Hace una semana que ISIS quemó vivo a Muadh al Kasasbeh,
un piloto jordano que los terroristas islámicos habían hecho prisionero a
finales del pasado mes de diciembre y que al parecer querían intercambiar por
Sajida al Rishawi, una yihadista kamikaze fallida que llevaba presa en Jordania
desde 2006 y que fue inmediatamente ahorcada en represalia. Ignoramos si las
ejecuciones son públicas en Jordania; imaginamos que por muy públicas que
fueran nunca llegarían a alcanzar la publicidad que le ha brindado Fox News a
ISIS al publicar en su página web el
vídeo íntegro de la quema. Por no editar, no han editado ni los títulos de
crédito en los que se invita a matar a otros pilotos que han participado en los
bombardeos contra ISIS facilitando la dirección de sus hogares a través de
Google Earth.
Partiendo del común rechazo moral que todos sentimos
(o deberíamos sentir) hacia la pena de muerte, especialmente en sus formas más
crueles y arbitrarias, el debate que ha suscitado el vídeo ha discurrido por
los cauces de la ética periodística (¿dónde termina la información y comienza la
morbosidad o el enaltecimiento?), de las comparaciones históricas
aberrantes (ISIS ha quemado a un jordano; ¿cuántas
negros ha quemado EEUU?) y de la hipocresía en las redes sociales (¿por qué
Youtube y Facebook son tan puritanos para prohibir este video y permitir
tropecientos similares sobre —digamos— la Guerra de Vietnam?) dejando a un lado
lo que a mi juicio es el aspecto más notable del vídeo: su estética. Ponerse a
analizar la estética del terrorismo no es ninguna frivolidad, aunque se hayan
soltado muchas frivolidades sobre ella, como lo
que dijo Karlheinz Stockhausen de que el 11S fue una Gesamkunstwerk wagneriana. No lo fue, por la misma razón que la
destrucción de la Casa Blanca en Mars Attack!
(Tim Burton, 1996) tampoco lo es. Una obra
de arte total se mide por el artificio de su apariencia, no por su grado de
realidad. En este sentido la caída de las torres gemelas tiene el mismo valor
que un anuncio de Caprabo: puramente documental. Pero el caso es que el terror
es un estado mental, una amenaza potencial concretable de tanto en cuanto, y
nunca está de más analizar su apariencia fantasmal.
No hace falta decir que el vídeo de ISIS no es
recomendable que lo vean las personas especialmente sensibles, no tanto porque
sea violento o morboso, sino precisamente porque no lo es en absoluto. Los que
quieran ver una snuff movie realmente
indignante y vomitiva, más les vale revisar los clásicos del género (3 Guys 1 Hammer,
por ejemplo) pues aquí ISIS no nos ofrece la típica imagen que obliga a cerrar
los ojos, permitiendo que uno se reafirme en su papel de espectador
comprometido, bienpensante y de izquierdas. Lejos del formato canónico de la
grabación de un solo plano de duración, donde la mala calidad constituye una
garantía de realismo documental en bruto,
ISIS nos regala 22 minutos de puro arte, que hasta podrían llegar a ganar un
premio en la sección de cortos de algún festival de cine hipster. No en balde
tiene un montaje trepidante, una banda sonora edificante, un desarrollo de
personajes coherente y una narrativa que, sin recurrir al truco del cliffhanger, deja a la espera de nuevas
entregas. Como un capítulo piloto de la HBO.
No es ninguna frivolidad, insisto, señalar la
influencia de Steven Spielberg en la primera parte del corto, donde ISIS
reconstruye los orígenes del reinado de Jordania con una grabación delirante de
caballos y tanques luchando en el mismo campo de combate, que parece referirse
a la intervención de los anglosajones en la región después de la Primera Guerra
Mundial. Por no hablar la gamefication
o ludificación que presenta la segunda parte, donde unas infografías muy
similares a las del Call of Duty ilustran
una entrevista a al Kasasbeh sobre las fuerzas aéreas anti-ISIS, durante la
cual la imagen del piloto jordano se encarna y virtualiza como si fuera un
personaje de Assassins Creed. ¿Y qué
decir de la tercera parte, la ejecución, que pretende mostrar la zozobra anímica
de al Kasasbeh con unas técnicas de montaje psicótico directamente saqueadas de
la serie Homeland? La ficción vuelve
a verse superada por la realidad en lo que ésta tiene de artificio, de
socaliña, de embeleco.
Esto no quiere decir que la guerra civil sirio-iraquí
no haya tenido lugar, a diferencia de lo
que pensaba Jean Baudrillard, que negaba la realidad sustantiva de la
primera guerra del Golfo en base a su retransmisión en vivo y en directo. La
conversión del conflicto militar en un producto de consumo, el fetichismo de la
mercancía televisiva no oblitera la realidad efectiva de las personas que están
sufriendo. Puede ser que los aviadores americanos experimenten los bombardeos
en Siria como un mundo virtual perfectamente circunscrito a la cabina de
control remoto de su drone, pero el caso de al Kasasbeh demuestra que esta no
es la suerte de los pilotos jordanos, que se juegan la vida en un trabajo de
dudosa catadura moral. Y digo bien: las imágenes más impactantes del vídeo no
corresponden a la quema del piloto (todos los días se emiten en horario
infantil escenas mucho más gores) sino al material de archivo que rescatan los
terroristas sobre las desfiguraciones y las muertes civiles que son el daño
colateral de cada día en este tipo de bombardeos indiscriminados.
A estas alturas del conflicto uno duda si seguir
llamado terroristas a los militares de ISIS, por muy despreciables que sean
desde un punto de vista moral, toda vez que el objetivo de su último vídeo es
apartarse de la estética del terror que practicaron durante sus primeros meses
de reconocimiento mediático internacional y sentar las bases de un ritual de
Estado. Según cierta tradición libertaria, la única diferencia entre una banda
de criminales y el gobierno son sus rituales, y en este campo ISIS ha
demostrado su superioridad respecto del gobierno iraquí, que colgó a Saddam
Hussein de una soga, y del reinado jordano, que ha hecho lo propio con al
Rishawi. Como sucede con los documentales norcoreanos, donde los desfiles militares
estilo asiático se dan la mano con las críticas a la sociedad de consumo
que podría haber firmado un miembro de la Escuela de Frankfurt, el objetivo del
vídeo de ISIS no es atemorizar sino dejar boquiabierto. Compárese con elblogdelnarco.net y adviértase la
diferencia. Afortunadamente, contra lo afirmado por
Ludwig Wittgenstein en el Tractatus,
ética y estética no son ni mucho menos la misma cosa.
Decía
Michel Foucault en Vigilar y castigar
que la función del castigo en el Ancien
Régime era restablecer el cuerpo místico del rey, que había sido violado
por el crimen y que volvía a su orden natural mediante la penitencia pública
del condenado. Una concepción expositiva y retributiva de la justicia que
comparten los nuevos antiguos regímenes de Oriente Medio, que van desde los
wahabíes sauditas hasta los duodecimanos iraníes, pasando por ISIS, cuya
principal innovación en este campo es su viralidad internauta. Nunca fue más
cierto lo de que todo documento de cultura lo es al mismo tiempo de barbarie
que cuando la estética convierte a la barbarie en un fenómeno de masas. No en
balde, fascismo y fascinante comparten algo más que etimología. Cabe esperar
que llegue a nivel global ese momento, que según
Lynn Hunt tuvo lugar en Europa a mitad del siglo XVIII, en que la gente se
canse de ver ejecuciones por streaming,
pero hasta entonces solo podemos constatar la victoria estética de los
terroristas y hacer como Leoncio en La
república de Platón:
“cuando subía desde el Pireo por la parte de fuera de la muralla norte, se dio cuenta de que yacían en el suelo unos cadáveres junto al verdugo, y por un lado le apetecía verlos, pero por otro también sentía aversión y se echaba atrás; durante un tiempo estuvo luchando y cubriéndose el rostro, pero finalmente, vencido por su apetencia, abriendo de par en par los ojos echó a correr hacia los cadáveres y dijo: “¡Mirad, desgraciados, saciaos con este hermoso espectáculo!”.”
[Publicado originalmente en El Estado Mental. 13 de febrero de 2015.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario