anterior movimiento
culebril como darwinian o positivista; estas palabras emiten
sensaciones de sabiduría histórica, de finalidades éticas, de
buena señalización en la autopista. Ese proceso, la culebra de los
ismos, yo los veo más bien como el ritmo violento y desacompasado de
lo esquizoide, de un hegelianismo mecánico
de manera chirriante. El ir y venir de la pelota de tenis entre golpe
y golpe, y a veces sin vida después de un fallo. Se me ocurre otro
símil: el movimiento de un dado, de seis caras, claro; jugando con
él se tiene la impresión de que es un objeto móvil, fluido y lleno
de complejos matices; pero al caer muerto entre el tres o el cuatro,
entre el seis o el uno, hay la sensación de un torpe y trágico
destino gravitatorio.
El
homo ísmico más que
un positivista es un ser nervioso, un loco sonriente y deportivo.
Así,
pues, el elemento específico a definir sería la posterior
relajación, el momento de la digestión. También habría que
concretar el tipo de hombre resultante: arriesgaría un apelativo
para este nuevo ser, el de homo flotador;
más adelante pasaré a explicarlo.
El
hombre se ha parado, o más bien lo han parado, pero no se ha
tranquilizado. Lo más característico de este nuevo prototipo en el
que nos estamos convirtiendo es su condición de ser limitado, de
estar siendo limitado por una multitud
de situaciones: en la tierra no cabe más gente, las materias primas
no son eternas, las guerras totales definitorias no son posibles, los
arcanos mitológicos se han vaciado, el progreso corrompe
la atmósfera y de alguna manera habrá
que pararlo, la revolución ha terminado por ser
una idea romántica, etc.
Eclecticismo y
clasicismo.
Actualmente,
en las artes plásticas se habla mucho de eclecticismo, y
algunos osados incluso de nuevo clasicismo. En cuanto al
primero estoy de acuerdo: si se encierran muchas ratas en un
espacio pequeño, si se ponen muy nerviosas y si se mueven mucho,
termina por producirse una papilla de ratas: es el eclecticismo
por obstrucción de futuro, por carencia utópica.
En
cuanto al clasicismo, no, no creo que vivamos una época que pueda
destilar tan delicado licor; para ello haría falta una cierta
serenidad, una manera lineal y prolongada de concebir el mundo,
valores creíbles y creídos por una mayoría. Quizá pueda aflorar,
tan solo un nuevo neoclasicismo decimonónico envarado y de
cartón piedra. Yo llegaría a pensar, paradójicamente, que nuestro
cínico posible clasicismo ha sido ese mundo épico de los ismos,
violentos, entrecruzados, chocando con ruido a latas.
¿Y
qué es el homo flotador? Es aquel cuya estética, y por
tanto ética, es dejarse llevar, sobrevivir, flotar, ni un
centímetro más alto o más bajo que el nivel del agua. No en
vano la piscina verde purísimo, iridiscente, es uno de nuestros
símbolos más queridos. Incluso flotar a veces es imposible. Nada de
metafísicas, y si las hubiera deberán estar envasadas,
pasteurizadas y ordenadas en los estantes del supermercado.
El
homo flotador padece el síndrome de Julio Iglesias: por fin
un arte democrático impuesto por el voto de la mayoría. Los
marxistas partidarios del realismo socialista no hubieran podido
nunca imaginar que el arte del pueblo podría llegar a ser una
realidad por tal camino. Nada de epatadores y epatados; por el
contrario, todos juntos creando a través de la publicidad nuestros
ídolos favoritos. Ni un centímetro más ni menos del nivel del
agua.
Milenarismo,
sin duda; nuestro vicio favorito.
Ni
clasicismo ni maduro eclecticismo, dicen que ni vanguardistas, pero
¡qué hermosa y chirriante época para pintar un cuadro!
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