14 de febrero de 2015

Luis Gordillo, Una hermosa época para pintar un cuadro.

[Digitalizamos aquí un artículo de Luis Gordillo publicado originalmente en el suplemento cultural de El País el 29 de octubre de 1983, incluido en la antología final de textos del libro de Simón Marchán Fiz, Del arte objetual al arte de concepto; antología que por cierto no aparece en posteriores reimpresiones, vete tú a saber por qué motivo. Del texto cabe destacar el uso libérrimo de la cursiva y su humor, crítico con la teleología que aun hoy reviste la historia del arte de las vanguardias, reducidas aquí a la condición de mero culebreo. Lo mismo vale para el “ismismo”, la “posguerra de guerra soñada”, el dado de seis caras, la “papilla de ratas”, la “piscina de verde purísimo, iridiscente” y el “síndrome de Julio Iglesias”: metáforas muy acertadas en su mayor parte. En cuanto al homo flotador, nada que objetar a la categoría sociológica espontánea del artista, salvo la mezcla del latín y el castellano a la hora de acuñar la expresión, que debería rezar homo floator o no rezar nada en absoluto. Por lo demás, un servidor, que no ha pintado un cuadro en su vida, y tampoco está en edad de ponerse a ello, convida a sus lectores (en caso de haberlos) a que verifiquen la hipótesis de Gordillo. 32 años después, ¿parece que va a escampar o sigue nublao lo de la pintura?]


Cuando se quiere caracterizar el momento actual en pintura se echa mano de un argumento que es efectivo, incluso efectivista, pero de dudosa validez. Se dice: los ismos, el ismismo: naturalismo, impresionismo, cubismo, superrealismo, etc., como una culebra que se agita en volutas, han constituido un auténtico movimiento positivista, darwiniano, de proceso seleccionado hacia algo. Por el contrario, el momento actual, en el que vivimos, se conformaría como relajación de la culebra, en plena digestión después de ingerir un siglo de suculentos bocados ísmicos, mas dos guerras mundiales y alguna que otra revolución.

Yo diría que relajación, sí, la hay, aunque sería peliagudo y extensísimo el caracterizarla. Quizá estemos viviendo una posguerra de guerra soñada, frustrada, sin bombas ni sangre; viviendo el alelameinto, torpor y pasmo posteriores al error.

Lo que no veo tan claro es la calificación del anterior movimiento culebril como darwinian o positivista; estas palabras emiten sensaciones de sabiduría histórica, de finalidades éticas, de buena señalización en la autopista. Ese proceso, la culebra de los ismos, yo los veo más bien como el ritmo violento y desacompasado de lo esquizoide, de un hegelianismo mecánico de manera chirriante. El ir y venir de la pelota de tenis entre golpe y golpe, y a veces sin vida después de un fallo. Se me ocurre otro símil: el movimiento de un dado, de seis caras, claro; jugando con él se tiene la impresión de que es un objeto móvil, fluido y lleno de complejos matices; pero al caer muerto entre el tres o el cuatro, entre el seis o el uno, hay la sensación de un torpe y trágico destino gravitatorio.

El homo ísmico más que un positivista es un ser nervioso, un loco sonriente y deportivo.

Así, pues, el elemento específico a definir sería la posterior relajación, el momento de la digestión. También habría que concretar el tipo de hombre resultante: arriesgaría un apelativo para este nuevo ser, el de homo flotador; más adelante pasaré a explicarlo.

El hombre se ha parado, o más bien lo han parado, pero no se ha tranquilizado. Lo más característico de este nuevo prototipo en el que nos estamos convirtiendo es su condición de ser limitado, de estar siendo limitado por una multitud de situaciones: en la tierra no cabe más gente, las materias primas no son eternas, las guerras totales definitorias no son posibles, los arcanos mitológicos se han vaciado, el progreso corrompe la atmósfera y de alguna manera habrá que pararlo, la revolución ha terminado por ser una idea romántica, etc.

Eclecticismo y clasicismo.

Actualmente, en las artes plásticas se habla mucho de eclecticismo, y algunos osados incluso de nuevo clasicismo. En cuanto al primero estoy de acuerdo: si se encierran muchas ratas en un espacio pequeño, si se ponen muy nerviosas y si se mueven mucho, termina por producirse una papilla de ratas: es el eclecticismo por obstrucción de futuro, por carencia utópica.

En cuanto al clasicismo, no, no creo que vivamos una época que pueda destilar tan delicado licor; para ello haría falta una cierta serenidad, una manera lineal y prolongada de concebir el mundo, valores creíbles y creídos por una mayoría. Quizá pueda aflorar, tan solo un nuevo neoclasicismo decimonónico envarado y de cartón piedra. Yo llegaría a pensar, paradójicamente, que nuestro cínico posible clasicismo ha sido ese mundo épico de los ismos, violentos, entrecruzados, chocando con ruido a latas.

¿Y qué es el homo flotador? Es aquel cuya estética, y por tanto ética, es dejarse llevar, sobrevivir, flotar, ni un centímetro más alto o más bajo que el nivel del agua. No en vano la piscina verde purísimo, iridiscente, es uno de nuestros símbolos más queridos. Incluso flotar a veces es imposible. Nada de metafísicas, y si las hubiera deberán estar envasadas, pasteurizadas y ordenadas en los estantes del supermercado.

El homo flotador padece el síndrome de Julio Iglesias: por fin un arte democrático impuesto por el voto de la mayoría. Los marxistas partidarios del realismo socialista no hubieran podido nunca imaginar que el arte del pueblo podría llegar a ser una realidad por tal camino. Nada de epatadores y epatados; por el contrario, todos juntos creando a través de la publicidad nuestros ídolos favoritos. Ni un centímetro más ni menos del nivel del agua.

Milenarismo, sin duda; nuestro vicio favorito.

Ni clasicismo ni maduro eclecticismo, dicen que ni vanguardistas, pero ¡qué hermosa y chirriante época para pintar un cuadro!

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