4 de enero de 2014

La Venganza Definitiva del Artesano

Flextatowa contra la condición posfordista.

Muchos dirán que Caminos tiene cierto parecido de familia con la obra de Mark Rothko gracias a los muros de color negados y difuminados mutuamente. Algunos intentarán comparar la materialidad de sus superficies con la escuela del informalismo porque estamos con todo ante piezas que desbordan la (burguesa) pintura de caballete, que profundizan en la senda abierta por el collage, que saludan otros soportes distintos de la mera tela.  Otros citarán los versos de Dante, Kavafis o Machado, todos ellos poetas del caminante por antonomasia, escritores cuyos textos están out of joint, valorando en todo momento el devenir como una virtud misma. No tengan miedo de esas citas, pues aquí —contra mis inclinaciones pedantes— no caerá esa breva. Habrá quien traiga a colación —para terminar— la etimología del nombre que estamos manejando todo el rato, la raíz latina o griega del título: en un caso sería la expresión romana vía; en el otro el ateniense ὁδός. Este último viene siendo un palabro bastante conocido entre nosotros porque, combinado con un buen sufijo, arroja el término μέθοδος. Y este será el tema central que plantea la producción y la exhibición de Caminos: ¿qué pasa con el método creativo?, ¿hasta qué punto puede haber una metodología tradicionalista en un mundo cargado de cosas bonitas?, ¿cómo puede hacer frente el artesano a la maquinaria productiva capitalista?

Pero seamos fieles a la palabra analizada, seamos metódicos. Arrojemos en primera instancia las mencionadas estrategias de interpretación. Todas ellas quizá sean formas de pasear sobre estas piezas, pero demasiado intelectuales para la cuestión aquí tratada, pues aquí tenemos que afrontar cara a cara la audacia de Caminos, la arrojada propuesta artística que esconde. Toca ahora indicar —si nos permiten el excursus— el lugar donde Juan Pajares aka Flextatowa expuso Caminos por vez primera. ¿Dónde perdió por tanto la virginidad de esta propuesta artística? Si resulta cierto —como titulara una vez Werner Herzog— que los enanos también empezaron pequeños, cabe decir que Caminos —obra de largo recorrido por delante— también empezó su caminar en una caverna. Mejor dicho, en una disco. Nada menos que Pachá Ibiza. Esto es, el locus del oscilar extático, o como quiera llamarse, ese movimiento loquísimo que suele conducir a ninguna parte, quizá porque la oscuridad primordial, la gruta de Platón es el lugar donde quieren siempre regresar. Y como pudiera haber dicho Johan Huizinga, autor de Homo Ludens: ¿qué tiene de atractivo esta actividad sin finalidad aparente?, ¿qué puede aportar la exhibición de estas piezas en territorio comanche?, ¿hasta qué punto puede la imagen y el tacto batirse en duelo con la capacidad de escucha?  

Vayamos respondiendo una a una a las cuestiones planteadas. Para empezar tenemos que confesar que Caminos sugiere una sensación palmaria de imperfección, los materiales tratados a mano hacen recordar un momento artesanal perdido, mucho antes del Made in China, cuando los dinosaurios todavía habitaban la Tierra. Cabría añadir que nada imperfecto podrá sernos nunca ajeno mientras imperfección sea sinónimo de humanidad, como viene siendo cierto desde el comienzo de los tiempos. Los trazos arañados, las heridas de las telas, tienen aluna relación con lo casual de una ruptura o con la fragilidad de los componentes materiales. También constatan el carácter relativo del resultado, el proceso de producción que aparece en primer plano, indicando los caminos divergentes —senderos bifurcados, no por ello excluyentes por completo— que quizás hubiera tomado el material una vez dadas otras condiciones. Subrayando la fragilidad de las metas, Caminos apunta —como su propio nombre indica— que nunca está visible el núcleo creativo cuando damos de lado los pasos que conducen —como los caminos a Roma— a los resultados obtenidos.

Caminos también versa sobre la superposición de superficies, dicho así parece aburrido incluso y hasta falto de interés, pero tiene que ver con la cuestión de la caducidad. Cualquiera podría decir que las capas de Flextatowa luchan por hacerse ver durante un tiempo, lucir sus 15 minutos de fama, salir a la superficie, ese lugar que Mallarmé consideraba como de profundiis por antonomasia, la piel sobre la cual naufragan las esperanzas de los materiales y el respetable público puede proyectar sus angustias, pongamos el caso, pero también sus felicidades. Muchas veces hemos indicado que el collage supone la muerte de la pintura moderna. Como muestra la recuperación paisajística de la pintura en Flextatowa, los cadáveres que la estética declara muertos y enterrados vienen gozando de buena salud.  Inmejorable. 

Y además de esto, tenemos el paisaje, como hemos dicho. ¿Cuántos horizontes podemos imaginar sobre las piezas de Camino? Tantos como individuos existan que sepan hacer uso de su mirada para otra cosa distinta a calcular costes y beneficios. Recuerden la definición de horizonte: línea imaginaria limítrofe que avanza según el movimiento relativo del observador. No mentían los comunistas cuando decían que el momento de la emancipación estaba situado en el horizonte inmediato. Lo que quizá habría que puntualizar son las capacidades transformadoras del propio tránsito hacia adelante. En el cruce de caminos entre la crítica del progreso y la realidad del mundo visto de nuevas por los ojos de un chaval se encuentra Caminos, el aquí y ahora del paisaje. Todo ello cortesía de Flextatowa.

Y a todo esto, ¿quién está detrás de Flextatowa? Ante todo un manitas. Un currante de la teoría hecha acción cuyo trabajo nos hace reflexionar sobre las fuentes del pensamiento abstracto, unos orígenes que seguro tiene que ver más con el pulgar oponible y la liberación de las extremidades superiores que con la ociosidad aristocrática de Atenas. Algunos filósofos llaman a la mano la finalidad sin objeto, la máquina primera sin librillo de instrucciones, el creador de problemas y su redentor. Heidegger decía que el pensar surge de los errores, cuando el mundo falla y necesita solución, pero Heidegger era nazi y conviene oxigenar el cerebro. La obra de Flextatowa tiene la virtud de conceder la razón en ciertos puntos, los relativos a la relevancia de la solución de problemas como objetivo preferente de la reflexión, y también quitarla cuando toca, en todo lo relativo a la escolástica bienpensante. Flextatowa es un hombre de acción, por decirlo en plata.


En este sentido recomiendo las producciones audiovisuales de Several Studio, el colectivo creativo de Flextatowa, entre cuyos últimos hallazgos podemos enumerar Un día vi 10.000 elefantes, donde aparece filmada la historia de Angono Mba, un inmigrante guineano que trabaja como porteador —otra vez las manos en la masa— para un cineasta español antes de emprender una travesía alucinante por el África colonial. También resulta esclarecedor Boina, un brevísimo documental de animación sobre las costumbres del campesinado castellano narrado por un paisano de Tomelloso. Mucho tiene que ver esta sabiduría plebeyizante y tradicional con el savoir faire de Flextatowa, quien aparece en otro video flanqueado de sus compinches, todos juntos manos a la obra, haciendo bolsos para Loewe a velocidad de Bangladesh. That’s how we do it.

[Publicado originalmente en la web personal de Flextatowa.]

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