En la introducción a su antología
sobre el new journalism, Tom Wolfe
explica que reporteros de guerra como Michael Herr, periodistas de tendencias
como Gay Talese y hasta colgados por oficio como Hunter S. Thompson se hicieron
un hueco en el panorama literario yanqui a falta de escritores de ficción que
retrataran la realidad del momento con la fidelidad dickensiana pertinente. Mientras en Estados Unidos se estaban
produciendo los mayores cambios culturales desde el periodo victoriano, muchos
novelistas profesionales andaban redactando la enésima novela sobre la
alienación personal, escrita sin excesivas filigranas estilísticas, situada
sobre un algún decorado impersonal, habitada por personajes de cartón piedra, según los cánones de la distopía británica y del
existencialismo afrancesado. Bajo unos parámetros narrativos similares
podemos colocar Motorman (1972), la
novela de culto de David Ohle (1941), recién editada en castellano por
Periférica, con un solvente traducción de Juan Sebastián Cárdenas, en una edición
cuyas solapas nos informan que, gracias a la intermediación de Gordon Lish, las
primeras páginas del libro aparecieron en la revista Esquire, campamento fortificado del nuevo periodismo wolfeano. Pero
las sorpresas y las coincidencias no terminan aquí: «En el mismo número se incluyó otro relato», según informan las
solapas, «firmado por un escritor
colombiano también desconocido para los lectores norteamericanos. Se llamaba
Gabriel García Márquez.» Malas noticias
si lo mejor que pueden decir unos editores de un libro suyo es la mera contigüidad
espacio-temporal con otros textos que sí hicieron historia en las páginas de
una célebre revista. Toca por tanto defender a Ohle contra quienes le elogian y
le publican sin decir nada bueno suyo.
Con independencia de la recepción
histórica, que en Estados Unidos fue muy favorable y no poco masiva, Motorman conjuga muy bien todos los
factores del género distópico: unos escasos personajes atrapados por la
insignificancia de su vida cotidiana; un escenario degradado en términos
ecológicos y humanos; una narración sincopada por el estilo fragmentario. Los
protagonistas de la novela (Moldenke, Bunce, Burnheart) forman un triángulo de
arquetipos. El primero cumple la función de cobaya humana con fines experimentales. Los otros dos se diputan el
puesto de científico maligno y de torturador psicológico. Hacia la mitad
aparece un amor furtivo en las marismas, Roberta, cuyos pezones compara
Moldenke con sendas gomas de borrar. A su alrededor vagan autómatas de plástico
llamados gelatestas («Sin maquillaje, la cabeza era un globo gis
relleno de algo espeso que chapoteaba en el interior») y la gente mastica chinas que interponen «una capa de algodón» entre la realidad y
el sujeto alucinado. Entremedias estalla la Guerras de Pega, un trasunto de
Vietnam desde cuyo Falso Frente nos informa el General Molenke, alistado en el
ejército de los tullidos voluntarios, quienes contribuyen con sus heridas a la
noble causa de la patria; el periodo de entrenamiento merece la pena ser
reproducido aquí:
«El soldado de pega delante de Moldenke se
dio la vuelta y dijo: "Estoy orgulloso de lo que he dado por mi
patria". Se abrió la bragueta y le enseñó a Moldenke una palanca sin
cabeza.»
En ningún momento de la trama
llega a revelarse cuales fueron las causas que concurrieron en la producción de
este escenario distópico. No obstante, entre las eventualidades que agravaron
más si cabe la situación quisiera destacar una brillante anécdota sobre la privatización
de las funciones estatales. La historia comienza, cuan fábula de Esopo, con una
plaga de roedores que está causando estragos en el correo: el papele
burocrático aparece con mordiscos por todas partes. El Estado decide contratar a unos gatos, «una solución de tipo cadena alimenticia», apunta David Ohle. Sin
embargo, «para detener la oleada de
enriquecimiento, esclavitud y tráfico de veneno que había surgido entre los
gatos», el gobierno interpone unos Estatuos de Bolsa Privada, conforme a
los cuales las ratas se dividen por sectores y se asigna una circunscripción de
roedores a cada felino. Ante esta división del trabajo, los gatos más débiles
reclaman «que todas las bolsas sean
vigiladas por igual y que todas las recaudaciones sean divididas en consonancia.»
He aquí un resumen figurado, en 300 palabras, de algunos problemas
nuestros. Cuando la ciencia ficción deviene en actualidad molesta y
persistente.
[Publicado originalmente en Quimera. Octubre 2013.]
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