Según Douglas North, el desafío que Karl Polanyi presenta ante
la nueva escuela de historia económica consiste en afirmar que los mercados
solo han sido el principal mecanismo de asignación de recursos durante un margen
de tiempo y de espacio que —si me apuran— se limita al siglo XIX británico.
Según Polanyi, los “modos de transacción dominantes” anteriores y posteriores a
esa fecha son la reciprocidad (véase la economía del don socialmente
obligatorio) y la redistribución (véase la economía dirigida por los servicios
estatales). Esta hipótesis tiene la ventaja de coincidir con la noción marxiana
de formación económica pre-capitalista y con las críticas que plantean algunos
antropólogos (Louis Dumont), historiadores (Moses Finley) y psicólogos (Dan
Ariely) a los presupuestos intencionales que harían del homo oeconomicus —según
los economistas neoclásicos— un modelo de conducta universal. Los modelos de
mercado que Polanyi estudia (el circuito Kula en las islas Trobiand y el
intercambio en la Babilonia de Hammurabi) carecían de un sistema de fluctuación
de precios según la oferta y la demanda porque el riesgo de obtener beneficios
o pérdidas gracias a la transacción económica estaba limitado por acuerdos
sociales previos, de modo que el fetiche del comercio debería explicarse
apelando a criterios distintos de la maximización puramente crematística. En suma: «Karl Polanyi cannot be so lightly dismissed, and if his spirit does not
haunt the new economic historians, it is only because they probably are not
even aware that the ghost exists»[1].
Según
North, la nueva escuela de historia económica puede explicar la persistencia de
la redistribución y de la reciprocidad (incluso en el siglo XIX) apelando a los
costes de transacción que conlleva estipular derechos de propiedad bien
definidos, sinónimo de privados y sagrados, condición de posibilidad para un
mercado donde los precios fluctuan. Esta explicación en términos de
coste/beneficio no es sino la extensión al conjunto de la sociedad de las ideas
de Ronald Coase sobre la naturaleza de la empresa. Según Coase, una empresa no
se organiza según criterios puramente capitalistas, pues en ella el poder tiene
valor pero casi nunca precio: una secretaria no puede comprar el puesto de
mando a su jefe con el dinero con que compra la ropa en el H&M por la
sencilla razón de que —como dice Spiderman— un gran poder conlleva una gran
responsabilidad, entendiendo por responsabilidad una información confidencial o
un savoir faire cuya transmisión a la secretaria supondría más costes que
beneficios.[2] Esta sería la
reconstrucción racional de por qué la división del trabajo y la promoción a
ciertos cargos dentro de las empresas responden a una lógica feudal o patriarcal,
basada en la honra de la esposa, la lealtad del vasallo y la virtud del
princeps, por la misma razón que la reciprocidad y la redistribución han sido
formas de transacción dominantes tanto tiempo según North: porque es más barato
mantener ciertos equilibrios sociales que garantizan el carácter previsible del
intercambio económico a introducir el cash nexus como única forma de informar y
negociar sobre sus condiciones.
El problema de esta propuesta es que la transición a la
economía de mercado de buena parte del globo no puede explicarse como una
mejora paulatina de condiciones tecnológicas que facilitasen la coordinación
entre agentes económicos, abaratando la negociación del intercambio una vez
informadas ambas partes sobre la oferta y la demanda realmente existente. Por
el contrario, la mayor parte de las infraestructuras que facilitaron la llegada
del capitalismo se construyeron en un momento económicamente inapropiado,
cuando todavía distaban mucho de ser inversiones rentables, razón por la cual
fueron realizadas por el Estado, porque nadie en su sano juicio arriesgaría su
propio capital en una empresa tan ruinosa como el imperialismo occidental o los
ferrocariles americanos. Salvo que uno realice el cálculo a largo plazo,
momento en que el análisis coste/beneficio deja de funcionar como guía para la
acción atomizada propia de los agentes del mercado, pues aquí quien carga con
los costes del despegue capitalista no es la misma persona (o clase social) que
percibe los beneficios, como demuestra la necesaria intervención manu militari
del Estado, el capitalismo —según la nueva escuela de historia económica— no
debería haber surgido entonces. Tal vez nunca.
No obstante, la hipótesis de Polanyi sobre el carácter
puramente novecentista de la economía de mercado es tan débil que podría
refutarse acudiendo en exclusiva a ejemplos previos a Homero de comercio (en
ocasiones intensivo) de las llamadas mercancías ficticias: la tierra, el dinero
y el trabajo; productos cuya compra/venta según precios de mercado genera
—según Polanyi— un doble movimiento de protección contra la propia noción de
mercado. La gestión de la tierra según el principio de la oferta y la demanda
comienza, dice Ponlanyi, con los fisiócratas y tiene como respuesta defensiva
la Revolución Francesa, entendida como un movimiento de pequeños campesinos que
buscan una salida colectiva a la expropiación de la comunidad rural originaria:
el reparto del terreno en parcelas modestas.[3] Pero
resulta que la compra/venta de los terrenos agrarios fue bastante común en
todos los periodos de Mesopotamia con la salvedad de la tercera dinastía de Ur
(2112-2004), donde la transacción de derechos de propiedad se realizaba en
presencia de testigos, como registran hasta 40 papeles del archivo real de
Ugarit, y el regimen comunal agrario fue una respuesta bastante tardía a la
imposición de una fiscalidad compartida por parte del Estado.[4]
Polanyi sostiene que la conversión del trabajo en una mercancía
tuvo lugar con las Poor Laws de 1834, que eliminaron el sistema Speenhamland
(1795) que garantizaba un ingreso mínimo a trabajadores y desempleados por
igual, financiado sobre todo por la clase media y ajustado a la inflacción de
salarios y precios. Un ensayo del Impuesto Negativo Sobre la Renta (muchos
pequeños burgueses quebraron por culpa del subsidio y pasaron de pagarlo a
recibirlo) que La gran transformación
tacha de «paraiso para idiotas» porque conlleva un círculo vicioso de vagancia
y productividad laboral decreciente que conduce en última instancia a perder el
respeto por uno mismo, viviendo de la caridad estatal en lugar del esfuerzo
propio. El fiasco de esta Renta Básica del Pobre tuvo como resultado la
demonización (hasta 1914, militarismo obliga) de la ayuda estatal como panacea
universal aparente por parte de un proletariado que «casi pierde su forma
humana en el intento» de tener un derecho pagado a la vida.[5] Pero
Polanyi confunde, como señala Yann Moulier Boutang, la causa y el efecto en su
propia teoría: la única forma de entender Speenhamland es como reacción (o
doble movimiento) ante un mercado de trabajo cuyo origen Polanyi debería
situar, como poco, antes de 1834.[6]
¿Cuándo? Volvamos a Babilonia:
en las leyes de Eshnunna se estipula que los precios del mercado de alquiler de
esclavos deben reflejar el coste de oportunidad, o como solía decirse en el
segundo milenio a.C.: «Si un hombre no tiene poder sobre otro, pero retiene a
su esclava, el dueño de la esclava ha de jurar por [algún] dios: “No tienes
poder sobre mi”; y debe darle tanta plata como [cueste] emplear a la esclava»[7].
Resulta curioso que Polanyi diga que la libertad de contratación amenaza la
reproducción y el mantenimiento de la fuerza de trabajo, ¿acaso la esclavitud o
la servidumbre era mas benigna con las amas de casa? Es el problema de concebir
la sociedad como un todo cerrado orgánico, que no contempla la posibilidad
históricamente acontecida de una casta de esclavistas que repongan cada
generación de mano de obra mediante el saqueo de poblaciones limítrofes. He
aquí una situación de equilibrio, sin necesidad de doble movimiento.
En cuanto a la tercera mercancía ficticia, el dinero, Polanyi
retrasa la aparición de la moneda acuñada con propósitos comerciales hasta el
siglo VI a. C., porque se supone que antes cumplía una función meramente
simbólica de representación del valor ligado a una autoridad política. Sin
embargo, los documentos atestiguan que durante un periodo de cincuenta años
Assur, una ciudad del 1800 a.C., llegaba a transportar en burro 80 toneladas de
estaño, que combinadas con 720 toneladas de cobre según la ratio habitual (9:1)
habrían dado para 800 toneladas de bronce.[8]
Resulta ilusorio pensar que tanto dinero carecía de una función monetaria
autónoma de la autoridad política que la acuñaba, como atestigua la presencia
del mismo metal como moneda de cambio en Capadocia, Mesopotamia y hasta el
Génesis 23: 12-18, donde Abraham adquiere un lote de tierra a cambio de plata.[9]
La lista de enunciados refutables de Polanyi podría ampliarse
sin término. Por ejemplo: pensaba que el intercambio de mercancías, igual que
la fundación de las colonías, fue primero un negocio de larga distancia, quizás
porque el mercado interno parece más facilmente controlable por la autoridad
política fuerte que el austriaco tenía en mente cuando pensaba en Hammurabi.
Sin embargo, el estudio en paralelo de la contabilidad de tres mercaderes que
hicieron sus balances comerciales en la misma ciudad de Mesopotamia revela que,
en términos de plata contante y sonante, el 89,6% de los bienes adquiridos eran
de origen local.[10] También resulta ilusorio
imaginar que los mercaderes eran empleados de los monarcas que comerciaban
sobre seguro en base a acuerdos precios sobre los precios, cuando existen
cartas de reyes asirios molestos por el coste en estaño que implica comprar un
caballo (siglo XVII a. C.) y el papir Lansing distingue claramente entre los
empleados del faraón que recaudan impuestos (modelo de economía redistributiva)
y los maestros del comercio que «descienden la corriente y están tan ocupados
como el cobre, llevando bienes [de] una ciudad a otra, ofreciendo a cada quien
lo que no tiene»[11].
Para no extenderme más, quisiera terminar copiando dos cartas
que un campesino egipcio llamado Hekanakht escribió a su familia en algún
momento del siglo XXI a.C., porque cuestionan muy bien el prejuicio sobre la
solidaridad mecánica de los antiguos, la idea de una economía basada en el
status social, por completo ajena a los cálculos marginales de utilidad, el
individualismo propietario y el culto al esfuerzo individual que, según
algunos, sería una simple ficción inventada por cuatro filósofos británicos:
Carta I.
¡Cultiva con
energía! ¡Ten cuidado! Mi siembra debe ser conservada; toda mi propiedad debe
ser conservada. [...] Tienes que enviar a Nakht y Snebnut, los hijos de Heti, a
Perhaa a cultivar x arouras de tierra alquilada. Habrán de tomar su alquiler de
la tela que está tejida donde estás. Pero si se ha vendido el farro que está en
Perhaa, deben pagar [la renta] con el pago del grano, para que así no tengas
que preocuparte con la tela de la cual digo: "Téjela, y habrán de llevarla
para venderla en Nebesit, y habrán de alquilar tierra por su precio."
[...] A cambio de las cosas que los hijos de Heti harán para mi en Perhaa, les
he asignado una ración para no más de un mes, en total h3r de cebada norteña, y
también he asignado una segunda ración de 5 hk3t de cebada norteña a entregar a
sus dependientes el primer día del mes. Si superas este límite, se considerará
una malversación por tu parte.
Carta II.
Solo habrás de
darle esta comida a mi gente mientras trabajen. ¡Ten cuidado! Sacha todos mis
campos, tamiza (¿el grano sembrado?) con el tamiz y el hacha, pon tu nariz en
el trabajo. Si lo hacen con energía, darás gracias porque no tendré que
regañarte. [...] ¡Con energía! Estás comiendo mi comida. [...] He generado 24
deben de cobre con el alquiler de la tierra que Sihator te llevará. Tengo 20
(?) arouras de tierra cultivada para nosotros en Perhaa junto a Hau el Joven
por (el pago) del alquiler con cobre, ropas, cebada norteña o cualquier cosa,
pero solo cuando hayas vendido el aceite y todo lo demás.[12]
[1] North, D. (1977), “Markets and Other
Allocation Systems in History: The Challenge of Karl Polanyi”, Journal
of European Economic History, 6
(3), p. 704.
[2] Coase, R. H. (1937). “The Nature of the Firm”, Economica 4 (16), pp. 386–405.
[3] Polanyi, K. (1977), The Livelihood of Man. Nueva York: Academic Press, pp. 6-7.
[4] Gelb, I.J. (1971), “On the Alleged Temple and State Economics
in Ancient Mesopotamia”, Studi in Onore
di Eduardo Volterra, 6, pp. 137-54; Leemans, W.F. (1975), “The Role of Land
Lease in Mesopotamia in the Early Second Millenium”, Journal of the Economic and Social History of the Orient, 18, pp.
137-38; Yaron, R. (1958), "On Defension Clauses of Some Oriental Deeds of
Sale and Lease from Mesopotamia and Egypt”, Bibliotheca
Orientalis, 15, pp. 15-22.
[5] Polanyi, K (1992), La gran transformación, México DF: FCE,
pp. 128-164.
[6] Moulier-Boutang, Y.
(2006), De la esclavitud al trabajo
asalariado, Madrid: Akal, pp. 486-534.
[7] Yaron, R. (1969), The Laws of Eshunna, Jerusalén: Magnes Press, pp. 183-85
[8] Larsen, T. (1976), The Old Assyrian City-State
and Its Colonies, Copenhage: Akademisk Forlag , p. 89.
[9] Smith, S. (1922), “A Pre-Greek Coinage in the Near
East?”, The Numismatic Chronicle, 2,
176-185; Oppenheim, A.L (1954), “The Seafaring Merchants od Ur”, Journal of the American Oriental Society,
74, p. 10; Lipinsky, E (1979), “Les temples néo-assyriens et les origines du
monnayage”, State and Temple in the
Ancient Near East, Leuven: Departament Orientalistiek, p. 568.
[10] Snell, D.C. (1982), Ledgers and Prices: Early Mesopotamian Merchan Accounts, New Haven:
Yale University Press, p. 49.
[11] Blackman, M.A. & Peet, T.E (1925), “Papyrus
Lansing: A Translation with Notes”, Journal
of Egyptian Archaeology, 11, p. 290.
[12] Baer, K. (1963), “An Eleventh
Dynasty Farmer's Letters To His Family”, Journal
of the American Oriental Society, 83, pp. 2-9.
[Publicado originalmente en Encrucijadas. Septiembre 2014.]
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