[Damas y
caballeros, y demás primates que hayáis aprendido a leer y a manejar Google Crome, aquí tenéis una antología de artículos, respuestas y objeciones
sobre el affair Excalibur, el primer perro en riesgo de contagio del ébola en
el continente europeo, cuyo sacrificio por las autoridades madrileñas ha
generado un interesante debate, que todavía continúa mientras escribo estas
líneas, acerca de la psicología de los manifestantes antiespecistas, las
razones morales y técnicas del sacrificio, así como una retaila de juicios de
intención, comparaciones ciertamente odiosas y unas cuantas falacias. Esta
antología pretende ilustrar los altibajos de aquella polémica, recopilando en un
mismo sitio los textos que se escribieron a partir de la publicación de un
artículo de Juan Soto Ivars en el dietario del Estado Mental, que yo mismo
respondí en las páginas del dietario, del mismo modo que hizo Catia Faria en su
muro de Facebook, J M Bellido Morillas en su blog y Alejandro Matesanz vía mail. Como la discusión siguió en
las redes sociales, recomiendo a los amigos de las fuentes
primarias y de los archivos sin edulcorar que vayan directamente a este
hilo de comentarios, pues esta antología consta de dos partes, siguiendo el
escolástico modo: (i) la quaestio,
que son los artículos propiamente dichos; (ii) la disputatio, que incluye una selección personal de los comentarios
que se realizaron en el hilo, incluida la réplica de Soto Ivars y mi contrarréplica,
junto a las aportaciones de Camilo de Ory, Anónimo García, Javier Taillefer García,
Alejandro Alonso López, Raúl Mugiente Sariñena, Nino Correa Guimerá, Adrián Rebola-Pardo
y Pablo Martín Fernández, seleccionadas atendiendo a criterios como la
capacidad de despellejar vivos los argumentos del contrincante, la voluntad de
ampliar el campo de batalla intelectual o el desarrollo de caminos alternativos de reflexión. Disfruten de la lectura, porque solo hay texto.]
i. La
quaestio.
Contra el animalismo.
Juan Soto Ivars.
La defensa
de los animales es un principio de la dignidad humana. El hombre que maltrata a
su perro delata su crueldad, y esto se entiende desde los tiempos de Esopo. En
la actualidad, muchas personas se preguntan si el sufrimiento de los animales
puede reducirse. Más allá de anécdotas como el anormal que pega a su caniche o
el encierro de vaquilla de las fiestas de un pueblo, está el dilema de la
alimentación. Yo, carnívoro empedernido, no deseo que las reses y polluelos que
degluto tengan una existencia parecida a la de los muebles embalados de Ikea.
Quisiera que las cadenas de producción ganadera tuvieran mejores condiciones
para los animales, aunque sé que la industrialización de la ganadería es un
factor esencial en el desarrollo de las grandes sociedades. Al menos, hasta que
alguien descubra cómo producir carne a precios asequibles para una sociedad con
tantos miles de millones de comensales.
Pero una cosa
es tener conciencia de que los animales sienten y padecen, y estar a favor de
que se cuide de ellos lo mejor posible, y otra creer que las películas de
Disney son como documentales de la 2, es decir: que los animales y los humanos
no somos tan distintos como nos había dicho Darwin. En este sentido,
animalistas y creacionistas caen en un error con base equiparable.
Esta
semana algunos quedamos asombrados por la repercusión de la vida de un
perro en una situación de contagio del virus del ébola en España. Cualquiera
que asomase el hocico a los mentideros se daba cuenta que la noticia del día
era la del perro de Teresa, auxiliar de enfermería contagiada de esta
enfermedad. Muchos internautas que llamaban al padre Pajares “el cura ese” se
referían al perro por su nombre de pila, y la amenaza del sacrificio preventivo
del can, finalmente llevada a cabo, movilizó en change.org a más de 300.000
personas que querían salvar al chucho de la muerte a cualquier precio. Algunas
personas llegaron a formar un cordón humano en la puerta de la casa de la
enfermera donde permanecía el perro, como cuando el banco desahucia a una
familia.
Científicos
entendidos explicaron que el perro no debía ser sacrificado. No porque
defendieran su vida perruna, sino porque hubiera debido estudiarse si el animal
funcionaba como transmisor pasivo del virus. Los perros lamen a otros perros y
llevan una vida errática. Un comportamiento peligroso en una situación de
descontrol sobre un virus tan letal. Muchos animalistas estaban tan
obsesionados con salvar al perro que compartían el testimonio de estos
científicos en las redes sociales, inconscientes de lo que significa poner al
animal en cuarentena. Como dijo una amiga veterinaria: ¿se creen que es ponerle
un piso en Fuengirola?
Lo importante
para esta oleada de animalistas era salvar la vida del perro a toda costa, y
así se manifestaron por la vida del perro, y firmaron una petición para salvar
la vida del perro. Petición que contenía tantas faltas morales como de
ortografía, y que redactó una internauta que, con toda razón, elegía la foto de
una niña para su avatar de change.org.
A mí todo
aquello me ponía los pelos de punta. No por miedo al ébola, sino por el
comportamiento de la multitud.
Excálibur, así
se llamaba el perro, pertenecía a una mujer sobre la que pesa todavía el riesgo
de muerte. Una auxiliar de enfermería a la que pusieron a trabajar con enfermos
de ébola sin haberla adiestrado en profundidad para quitarse el traje, en un
nuevo caso de incompetencia de las autoridades. Sin embargo, el perro movilizó
más apoyos que la enfermera. Si los negros que caen como moscas en África
caminasen a cuatro patas y estuvieran cubiertos de pelo, es posible que
consiguieran despertar un poco de esta inmensa, desnortada e infantiloide
compasión.
Decían muchos
animalistas que una cosa no quitaba a la otra. Que ellos defendían lo mismo al
perro que a la enfermera, los misioneros y los negros de África. No percibieron
lo terrible que es defender “lo mismo” a unos que otros, no se dieron cuenta, y
para colmo mentían: Médicos sin Fronteras sigue pidiendo ayuda para su
operativo de emergencia en los países afectados. Por supuesto, no han recibido
ni una pequeña parte de los apoyos que recibió el perro. Quizás si Liberia
ladrase...
Me pregunto
si, en esta situación de imbecilidad generalizada, podría tener éxito una
campaña para salvar a las medusas que son asesinadas cada verano en las playas.
Miles de perros mueren en perreras, o atropellados porque los anormales de sus
dueños los abandonan en la cuneta cuando se van de vacaciones, pero Excálibur se
convertía en perro mediático y desataba una inmediata movilización. La
velocidad y la trayectoria de la campaña delataba un preocupante relativismo
moral. Buscando en Twitter “Excálibur” y “Ana Mato”, aparecían cientos de
comentarios de internautas que consideraban la vida del perro más valiosa que
la de la ministra. Hubo quien, incluso, comparó el momento del sacrificio del
perro con la ejecución de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA.
El
infantilismo y el relativismo moral alcanzaban tal grado de notoriedad que
asustaban. Pero no es una sorpresa, si uno se para a pensar en las bases de la
corriente animalista.
El animalismo
existe desde hace siglos en Occidente, pero ha alcanzado una gran popularidad
cuando la generación Dinsey se ha hecho mayor. No es paradójico que en los años
de la crisis económica se hayan multiplicado en los medios de comunicación las
consignas de los animalistas. Las protestas contra las fiestas populares donde
se maltrata a los animales, parrafadas sobre la dieta vegana y manifestaciones
antitaurinas aparecen cada pocos días en los medios. Mientras muchas familias
españolas no tienen qué comer, los animalistas nos recuerdan lo pecaminoso que
les resulta vernos tragar una hamburguesa. Todo esto hace pensar que el
animalismo es un movimiento radical con un origen eminentemente burgués, aunque
por supuesto muchas personas de origen y de vida humildes se hayan dirigido a
esta corriente.
Defienden a
los animales porque, según dicen, ellos no pueden defenderse. Creen que esto es
una declaración de intenciones, pero en realidad es una falla argumental que
los retrata. Uno puede defender la necesidad de llevar la democracia con
aviones militares a un país como Irak, pero los iraquíes podrán negarse a ello
y montar un Estado Islámico. Uno puede creer que las autoridades mexicanas
deben arrancar la lacra de los narcos de la sociedad, pero posiblemente los
narcos acaben agujereando al activista a base de balazos. En cambio, perros,
gatos, corderos y zarigüeyas permanecen impasibles mientras las legiones de
animalistas se dejan las horas del reloj en defenderlos de las agresiones del
hombre.
En este
sentido, el animalismo es una causa vacía: defiende los derechos de un
colectivo que no los ha exigido y que no va a causar ningún problema a sus
supuestos benefactores.
El animalismo
no tiene malas intenciones, pero puede llegar a ser nocivo como todas las
deformaciones grotescas de la bondad humana. Los presupuestos de los
animalistas más radicales tienen tintes alienígenas: proclaman la igualdad de
todos los seres con sistema nervioso que moramos sobre la tierra, y con una
frecuencia alarmante comparan el valor de la vida de un humano con la de
cualquier ratón de laboratorio. Cuando un animalista escribe que la vida de su
perro es más valiosa que la de mucha gente, recibe un apoyo enorme por parte de
otros animalistas. Ahí está lo nocivo de esta corriente que en principio tiene
tan buenas intenciones: al equiparar el valor de la vida de los animales con la
vida humana, considera que quien mata a un animal, aunque sea en un matadero
alimenticio, está cometiendo un asesinato. Por lo tanto, si el animalismo sigue
creciendo y logra representación en cámaras legislativas, las consecuencias
podrían llegar a ser mucho más serias que los comentarios de cuarenta defensores
de los gatos en una red social.
La fragilidad
argumental del animalismo contiene una gran paradoja, que se manifiesta en la
acusación que los animalistas radicales han elegido para quienes nos rebelamos
contra su doctrina. Nos llaman, despectivamente, especistas. Antropocéntrico o
especista es aquel humano que se considera superior a un mono titi o una
merluza. ¿Dónde está la gran paradoja? En que el animalismo se levanta
precisamente sobre un antropocentrismo radical: proyecta en los animales cualidades
humanas, hasta el punto de considerar a los animales sujetos de derecho.
Esta
confusión, de nuevo motivada por nobles sentimientos, resulta aparatosa desde
un punto de vista humanista. El animalista cree que los animales tienen
derechos aunque con frecuencia se muestra incapaz de explicar de dónde emanan
estos derechos. Suele referirse al derecho a la vida de los animales como si
fuera un mandato del reino natural que los humanos deben acatar, pero no
especifican dónde está escrita esta ley.
Asumido este
dogma, no se dan cuenta de que la ecuación funciona exactamente al revés: somos
nosotros, los hombres, quienes tenemos el derecho a disfrutar de los animales.
Por supuesto, es un derecho que nos hemos otorgado: son milenios usando a las
bestias para acarrear el peso de los carros, a los perdigueros para ayudarnos
en la caza, a las lombrices para servir de cebo en nuestros anzuelos. Nosotros
inventamos los derechos y tenemos la potestad de repartirlos, y todos los
derechos de que disfrutan los animalistas parten de la misma fuente: desde la
libertad para expresar sus planteamientos por escrito o para manifestarse en la
calle, hasta la garantía de que nadie, por mucho que aborrezca lo que digan,
podrá reprimirlos por la fuerza sin recibir un castigo.
Pero ahí está
el problema capital de la ideología animalista: en que los animales no tienen
derechos, de la misma manera que no tienen obligaciones. No pueden acatar
leyes, ni hacerlas cumplir a otros animales. Cuando educamos a un perro para
que no cague en casa estamos imponiéndole reflejos condicionados a su conducta,
lo cual es totalmente diferente a imponer una ley. Pero que los animales no
tengan derechos no significa que deban ser vulnerables a la crueldad humana: de
nuestro derecho a utilizar a los animales emana nuestra obligación de cuidar de
ellos. Es decir: no es que mi perro tenga derecho a una vida digna por ser un
perro, sino que yo tengo la obligación de dársela, y por lo tanto debo ser
castigado si lo maltrato. A cambio de mis cuidados, el perro me premia con su
lealtad, su cariño y su simpatía, elementos tan intrínsecos a los perros que
cualquiera con un poco de sensibilidad sufre cuando se le arrima por la calle
un chucho abandonado.
Entre las dos
posturas, la del derecho intrínseco del animal y la de nuestra obligación de
cuidar a los animales, hay una distancia tan grande como la que separa a los
niños de los adultos. Pero precisamente ahí, en el infantilismo, está el talón
de Aquiles de los animalistas contemporáneos.
Las
4 falacias de “Contra el animalismo”.
Catia Faria.
En “Contra el
animalismo”, Juan Soto Ivars disputa las reivindicaciones del ‘movimiento
animalista’ alrededor del caso Excalibur, apelando a la fatal infantilidad en
la que incurren sus argumentos. Efectivamente, la infantilidad teórica es
altamente dañina para el éxito de nuestros objetivos políticos y es lamentable
que en un estado que congrega más de 40 millones de habitantes, esta
infantilidad sea responsable de marcar el ritmo de los discursos públicos,
sobre todo en lo que toca a los debates morales. Sin embargo, Juan Soto Ivars,
en vez de exponer la infantilidad teórica de nuestro razonamiento moral, la
ejemplifica de forma magistral. En vez de ser una contribución a pensar mejor
para actuar mejor, pone a nuestra disposición una serie de falacias en las que
podemos seguir escudando la discriminación por especie y nuestra cobardía moral
ante ella. Dado que es imposible dar cuenta aquí de todos los errores en los
que se fundamenta este artículo, me centraré en los más salientes, intentando
eliminar de él todo el ruido del que se hace acompañar la argumentación.
Expondré y evaluaré, a continuación, los argumentos a los que apela el autor
por orden decreciente de fragilidad argumental.
Falacia 1: Ad
hominem: se ataca al oponente en en vez de atacar sus ideas. Todo el artículo
esta plagado de continuos ataques a las personas que luchan contra la
desigualdad de consideración y trato a la que están sujetos los animales no
humanos, en vez de criticar las ideas en las que se basa esa lucha.
“Infantilidad”, “imbecilidad” son algunos de los términos usados por el autor
para calificar a estas personas. El exponente máximo de esta estrategia es el
ataque que dirige a la autora de la petición en defensa de Excalibur:
“Petición que
contenía tantas faltas morales como de ortografía, y que redactó una internauta
que, con toda razón, elegía la foto de una niña para su avatar de change.org.”
Su argumento
puede ser claramente reformulado de la siguiente forma: la redactora de la
petición es una analfabeta y una infantil. Por tanto, la petición y las ideas
que la impulsan son incorrectas. ¿Por qué no funciona? Evidentemente, las
faltas ortográficas de la autora o la foto de su perfil son aspectos totalmente
irrelevantes para evaluar la fuerza de sus ideas. Si algo hubiera que criticar
de esta petición, sería lo que el autor llama “sus faltas morales” y no las
características personales de quien la ha escrito. Pero las supuestas faltas
morales en las que incurre la petición jamás son expuestas. El autor se limita
a afirmarlas sin identificarlas ni ofrecer razón alguna en la que basar su
juicio.
Falacia 2:
Muñeco de paja: se distorsiona la posición del interlocutor para hacerla
fácilmente rebatible. El autor resume la fundamentación de la acción
‘animalista’ en lo siguiente:
“Defienden a
los animales porque, según dicen, ellos no pueden defenderse.”
Sin embargo,
esto es claramente falso. El hecho de que los animales no humanos, al contrario
de otros individuos oprimidos en la historia, no puedan defenderse por sí
mismos es una razón puramente adicional para luchar en contra de la injusticia
a la que están sujetos. Lo mismo ocurre con la lucha en contra de las
injusticias a las que están sometidos individuos humanos no plenamente
autónomos y profundamente vulnerables como los niños o las personas con
diversidad intelectual muy grave. Eso no implica, claramente, que esa sea LA
razón por la que defendemos a esos individuos. Defendemos a los animales porque
rechazamos el especismo, es decir, rechazamos la consideración desigual e
injustificada de sus intereses en no sufrir y en vivir sus vidas por el hecho
de que no pertenezcan a la especie humana.
¿Y los humanos
en África?
Otro muñeco de
paja en el que incurre el artículo esta relacionado con los 3.000 humanos
infectados de Ébola en África. El autor acusa los ‘animalistas’ de priorizar la
vida de Excalibur frente a la vida de estos humanos. Esto es evidentemente
falso. En primer lugar, nuestro comportamiento moral es criticable solamente si
hemos dejado de actuar correctamente cuando estaba a nuestro alcance hacerlo de
otro modo. Una movilización de los animalistas españoles hubiera hecho muy poco
para cambiar la situación de los enfermos del Ébola. Esto no significa que no
haya razones para contribuir económicamente a las personas afectadas por el
Ébola en África, sino que la movilización por Excalibur en nada afecta a esas
razones. Podemos hacer ambas cosas o podemos sólo concentrar nuestros esfuerzos
en aliviar el sufrimiento de aquellos que están peor. Pero sobre todo debemos,
en un momento dado, hacer aquello que tenga mayor probabilidad de tener un
impacto real en el cambio de una situación. Ése es el caso de Excalibur.
Pero, de todos
modos, todo este razonamiento es innecesario, ya que hay una diferencia
significativa entre los dos casos. Estos humanos han muerto porque no estaban
disponibles los medios para salvarles. No han sido matados preventivamente.
¿Por qué es esta diferencia relevante aquí? Por que si se hubiera tenido los
medios para salvarles, se les hubiera salvado. Por el contrario, se ha matado a
Excalibur, a pesar de tener los medios para evitarlo. A esto se llama
especismo. Nuestra lucha, por lo tanto, no es técnicamente ‘animalista’, sino
antiespecista. Lo que buscamos no es defender a los animales sino erradicar el
especismo en el que esta basado un mundo construido sobre la desigualdad, la
muerte y el sufrimiento, cuya abrumadora mayoría de víctimas son animales no
humanos.
Falacia 3:
Falacia de la equivocación: uso distorsionado de un término con más de un
significado. El autor afirma:
“El animalista
cree que los animales tienen derechos aunque con frecuencia se muestra incapaz
de explicar de dónde emanan estos derechos. Suele referirse al derecho a la
vida de los animales como si fuera un mandato del reino natural que los humanos
deben acatar, pero no especifican dónde está escrita esta ley. (…)”
No hace falta
apelar a la ley natural para defender la consideración moral de los intereses
no humanos, tal y como no la hay cuando se trata de seres humanos. Animales
humanos y no humanos son seres sintientes con la capacidad para sufrir y
disfrutar. De ahí surgen los intereses en no sufrir y en disfrutar de sus vidas
que imponen restricciones en el modo en como esta justificado tratarles. Desde
algunas perspectivas normativas se defiende, así, que los animales (y los seres
humanos) tienen el derecho moral a no sufrir y a disfrutar de sus vidas.
Continúa el
autor:
“Asumido este
dogma, no se dan cuenta de que la ecuación funciona exactamente al revés: somos
nosotros, los hombres, quienes tenemos el derecho a disfrutar de los animales.
(…) Nosotros inventamos los derechos y tenemos la potestad de repartirlos, y
todos los derechos de que disfrutan los animalistas parten de la misma fuente”
El autor
incurre aquí en una confusión entre derechos morales y derechos legales.
Mientras en el primer párrafo habla de derechos morales, aquí se desplaza al
sentido legal del término. El hecho de que los seres humanos (y no “los
hombres”) tengan el derecho LEGAL a disfrutar de los animales no significa que
los animales no posean el derecho MORAL a no ser ‘disfrutados’ (léase
explotados para beneficio humano), aunque no se les reconozca el derecho LEGAL
a ello y, como tal, no puedan ver sus intereses protegidos o sus derechos
MORALES respetados.
La única
discusión es moral. ¿Tienen los animales derechos MORALES o tienen los animales
intereses moralmente relevantes? En términos legales, no hay discusión. Hay que
“repartir” derechos LEGALES a todos aquellos que posean intereses igualmente
relevantes para garantizar su igual protección.
Falacia 4:
Confundir una condición suficiente con una condición necesaria. Dice el autor:
“Pero ahí está
el problema capital de la ideología animalista: en que los animales no tienen
derechos, de la misma manera que no tienen obligaciones. No pueden acatar
leyes, ni hacerlas cumplir a otros animales”.
El autor asume
que el criterio de consideración moral de los individuos es la capacidad para
asumir obligaciones. Es decir, que para tener derechos es necesario tener
obligaciones. Esto es claramente falso. Si fuera cierto que sólo quienes tienen
obligaciones pueden tener derechos, entonces todos aquellos humanos sin las
capacidades cognitivas necesarias para “acatar leyes” o “hacerlas cumplir a
otros” estarían también fuera de la esfera de la consideración moral, o, en los
términos del autor, no tendrían derechos. Eso significa que estaría moralmente
justificado tratarles del mismo modo como tratamos a los animales no humanos y
a obviar sus intereses cuando eso nos beneficiara. Sometiéndolos, por ejemplo,
al mismo sistema de explotación que a los restantes animales.
Sin embargo,
esto sería claramente inaceptable. Si esto es así, entonces tendremos que
rechazar el criterio de las obligaciones como aquello que determina que un
individuo sea respetado (o tenga derechos). Lo único que importa a la hora de
saber como debemos tratar a estos individuos es la capacidad para sufrir y
disfrutar de sus vidas, y sus intereses correspondientes. Pero lo mismo se
aplica a la mayoría de animales no humanos con idéntica capacidad. La
imparcialidad exige que tratemos de forma igual los intereses iguales de estos
individuos. Debemos, pues, rechazar el especismo y todas sus manifestaciones,
responsables de los daños que padecen los animales bajo control humano.
Al contrario
de lo que se defiende en el artículo, las/os ‘animalistas’ estamos
intelectualmente preparadas/os y politicamente organizadas/os para luchar en
contra del especismo y la sociedad inmoral que se ha erigido encima de él.
No hay mayor
infantilidad intelectual que asumir la infantilidad de tu oponente.
&&&
Métete con alguien de tu tamaño.
Ernesto Castro.
Juán Soto
Ivars seguramente sea el narrador y el reportero más importante de nuestra
generación. El reportaje que apareció en el segundo número del EEM sobre
la precarización y externalización de la industria murciana es —a mi juicio— lo
mejor que se ha publicado en la revista hasta la fecha. Pero como columnista
tiene un problema: cuando escribe contra la opinión pública mayoritaria del
momento tiene la manía de hablar de oídas y pocas veces se toma en serio a sus
adversarios, como si por el hecho de ser muchos fueran todos tontos por
definición. “Contra el animalismo”, el artículo de opinión que ha escrito
a raíz de las protestas en contra del sacrificio del perro Excalibur, es una
muestra de la ignorancia que suele respaldar el juicio de Soto Ivars cuando
aborda temas de filosofía moral aplicada, y como yo soy otro buen samaritano
sin trabajo, quisiera invertir parte de mi tiempo en informarle sobre el tema
para que esta joven promesa, mi escritor preferido de los nacidos entre 1985 y
1990, no vuelva a dar semejante espectáculo de vergüenza ajena.
El caso es que
columnistas como Soto Ivars tienen una tribuna y razones más que suficientes
los 365 días del año para llamar la atención sobre la indiferencia que muestra
la mayor parte de la gente hacia el sufrimiento ajeno, tenga lugar este en
Gabón o en el matadero, pero curiosamente suelen escoger el día en que la
opinión pública se posiciona en contra o a favor del matadero para acordarse de
Gabón, y utilizar una causa para desprestigiar otra igual de noble, lo que nos
lleva a sospechar que en realidad ninguno de los dos problemas quita el sueño a
esta casta de todólogos, tertulianos y opinadores, sino que solo quieren agitar
el candelero y hacerse los indepes, o como diría la gemela mala de
Rosa Luxemburgo: siempre contra el pueblo mal que tenga la razón.
Esta gente se
comporta con los movimientos sociales como los connoisseurs con
los grupos de música indie. Todos son muy buenos hasta que dejan de sonar en el
sótano de su adosado. Aunque Soto Ivars era un don nadie por aquel entonces,
sus columnas heredan el espíritu de los liberales que se preguntaban por qué la
gente no se echaba a la calle en 2010, con la que estaba cayendo, y cuando la
gente les hizo caso en mayo de 2011, se apresuraron en aclarar que no se
referían a cualquiera, sino en concreto a la calle Ferraz. Yo le quiero pedir
en concreto a Soto Ivars que deje de incurrir en la falacia del espantapájaros,
que consiste en caricaturizar la posición del adversario hasta que parezca tan
indefendible como irreconocible, y que a poder ser se meta con gente de su
tamaño, que aplique el criterio de caridad interpretativa, entendiendo que los
lemas de los manifestantes son una exageración de razones más profundas con
fines de movilización y concienciación, en lugar de escribir artículos como
hace ahora para machacar los comentarios en mayúsculas de los haters que
proliferan, con toda la razón del mundo, en su muro de Facebook.
Pero vayamos a
los argumentos.
Soto Ivars
sospecha que los defensores de los derechos animales incurren en la paradoja de
proyectar cualidades humanas sobre los animales. Si esta joven promesa hubiera
estudiado algo de lógica sabría que eso no se llama paradoja, que en griego
significa “lo opuesto al sentido común”, supongo que estaremos de acuerdo en
que la mayor parte de la gente, eso que llaman el sentido común, cree que su
perro piensa más de lo que de hecho piensa. Pero no hay nada aparentemente
contradictorio en creer que las fábulas de Esopo son literales. Es una creencia
falsa, no una paradoja. Y es falso que el movimiento animalista atribuya
cualidades según criterios estéticos, de pertenencia o hasta ecológicos. Ningún
defensor de los derechos animales considera que un perro tenga más derechos que
un zorro o viceversa, por mucho que una especie esté en peligro de extinción y
la otra no, por mucho que el primero ataque a las gallinas y el segundo las
defienda, por mucho que uno sea salvaje y el otro doméstico.
Soto Ivars
cree que los defensores de los derechos animales ignoran a Darwin porque han
visto demasiadas películas de Disney. Por desgracia, esta joven promesa sabe
tan poco de biología como de dibujos animales. Llama “generación Disney” a los
nacidos a finales de los 70 y comienzos de los 80, como si Bambi no fuera de
1922, Dumbo de 1941, La dama y el vagabundo de 1955, 101 dálmatas de 1961, los
Aristogatos de 1970 y un largo etcétera de películas pleistocénicas. Si Soto
Ivars hubiera tecleado “ética animal” en la Stanford Encyclopedia (claro que
para eso hay que tener noticia de su existencia) sabría que el animalismo fue
primero una cuestión académica y luego un movimiento militante, que empieza
como mucho con Peter Singer en 1973. Y si nuestro narrador acudiera a las
librerías para otra cosa que no fuera presentar sus propios libros sabría que
Singer es el autor de un libro titulado Una izquierda darwiniana.
La visión que
tiene el movimiento animalista sobre el estado natural es, de hecho,
absolutamente darwiniana y radicalmente opuesta a la que tiene Disney.
Justamente porque la naturaleza es una lucha sin cuartel de todos contra todos,
justamente porque el último problema de la madre de Bambi son los cazadores
furtivos, por detrás del clima, el hambre y los parásitos, tenemos que
intervenir en el estado natural para mejorar la vida de quienes sienten y
padecen como tú y como yo. Si Soto Ivars hubiera leído las dos primeras páginas
del prólogo de la primera edición de Liberación Animal, el
pistoletazo de salida del movimiento, conocería el malentendido que tuvo el
autor con una loca de los gatos que pensaba que lo del sensocentrismo consistía
en querer mucho a tus mascotas. Cuál sería su sorpresa (y la de Soto Ivars) al
descubrir que Singer no tiene ninguna:
“Este libro no
trata de mascotas. Es probable que su lectura no resulte agradable a quienes
piensan que el amor por los animales no requiere más que acariciar un gato o
echar de comer a los pájaros en el jardín. Más bien, se dirige a la gente que
desea poner fin a la opresión y a la explotación dondequiera que ocurran y que
considera que el principio moral básico de tener la misma consideración hacia
los intereses de todos no se restringe arbitrariamente a los miembros de
nuestra propia especie. Suponer que para interesarse por este tipo de
cuestiones hay que ser “un amante de los animales” es un síntoma de que no se
tiene la más ligera sospecha de que los estándares que nos aplicamos a nosotros
mismos se podrían aplicar a otros animales. Nadie, salvo un racista que
calificase a sus oponentes de “amantes de los negratas”, sugeriría que para
interesarse por la igualdad de las minorías raciales oprimidas hay que amar a
esas minorías, o considerarlas una monada y una lindeza.”
Soto Ivars
quiere mostrar al mundo lo buen escritor que es mediante rebuscadas analogías
con la guerra de Irak para atacar la máxima de que hemos que ser nosotros
quienes protejan los intereses de los animales porque ellos mismos no pueden
hacerlo. Pero es un corolario elemental de la teoría de juegos aplicada a
individuos sin capacidad de raciocinio y con intereses en completar su ciclo
vital. Si la competencia conduce a un resultado subóptimo para todas las
partes, como es el caso del estado natural donde casi todos los individuos
mueren antes de haberse reproducido, a todos los participantes les conviene que
una autoridad superior garantice la posibilidad de la cooperación, y como en el
caso de los animales esa autoridad no puede emerger del pacto, como pasa en el
contrato original de Hobbes, tenemos que ser nosotros, los alienígenas de Soto
Ivars, los que impongamos criterios de civilización sobre la naturaleza,
incluida la naturaleza de nuestra joven promesa que ignora todo lo que no se
expresa en su muro de Facebook.
¿Y cómo
sabemos que estos son los criterios de civilización adecuados? Mediante una
estimación que, dependiendo de la complejidad del caso, puede requerir
conocimientos avanzados en dinámica de poblaciones. Como no hay forma humana de
saber las preferencias de los animales, como no podemos preguntarles si
prefieren que les tratemos como simple y barato mobiliario, que es como les
trata ahora mismo la legislación española, como no podemos determinar si
Excalibur se hubiera sacrificado motu proprio por Ana Mato y
por el Rey, por el orden y la ley, tenemos que suponer que todo ser vivo tiene
un interés en seguir vivo. Vamos, que me parece de coña tener que discutir si
un perro con ébola tiene un interés objetivo sobre su propia existencia
teniendo en cuenta que son asintomáticos, la enfermedad no les produce
síntomas, y eventualmente pueden quedar libres de ella. Esto no lo digo yo,
sino la tan sobada investigación publicada por Eric M. Leroy, entre otros,
en Emerging Infectious Diseases.
Aunque Soto
Ivars no ha leído a Kant, suscribe una versión del respeto como indicador de
dignidad que el filósofo de Königsberg profesaba hacia los animales y hacia los
españoles, porque pensaba que el trato que mostramos con los seres inferiores
demuestra el tipo de personas que somos, como si el hecho de abstenerse de
participar en las salvajadas de Tordesillas fuera una prueba de nobleza de
espíritu. Me parece genial que la moral de Soto Ivars consista en sentirse
superior a los maltratadores de animales, a los violadores de mujeres y a todos
los malos ejemplos que no sigue esta joven promesa, pero mucho me temo que para
hablar de dignidad hay que comprar el paquete kantiano completo y actuar
siguiendo máximas que todo el mundo pueda seguir, y lo más importante, que
quieras que todos sigan. Soto Ivars pertenece a una generación de kantianos
hipsters que actúan como deben, pero se la sopla si los demás somos unos nazis,
y hasta diría que lo prefieren para así tener alguien contra quien escribir los
viernes.
En cuanto a la
maniobra savateriana de apuntar que los animales carecen de derechos porque no
tienen obligaciones, como la mayor parte de la gente que utiliza este lenguaje
aparentemente jurídico –incluyendo por supuesto a los manifestantes a favor y
en contra de la ejecución de Excalibur– no tiene ni idea de lo que se
enseña en la carrera de Derecho. Quisiera preguntarle a Soto Ivars de qué tipo
de derechos habla (políticos, morales o de otro tipo), qué justificación
filosófica aduce en su defensa (iusnaturalista, positivista o de otro tipo) y
si cree que los discapacitados mentales carecen de derechos por la misma razón
que los animales, o mejor aún, si deberían tener las mismas obligaciones que
los cuerdos, definidos en sentido amplio, y ser condenados a la misma pena que
nosotros en el hipotético caso de cometer crímenes de los que no son
conscientes ni, por tanto, moralmente responsables. A ver si se luce esa
promesa en la respuesta.
Sea como
fuere, las palabras que queramos ponerle a la protección jurídica que merecen
los animales es lo de menos. Al fin y al cabo todos estamos de acuerdo, ya sea
por amor a las mascotas, ya por sentido de la justicia o de la dignidad, en que
no había ninguna razón moral para sacrificar a Excalibur, sino como mucho una
coartada técnica, un subterfugio económico, que tiene que ver con la falta de
medios actualmente disponibles para analizar y tratar a todos los
animales, tanto humanos como no humanos, con independencia del continente
en que vivan, que están ahora mismo en riesgo de contagio o directamente
contagiados. Como decían los clásicos: primum vivere deinde
philosophari.
La jerarquía de la vida.
J M Bellido
Morillas.
Imaginenos un
diálogo como este:
“Hola, qué
tal. Bienvenido al Cielo”. “Gracias”. “Bueno, pues dígame”. “Nada, que yo es
que soy misionero del Dios único”. “Ah, muy bien, eso del Dios único nos gusta
mucho aquí. Como que soy yo el Dios único, el glorioso Ahura Mazda”. “Bien,
bueno. No es exactamente lo que me esperaba, pero bueno”. “¿Y aparte de
misionar qué ha hecho?”. “Pues antender enfernos, necesitados y esas cosas”.
“Ah, muy bien, muy bien, todo eso nos encanta. Con tal de que no haya tocado
cadáveres ni causado la muerte de un perro, vamos, ya sabe, lo básico, el
Fargard y el Vendidad, se puede quedar aquí todo lo que quiera”.
En caso de
verificarse tal diálogo, el Padre Pajares, causante indirecto, a través de una
rocambolesca y abacadabrante historia, de la muerte del can Excálibur, y
acostumbrado a tratar y exponerse a la nasuš, difícilmente podría escapar de
los demonios con forma de perro vistos por Arda Viraf y descritos en el
capítulo XLVIII de su libro, según la edición de Haug. Así que el injusto Padre
Pajares será desgarrado durante toda la eternidad por demonios perrunos que
devorarán todos sus miembros, según el testimonio revelado de aquel glorioso
hombre de virtudes, quien alcanzó estas visiones del Infierno y el Paraíso con
obras de gran justicia y rectitud, como conocer carnalmente a sus siete
hermanas, según lo que es justo y benévolo para un mazdayasnin, como también lo
es exponer los cadáveres humanos para que los devoren las bestias en lugar de
cometer la inefable impiedad de enterrarlos.
Como no tengo
hermanas cuyo concúbito me conceda la visión de las moradas ultraterrenas, no
puedo opinar sobre tal materia y debo conformarme con dar cuenta de lo que se
está diciendo a este lado de la vida, que, más o menos, puede resumirse en la
respuesta de Ernesto Castro a Juan Soto Ivars. Seguramente existirá algo más,
pero ya queda fuera de mi Facebook.
Ante la
discusión de ambos en el medio zuckerberguense, y para no redundar más en
aquello que ya había decidido que era mejor no meneallo, me he limitado a la
libertad de imponerles unos ejercicios:
1. Se nos da
la oportunidad de salvar a una rana o a un perro, pero no a ambos. ¿Qué debemos
hacer?
2. Se nos da
la oportunidad de salvar a una rana o a un comatoso. ¿Qué hacemos?
3. Un paciente
con muerte cerebral aloja a una Naegleria fowleri (en la foto). ¿Debemos
preservar la vida del ser que está vivo, y que, además, nos sonríe, o la del
paciente cuya muerte (cerebral) hemos declarado, y que además no nos dice nada?
4. Vemos un
caracol al que le salen patas que no son tales, sino larvas de icneumón. ¿Qué
hacemos?
5. Se nos da
la oportunidad de salvar a una vaca o a un hinduista, pero no a los dos. El
hinduista nos pide que salvemos a la vaca. ¿Qué hacemos?
6. Podemos
salvar a un feto o a un comatoso. Qué hacer.
7. Podemos
salvar a un niño de 3 meses con ictiosis arlequín o a un chimpancé sano adulto.
Exponga el protocolo de actuación a seguir, según su criterio.
6. Se nos da
la oportunidad de salvar a un perro o a un zoroastra. El zoroastra nos pide que
salvemos al perro. El incidente ocurre en Irán y el perro es considerado impuro
por las autoridades de la Revolución Islámica. Nosotros somos maronitas. ¿Qué
hacemos?
Es en estas
situaciones cuando se ve realmente de qué estamos hablando. ¿Se puede responder
sin establecer una jerarquía del valor de la vida que condene irremisiblemente
a determinadas especies y seres al holocausto? Es una pregunta racional y
espero una respuesta racional. Así que no me lloren.
&&&
Notas a vuelapluma.
Alejandro Matesanz.
Lo primero que
haré será especificar (las) posibles posturas con respecto al “caso Excalibur”.
No pretendo ser exhaustivo, y no tanto por principio como por no disponer del
tiempo suficiente. Me parece esencial que en las exposiciones de las tesis haya
una comprensión de todas las que están en juego (o de todas las que se
consideren importantes). Es muy probable que no exponga todas (las tesis
generales no expuestas no necesariamente son menospreciadas, sino que
posiblemente ignoradas).
El hecho: se
sacrifica un perro.
Creo que este
hecho se puede debatir desde, al menos, dos posturas generales que determinarán
todo desarrollo ulterior. Pienso que muchos de los posibles malos entendidos
que se puedan dar proceden de mezclar estas dos posturas o de no especificarlas
suficientemente.
Una postura
podemos llamarla: “rigorista” y otra podemos llamarla “matizada”. Es importante
entender que ninguna de estas posturas generales compromete el contenido de la
tesis. Defino postura rigorista como aquella que estudia el conflicto desde una
postura que no tiene en cuenta las circunstancias. Defino postura matizada como
aquella que tiene en cuenta las circunstancias. Aclaro también que ser
rigorista con respecto a una acción no requiere ser rigorista con respecto a
otras y viceversa. Por decirlo de otro modo, no quiero establecer aquí una
falsa dicotomía (no se trata aquí de tomar partido por jansenistas o jesuitas).
En la postura
rigorista distingo tres posibilidades.
1 a- que, da
igual la circunstancia, matar un animal no tiene importancia alguna ni moral ni
legal.
1 b- que, da
igual la circunstancia, matar un animal no tienen importancia legal, pero sí
moral.
1 c- que, da
igual la circunstancia, matar un animal no tienen importancia legal y esto es
lo único que importa.
En el debate,
particularmente no le veo mucha vida a la postura 1c, no tanto por su
validez o no, sino porque pertenece al ámbito de la ética descriptiva y no
tanto a la ética normativa.
Las posibles
razones para la postura 1 a (puedo dejarme algunas).
1 a 1- Los
animales no tienen naturaleza racional y, por ello, no importa nada qué hagamos
con ellos.
1 a 2- Los
animales son incómodos (por ser demasiados, por ser malolientes, porque me dan
miedo, porque pensamos en ellos como lo hacía Descartes…) por ello no importa
reducir su población en casos aislados y tratarlos como se nos antoje.
La postura 1 b
no es descriptiva es normativa/propositiva. Lo que dice es que hay cosas que
son inmorales que no deben ser legisladas y ésta es una.
Hay, al menos,
dos presupuestos aquí:
a- se debe
separar ley y moral (presupuesto aceptado mayoritariamente salvo –y ni siquiera
del todo- en países como Irán con su “policía moral”).
b- la relación
del hombre con el animal entra dentro del marco de lo privado.
Veamos la
postura rigorista 2.
2 a- da igual
la circunstancia, no se debe acabar con la vida de un animal (obviamos la circunstancia
de defensa propia que supongo que cualquier sujeto defenderá).
2 b- matar un
animal (en este caso, pero pueden verse insertas más opciones) debe estar penalizado
legalmente dando igual las circunstancias (supongo que aquí las excepciones que
puedan poner los defensores de esta postura serán las mismas que en el ámbito
intrahumano).
En la postura
rigorista 2 está implícita la tesis de que ley, moral y naturaleza no están
desvinculadas, al menos en este punto (seguramente en una época que cuestiona
tanto lo “natural” hay muchas limitaciones en este punto; aquí pondría una
señal de alarma con respecto a determinadas contradicciones fáciles de surgir).
También está
implícita una postura moral objetivista (cuyo retorno en determinados ámbitos
no puedo no celebrar). Para que sustentada en este caso, no tanto en lo que una
especie es, pero sí en lo que una especie es capaz de hacer y padecer, en lo
que podemos llamar “propiedades”).
Veamos la
postura matizada.
1. Está
permitido moralmente, y legalmente debe estarlo, acabar con la vida de los
animales y/o modificar sus condiciones de vida cuando hay otras vidas (aquí se
puede o no hacer diferencias específicas) que están en juego. (Aquí vida no
significa ausencia de muerte, puede significar condiciones deseables para uno o
varios sujetos).
Creo que esta postura no ha sido suficientemente estudiada en el debate, porque ha habido un tono rigorista generalizado. Es mi postura. Habiendo (más) riesgo de contagio por parte de seres humanos a la hora de analizar a Excalibur que a la hora de sacrificarlo.
Creo que esta postura no ha sido suficientemente estudiada en el debate, porque ha habido un tono rigorista generalizado. Es mi postura. Habiendo (más) riesgo de contagio por parte de seres humanos a la hora de analizar a Excalibur que a la hora de sacrificarlo.
2. (Pienso que si la postura animalista quiere ser
coherente con el utilitarismo esta posibilidad debería ser real). Por ejemplo,
en el caso de que la vida de un individuo pudiese salvar la vida de un grupo
mayor.
Creo que está
laxamente justificada la postura que defiende que, aunque no sepamos lo que
sienten/piden los animales debemos suponer que quieren seguir con su vida hasta
que esta se acabe de modo natural (aquí sería contradictorio aceptar la
eutanasia para hombres y no animales). Hay en la tesis de Ernesto Castro la
idea de que nuestra intervención es precisa para salvar la “insuficiencia y/o
injusticia” de la naturaleza (postura que conlleva, por cierto, la defensa de
una diferencia cualitativa entre hombre y animal que no pocos niegan).
Aquí
contempla, supongo, la intervención humana cuando se interprete que esta vida
no merece la pena ser vivida (el intérprete y la interpretación aquí tienen
una importancia crucial y pueden ser totalmente voluntaristas).
Aquí veo
varios problemas (a vuelapluma):
a- la
presuposición de la tesis básica utilitarista: nuestra acción debe buscar el
mayor bien en el mayor número de seres posible, identificando bien con placer o
bienestar material y presuponiendo homogeneidad axiológica “interespecial”:
“vale” lo mismo el placer de un cerdo que el de un ser humano o el de un perro
y un caballo.
b- Creo que
para seguir manteniendo esta tesis, el utilitarismo debe defenderse
correctamente de la crítica clásica a sus cimientos:
- nunca
podemos adivinar el resultado de nuestra acción y por lo tanto dichos
principios no pueden guiar nuestra acción.
- el hedonismo
inherente al utilitarismo (toda acción debe perseguir el bienestar o placer del
máximo de sujetos posible) es vacuo porque placer es una palabra vacía que cada
sujeto puede rellenar con un contenido diferente e, incluso, un mismo sujeto en
diferentes momentos puede defender cosas diferentes. Para esta crítica me remito
a Soloviov en su libro La justificación
del bien. ¿Cuál es el criterio para discriminar tipos de placeres?, ¿por
qué el placer corporal es superior al espiritual?, ¿por qué el placer por hacer
lo que el sujeto x (siendo x un utilitarista) considera “el mayor bien” es
superior al placer del sujeto y con criterios no utilitaristas?
- ¿Por qué
reducir los “principios de civilización” según criterios seleccionados por x1 y
no por x2 o y1, y2 (siendo x1 utilitarista benthamiano, x2 utilitarista milliano,
y1 freerider 1, y2 freerider 2).
- ¿En el caso
posible en que hubiese una mayor cantidad de seres con mayor bienestar
(psicológico y/o corporal, aclarando que ambos se dan de manera antagónica en
determinados sujetos) con la muerte de Excalibur (por ausencia del miedo a
contagio o por otras razones) cómo justificar la inmoralidad del acto desde las
bases utilitaristas?
ii. La disputatio.
Anónimo García: Fantástico, Ernesto. Yo dejé un comentario mucho más humilde que tu completísima argumentación, pero que copio aquí para complementarla. Parte del utilitarismo de Peter Singer: “Buen artículo, con puntos interesantes, pero que en mi opinión parte de una base errónea: medir lo que nos rodea por la utilidad que tiene para el hombre y no por su valor intrínseco. En el caso que nos ocupa: ¿tiene más valor la vida de un animal para él mismo o la satisfacción de saborear su carne para un humano? Yo creo que lo primero pesa más que lo segundo: la vida para él es más importante que comer jamón para mí. Por eso, y porque tampoco lo necesito para sobrevivir, prefiero no comerlo. Claro, que aquí hay otro supuesto: si fuese fan del sabor de la carne sin duda usaría la razón para justificar el impulso emocional de seguir pudiendo saborearla. Como estoy haciendo ahora mismo al revés, claro.”
Camilo de Ory: Hombre, Ernesto, yo distinguiría entre quienes se opusieron a la muerte de Excalibur esgrimiendo argumentos y tras analizar mínimamente la situación (en cuanto a posibilidades de contagio, viabilidad de las alternativas a su apiolamiento, etc), con los que no estoy de acuerdo pero que sí han aportado observaciones de mucho interés al debate, y quienes lo hicieron de manera visceral, espantados por la mera posibilidad de que se sacrificara a un animal inocente. A este segundo grupo, que no sé si es el más numeroso pero sí es el que ha hecho más ruido, yo sí lo veo muy Disney.
Juan Soto Ivars: Querido Ernesto,
leí anoche tu artículo. Voy a responderte aquí, porque no quiero alimentar un debate en el que tú das por supuesto lo que el otro lee, ignora y pretende. Primero tengo que agradecerte una crítica que me ha tenido pensando todo el día: es posible que yo tienda a usar al espantapájaros en muchas ocasiones, y que no sea lo más inteligente meter por medio conceptos teóricos propios de personas cultivadas, inteligentes y ajenas a la aplicación práctica en un entorno social. Al hablar de animalismo como lo hago en mi artículo, alguien como tú puede decir, con toda razón, ¡el animalismo no es esto!
leí anoche tu artículo. Voy a responderte aquí, porque no quiero alimentar un debate en el que tú das por supuesto lo que el otro lee, ignora y pretende. Primero tengo que agradecerte una crítica que me ha tenido pensando todo el día: es posible que yo tienda a usar al espantapájaros en muchas ocasiones, y que no sea lo más inteligente meter por medio conceptos teóricos propios de personas cultivadas, inteligentes y ajenas a la aplicación práctica en un entorno social. Al hablar de animalismo como lo hago en mi artículo, alguien como tú puede decir, con toda razón, ¡el animalismo no es esto!
Ha ocurrido y seguirá ocurriendo que el teórico de una doctrina no acepte lo que ocurre cuando esa doctrina se implanta en personas mucho menos inteligentes que él. Pero tienes razón: yo no debería usar a la ligera los conceptos teóricos para referirme, sobre todo, a las consecuencias de la aplicación de esos conceptos en el rebaño humano, por usar un término que te resulte simpático.
Voy a pasar por alto todas las menciones que me dedicas, bastante insultantes, y la descripción que haces de tu oponente. Sólo te voy a recordar que los argumentos ad hominem son falaces, como supongo que aprendiste en primero de Filosofía. La primera parte de tu artículo se limita a explicar al lector quién es el fantoche que ha escrito lo que tú respondes. Por suerte, después, consigues remontar.
Según defiende Singer y defiendes tú, el animal tiene derecho a una vida digna por el hecho de ser una criatura que padece y que históricamente ha estado desprotegida ante las sociedades humanas. Yo niego ese derecho y defiendo la obligación humana de cuidar de los animales. Entiendo que el sujeto jurídico es la persona y no el animal y, como yo, lo entiende el derecho positivo. Por el momento, el derecho sigue siendo la ciencia que rige sociedades humanas, pero no dejes de avisarme cuando esto haya cambiado. Me preguntas después a qué tipo de derechos me refiero. Una lectura más tranquila de mi artículo quizás te hubiera respondido a la pregunta. Hablo de positivismo jurídico, no de iusnaturalismo. Desde el punto de vista iusnaturalista es posible que los animales puedan tener derechos por sí mismos, dependerá de quién esté mirando al animal. Pero convertirlos en sujetos jurídicos resulta problemático, no sólo por la incapacidad natural del animal para cumplir obligaciones, sino porque el animal no conoce sus propios derechos, ni puede hacerlos cumplir en una sociedad animales. Aunque no lo digo en el artículo, yo no puedo concebir un mundo sin reservas naturales salvajes protegidas de la injerencia humana. Para mí, la negación de los derechos animales vive pegada a la aceptación y la defensa de los ámbitos de vida salvaje, es decir: de vida animal ajena a lo humano.
Tu postura teórica, sin embargo, es sólida. Digna de una conversación a la altura de los despachos universitarios. Pero mi artículo responde a una realidad social: la implantación de esa teoría (desvirtuada) en una sociedad compuesta por personas menos inteligentes que tú. Si bajas los pies a la tierra de vez en cuando, es posible que puedas comprobar cómo se aplican ciertas teorías, cómo se deforman y cómo se sostienen en ellas conductas totalmente desquiciadas.
Ernesto Castro: Querido Juan,
gracias por tu respuesta sosegada. Si me permites, voy directamente a la raíz de tu respuesta. Tú mismo dices que los humanos tienen la obligación de cuidar a los animales, pero luego niegas que los animales tengan derecho a la vida buena. Ahí tienes tu obligación que genera derecho. Estamos hablando de derechos y obligaciones morales, por supuesto, que son el fundamento de obligaciones y derechos de carácter estrictamente jurídico. ¿O acaso crees que esa obligación tuya de cuidar a los animales no debería tener unas garantías judiciales que aseguren su observancia y penalicen su incumplimiento por parte de todos los ciudadanos? De nuevo, tienes que comprar el paquete kantiano completo. Una de dos: o eres animalista o te contradices.
Cuando dices que mi posición daría para una buena discusión entre señoritos como tú y como yo, pero que por desgracia los defensores de los derechos animales son menos inteligentes que tú y que yo, aprecio la sutileza de la captatio benevolentiae, pero creo que estás equivocado. Simplemente echa un vistazo a las respuestas que ha generado tu artículo y verás gente mucho más comprometida con la verdad y con la justicia que nosotros. Es el caso de Catia Faria, de Eze Paez, de Daniel Dorado, de Alberto Bermejo, solo por señalar a unos pocos que han estado en la primera línea de las razones y de las acciones. Tú y yo somos dos saltimbanquis comparados con estos amantes de la verdad y sí, para qué vamos a negarlo, de los animales.
En cuanto a quienes reaccionaron emocionalmente contra el sacrificio de Excalibur, vuelvo a insistir en el principio de caridad interpretativa: seguirían teniendo razones morales aunque la rabia les impidiera exponerlas. Eres tú, y no yo, quien reclama que los movimientos sociales sean reuniones de filósofos. Eres tú, por tanto, quien queda convidado a bajarse a la calle a descubrir que la gente sencilla tiene la razón de vez en cuando.
Por ejemplo, en este caso.
Un saludo,
Javier Taillefer García: Ernesto, me voy a tomar la libertad de introducir un matiz. Dices que “Estamos hablando de derechos y obligaciones morales, por supuesto, que son el fundamento de obligaciones y derechos de carácter estrictamente jurídico”; y en tu artículo sugieres que Juan “no tiene ni idea de lo que se enseña en la carrera de Derecho”. Bueno, ese no es mi caso. Yo sí he estudiado derecho, y te puedo decir que eso que dices no tiene ni pies ni cabeza salvo que suscribas ‘in toto’ una corriente dogmática muy criticada y con poco apoyo dentro de la filosofía del derecho: el iusnaturalismo. En este sentido, esta tendencia sólo tiene cierto apoyo en EE.UU y en países en mayor o menor medida teocráticos (Sharía). Te podría dar argumentos desde el positivismo jurídico -los derechos y obligaciones legales lo son en la medida en que la norma que los recoge ha sido aprobada por el órgano competente siguiendo el procedimiento legalmente establecido. Y también desde el realismo jurídico -añade a lo anterior que si la ley es ineficaz no se puede considerar como tal. Sería el caso de una Ley Orgánica que legislase en contra de las leyes de la termodinámica. O incluso podría dártelos desde el punto de vista de la teoría crítica del derecho (donde ya nos meteríamos en temas de su uso ideológico), pero me voy a limitar a decirte que tu presuposición de que los derechos y obligaciones jurídicas derivan de derechos y obligaciones morales se encuentra en la raíz de los sistemas legislativos y del pensamiento legal más reaccionario. Que, en última instancia, no deja de ser una secularización de la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino. Sólo tienes que cambiar a “Dios” por “La Moral TM”.
Dicho eso, sólo me gustaría añadir que me parece un error de base convertir el debate sobre el perro en un debate sobre la moralidad o inmoralidad de su sacrificio: es, ante todo, una cuestión de salud pública. Me parece genial que haya gente como tú que quiera enriquecer el debate y llevarlo a otras dimensiones, como puede ser la de la filosofía moral; pero creo que, en el mejor de los casos, eso es secundario. Y de la misma forma que tu compras el paquete Kantiano completo (habría que ver hasta qué punto eso es un argumento de autoridad), me voy a permitir contestarte con mi paquete Nietzscheano completo: “No hay hechos morales, sólo una interpretación moral de los hechos”.
Alejandro Alonso López: En cualquier caso me ha parecido bastante más respetuoso Juan, que Ernesto, dicho sea de paso. Y personalmente considero a todos los animales un escalón por debajo del ser humano, puede que sea por mi particular teoría sobre el nacimiento del ser humano, pero tengo claro que en caso de cualquier peligro epidémico de la especie humana, el sacrificio del perro se hace lógico. Ya sólo quedaría acotar, cual sería el grado de peligro que permitiese la actuación o el sacrificio, y si realmente se estaba dando esa situación... que puede ser que no, como nos están demostrando desde EEUU. Pero no hay que saltarse que el principio de este debate nació del agravio comparativo a nivel mediático, o a nivel de percepción emocional de la población entre el caso de los misioneros, y el del perro. Y detrás de esa diferencia en la reacción, o esa excesiva reacción emocional con el perro que no surge con los misioneros, hay todo un desorden moral de la sociedad generado por el espectáculo televisivo. Yo comparo el caso de Excalibur, con el caso de la muerte de Puerta o Jarque, exfutbolistas que murieron de muerte súbita, y que provocaron que mucha gente que siquiera es capaz de llorar la muerte de un familiar cercano, fuese capaz de llorar en la puerta de los estadios, la muerte de estos desconocidos. Y al compararlo con el caso de otros seres humanos me libro del meticuloso debate sobre animalismo que estáis llevando a cabo. Buenas noches.
Ernesto Castro: No es necesario ser iusnaturalista para sostener que las obligaciones morales generan necesariamente derechos positivos. Si, como dice Soto Ivars y no yo, cuidar a los animales es una obligación y no una mera recomendación o una acción superogatoria, encomiable pero no obligatoria, entonces habrá que dotar de cierto poder coactivo a esa obligación, no basta con que los que cumplen con ella se sientan superiores a los que no. Entiendo por derecho a la norma y a las garantías que aseguran la observancia de esa obligación, y ahora sí, los positivistas como Javier Taillefer García añadirán el requisito puramente formal de “aprobadas por el órgano competente siguiendo el procedimiento legalmente establecido” y what not.
Conste en acta que el animalista radical es Soto Ivars, que considera que cuidar de los animales, no solo dejarlos en paz o no hacerles la vida imposible, sino de hecho contribuir a mejorar su calidad de vida, es una obligación. Y de las buenas.
Y con esto me voy a la cama.
No sin antes decirle a los que piensan que los animales están un escalón por debajo de los seres humanos en términos de derechos (¿quién dijo lo contrario?) que nadie está pidiendo que las gallinas tengan libertad de expresión, sino que cada quien tenga los derechos que le corresponde atendiendo a su capacidad de sentir y padecer, y a partir de ahí podemos establecer los privilegios que queramos para seres con otras capacidades igualmente valiosas, como la capacidad de raciocinio.
Y ahora sí que me voy a dormir.
Raúl Mugiente Sariñena: Tras leerme el texto de Juan Soto Ivars mi impresión es que precisamente impugnaba toda la ingenua manera de ver la vida de Ernesto. Para mi que venía a denunciar la ingenuidad kantiana, la posibilidad de que los puritanos defensores de la moral universal sean tontos útiles de otras gentes con menos sargentos y sacerdotes en la cabeza. Venía a insinuar que no es precisamente una casualidad, que España, famosa por inaugurar una manera de conquista con jesuítas y armas y no sólo con las armas, se cepille abiertamente a Excalibur, mientras Obama, famoso por capitanear un imperio con alto voltaje depredador, salve al perro "porque es importante para la enfermera".Al perro rogando y con el mazo dando. El texto parecía sugerir- sin decirlo-, lo que realmente pasó, que lo del perro le vino de perlas (sino participó de alguna manera) al Gobierno de España. En esos dos días de impasse pudo trabar la tesis sajonizante de metodología individualista: la culpa era de la enfermera; tesis que ha triunfado. A la gente, en realidad le importa un pito el perro, pero muchos mordieron el anzuelo, gastando preciosas energías en combatir la alemanada especista (todo esto aunque de moda entre sajones tiene su origen en el paganismo aleman ya desde Bismarck hasta la pasión de los dirigentes del III Reich por los cánidos). A los españoles, culturalmente católicos, todavía les importa menos el chucho, sin embargo, todo esto quedó encuadrado en una operación de falso debate, y todo el mundo se comportó perrunamente, yendo a por el hueso del perro. Una vez que el tema invadió los media, no tocaba otra cosa sino combatirlo, si no tocas el tema impuesto por ellos, nadie te hace caso. Juan hizo lo que había que hacer. Mucha gente dice que los medios de comunicación nos engañan, yo creo que eso es lo de menos, lo que hacen es marcar la agenda de los temas sobre los que hay que debatir. Twitter en este sentido es un medio tradicional, con toda esa cantidad de twitteros célebres a sueldo con toneladas de seguidores; como pudo comprobarse en las primaveras árabes, naranjas, etc. Y su discurso es ese mismo, intentar que las gentes formadas, en lugar de investigar la cruel realidad material, se dediquen a hablar de moral universal y otras polleces, como si no vivieramos en un mundo de naciones en lucha unas contra otras que multiplican por el número de sus habitantes la hijoputez miserable de cada uno de ellos. Y si alguno, por fatalidades de la vida, puede llegar a tener poder con un discurso tan ingenuo como el de los fanes de Peter Singer, o tendrá que adaptarse, o le pasará como al prota de Dogville, al que Von Trier humilla tan alegremente.
Nino Correa Guimerá: Afortunadamente a los jueces se les pide que apliquen el derecho, y no que diriman argumentaciones tan sutiles como las que aquí se destilan. El juzgador competente en este caso estimó, con los elementos de convicción de que disponía y en la urgencia del momento, que el interés general de preservación de la salud pública predominaba sobre la obligación de respetar la vida del canino. La decisión de sacrificarlo no fue, pues, un acto de crueldad, sino de precaución razonable. Los animalistas salidos a la calle (siquiera virtualmente) a gritos de Ejecución, Asesinos, Desalmados, han rendido un pésimo servicio a su noble causa. Llamarlos, como hace Juan, mojigatos adisneyados no es más que un intento de aproximación al entendimiento de una reacción social esperpéntica. Siempre menos grave que te consideren asesino o cómplice de asesinato.
En cualquier caso, gracias a ambos contendientes y a otros contribuyentes, por el rarísimo privilegio de seguir un intercambio de opiniones exento (salvo en un caso o dos) de la consabida letanía de groserías carpetovetónicas. A ver cuánto dura.
Adrián Rebola-Pardo: Ernesto, me parece muy grande que llames positivista a Javier. Si la moralidad fuese un argumento jurídico, ahora mismo deberías estar siendo torturado por ese comentario. Pero no lo estás, luego no lo es.
Ernesto Castro: Adrián, vuelvo sobre el paquete completo: no toda la moral genera derecho positivo, mucho menos las recomendaciones, los juicios instrumentales o las acciones supererogatorias, pero Soto Ivars ha metido la pata haciendo de una acción concreta, el hecho de cuidar a los animales, una obligación, y además una obligación fuerte, que consiste en algo más que abstenerse de hacer esto o aquello, y para que esa obligación tenga carácter moral, y no sea una mera regla vital hipster, no solo debe poder ser universalizable, que quizás habría que debatir si el "cuida de los animales" puede serlo, sino que debes querer que se universalice, y ahí es donde tengo mis dudas de que Soto Ivars se tome en serio lo que dice. Por simplificar el esquema positivista: el contrato original. Un contrato original donde todos los individuos se comportan según la máxima "cuida a los animales" y quieren que esa máxima sea seguida por todos, o prefieren que el Estado se encargue de desempeñar esa obligación por ellos, entonces acordarán que ese principio forme parte de su constitución política. Espero que Taillefer García, aka el Liquidador Indespeinado, esté de acuerdo para así poder ganarme de nuevo el favor de Daniel Arjona.
Adrián Rebola-Pardo: Por favor, explícame la diferencia entre “obligación con carácter moral” y “regla vital hipster”. Llevo toda mi vida intentando distinguir entre ambas. Aparte de eso, puedes seguir criticando al positivismo todo lo que quieras. No es más que la otra cara de la moneda: en vez de cambiar “Dios” por “La Moral TM”, cambias tu ser imaginario preferido por “Las Autoridades Competentes Imbuidas de Sagrados Poderes”. Después viene una turba enfurecida a pegarle fuego a la autoridad competente y te das cuenta de que el único poder emerge de la punta de un fusil.
O dicho de otra manera: el hecho de que la autoridad competente para juzgar tu caso diga que mates a tu madre o a tu padre, ¿cambia algo en el hecho de que uno de los dos va a morir?
Ernesto Castro: Obligación con carácter moral: no debes matar. Regla vital hipster: debes escribir 1.000 palabras diarias. La primera es una obligación que puede ser universalizable y yo por lo menos quiero universalizar, mientras que la segunda puede uno asumirla como regla vital, y sentirse mal o bien conforme a su observancia, pero dudo mucho que sea universalizable o que queramos universalizarla.
Adrián Rebola-Pardo: Eh, lo de que “no debes matar” es universalizable debe decirse de una manera extremadamente cómoda desde tu sillón europeo donde nada amenaza la relativa estabilidad económica (sí), social y política de tu vida. Aparte de todo eso, estás tú para hablar de verborrea. Vete a soltar eso mismo a Donetsk, majete.
Ernesto Castro: Conste en acta que mi exposición del núcleo de la ética animal, justo después de la cita de Singer en el artículo, prescinde de términos estrictamente morales y habla de intereses y equilibrios en teoría de juegos, para que quienes quieran argumentar contra la civilización poniendo ejemplos del estado natural, véase Donetsk o el león y la cebra, sepan que incluso en las situaciones donde la moral está en suspenso, a todos los individuos puede llegar a convenirles una situación menos competitiva y menos violenta. Por lo demás, para cerrar el capítulo de las parrafadas kantianas, confío en que todos tengan presente la distinción entre un principio universal, que todos siguen, y uno universalizable, que todos pueden seguir sin que se vuelva autocontradictorio.
Adrián Rebola-Pardo: Quitando que lo que tú mencionas como un “corolario elemental” ni es elemental, ni es corolario, y de hecho ni siquiera es verdad, pues vale. De todas formas, ya que te gusta mucho citar, estaría encantado de que pusieses por aquí un enlace al paper donde se demuestra tal afirmación.
Ernesto Castro: El corolario es el siguiente: si la competición es subóptima, independiente de si lo es para todos o para unos pocos, podría haber un equilibrio mejor si una autoridad impusiera una cierta cooperación entre las partes. Conste que mi formulación es amplia (solo digo "podría haber") y por tanto puede incluir todos los casos tipo dilema del prisionero, incluido el de Olstrom y los bienes comunes. Para cambiar las tornas, que estoy cansado de citar bibliografía, Adrián Rebola-Pardo, ¿por qué no me explicas por qué mi corolario no es verdad?
Adrián Rebola-Pardo: Venga, vamos a simular por un rato que tu marco teórico tiene sentido. El punto esencial de tu razonamiento, si no he entendido mal, es que dado que existe un equilibrio subóptimo en la relación entre humanos y animales, es necesaria la existencia de una regulación (o norma moral; tanto da) que permita eliminar la causa de tal equilibrio para permitir alcanzar uno mayor.
(1) Subóptimo, ¿para quién? ¿Cuál es la medida que tratas de optimizar? En mi medida, el sufrimiento animal tiene un valor de cero, así que cambiar la cantidad o cualidad del sufrimiento animal no conllevaría ninguna mejora. Es más, ni siquiera me queda claro por qué sería subóptimo.
(2) “Mediante una estimación que, dependiendo de la complejidad del caso, puede requerir conocimientos avanzados en dinámica de poblaciones.” De esa afirmación parece deducirse que tu medida es precisamente el tamaño de las poblaciones. Malas noticias: incluso si admitiéramos el tamaño de las poblaciones como algo que debe ser maximizado (¿por qué?), no veo en qué forma una variación en el sufrimiento animal desembocaría en un cambio en el tamaño de dichas poblaciones.
(3) Siguiendo con la frase anterior, ¿es que los animales en la naturaleza sufren menos que en, e.g. la industria alimentaria? Debido a sus propiedades de optimización de los recursos, las mecánicas de poblaciones van tan ajustadas como fuese posible. La forma más habitual de morir para un animal son de hambre, de enfermedad y devorado por otro animal. De suponer que tus planteamientos tienen sentido, sólo se podría derivar que el sufrimiento de los animales relacionado con la intervención humana sólo merece ser paliado después de haber lidiado con la mayor fuente de sufrimiento animal: la propia naturaleza.
(4) “que me parece de coña tener que discutir si un perro con ébola tiene un interés objetivo sobre su propia existencia”. Aquí, por otro lado, dejas entrever que la medida que te gustaría optimizar no es la del tamaño poblacional, sino la de la satisfacción de las preferencias de los animales (entrando en contradicción con la otra frase resaltada de una manera tan próxima a la épica como el ensayo puede ser). Con esta medida no tengo demasiados problemas, exceptuando el hecho de por qué me iba a importar a mí un bledo lo que piense un perro sobre su propia existencia.
(5) La ignorancia de Juan Soto Ivars sobre filosofía moral sólo queda superada por tu feliz y consentida ignorancia sobre filosofía del derecho, teoría de juegos, ecología y etología. Ante lo cual me parece infinitamente más grave lo segundo que lo primero, en tanto la filosofía moral es, como bien he dicho más arriba, un mero pasatiempo y absolutamente nada más que eso.
(6) Mira, Ernesto: (i) “a todos los participantes les conviene que una autoridad superior garantice la posibilidad de la cooperación”; (ii) “si la competición es subóptima, independiente de si lo es para todos o para unos pocos, podría haber un equilibrio mejor si una autoridad impusiera una cierta cooperación” ¿Ves la diferencia? Es ese “podría haber” que has metido subrepticiamente en tu explicación y que habías obviado aleatoriamente en tu artículo. Para que lo entiendas: me has cambiado una modalidad de necesidad (a los participantes les conviene) por una modalidad de contingencia (a los participantes les podría convenir), y encima quieres que te diga dónde has metido la pata.
No, de lógica tampoco andas sobrado.
Ernesto Castro: Respondiendo a tus comentarios, Adrián:
(1) Subóptima para los animales. Si el sufrimiento animal tiene un valor cero para tí, me pregunto qué valor tiene el sufrimiento de los humanos con similares capacidades cognitivas. Por ejemplo, un perro y un niño de dos años.
(2) y (4) La variable a maximizar es la eudaimonía animal, entendida en términos tanto subjetivos (experiencia de placer) como objetivos (completar su ciclo vital, desarrollar sus capacidades). Lo ideal es tener el mayor número de seres sintientes con la mayor eudaimonía posible.
(3) y (5) Según las estimaciones de Oscar Horta el sufrimiento es mayoritario entre los seres sintientes en el estado natural, pero el sufrimiento de los animales domésticos es consecuencia y responsabilidad directa de nuestras acciones, y por eso debe ser nuestra prioridad política, porque hay una sensibilidad potencialmente mayoritaria contra el sufrimiento animal doméstico y resulta increíble que ninguno de los partidos que aspiran a vencer, incluido Podemos, recoja esa sensibilidad. Y luego, o en paralelo, hablamos de cómo solucionar lo del estado natural.
(6) El corolario elemental es el segundo (el "podría haber") y el primero, el expuesto en el artículo, es una aplicación a un caso concreto, el de los animales en estado natural, que es un caso donde, a mi juicio, a todos los individuos les conviene la imposición de una cierta cooperación. No hay contradicción ni falsedad ni salto lógico: el primer corolario es una aplicación del segundo. Pido disculpas si en el artículo no quedaba claro cuando habla de un corolario elemental de la teoría de juegos aplicada a blablabla.
Para terminar quisiera agradecerte tus comentarios. Son brillantes y punzantes. Como a mi me gustan. Seguimos.
Adrián Rebola-Pardo: (1) “Si el sufrimiento animal tiene un valor cero para tí, me pregunto qué valor tiene el sufrimiento de los humanos con similares capacidades cognitivas.” El mismo. La diferencia importante es que si el niño sufre mucho, puede que decida hacerme sufrir a mí cuando crezca. Por otro lado, no creo que el temor a las represalias sea relevante en el caso animal. De hecho, esa es la única razón por la que me parece inadecuado causar sufrimiento físico a otros seres humanos: porque temo fervientemente que alguien pueda acabar causándomelo a mí. Con los animales, convendrás conmigo en que ese problema no es ni remotamente igual de relevante.
Antes de que lo preguntes: no, no creo en los derechos inherentes de los seres humanos. Los derechos no existen. Existen los equilibrios. No es ninguna casualidad que la esclavitud se aboliera justo cuando los beneficios (para los amos) de la esclavitud empezaron a ser superados por los beneficios de los sistemas de libertades (a saber, a un esclavo no puedes darle incentivos a formarse como mano de obra cualificada, lo cual acaba teniendo un peso enorme cuando tienes la opción de industrializar tu sociedad).
(2) “Lo ideal es tener el mayor número de seres sintientes con la mayor eudaimonía posible”. Bueno, compartirás conmigo que esa medida es tan arbitraria como subjetiva. Yo prefiero maximizar la satisfacción de mis deseos. No es que lo que yo prefiera tenga la menor validez, pero el simple hecho de que yo lo prefiera destruye totalmente cualquier presunción de universalidad que pueda tener lo que tú propones. Además, creo que es obvio que, en media, la gran mayoría de los únicos seres sintientes de los que tenemos constancia (los humanos) tienen un sesgo mucho más cercano hacia mi medida que hacia la tuya. Es una impresión personal y por lo tanto discutible.
(3) “por eso debe ser nuestra prioridad política”. No. La política sirve para poner de acuerdo las opiniones y los poderes. Hasta donde llegan mis humildes entendederas, los animales ni tienen opinión ni tienen poder, y por lo tanto no pueden ser objeto de discusión política. Puedes decir que debe ser nuestra prioridad moral, social, económica o religiosa, pero no política. Un animal no tomará un fusil en la escala en la que actúa la política. Más allá, Darwin proveerá.
(4) “hay una sensibilidad potencialmente mayoritaria contra el sufrimiento animal doméstico”. Claro, y por eso España es líder en abandonos de animales domésticos entre la Unión Europea. Aparte, el hecho de que exista una sensibilidad generalizada no hace el acto estudiado “más moral”, sino simplemente “más sentido”. Como por otra parte lo son cosas como los toros, el final de Lost o la cancelación del programa espacial norteamericano.
En cuanto a la teoría de juegos, te respondo luego si me acuerdo y tengo tiempo. Uno es matemático y le gusta soltar la artillería de una manera adecuada.
Por último, un detalle. Veo que una idea recurrente en todo lo que escribes es que los animales “merecen” ser considerados de manera igual a los humanos. Mi contrargumento ha sido que eso no sería cierto dado que un humano tiene capacidad real, no teórica, como sujeto político. En otras palabras: un humano puede acabar poniéndome en el lado chungo del paredón. Un animal no.
Dicho lo cual, eso no quiere decir que el animalismo no pueda ser tenido en cuenta. Los animales no son sujetos políticos, pero los animalistas sí lo son. Y si los animalistas quieren que dejemos de “maltratar” animales, dejarán de serlo si tienen poder político suficiente. Ahora bien, no nos engañemos: el hecho de que tengan poder político para hacer esto no los haría diferentes de ninguna manera de la gente que defiende que la religión sea una asignatura obligatoria, o que los toros sean fiesta nacional, o que comer cerdo sea delito en el nombre de noséquién.
No os confundáis. Tenéis poder político para defender lo que queráis. Pero eso no le da a vuestra opinión un estatus diferente del de opinión.
Javier Taillefer García: Bueno, acabo de ponerme al día con los comentarios. En respuesta a Ernesto, me considero me considero mucho más cercano al realismo que al positivismo jurídico (lo que no soy es iusnaturalista). Dicho esto, te podrás imaginar que no puedo darte la razón por una cuestión muy simple: yo no baso mis opiniones políticas y/o jurídicas en ficciones como el estado de la naturaleza, el contrato original, el velo de la ignorancia, o el reino de los cielos.
Pablo Martín Fernández:
Rajoy es presidente del gobierno.
Jaque mate.
Lo razonable científicamente habría sido investigar al animal en aislamiento para aprender sobre la transmisión y mantenerle en aislamiento hasta comprobar el contagio o no, y solo sacrificarle en caso de haber sido contagiado.
ResponderEliminarPor otra lado habría que considerar sobre la posible ideología de Javier Taillefer que la familia Taillefer esta vinculada al Opus Dei desde generaciones. Y también aparece en el proceso de destrucción de los Templarios en 1307. Mirentxu una hija del Capitán Carlos Haya se casó con un Taillefer. Atte.