[Con motivo del cumple de Elena Castro, quien a la sazón cumple esta
semana XXI años, y a quien yo hice en 2003, a modo de regalo por su décimo
aniversario, un calvo con la palabra ‘gilipollas’ escrita en el culo; este es
el humor de los Castro, irrespetuoso y escatológico, así que permite —hermana mía—
que confiese una cosa que llevo tiempo guardando y cobijando en mi pecho, una
gracia que ahora revelo ante el pueblo, y acepta como humilde presente este
guante teórico que (en calidad de filósofo y pariente) quisiera lanzarte y te
lanzo.]
Durante buena parte de su
infancia, hasta que tuvo edad de razón, las
lecturas de mi hermana estuvieron apresadas por una camisa de fuerza sexista que iba desde lo más refinado, los libros del amor cortés y el eterno
femenino goetheano que mi padre le regalaba siguiendo criterios medio
freudianos/ medio ilustrados, hasta el límite inefable de Los
diarios de Georgia Nicolson, una Bildungsroman
adolescente donde la vida consiste en aguardar (durante siete entregas
sucesivas) una consumación erótico-marital que nunca llega a tener lugar; la
autora utiliza expresiones metafísicas como nunga-nungas
para hablar de ciertas partes del cuerpo —adivinen cuales— supliendo con palabras inventadas la
falta de tensión y las carencias sintácticas del argumento. ¿Alguna oración
subordinada en la sala? Normal que después de aquello Elena Castro saliera filósofa, feminista y foucaultiana. Era lo mínimo.
El asunto es que entre aquellos folletines oficiales del
patriarcado había un volumen cuyo título me causaba genuina perplejidad: Bailando en mis bragas invisibles. La
hostia, pensaba entonces en el pináculo (todavía latente) de mi garrulismo: Bragas Invisibles, yo quiero novias que lleven unas así. El concepto de ropa interior imposible de capturar por los sentidos se
me antojaba a los catorce años como una hipérbole preciosa, un eufemismo de la
ausencia total y completa del atuendo, como cuando se dice que Dios es un
jardinero recóndito, cuidando su parcela desde lo oscuro, más allá de nuestra
limitada capacidad de percepción; la gente busca modos raros para negar Su ser.
Qué jardín dices, hermana, esto es
una selva.
Hay que excusar que la sinopsis del libro daba pábulo a mis
intuiciones sobre gónadas bien aireadas y relaja la raja, sweet darling: «¿es posible
estar locamente enamorada del dios y, al mismo tiempo, desear morrearse con
Dave el Risas? ¿No estará siendo víctima de un fenómeno conocido como
cachondismo cósmico?», subrayaba la contratapa sosteniendo teóricamente mi
nihilismo agnóstico hacia la lencería incorpórea. Pero estaba equivocado: las bragas invisibles no designan la obscenidad
sino el nuevo traje de la emperatriz,
no refieren tanto a la impudicia como a la mala
fe, según la define Sastre, solo que aplicada a teenagers inquietas y afectadas por encajar con el estereotipo
hetero proyectado sobre ellas. Esto es: ¿cómo ser cándidas vírgenes
y desafiantes meretrices al mismo tiempo?; lo que habitualmente se resuelve con el tertium quid de mantener los alimentos
en la despensa calientes pero secos. O como reza la traducción argentina de El ser y la nada:
«He aquí, por ejemplo, una mujer que ha acudido a una primera cita. Sabe
muy bien las intenciones que el hombre que le habla abriga respecto de ella.
Sabe también que, tarde o temprano, deberá tomar una decisión. Pero no quiere
sentir la urgencia de ello: se atiene solo a lo que ofrece de respetuoso y de
discreto la actitud de su pareja. [...] El hombre que le habla parece sincero y
respetuoso como la mesa es redonda o cuadrada, como el tapizado de la pared es gris o azul. [...] Pues ella sabe
lo que desea: es profundamente sensible al deseo que inspira, pero el deseo
liso y llano la humillaría y le causaría horror. Empero, no hallaría encanto
alguno en un respeto que fuera respeto únicamente. Para satisfacerla, es
menester un sentimiento que se dirija por entero a su persona, es decir, a su
libertad plenaria, y que sea un reconocimiento de su libertad. Pero es preciso,
a la vez, que ese sentimiento sea íntegramente deseo, es decir, que se dirija a
su cuerpo en tanto que objeto. [...] Pero he aquí que él le coge de la mano.»
Y hasta aquí puedo leer.
Dedícale unos minutos.
De tu hermano mayor,
que seas feliz siempre
pero esta semana más,
que seas feliz siempre
pero esta semana más,
tu hermano mayor
Ernesto.
Ernesto.