13 de mayo de 2013

Mierda de vaca

HATERS GONNA HATE«Lo que no soporta este país es que nadie 
se permita escribir sobre su yo. [...] Yo creo que en el fondo hay
un problema de irritación ante el que se atreve a exhibir
su intimidad
y a comerciar con ella.» (Paco Umbral, 1978.)

Todavía no había terminado Ernest Castro su traducción y Benito Brooks ya estaba allí. Una virgen novicia en el templo la narrativa británica, cuya primera novela, traducida a nuestro idioma hace poco, algunos consideran mierda de vaca. Esta es la opinión mayoritaria en la prensa anglo, dice Benito, mientras enumera una retahíla de periódicos, que quizá no lean las adolescentes londinenses, esas que Benito penetra, mediante sus escritos, tanto en cuerpo como en alma. Pero Ernest sí lee —cuan snob— las noticias en inglés: The Guardian, The Times, The Independent, The Observer, ¿quién no sueña con codearse en el estrellato de la te, la hache y la e? A la mierda con Brooks, concluye Castro. Tanta The junta no puede —no debe— despistar su atención. Su tarea esa noche consiste en hacer de traductor gratuito para Sin Permiso, un semanario internauta, socialista y republicano. En el campo de visión del madrileño se interpone, sin embargo, el resplandor de los piercings del gloucesterciense, cuyo labio facial superior está tan agujereado de tachuelas que, si uno pudiera ignorar las bien pagadas publicaciones anglosajonas, también podría —dado el caso— confundir la boca hipster de Benito Brooks con un morro chav, un hocico choni, unas fauces redneck o cualquier cosa que brille en la oscuridad como si estuviera compuesto de diamantes. A fin de cuentas, lo malo del cristalino fulgor que emana este Ernesto Hemingway sin barba y tatuado, esta generación de turistócratas sin la virilidad de los de antaño, esta Barcelona venida a menos en términos de barbarie, cuya plaza de toros devino en centro comercial con mirador, es que —hasta donde sabemos— no todo lo que resplandece tiene la calidad de Swarovski.
 
KEEP CALM AND
Homo Homini Lupus.

Y es que Benito Brooks vive de la escritura. No me refiero a llenar cupones de la Once o del Ministerio. Hacer quinielas no vale. En el centro de la córnea amarillento-azulada de Brooks aparece una libra esterlina sometida a devaluación periódica conforme a la política monetaria de una nación soberana. En las cuencas de Castro, por el contrario, solo un iris rescatado in extremis por el BCE, una retina de €€€s a punto de transmutar en δραχμές, una triste pupila desahuciada. Una mierda de vaca, vaya. Ya había terminado Benito Brooks su quinta novela y Ernest Castro todavía estaba allí, tirando con su Beca de Movilidad, agradeciendo la piedad de La Caixa, rezando en dirección a Wall St., escribiendo textos como ceros a la izquierda —inútiles y todos los que quiera— mientras regala su fuerza de trabajo intelectual a Sin Permiso, descuidando sus obligaciones académicas, poniendo en peligro la posibilidad de seguir viviendo del cuento, con moraleja en su caso incluida, pudiendo él empalmar sucesivas subvenciones a la investigación, o cuanto menos intentarlo, susurrando trapicheos en los departamentos de Filosofía, haciendo de correveidile, en suma, como aspiraban hacer sus compañeros de clase —sí— sus uniformados y burocratizados class comrades. Visto lo visto, resulta preferible el transcribir 5.000 palabras por una causa legítima en ambos idiomas, antes que perder los trabajos y las noches con cierta anarca de pueblo, o recibir encargos de traducción por editoriales que nunca pagan, pues Hispañistan is different —Benito Brooks, amigo/my friend— y las narices de los traductores castellanos no soportan, aun ingresando los billetes europeos suficientes, el peso de cuatro quilates diamantinos. O eso piensa Ernest Castro. Mejor dicho, por Antoni Domènech:
Sin Permiso se hace gratis et amore, con la disciplina y con la generosidad de los viejos combatientes socialistas: de nuestros mayores anarcosindicalistas aprendimos que la disciplina sin generosidad es una ilusión farisaica; y de nuestros mayores marxistas, que la generosidad sin disciplina es una ilusión filistea.
En este brete tenemos, por tanto, a nuestro joven traductor. Convertido en una cucaracha kafkiana porque no tiene —porque le falta— una expresión castellana que haga las veces de epic fail. Castro está traduciendo un artículo, firmado por William Black, sobre el último epic fail de Niall Ferguson. En una reciente conferencia, Ferguson ha vuelto a desmelenarse —y dale— otra vez diciendo que los keynesianos hipotecan el futuro, estimulan la economía, ignoran el largo plazo, porque el pater familias de esta corriente intelectual, John Maynard Keynes, era maricón perdido y no tuvo descendencia. Este es el retrato robot aproximado: John, amante de alemanes; Maynard, cónyuge de bailarinas; Keynes, declamador de versos. Según esta desastrosa calumnia conservadora, el pensador británico estaría liberado de los lazos morales con el mañana porque, no teniendo progenie alguna conocida, tampoco tendría interés in the long run, donde nuestros vivitos descendientes —con suerte— no estarán todos muertos. Por supuesto, tomar esta lectura como una hipótesis válida para discutir sobre economía solo reporta para los lectores una moralización infamante de los clásicos. ¿Cómo expresar en español los matices del epic fail fergusiano? Decir fracaso épico sería asumir el propio como traductor. Algunos amigos dicen caerse con todo el equipo. Muy rebuscado para el economista que intentó «discutir a un premio Nobel de economía (Paul Krugman) en su propia especialidad». Otros recomiendan truño para la posteridad. Demasiado exacto para el historiador que intentó «difuminar en la Historia la historia de su fracaso predictivo». ¿Qué tal mierda de vaca? Dejémoslo en cagada memorable.
«Su incapacidad para debatir de una cuestión sin insultar
a su oponente
 sugiere alguna suerte de profunda inseguridad
que quizás resulte de un trauma infantil», dijo el charlacaniano
Ferguson (a la derecha) sobre Krugman (a la izquierda).