21 de mayo de 2014

Comida para perros.

«(el columnismo: esa gran decepción, después de años de considerar, por puro romanticismo, que el articulista escribe contra algo, y en verdad escribe siempre a favor, particularmente de los lectores del medio donde le pagan, la descarada escritura complaciente de todo el espectro político; el columnismo, en definitiva, comida para perros)» (Alberto Olmos: #raudo 108 en Hikikomori).
Esta semana estuvo Owen Jones en España. A pesar de la cantidad de entrevistas que concedió y a pesar de lo imantado que parecía el auditorio del Círculo de Bellas Artes (CBA) ante su discurso, a pesar de o quizás gracias al —como suele decirse— «éxito de público y crítica» que tuvo, quienes tengan la manía y la suerte de pensar a la contra es posible que llegaran a pensar estos días algo similar a lo que yo rumiaba cuando Owen Jones, en lugar de prepararse una conferencia a la altura de la expectativa generada por Chavs (Capitán Swing, 2012), alguna especie de adelanto de su próximo libro sobre los media en Gran Bretaña, alguna demostración de su habilidades periodísticas, pensó o debió pensar que los madrileños estamos habituados a chuparnos ideológicamente el dedo, que nos den la razón como niños o tontos, pues el tipo vino con una mano por delante y otra por detrás a contarnos por enésima vez aquella historia de marionetas sobre el Post-War Consensus (en inglés mucho mejor) donde Margaret Thatcher es un lobo feroz de felpa o de trapo (la gente contiene la respiración cuando la mala se merienda a Caperucita Roja/Arthur Scargill) y nosotros (una primera persona del plural tan vaga, mayestática y políticamente correcta como los ideales del que oficiaba la función) hemos de desempeñar el papel del leñador/cazador que abate a la bestia neoliberal y colorín colorado, este cuento se ha acabado aunque nuestras hachas/escopetas políticas tengan tanta oxidación como el partido laborista que Ken Loach desprecia y Owen Jones defiende, pretende orientar desde su columna en el The Guardian, pues hasta entre tirititeros hay controversia sobre cómo sesgar mejor la historia y cada quien cuenta el siglo XX como Dios o Keynes le dio a entender, como demostraron las valiosísimas intervenciones de Belén Gopegui (aka Madame Fanon) y Gonzalo Velasco Arias (aka Marx Privatdozent), subrayando respectivamente los recursos coloniales y el factor burgués de aquella Arcadia perdida y ansiada que llaman en inglés Welfare State, pero ningún asistente del CBA —tampoco un servidor— enunció las cuitas que debían rumiar quienes suelen ver el vaso medio vacío, especialmente cuando todos dicen que está totalmente lleno, rebosante del mejor refresco jamás probado por paladar humano (una suerte de bálsamo de Fierabrás que promete cauterizar las heridas de la izquierda, haciendo las veces de laxante para todo aquél que no sea un Don Quijote de la política, cuando en puridad estamos hablando de una Coca-Cola Zero: refrescante y baja en calorías, cuya diferencia respecto de la Coca-Cola Light es puro merchandising, pues columnistas izquierdistas como Owen Jones somos todos), a saber: la recepción española de Owen Jones confirma las sospechas relativistas de Heródoto y plantea además una duda sobre el destino del nombre propio usado, pues si alguien puede ser socialdemócrata o troskista moderado del Canal de la Mancha para arriba y anticapitalista radicalísimo de los Pirineos para abajo —una confusión que se remonta a George Orwell— cómo no será posible que los calacios devoren a sus difuntos y los griegos los incineren, cómo no habrá distintos rituales funerarios, cuando la verdadera pregunta es cómo uno puede llamarse Owen Jones y hurtarse a la gramática del ornamento: abrir la boca para decir algo más que el idioma, el acento, el adorno.  

1 comentario:

  1. No puedo estar en absoluto de acuerdo: la diferencia entre la Coca-Cola Zero y la Light es enorme, en serio.

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