6 de octubre de 2013

Los Elogios Perdidos

En la introducción a su antología sobre el new journalism, Tom Wolfe explica que reporteros de guerra como Michael Herr, periodistas de tendencias como Gay Talese y hasta colgados por oficio como Hunter S. Thompson se hicieron un hueco en el panorama literario yanqui a falta de escritores de ficción que retrataran la realidad del momento con la fidelidad dickensiana pertinente. Mientras en Estados Unidos se estaban produciendo los mayores cambios culturales desde el periodo victoriano, muchos novelistas profesionales andaban redactando la enésima novela sobre la alienación personal, escrita sin excesivas filigranas estilísticas, situada sobre un algún decorado impersonal, habitada por personajes de cartón piedra, según los cánones de la distopía británica y del existencialismo afrancesado. Bajo unos parámetros narrativos similares podemos colocar Motorman (1972), la novela de culto de David Ohle (1941), recién editada en castellano por Periférica, con un solvente traducción de Juan Sebastián Cárdenas, en una edición cuyas solapas nos informan que, gracias a la intermediación de Gordon Lish, las primeras páginas del libro aparecieron en la revista Esquire, campamento fortificado del nuevo periodismo wolfeano. Pero las sorpresas y las coincidencias no terminan aquí: «En el mismo número se incluyó otro relato», según informan las solapas, «firmado por un escritor colombiano también desconocido para los lectores norteamericanos. Se llamaba Gabriel García MárquezMalas noticias si lo mejor que pueden decir unos editores de un libro suyo es la mera contigüidad espacio-temporal con otros textos que sí hicieron historia en las páginas de una célebre revista. Toca por tanto defender a Ohle contra quienes le elogian y le publican sin decir nada bueno suyo.


Con independencia de la recepción histórica, que en Estados Unidos fue muy favorable y no poco masiva, Motorman conjuga muy bien todos los factores del género distópico: unos escasos personajes atrapados por la insignificancia de su vida cotidiana; un escenario degradado en términos ecológicos y humanos; una narración sincopada por el estilo fragmentario. Los protagonistas de la novela (Moldenke, Bunce, Burnheart) forman un triángulo de arquetipos. El primero cumple la función de cobaya humana con fines experimentales. Los otros dos se diputan el puesto de científico maligno y de torturador psicológico. Hacia la mitad aparece un amor furtivo en las marismas, Roberta, cuyos pezones compara Moldenke con sendas gomas de borrar. A su alrededor vagan autómatas de plástico llamados gelatestasSin maquillaje, la cabeza era un globo gis relleno de algo espeso que chapoteaba en el interior») y la gente mastica chinas que interponen «una capa de algodón» entre la realidad y el sujeto alucinado. Entremedias estalla la Guerras de Pega, un trasunto de Vietnam desde cuyo Falso Frente nos informa el General Molenke, alistado en el ejército de los tullidos voluntarios, quienes contribuyen con sus heridas a la noble causa de la patria; el periodo de entrenamiento merece la pena ser reproducido aquí:

«El soldado de pega delante de Moldenke se dio la vuelta y dijo: "Estoy orgulloso de lo que he dado por mi patria". Se abrió la bragueta y le enseñó a Moldenke una palanca sin cabeza


En ningún momento de la trama llega a revelarse cuales fueron las causas que concurrieron en la producción de este escenario distópico. No obstante, entre las eventualidades que agravaron más si cabe la situación quisiera destacar una brillante anécdota sobre la privatización de las funciones estatales. La historia comienza, cuan fábula de Esopo, con una plaga de roedores que está causando estragos en el correo: el papele burocrático aparece con mordiscos por todas partes. El Estado decide contratar a unos gatos, «una solución de tipo cadena alimenticia», apunta David Ohle. Sin embargo, «para detener la oleada de enriquecimiento, esclavitud y tráfico de veneno que había surgido entre los gatos», el gobierno interpone unos Estatuos de Bolsa Privada, conforme a los cuales las ratas se dividen por sectores y se asigna una circunscripción de roedores a cada felino. Ante esta división del trabajo, los gatos más débiles reclaman «que todas las bolsas sean vigiladas por igual y que todas las recaudaciones sean divididas en consonanciaHe aquí un resumen figurado, en 300 palabras, de algunos problemas nuestros. Cuando la ciencia ficción deviene en actualidad molesta y persistente.

[Publicado originalmente en Quimera. Octubre 2013.]

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