2 de febrero de 2014

Así Naufraga El Arte Técnicamente Puntero

El triste caso del Polizone.


Hay barcos que solo valen para estar en tierra. Es el caso del Vasa, el buque de guerra mandado fabricar entre 1621 y 1625 por órdenes de Gustavo II Adolfo de Suecia, quien buscaba añadir en su flota el mayor galeón jamás hecho, armado con 64 cañones y una dotación de 30 marineros y 300 soldados, siendo su triste destino escorarse y hundirse durante su bautismo a escasos metros del puerto de Estocolmo. ¿El motivo? Llevaba demasiada carga. Los ingenieros calcularon adecuadamente las magnitudes para un puente de cañones; Gustavo tuvo que pedir doble ración para enviar esta mala bestia a pique. Si hoy quieres verlo en acción, procede a revisar Piratas del Caribe II (el Holandés Errante que lleva el mitad hombre, mitad pulpo es igualito) antes de volar hasta el Vasamuseet; un museo de barcos es un crimen en el altar del savoir faire.

Lo mismo podría decirse de Polizone, la instalación interactiva con que culmina la iniciativa Huesped, propuesta por INTACT Project y alojada en Medialab-Prado, cuyo objetivo consiste en utilizar la tecnología para simular una travesía marítima. Los creadores advirtieron a la concurrencia que asistieran listos para contribuir activamente en una experiencia metacreativa que involucraba la participación semipresencial del Matralab (Montreal, Quebec) y del Arteleku (Donostia, Euskal Herria). Según Roberta Bosco y Stefano Caldana, teníamos ante nosotros «una apuesta muy atrevida y quizás la obra basada en técnicas de telepresencia más compleja que nunca se haya realizado». Fui a ver con mis ojos aquello tomando por bandera el espíritu del naufragio con espectador según cuenta Lucrecio:

Es suave mirar cuánto trabajan otros desde tierra
cuánto les sacude el viento la superficie del mar;
no porque la agitación ajena sea contenta y alegre,
sino aún más suave discernir los males que no tienes.

Una vez allí, veo que el propósito de la interacción comienza a fracasar una vez el público, tras esperar quince minutos de retraso como ovejas en un corral, es incapaz de entender las repetitivas indicaciones de la organización, quienes insisten por favor sitúense detrás del proyector, en ningún caso delante. Podría traer aquí a colación la llamada Ley de Zinc de las Masas, según la cual dos cráneos piensan juntos mejor que solo uno, pero a partir de veinte la cosa se hace como nadie, como nadie piensa en absoluto; adquirimos un encefalograma plano común. Sería cruel, sin embargo, llamar tontos a un público que me incluye a mi en compañía de multitud de ingleses y alemanes, símbolos vivientes de la distinción internacional y de no entender media papa también. Peor para ellos: pudimos escuchar por Skype a los contertulios euskaldunes y quebequenses quejarse en perfecto castellano de «Los fallos de último momento», suponiendo entonces que programa requería saltarse las diferencias idiomáticas, esto es, contar cuentos de buques en el idioma de Miguel de Cervantes, quien seguro los odiaba a muerte porque perdió un brazo a bordo de uno.
Y así fue. La orquesta rasgaba la banda sonora de alguna película de terror, instrumentos de cuerda columpiando notas agudísimas, la percusión que oscila entre lo repentino y lo monótono, mientras una voz desgrana una narración cargada de lirismo y la segunda persona del verbo. Nada de Unai Velasco o Miqui Otero, cuyos En este lugar (Papel de Fumar, 2012) y La cápsula del tiempo (Blackie Books, 2013) considero respectivos referentes, auténticos tótems de la poesía y del tuteo. Lejos de estos, Polizone gasta un estilo Carne Cruda, el programa de Radio 3 que tantas veces ha decidido tirarse a la piscina del simbolismo de cantimpalo atravesado por invocaciones de ¡Vive al límite! que cualquiera juzgaría saqueadas del Twitter del poeta argentino Carlos Salem, quien además satisface un requisito para nada baladí: calzarse el pañuelo del Capitán Sparrow a sus sesenta años de edad

Los videos que pretendían reproducir las luces del oleaje, todo sea dicho en favor de Polizone, estaban hasta tal punto conseguidos que hacían recordar los versos de Juan Ramón Jiménez sobre la alta mar como una sábana blanca que los muertos empujan desde abajo. Pero esta vez sin el como: una sábana blanca arrugada fue todo lo cerca que los artífices de Polizone estuvieron de alcanzar su objetivo mimético. Supongo que el grueso de la financiación estuvo destinado a construir el faro, un foco de luz que —según parece— controlaba un personaje en streaming desde vete tú a saber dónde. O si no expliquen que estaba haciendo ese tipo acercándose a una webcam con el parche del malo de Waterworld (Kevin Reynolds, 1995) en el ojo. La gente estaba confusa. A la orquesta les faltaba la guitarra y parchearon el asunto con una batukada. Como oyen: en mala hora aceptamos los palillos chinos que los ujieres del Medialab amablemente repartieron entre el público. En principio solo valían para hacer que remabas, pero ahora que tocaba seguir el ritmo golpeando unos pasamanos de acero hasta los cabeza de familia, que iban con niños y tenían que reforzar el entusiasmo, quedaron helados cuando su prole entre cinco y nueve años dijo pero papa, ¿dónde está el barco?
Publicado originalmente en A*Desk. 1 de febrero de 2014.

2 comentarios:

  1. Saludos Ernesto. Leo con interés tu comentario. Yo podría estar de acuerdo con muchas cosas que dices, si no tuviera en mente muchas cosas que creo que desconoces profundamente o, al menos, que obvias por completo en tu texto. El trabajo de Polizone puede ser tan malo como dices, atendiendo, en efecto, a las cosas en las que te has fijado, realmente, en lo que estaba a la vista del público. No sólo hay muchas cosas que fallaron, sino que, además, había elementos poco trabajos y, en general, una enorme confusión... No puedo quitarte la razón donde la tienes. Sin embargo, me gustaría señalarte algunas cosas que están a la base de todo esto y que, en mi opinión, condensan todo el interés de esta propuesta.

    Primera cosa importante: Polizón es el resultado de un trabajo colaborativo, realizado entre participantes de varios centros, y concretamente el de Madrid se abrió a convocatoria pública. Desde mi óptica, al tener esto en mente todo debe cambiar. Lo que visteis es la cristalización de un proceso de creación colectivo, donde se mezclaron una variedad de visiones y aportes. Por fuerza, la obra no puede mostrar el sentido unitario de una obra nacida de una individualidad. En el grupo, el "genio" se desintegra. El "Ego" del artista (grande o pequeño) no sobrevive a este proceso. Quizá sea, para mí, lo más importante. La "obra" como objeto al que demandamos un sentido carece ahora de interés en comparación al proceso mediante el que ha sido creada.

    Otra cosa: la intalación y la acción de Polizone se desenvuelve en eso que se llama "Telepresencia Artística". Podemos pensar que la "telepresencia" o, en general, las telecomunicaciones son la repera en el día de hoy, pero estamos absolutamente en pañales: la conexión por Internet es inestable. Creo que desconoces profundamente el "drama" ligado a la conexión/desconexión. Skype es inestable, pero un sistema que incluye 3 video-conferencias, controles remotos y un largo etc, es MUCHO más inestable. Para los miembros del equipo de INTACT que "tripulábamos" la nave, el momento de la desconexión de la guitarra fue la parte más emocionante, sin duda: es en ese instante cuando se hace palpable la fragilidad de la conexión, la dificultad de enfrentar la distancia.

    Yo trabajo desde hace muy poco en "Telepresencia" (ni dos años). El término aún me suena a rayos. Sin embargo, hay algo estimulante en la paradoja abierta en ese concepto: "Tele-presencia", es un imposible. Pero de ahí nace su carácter utópico. Enfrentarse a la utopía y mantenerse concienzudamente en ella, me resulta estimulante. [sigue en otro]

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  2. En general, puedo decirte (y debes saber) que Polizone fue una práctica absolutamente experimental: un experimento abierto al público. Nadie de los que allí estábamos éramos completamente responsables de lo que terminó sucediendo y, por ello mismo, nadie allí sabíamos lo que iba a pasar. Como te he dicho, a mí me da igual el barco, el faro y la poesía, todo ello producto de una colectividad que se enfrentó al experimento de la creación colectiva y a testear las posibilidades de los medios telemáticos, etc. Nadie conoce estas posibilidades, porque están aquí y ahora brotando. Puede que el público se presentara allí como ante una obra concienzudamente acabada, presentada en un formato concienzudamente estudiado o conocido (digamos "cotidiano"). Pero no era eso lo que se presentaba allí. Me da lo mismo buscar o no culpables a esa confusión. Como expresó Nietzsche a cerca de la música: "Es propio del arte de lo dionisiaco el desentenderse del oyente; el extático adepto de Dionisos sólo es entendido por quienes se hallen embargados por el mismo estado anímico que él". En el caso de la telepresencia, creo que ese estado anímico es el de estar atento al "drama de la conexión", a sentir tanto la "presencia" como la "ausencia" (si no más ésta, que dialécticamente amplifica a su contraria). Evidentemente, te presentaste allí con unas espectativas equivocadas y con, supongo, poca familiaridad con los conceptos implicados en la telepresencia. De nada tienes tú la culpa, por supuesto (muchos medios de información y des-información se interponen). Sólo insistir en que Polizone (como en general el trabajo de INTACT), no consiste tanto en hacer "obras" como en probar y ensayar formas de interacción a distancia con el fin de ir sonsacando POCO A POCO las "claves ocultas" (digamos), la "poética propia" de la telepresencia artística. Ésta aún no existe. No le puedes pedir peras a un peral recién nacido.

    Por último, unido al carácter experimental de todo esto, decirte que toda esta pieza ha sido realizada con financiación CERO, pagada con los bolsillos de los pocos "responsables", sin superar los 500€-600€ (la mayoría en equipos de Arduino que servirán para seguir trabajando). MediaLab nos prestó los espacios y muchos proyectores y otros equipos, pero nada más. El faro no es ni mucho menos lo más caro: son dos pequeños servo-motores unidos con trozos de madera y un espejito, puesto sobre un proyector oculto en una caja de contrachapado... Trabajos manuales.

    Es muy fácil llegar a un sitio, ver algo, no entender nada, tener la impresión de que todo es basura, y luego sentarse ante un ordenador y adornar tus impresiones con historicismos de académico. Yo prefiero la opción de no ir a ver nada y estar todo el día probando cosas, salgan bien o no salgan, unas yo solo y otras en compañía de muchos... Cuando se está aquí abajo todo se ve de otra manera... No me confundas con un ignorante e irreflexivo "artista". Ni soy un artista ni pretendo ser nadie. Trato de hacer cosas que me estimulen a encontrar algo valioso que decir. "Quiero vivir para contar lo que no puedo contar mientras viva sobre la Tierra", decía mi querido Val del Omar.

    Por que sé quien eres (tu padre me dio clase hace ya bastantes años; sé más yo de ti, que tú de mí), creo que, cara a cara, frente a frente, nos llevaríamos la mar de bien. De hecho no tengo ninguna duda. No tengas todo esto como un verdadero reproche a tu persona. Tampoco es una "defensa a ultranza" de Polizone. YO habría cambiado MUCHAS cosas, pero parte de la experiencia consiste en que no estaba allí yo solo: aceptar la visión del "projimo" me parece un ejercicio enriquecedor (para el vive el proceso, no para el público, pero ya te he mencionado a Dionisos...).

    En fin, que si quieres un día quedamos (en Madird) y charlamos tranquilamente con una cerveza.

    Un saludo!

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