23 de septiembre de 2014

Ética para (un) ángel.

«¿Y el cuerpo? El nadar espacia la duración. Se trata de un verdadero salto, un brinco, casi un golpe. Es el salto a la ontología. Saltamos al ser, al ser en sí, al ser en sí del pasado.» (Ángel Gabilondo, Aprender a nadar.)
La filosofía moral está hasta en la sopa. Desde la declaración de independencia de una nación hasta los animales que comemos, pasando por el derecho a abortar, la idea de la guerra justa o el planeta que vamos a dejar a las futuras generaciones, todo puede ser objeto de reflexión moral. Pero la ignorancia se interpone en nuestro camino. La mayor parte de la gente piensa que la profesión del filósofo no es otra que aprenderse las ideas de la docena de autores que entran en selectividad como quien se aprende la lista de los reyes visigodos: de memoria y hasta volverte loco. Y tienen razón. La filosofía académica española consiste básicamente en hacerse el listo citando en alemán a Hegel. La primera broma que soltó Ángel Gabilondo cuando volvió del Ministerio de Educación a su cátedra de metafísica en la Universidad Autónoma de Madrid fue: «Tengo que ponerme al día con los descubrimientos realizados últimamente en mi campo de investigación».
Ángel Gabilondo se cree muy gracioso porque piensa que no se ha publicado nada que merezca la pena leer entre 2009 y 2011, mientras él estaba en el gobierno de Zapatero haciendo no se sabe muy bien qué, y puede que esto sea cierto en su campo de investigación, por llamar de alguna manera a la filosofía entendida como perpetuo trabalenguas parisino, pero en el campo de la filosofía moral analítica (dejo para otra ocasión la polémica entre analíticos y continentales) el siglo xxi ha supuesto un auténtico boom de libros a la altura de los clásicos. Aquí tienen, sin más dilación, una short list de las lecturas filosóficas obligatorias de la última década y media. Aquí tienen mi Ética para (un) ángel. Y para el común de los mortales. Pendiente de ampliación.

1. Parfit, D. (2011): On What Matters. Derek Parfit cumple todas las condiciones para ser el protagonista de la próxima novela de Javier Marías. Miembro emérito del All Souls, publica un libro cada cuarto de siglo. Y cada libro es un jodido milagro de 1.000 páginas de extensión. Razones y personas (1984) crea prácticamente de cero la filosofía práctica analítica después de John Rawls. El ataque a la teoría del interés propio, la defensa del utilitarismo bien entendido, la justicia distributiva entre generaciones, los problemas de identidad personal: todo está aquí. Razones y personas terminaba diciendo que la identidad personal no importa, por razones que no tengo espacio para resumir, y hete aquí casi tres décadas después que aparece On What Matters, que trata de lo que importa: una teoría moral que reconcilie a Immanuel Kant con Jeremy Bentham, la deontología y el utilitarismo, el du musst y el cui bono. Y yo me pregunto, queridos editores españoles, ¿cómo no se os cae la cara de oprobio por no haber traducido todavía esta teoría moral del todo? Supongo que tendremos que esperar tres lustros, igual que con La casa de hojas de Mark Z. Danielevski, hasta que alguien descubra, finalmente, el Mediterráneo.

2. McMahan, J. (2009): Killing in War. Desde su columna en el New York Times, Jeff McMahan ha acercado la opinión pública a muchos debates de la filosofía analítica reciente, como la propuesta de exterminar a todas las especies carnívoras, discutida en el contexto de las luchas fratricidas entre la ética animal y los ecologistas, o las ideas sobre la guerra justa que se remontan a Santo Tomás. El principio del doble efecto, la idea de que hay una diferencia entre el mal intencionado y el meramente previsto, entre bombardear la franja de Gaza con el fin de matar niños y hacerlo sabiendo pero no queriendo matar niños, seguramente les parezca a muchos una chorrada digna de curas ebrios en pleno siglo XIII, pero estas distinciones filosóficas tan sutiles son las que utilizó Barack Obama cuando recogió el Nobel de la Paz citando, como excusa, pasajes de la Escuela de Salamanca, esto es, a los ideólogos de la conquista de las Indias Orientales por parte de Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia y otros tantos prohombres extremeños. Véase Torture, Terror, and Trade-Offs: Philosophy for the White House (2010) de Jeremy Waldron. McMahan y Waldron dan las armas para hacer frente a esta peña en su mismo terreno.

3. Kramer, M. (2012): The Ethics of Capital Punishment. En la memoria histórica audiovisual, que define la ideología que llamamos sentido común, la pena de muerte parece algo demodé, como del siglo pasado, una cosa de los 90s con cara de Sean Penn. A pesar de la reciente fundación de un Estado Islámico donde tantas cosas son sinónimo de ejecución sumaria. Y a pesar de las pancartas del movimiento anti-abortista que rápidamente equiparan el aborto y la pena capital. Entre filósofos analíticos también se considera que los clásicos del campo salieron hace unos veinte años: los dos tomos del Morality, Mortality (1993-1996) de F. M. Kamm sentaron el debate sobre el aborto, la eutanasia y el matar gente en general a partir de simples experimentos mentales como el trolley problem, que pone a prueba intuiciones normativas arraigadas y que en su versión 1.0 puede rezar como sigue: «Un tren está a punto de atropellar y matar a cinco personas. Tú puedes desviarlo a otra vía donde solo atropellaría y mataría a una persona. ¿Qué haces?» El libro de Matthew Kramer es de lo mejorcito que se ha escrito dentro de esa tradición.

4. Murphy, L. B & Nagel, T. (2003): The Myth of Ownership. Taxes and Justice. Si algo diferencia la filosofía práctica continental de la analítica es la voluntad netamente interdisciplinar de esta última. Comparen la ignorancia que muestran los chamanes de la ontología izquierdista de barricada en cuestiones económicas (Alain Badiou, Ernesto Laclau y Jacques Rancière hablan de oídas) con la discusión sobre la welfare economy que provocó la Teoría de la justicia (1971) de Rawls entre varios premios Nobel. El maestro y el pupilo, Toni Negri y Michael Hardt, son el paradigma de colaboración entre filósofos continentales, habituados como están a hacer mala filosofía y peor historia de la misma, parasitando hasta jubilarse de las ideas de los muertos (en este caso de Gilles Deleuze). La colaboración entre Liam Murphy y Thomas Nagel, un jurista experto en impuestos y un pensador de irregular trayectoria intelectual, es una asociación simbiótica habitual entre los analíticos, por el contrario, y por eso su libro contra la mitología de la propiedad heredada es tan bueno, porque justifica filosóficamente un impuesto sobre patrimonio que varios economistas (incluido el famoso Thomas Piketty) consideran el bálsamo de Fierabrás que frenará el aumento de la desigualdad y de la opulencia del 1%. 


[Publicado originalmente en eldiario.es. 23 de septiembre de 2014.]

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