Flextatowa contra la condición posfordista.
Muchos dirán que Caminos tiene cierto parecido de familia
con la obra de Mark Rothko gracias a los muros de color negados y difuminados
mutuamente. Algunos intentarán comparar la materialidad de sus superficies con
la escuela del informalismo porque estamos con todo ante piezas que desbordan
la (burguesa) pintura de caballete, que profundizan en la senda abierta por el
collage, que saludan otros soportes distintos de la mera tela. Otros citarán los versos de Dante, Kavafis o
Machado, todos ellos poetas del caminante por antonomasia, escritores cuyos
textos están out of joint, valorando
en todo momento el devenir como una virtud misma. No tengan miedo de esas
citas, pues aquí —contra mis inclinaciones pedantes— no caerá esa breva. Habrá
quien traiga a colación —para terminar— la etimología del nombre que estamos
manejando todo el rato, la raíz latina o griega del título: en un caso sería la
expresión romana vía; en el otro el
ateniense ὁδός. Este último viene
siendo un palabro bastante conocido entre nosotros porque, combinado con un
buen sufijo, arroja el término μέθοδος.
Y este será el tema central que plantea la producción y la exhibición de Caminos: ¿qué pasa con el método creativo?,
¿hasta qué punto puede haber una metodología tradicionalista en un mundo
cargado de cosas bonitas?, ¿cómo puede hacer frente el artesano a la maquinaria
productiva capitalista?
Pero seamos fieles a la palabra
analizada, seamos metódicos. Arrojemos en primera instancia las mencionadas
estrategias de interpretación. Todas ellas quizá sean formas de pasear sobre
estas piezas, pero demasiado intelectuales para la cuestión aquí tratada, pues
aquí tenemos que afrontar cara a cara la audacia de Caminos, la arrojada propuesta artística que esconde. Toca ahora
indicar —si nos permiten el excursus—
el lugar donde Juan Pajares aka
Flextatowa expuso Caminos por vez
primera. ¿Dónde perdió por tanto la virginidad de esta propuesta artística? Si resulta
cierto —como titulara una vez Werner Herzog— que los enanos también empezaron pequeños, cabe decir que Caminos —obra
de largo recorrido por delante— también empezó su caminar en una caverna. Mejor
dicho, en una disco. Nada menos que
Pachá Ibiza. Esto es, el locus del oscilar extático, o como quiera llamarse,
ese movimiento loquísimo que suele conducir a ninguna parte, quizá porque la
oscuridad primordial, la gruta de Platón es el lugar donde quieren siempre
regresar. Y como pudiera haber dicho Johan Huizinga, autor de Homo Ludens:
¿qué tiene de atractivo esta actividad sin finalidad aparente?, ¿qué puede
aportar la exhibición de estas piezas en territorio comanche?, ¿hasta qué punto
puede la imagen y el tacto batirse en duelo con la capacidad de escucha?
Vayamos respondiendo una a una a
las cuestiones planteadas. Para empezar tenemos que confesar que Caminos sugiere una sensación palmaria
de imperfección, los materiales tratados a mano hacen recordar un momento
artesanal perdido, mucho antes del Made
in China, cuando los dinosaurios todavía habitaban la Tierra. Cabría añadir
que nada imperfecto podrá sernos nunca ajeno mientras imperfección sea sinónimo
de humanidad, como viene siendo cierto desde el comienzo de los tiempos. Los
trazos arañados, las heridas de las telas, tienen aluna relación con lo casual
de una ruptura o con la fragilidad de los componentes materiales. También
constatan el carácter relativo del resultado, el proceso de producción que
aparece en primer plano, indicando los caminos divergentes —senderos
bifurcados, no por ello excluyentes por completo— que quizás hubiera tomado el
material una vez dadas otras condiciones. Subrayando la fragilidad de las
metas, Caminos apunta —como su propio
nombre indica— que nunca está visible el núcleo creativo cuando damos de lado
los pasos que conducen —como los caminos a Roma— a los resultados obtenidos.
Caminos también versa sobre la superposición de superficies, dicho
así parece aburrido incluso y hasta falto de interés, pero tiene que ver con la
cuestión de la caducidad. Cualquiera podría decir que las capas de Flextatowa
luchan por hacerse ver durante un tiempo, lucir sus 15 minutos de fama, salir a
la superficie, ese lugar que Mallarmé consideraba como de profundiis por antonomasia, la piel sobre la cual naufragan las
esperanzas de los materiales y el respetable público puede proyectar sus
angustias, pongamos el caso, pero también sus felicidades. Muchas veces hemos
indicado que el collage supone la muerte de la pintura moderna. Como muestra la
recuperación paisajística de la pintura en Flextatowa, los cadáveres que la
estética declara muertos y enterrados vienen gozando de buena salud. Inmejorable.
Y además de esto, tenemos el
paisaje, como hemos dicho. ¿Cuántos horizontes podemos imaginar sobre las piezas
de Camino? Tantos como individuos
existan que sepan hacer uso de su mirada para otra cosa distinta a calcular
costes y beneficios. Recuerden la definición de horizonte: línea imaginaria
limítrofe que avanza según el movimiento relativo del observador. No mentían
los comunistas cuando decían que el momento de la emancipación estaba situado
en el horizonte inmediato. Lo que quizá habría que puntualizar son las
capacidades transformadoras del propio tránsito hacia adelante. En el cruce de
caminos entre la crítica del progreso y la realidad del mundo visto de nuevas
por los ojos de un chaval se encuentra Caminos,
el aquí y ahora del paisaje. Todo ello cortesía de Flextatowa.
Y a todo esto, ¿quién está detrás
de Flextatowa? Ante todo un manitas.
Un currante de la teoría hecha acción cuyo trabajo nos hace reflexionar sobre
las fuentes del pensamiento abstracto, unos orígenes que seguro tiene que ver
más con el pulgar oponible y la liberación de las extremidades superiores que
con la ociosidad aristocrática de Atenas. Algunos filósofos llaman a la mano la
finalidad sin objeto, la máquina primera sin librillo de instrucciones, el
creador de problemas y su redentor. Heidegger decía que el pensar surge de los
errores, cuando el mundo falla y necesita solución, pero Heidegger era nazi y
conviene oxigenar el cerebro. La obra de Flextatowa tiene la virtud de conceder
la razón en ciertos puntos, los relativos a la relevancia de la solución de
problemas como objetivo preferente de la reflexión, y también quitarla cuando toca,
en todo lo relativo a la escolástica
bienpensante. Flextatowa es un hombre de acción, por decirlo en plata.
En este sentido recomiendo las
producciones audiovisuales de Several Studio, el colectivo creativo de
Flextatowa, entre cuyos últimos hallazgos podemos enumerar Un día vi 10.000 elefantes, donde aparece filmada la historia de
Angono Mba, un inmigrante guineano que trabaja como porteador —otra vez las
manos en la masa— para un cineasta español antes de emprender una travesía
alucinante por el África colonial. También resulta esclarecedor Boina, un brevísimo documental de
animación sobre las costumbres del campesinado castellano narrado por un
paisano de Tomelloso. Mucho tiene que ver esta sabiduría plebeyizante y
tradicional con el savoir faire de Flextatowa, quien aparece en
otro video flanqueado de sus compinches, todos
juntos manos a la obra, haciendo bolsos para Loewe a velocidad de
Bangladesh. That’s how we do it.
[Publicado originalmente en la web personal de Flextatowa.]
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