España Sin (Un) Franco es un
congreso territorial. El título, salta a la vista, encierra dos períodos:
franquismo y crisis. El fin de la dictadura más longeva de Occidente y el
subsiguiente arranque de la Transición marcan el año cero. De ahí que la edad
de los participantes sea clave: los 16 conferenciantes —14 hombres y sólo dos
mujeres— son tan jóvenes como la joven España. Vienen historiadores,
politólogos, expertos en derecho constitucional, filósofos y —según
nomenclatura de Ernesto Castro, coorganizador junto a Javier Fuentes Feo y
Antonio Hidalgo Pérez, gestores del Centro de Documentación y Estudios
Avanzados de Arte Contemporáneo, el Cendeac de Murcia— trolls ilustrados.
“Estamos haciendo este congreso para que los prejuicios se reafirmen —y
entonces vayamos al duelo de pistolas— o se disuelvan”, bromea el primero
de ellos. El programa se divide en cinco partes: Europa, Constitución, Estado,
Comunidades Autónomas y Ciudad. Hay tres días para abarcarlo todo.
Día 1. Europa: choque de trenes
La gran esperanza liberal aboga por el
desmantelamiento del Estado del bienestar. El otro ponente de la tarde escora
al lado contrario. Se visibilizan dos polos antropológicamente antagónicos. Se
prefigura un ellos y un nosotros. Pero ambos ponentes ponen un enemigo en común:
la casta. Todo termina en una cordial cena.
Juan
Ramón Rallo1984, doctor en Economía por la Juan Carlos I de
Madrid y licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia, plantea el
modelo social europeo como tara. El también director del Instituto Juan de
Mariana pone como ejemplo Estados Unidos, tanto por sus políticas expansivas (a
tope con el fracking) como porque allí el gasto público apenas roza el 33% del
PIB (frente al 50% de Europa). Dice el autor de Una revolución liberal para
España (Deusto, 2014) que Australia, Suiza o Singapur —donde no hay salario
mínimo ni convenio colectivo, donde los más pobres, dice, ganan 3.000 euros—
son aun mejores ejemplos de baja presión fiscal. En España, en cambio, el
ciudadano sólo puede gestionar la mitad de su renta per cápita. Porque aquí
casi 10.000 de los 15.500 euros de salario corriente se nos van en impuestos
directos, indirectos o en Seguridad Social. El orador pronuncia con visible
desagrado las expresiones obra pública y política social; detesta
la palabra Estado. ¿Por qué Europa es un Estado tan gigantesco? ¡Excusa
o pretexto para subir los impuestos a las clases medias! Los de Podemos (y
otros) dicen: tenemos que parecernos más a Europa; que tributen más los ricos.
Pero ojo: no puedes recaudar todo lo necesario para alcanzar un 50% del PIB
sólo a través de las rentas altas. Habría que duplicar los impuestos al
consumo. Subir aún más los impuestos a las clases medias y bajas. ¿Os gustan
las socialdemocracias nórdicas? Pues así lo hacen ellas.
Las opciones
son dos: o vamos hacia el opresivo régimen fiscal o progresivamente desmontamos
el estado del bienestar, que, como dice Piketty en El capital del siglo XXI,
sólo es bienestar del Estado. ¿Te gusta que Ana Mato gestione tu sanidad? ¿Que
Wert gestione tu cultura? Porque al final el Estado del bienestar es eso: el
burócrata que manda. El demandante vendido al oferente. Yo quiero pagar la
sanidad que yo quiera, pero es que además tengo que pagar la pública.
¿La educación? También dos veces. Las pensiones públicas —un esquema piramidal
y fraudulento—, lo mismo. Sé lo que estáis pensando: hay desprotegidos, pobres,
minusválidos. Eso, con un 4% del PIB, se cubre de sobra. ¡Distribución estatal
de la renta sólo para esos casos! El Estado está al servicio de las burocracias
y de quienes lo han creado. De la casta. Que no nos obliguen a estar en
el corral a quienes no queremos estar en él. Acabemos con el Estado del
bienestar y vayamos a una sociedad del bienestar.
Gracias.
Aplauso.
—Utópico
—valora un espectador.
—Inapelable
—dice otro.
—Manipulador
—opina un tercero.
—Típico
austríaco —concluye otro.
Isidro
López1974, sociólogo, viene a hablar de Historia y política.
Para él Europa es la construcción del poder neoliberal, no un infierno
socialista. El miembro del Observatorio Metropolitano arranca identificando los
dos polos del neoliberalismo: el utópico (el mercado como intercambio puro, sin
poder ni sociedad; ahí, dice, vive el anterior ponente) y el pragmático (que
tiene claro que hay una lucha por intereses colectivos: es el mercado a la
conquista de las estructuras estatales). Éste —dice el coautor de Fin de
ciclo: financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga
del capitalismo hispano (Traficantes de Sueños, 2010)— es el peor. A éste
se dirigirá su ponencia. Quiere empezar revisando el nacimiento de la Unión
Europea, y recordar que la UE actual es un producto de la crisis del
capitalismo. Un dispositivo keynesiano-fordista en el que unos (funcionalistas)
se propusieron la creación de espacios económicos, y otros (federalistas), la
demarcación de objetivos políticos. Todo funcionó hasta la crisis de los ’70,
que, más allá del aumento del precio del petróleo, planteó una crisis de
gobernabilidad. Por un lado, el arreglo social empezó a darle problemas al
modelo capitalista. Por otro, surgió una grave crisis de rentabilidad, marcada
por el exceso de producción, la inflación, el desempleo… Asoman la Francia del
’68, la Inglaterra de Thatcher y los mineros, movimientos obreros salvajes en
la España de la Transición. El caso es que la UE busca cesiones de soberanía en
términos de Estado-nación para poder controlar sus turbulencias. Lo cual se va
a visibilizar en una reestructuración: la primacía de las finanzas, la
capacidad de negociación del trabajo, el ataque a las capacidades del Estado y
una reorganización espacial según la cual distintos territorios del continente
se van a dedicar a distintas funciones (en el centro, las fases de diseño; en
el sur, los polos de construcción). En Maastricht-1992 cuajará el proyecto
neoliberal que dejará como líderes al Reino Unido y Alemania. En España, la
última esperanza de la clase media será la entrada en el euro.
Pero, ¿qué ha
pasado en Europa —ese espacio sin política, esa mera configuración paraestatal—
desde 2009? Pues que la esfera europea se ha politizado. Hay un vector de
cambio: Europa nos manda. Y dos hitos. Uno es Grecia: primera batalla entre
acreedores y deudores en el marco del default. Syriza. La forzosa
redistribución. El planteamiento del impago. El otro hito es España. Nosotros
somos la mayor contestación política a la que tiene que hacer frente la UE.
Sobre todo el Banco Central Europeo. El rescate ha sido imposible porque no
había dinero; lo que se hizo fue un rescate escalonado. La crisis de las cajas.
Bankia. La total anulación del gobierno nacional ante la incapacidad de los
políticos. La casta. La crisis que estamos viviendo ahora no es más que
la crisis de los ’70 prolongada.
Gracias.
Aplauso.
—Más
humano —comenta un espectador.
—También
utópico —apunta otro.
—Demócrata
—interviene un tercero.
—Paleomarxista
—sentencia otro.
El debate
promete. El centro social contra el instituto de empresa. Lo colaborativo
contra lo elitista. Agua y aceite. Rallo insiste: “Un ingeniero del MIT es más
pobre que una anciana que recibe una pensión”. “¿Cuánto tiempo mantendría su
valor financiero Apple si se lo dieran a un burócrata?” López apunta: “El
precio de la vivienda se comporta como un activo financiero”. “Estamos unidos.”
Las posiciones se confrontan en diálogos como éste:
—Talento es
alguien en un garaje creando Facebook.
—Pero Facebook
es un largo proceso de trabajo social y cooperativo; una sola persona le da un
certificado monopolístico, pero ha sido generado por vínculos sociales.
—Cualquiera
podía haber creado Facebook, pero fue Zuckerberg. Las cosas no se crean solas,
por choque exógeno. Si el mundo fuera como proponéis nos quedaríamos sin
Facebook, sin Google, sin iPads o sin medicina personalizada.
—Me temo que
lo que vosotros proponéis no tiene legitimidad democrática. Y eso va a llevar a
un conflicto.
Alguien entre
el público menciona al inventor Nikola Tesla, pionero de la ingeniería y genial
promotor de la electricidad comercial. Aquél fue un genio per se, dice.
En ningún caso se puede decir que fuera un producto social.
—Yo no conozco
el caso de Tesla —argumenta López—, pero estoy seguro de que su mujer le
llevaba la sopita para que él hiciera los cálculos.
—La
sopita tiene valor si se la llevan a Tesla —replica Rallo.
—Sin esa mujer
no hubiera habido descubrimiento de ningún tipo. Forma parte de ese proceso
social.
—Pero si me la
llevan a mí no voy a ser Tesla. El valor de llevar sopitas depende del valor
que genera Tesla. Si tú llevas sopas aleatoriamente no tendrás Teslas. Llevar
sopas no genera Teslas.
Acaba la primera jornada en una
cena de confraternización. Todos los ponentes, y también algún miembro del
público que se ha unido por su cuenta, se relajan en un restaurante del centro.
Zapping de conversaciones: “el pulpo es más inteligente que el cerdo”, “¿sabías
que trigo se dice igual en Armenia y en Euskadi?”, “si Franco resucitara la
gente le votaría”. Unos hablan. Otros escuchan. En esas mesas largas siempre
hay gente con la que no hablas y de la que nunca sabrás.
[Sigue leyendo en El EstadoMental.]
[Bruno Galindo es escritor y
periodista. Sus últimos libros son Diarios de Corea (Debate, 2007), Omega
(Finalista Premio UFI 2011) y El público (Lengua de Trapo, 2012). Es
redactor del Estado Mental y coordinador de su radio.]
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