Manuel Vázquez Montalbán pensaba
que, lejos del estereotipo veladamente patriarcal de la pazguata que canta los
lances de su doncel y constata su alienada sumisión elogiando las virtudes del
sistema que la oprime, patriarcal en tanto que minimiza la capacidad de
maniobra de las mujeres en condiciones desfavorables, la copla y el cuplé tuvieron
durante el franquismo un carácter, si no netamente subversivo porque el
contexto reforzaba las lecturas en clave de régimen y las letras pasaban el
escrutinio timorato de la censura, sí evasor respecto del como-dios-manda que el imaginario nacional-católico proyectaba
sobre ellas, adjetivándolas. Evasor para las cantantes, que tenían pasaporte
—amén de una vida disoluta— en una época y un país donde hasta para viajar tenias
que pedirle permiso a tu pater familias
de guardia. Y evasor para las amas de casa, que hallaron en la esperanza de
sacrificio romántico que anidaba en sus canciones, como si fuera la tinaja de
Pandora, doblemente funcional y peligrosa porque incita a la realización
individual a través del camino de la servidumbre y a la vez promete una edad
lumpen-dorada de gitanos y toreros a una sociedad hasta arriba de cobardicas a
los que el dictador se les termina muriendo —de puro hastío y viejo— en la cama
de un hospital, una imagen de quienes somos que dependiendo del punto de vista
que adoptes resultará complaciente o desalentadora, pero nunca trivial.
La principal analista del cante
en España desde la teoría cuir, Silvia Martínez García, contaba hace poco cómo
se interesó por Isabel Pantoja, Rocío Jurado y Concha Piquer cuando vio que el
anti-karaoke de sus temas era una pieza clave en las fiestas de sus amigas
lesbianas a altas horas de la noche en Barcelona. Algo deben tener estas
letras, además del juego de planos que podemos establecer entre el sentido
común machista y su revisión cínica posterior, que marca distancias con el
original exagerando lo esencial y siendo más papista que el papa, toda vez que
los dogmas hayan perdido su carácter evidente y de la intuición primitiva solo
quede su enunciación exagerada, para que una apología de la violencia de génerocomo Es mi hombre de Sara Montiel
haya sido versionada por los Gore Gore Gays, cuyo videoclip de trasfondo
sadomasoca indica hasta que punto se toman en serio lo de «si me pega me da igual / es natural». Sobre Gibraltar de Antonio Molina, el tema quetengo que comentar y cuyo comentario estoy demorando sine die, solo puedo apuntar una posibilidad, un toque de ciencia
ficción en la línea de lo dicho antes. ¿Imaginan que el Government of the Peñón, en un arrebato de diplomacia posmoderna,
elevara nuestra canción a la condición de himno, miles de leales súbditos de her Majesty cantando muy fuerte aquello de «aunque alguno no lo quiera / Gibraltar / todo el mundo lo proclama /
que tú eres Andalucía / que tú eres parte de España», esa discordancia
sutil entre lo querido y lo abiertamente proclamado como fundamento en última
instancia del colonialismo mediterráneo? Yo sí.
[Publicado originalmente en Homo Velamine. Mayo de 2014.]
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