19 de noviembre de 2014

Ser una joven promesa toda la vida.

Juan Francisco Casas concedió este verano una entrevista a una periodista ignorante que le preguntó por el trasfondo filosófico de unas tías buenas retratadas a bolígrafo. La respuesta evidente, el hedonismo doméstico, debería intuirla quien haya oído hablar del origen mítico del dibujo griego, según mi padre: la silueta de un amante que marcha a la guerra. La periodista llamó “joven promesa de toda la vida” a un artista con una trayectoria expositiva de quince añitos a sus espaldas. Casas ganó el premio nacional de su carrera en 1999, la periodista se sorprendió de la prudencia de sus palabras y esto no es noticia. En 1870, Nietzsche escribió que los buenos artistas suelen ser tartamudos y analfabetos como Thorvaldsen, porque la creación tiene lugar en mitad de la noche: “una hora poderosa, plétora de fantasía”; sobre los periodistas no dijo nada. Solo los mejores, esto es, los más listos saben que la noción de promesa es la forma que tienen los viejos verdes de tutelar a los jóvenes, como hacía Sócrates con Alcibíades, ignorando la juventud presente y celebrando la jubilación futura, pues un artista bueno es un artista muerto y hay que matarlo todavía en vida, o como traduce Alfonso Ortega la Pítica II, 73:

“¡Hazte el que eres!, como aprendido tienes.”

¿Cuándo termina la juventud? Según Helvetius, a los 35 años. Si a esa edad un filósofo no ha desarrollado un pensamiento original, no lo hará nunca. ¿Y qué pasa con Kant? Von Neumann puso el listón de los matemáticos a los 25 años y luego fue levantando la mano conforme se hizo viejo y la Gran Depresión arruinó a la juventud austriaca. Pero es cierto que grandes hallazgos matemáticos fueron realizados prácticamente por post-adolescentes: Newton y Leibniz se disputaron la creación del cálculo infinitesimal cuando tenían veintipocos; Abel y Galois solucionaron problemas milenarios en el instituto y no vivieron para contarlo; por eso la medalla Fields no se concede a menores de 40 años, porque se entiende que por encima de esa edad hay poco que calcular salvo cuánto queda para la muerte. De músicos precoces mejor ni hablamos. ¿Y de poetas? Tanta precocidad acumulada en los campos más formales de la creación humana nos lleva a suponer que hay algo vinculado con la facilidad de aprender y desarrollar un lenguaje abstracto mientras todavía tenemos el cerebro en periodo de formación o de maduración, si es que esto tiene algún sentido neuronal, sumado a la audacia y a la fortuna que —según Maquiavelo— suelen acompañar a los principiantes.
Ya se sabe: Concentración + Agresividad = Ajedrez. Véase a Hans Magnus Carlsen, nacido y criado un país sin tradición ajedrecística, Dinamarca; miembro por tanto de una generación que lo ha aprendido prácticamente todo de los ordenadores, ordenadores que todavía carecen de la capacidad de computación necesaria para elaborar una partida tan perfecta como aburrida, donde la ventaja de jugar con blancas sea siempre decisiva; ordenadores que por el contrario han reforzado la precocidad de este deporte, permitiendo que los chavales aprendan en una tarde lo que antes eran varios meses de estudio. Decídselo a Bobby Fischer, que tuvo que aprender ruso para leer los manuales de jugadas de su época. Los requisitos de agresividad y concentración, sin embargo, siguen siendo los mismos. Por eso los experimentos que describe Leontxo García en Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas son tan raros:

“El ajedrez-boxeo es un deporte nuevo que está teniendo éxito sobre todo el Londres y varias ciudades alemanas. Cada combate consta de once asaltos alternos; seis de ajedrez, que duran cuatro minutos cada uno, y cinco de boxeo, de tres minutos. Los de ajedrez se disputan con unos cascos por donde los jugadores oyen música a todo volumen para evitar que los espectadores puedan darles consejos sobre cual es el mejor movimiento. Y hay países, como Estados Unidos o Islandia, donde es obligatorio que los asaltos de boxeo se disputen también con cascos protectores, para reducir el riesgo de daños cerebrales. [...] Andrea Kuszweski sostiene que el ajedrez y el boxeo activan partes muy distintas del cerebro; por un lado se producen enormes descargas de adrenalina, sobre todo al boxear, y por el otro, se utiliza mucho la capacidad cognitiva, sobre todo en el ajedrez. Y como el equilibrio necesario para destacar en ese deporte implica controlar las emociones, Kuszweski concluye que el ajedrez-boxeo u otras actividades similares serían muy adecuados para prevenir conductas agresivas, como la del joven que causó la matanza de Arizona.”

Esa conclusión con moraleja es una locura. Primero fue la sublimación vía escenificación del machismo y la violencia pandillera en las peleas de gallos entre raperos, y ahora es el ajedrez lo que traerá la eudaimonía de vuelta a nuestras calles. ¿Alguien se acuerda de los 26 millones de parados europeos? Muy pronto veremos a los tertulianos como Marhuenda confundiendo causalidad y atenuantes: “Empiezas jugando con negras la Defensa Indobenoni y terminas atracando un banco”. Razones para lo segundo no faltan. Que vigilen por tanto a Irene Nicolás, la subcampeona mundial de ajedrez de 17 años, ahora que ha dejado el deporte porque le aburre, le aburre, ahora que ha perdido su epíteto de promesa para engrosar la lista de los has been, junto a María Isabel, el niño gordo de Aquí no hay quien viva, y en una escala inferior de nivel, hasta un servidor de Ustedes, que publicó un libro y se volvió a saber de él, no vaya Irene Nicolás a extraviarse con un comienzo tan prometedor como el suyo y terminar de becaria o en el paro. Como todos nosotros tarde o temprano.

[Publicado originalmente en Input. 19 de noviembre de 2014.]

10 de noviembre de 2014

La ciencia como lucha de clases.


La última semana de octubre la revista Nature publicó una lista de los 100 artículos científicos más citados de todos los tiempos. La lista, hecha a partir de la base de datos de Thompson Reuters, sorprende en primer lugar por el número de artículos indexados: 58 millones. Según una analogía muy plástica, si se imprimieran y se amontonaran las portadas de cada uno de los artículos indexados, la pila resultante tendría la altura del Kilimanjaro. Poca cosa si tenemos en cuenta que el montón quiere abarcar toda la investigación científica realizada por la especie humana desde el comienzo de los tiempos, o mejor dicho, desde que se descubrió el llamado paper, esa constante ontológica universal. En realidad solo abarca hasta 1900, primer año del que Thompson Reuters tiene noticia de la emisión de papers, y desde entonces hasta 2002, según una estimación de la revista Population Today, han vivido sobre la Tierra unos 9.8015 millones de personas, con lo que tocamos a 0’06 artículos per capita, lo que demuestra hasta qué punto la investigación científica tiene tanta popularidad mundial y secular como la pelota vasca fuera del País Vasco.
      La segunda sorpresa es la desigual distribución de las citas. En la investigación científica, igual que en el capitalismo de amiguetes políticamente promiscuos, todos somos iguales, pero unos más que otros. La mayoría de los artículos, 25 millones, carecen de toda cita. Son el proletariado del saber. 18 millones tienen entre 1 y 9 citas. Se creen clase media pero apenas llegan a fin de mes. La verdadera clase media son los 13 millones que tienen entre 10 y 99. Y entre los ricos, el millón que tiene entre 100 y 999 parece pobre al lado de los 14.000 privilegiados (el 0’0002%) que tienen entre 1.000 y 9.999, dejando a un ladolos 148 on top of the world con más de 10.000 referencias. Como Nature no revela sus microdatos, tenemos que hacer una estimación sobre la distribución de la “riqueza” dentro de cada “clase social del saber” si queremos sacar una cifra que pueda grabarse en una pancarta o enunciarse en una campaña electoral. Como va de suyo que queremos hacerlo, ahí lo llevas: basta suponer una distribución homogénea dentro de cada grupo para determinar que hay una casta del saber formada por el 24% más rico que concentra el 93% de la riqueza. ¿Y qué pasa con el 76% restante? ¡Cita básica universal ya! Etcétera.
      Ahora en serio, la distribución es muy poco meritocrática si atendemos a los criterios de relevancia científica tradicionales, esto es, heredados del positivismo lógico. Las teorías sintéticas, coherentes y predictivas brillan por su ausencia en los puestos más altos de un Top 100 dominado por campos como la Density Functional Theory (DFT) o la bioinformática, que básicamente facilitan el manejo de datos a los físicos y biólogos. En palabras de Peter Moore, profesor emérito de química por la universidad de Yale, “si lo que quieres son citas, si inventas un método que facilite o posibilite que la gente haga los experimentos que desea, llegarás mucho más lejos que, digamos, si descubres el secreto del universo”. La escala que hay entre un paper de clase media alta (80 citas) y el artículo de Watson y Crick sobre la estructura del ADN (5.207 citas) es la misma que hay entre este texto fundacional y el número uno de la tabla, Protein measurement with the folin phenol reagent (305.148 citas), donde Lowry y cia describen un método de 1951 para cuantificar las proteínas que, según los expertos, está ahora mismo desfasado. Igual que el método expuesto por Bradford y cia en el artículo de 1977 que tiene la medalla de bronce de este raro podio: 155.530 citas a un texto caduco.
      Ya que la ciencia avanza descartando como imperfecto el conocimiento del presente, es una buena noticia que los artículos más citados de la historia reciente de la investigación científica estén anticuados porque eso quiere decir que el citacionismo, la tentación de hacer de la bibliografía una celebración estratégica de las autoridades, no ha cegado la búsqueda en última instancia de la verdad en ciertos campos. El saber científico, igual que la Biblia, no necesita de pasajes entre comillas, de notas a pie de página o de nombres con apellidos, basta con aprender a resolver problemas concretos para ser capaz de reproducir personalmente los descubrimientos que han realizado otros. El volumen de publicaciones científicas, imposible de asimilar por cualquier humano, y la falta de correspondencia que hay entre los artículos más referidos y los más interesantes (Lowry reconoció públicamente que su best quoted de 1951 era en verdad una birria de artículo) demuestra las limitaciones estructurales de ciertos índices de impacto, así como las ventajas del peer review sobre un sistema de publicaciones científicas sin barreras de entrada y solo juicios de calidad a posteriori.
            En términos kuhnianos, estamos ante el triunfo de la ciencia normal sobre la revolucionaria, de los burócratas del conocimiento sobre los genios creativos, del programa de investigación sobre la hipótesis arriesgada. Pero tampoco exageremos: ni los burócratas son tan inútiles —lo demuestra la biografía de Feynman, una de las personas más capaces que ha tenido el siglo XX, habiendo destacado en campos como la percusión brasileña o la etología de las hormigas, cuya principal contribución a la física de partículas son unos diagramas de aspecto infantil, casi unos garabatos, que permiten visualizar y simplificar increíblemente las operaciones— ni los genios son tan necesarios —véase el atascamiento en que se encuentran las disciplinas sin disciplina de las humanidades, indisciplina recientemente contrastada en un análisis del impacto de las revistas de prestigio sobre su propio campo, donde se evidencia hasta qué punto Internet no ha cambiado los patrones de cita (y por tanto de lectura) de los llamados investigadores de humanidades desde 1995, a diferencia de lo que ha pasado en matemáticas o en economía, con la apertura de espacios como arXiv.org, ni entonces ni ahora los humanistas consultan sus propias publicaciones académicas. Cada genio en su casa y la ciencia en la de todos.
[Publicado originalmente en eldiario.es. 8 de noviembre de 2014.]

5 de noviembre de 2014

Invitados #9: Bruno Galindo, Sopas para Tesla.

España Sin (Un) Franco es un congreso territorial. El título, salta a la vista, encierra dos períodos: franquismo y crisis. El fin de la dictadura más longeva de Occidente y el subsiguiente arranque de la Transición marcan el año cero. De ahí que la edad de los participantes sea clave: los 16 conferenciantes —14 hombres y sólo dos mujeres— son tan jóvenes como la joven España. Vienen historiadores, politólogos, expertos en derecho constitucional, filósofos y —según nomenclatura de Ernesto Castro, coorganizador junto a Javier Fuentes Feo y Antonio Hidalgo Pérez, gestores del Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo, el Cendeac de Murcia— trolls ilustrados. “Estamos haciendo este congreso para que los prejuicios se reafirmen —y entonces vayamos al duelo de pistolas— o se disuelvan”, bromea el primero de ellos. El programa se divide en cinco partes: Europa, Constitución, Estado, Comunidades Autónomas y Ciudad. Hay tres días para abarcarlo todo.

Día 1. Europa: choque de trenes
La gran esperanza liberal aboga por el desmantelamiento del Estado del bienestar. El otro ponente de la tarde escora al lado contrario. Se visibilizan dos polos antropológicamente antagónicos. Se prefigura un ellos y un nosotros. Pero ambos ponentes ponen un enemigo en común: la casta. Todo termina en una cordial cena.

Juan Ramón Rallo1984, doctor en Economía por la Juan Carlos I de Madrid y licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia, plantea el modelo social europeo como tara. El también director del Instituto Juan de Mariana pone como ejemplo Estados Unidos, tanto por sus políticas expansivas (a tope con el fracking) como porque allí el gasto público apenas roza el 33% del PIB (frente al 50% de Europa). Dice el autor de Una revolución liberal para España (Deusto, 2014) que Australia, Suiza o Singapur —donde no hay salario mínimo ni convenio colectivo, donde los más pobres, dice, ganan 3.000 euros— son aun mejores ejemplos de baja presión fiscal. En España, en cambio, el ciudadano sólo puede gestionar la mitad de su renta per cápita. Porque aquí casi 10.000 de los 15.500 euros de salario corriente se nos van en impuestos directos, indirectos o en Seguridad Social. El orador pronuncia con visible desagrado las expresiones obra pública y política social; detesta la palabra Estado. ¿Por qué Europa es un Estado tan gigantesco? ¡Excusa o pretexto para subir los impuestos a las clases medias! Los de Podemos (y otros) dicen: tenemos que parecernos más a Europa; que tributen más los ricos. Pero ojo: no puedes recaudar todo lo necesario para alcanzar un 50% del PIB sólo a través de las rentas altas. Habría que duplicar los impuestos al consumo. Subir aún más los impuestos a las clases medias y bajas. ¿Os gustan las socialdemocracias nórdicas? Pues así lo hacen ellas.
Las opciones son dos: o vamos hacia el opresivo régimen fiscal o progresivamente desmontamos el estado del bienestar, que, como dice Piketty en El capital del siglo XXI, sólo es bienestar del Estado. ¿Te gusta que Ana Mato gestione tu sanidad? ¿Que Wert gestione tu cultura? Porque al final el Estado del bienestar es eso: el burócrata que manda. El demandante vendido al oferente. Yo quiero pagar la sanidad que yo quiera, pero es que además tengo que pagar la pública. ¿La educación? También dos veces. Las pensiones públicas —un esquema piramidal y fraudulento—, lo mismo. Sé lo que estáis pensando: hay desprotegidos, pobres, minusválidos. Eso, con un 4% del PIB, se cubre de sobra. ¡Distribución estatal de la renta sólo para esos casos! El Estado está al servicio de las burocracias y de quienes lo han creado. De la casta. Que no nos obliguen a estar en el corral a quienes no queremos estar en él. Acabemos con el Estado del bienestar y vayamos a una sociedad del bienestar.
Gracias.
Aplauso.
—Utópico —valora un espectador.
        —Inapelable —dice otro.
        —Manipulador —opina un tercero.
        —Típico austríaco —concluye otro.

Isidro López1974, sociólogo, viene a hablar de Historia y política. Para él Europa es la construcción del poder neoliberal, no un infierno socialista. El miembro del Observatorio Metropolitano arranca identificando los dos polos del neoliberalismo: el utópico (el mercado como intercambio puro, sin poder ni sociedad; ahí, dice, vive el anterior ponente) y el pragmático (que tiene claro que hay una lucha por intereses colectivos: es el mercado a la conquista de las estructuras estatales). Éste —dice el coautor de Fin de ciclo: financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (Traficantes de Sueños, 2010)— es el peor. A éste se dirigirá su ponencia. Quiere empezar revisando el nacimiento de la Unión Europea, y recordar que la UE actual es un producto de la crisis del capitalismo. Un dispositivo keynesiano-fordista en el que unos (funcionalistas) se propusieron la creación de espacios económicos, y otros (federalistas), la demarcación de objetivos políticos. Todo funcionó hasta la crisis de los ’70, que, más allá del aumento del precio del petróleo, planteó una crisis de gobernabilidad. Por un lado, el arreglo social empezó a darle problemas al modelo capitalista. Por otro, surgió una grave crisis de rentabilidad, marcada por el exceso de producción, la inflación, el desempleo… Asoman la Francia del ’68, la Inglaterra de Thatcher y los mineros, movimientos obreros salvajes en la España de la Transición. El caso es que la UE busca cesiones de soberanía en términos de Estado-nación para poder controlar sus turbulencias. Lo cual se va a visibilizar en una reestructuración: la primacía de las finanzas, la capacidad de negociación del trabajo, el ataque a las capacidades del Estado y una reorganización espacial según la cual distintos territorios del continente se van a dedicar a distintas funciones (en el centro, las fases de diseño; en el sur, los polos de construcción). En Maastricht-1992 cuajará el proyecto neoliberal que dejará como líderes al Reino Unido y Alemania. En España, la última esperanza de la clase media será la entrada en el euro.
Pero, ¿qué ha pasado en Europa —ese espacio sin política, esa mera configuración paraestatal— desde 2009? Pues que la esfera europea se ha politizado. Hay un vector de cambio: Europa nos manda. Y dos hitos. Uno es Grecia: primera batalla entre acreedores y deudores en el marco del default. Syriza. La forzosa redistribución. El planteamiento del impago. El otro hito es España. Nosotros somos la mayor contestación política a la que tiene que hacer frente la UE. Sobre todo el Banco Central Europeo. El rescate ha sido imposible porque no había dinero; lo que se hizo fue un rescate escalonado. La crisis de las cajas. Bankia. La total anulación del gobierno nacional ante la incapacidad de los políticos. La casta. La crisis que estamos viviendo ahora no es más que la crisis de los ’70 prolongada.
Gracias.
Aplauso.
        —Más humano —comenta un espectador.
        —También utópico —apunta otro.
        —Demócrata —interviene un tercero.
        —Paleomarxista —sentencia otro.
El debate promete. El centro social contra el instituto de empresa. Lo colaborativo contra lo elitista. Agua y aceite. Rallo insiste: “Un ingeniero del MIT es más pobre que una anciana que recibe una pensión”. “¿Cuánto tiempo mantendría su valor financiero Apple si se lo dieran a un burócrata?” López apunta: “El precio de la vivienda se comporta como un activo financiero”. “Estamos unidos.” Las posiciones se confrontan en diálogos como éste:
—Talento es alguien en un garaje creando Facebook.
—Pero Facebook es un largo proceso de trabajo social y cooperativo; una sola persona le da un certificado monopolístico, pero ha sido generado por vínculos sociales.
—Cualquiera podía haber creado Facebook, pero fue Zuckerberg. Las cosas no se crean solas, por choque exógeno. Si el mundo fuera como proponéis nos quedaríamos sin Facebook, sin Google, sin iPads o sin medicina personalizada.
—Me temo que lo que vosotros proponéis no tiene legitimidad democrática. Y eso va a llevar a un conflicto.
Alguien entre el público menciona al inventor Nikola Tesla, pionero de la ingeniería y genial promotor de la electricidad comercial. Aquél fue un genio per se, dice. En ningún caso se puede decir que fuera un producto social.
—Yo no conozco el caso de Tesla —argumenta López—, pero estoy seguro de que su mujer le llevaba la sopita para que él hiciera los cálculos.
        —La sopita tiene valor si se la llevan a Tesla —replica Rallo.
—Sin esa mujer no hubiera habido descubrimiento de ningún tipo. Forma parte de ese proceso social.
—Pero si me la llevan a mí no voy a ser Tesla. El valor de llevar sopitas depende del valor que genera Tesla. Si tú llevas sopas aleatoriamente no tendrás Teslas. Llevar sopas no genera Teslas.
Acaba la primera jornada en una cena de confraternización. Todos los ponentes, y también algún miembro del público que se ha unido por su cuenta, se relajan en un restaurante del centro. Zapping de conversaciones: “el pulpo es más inteligente que el cerdo”, “¿sabías que trigo se dice igual en Armenia y en Euskadi?”, “si Franco resucitara la gente le votaría”. Unos hablan. Otros escuchan. En esas mesas largas siempre hay gente con la que no hablas y de la que nunca sabrás.
[Sigue leyendo en El EstadoMental.]

[Bruno Galindo es escritor y periodista. Sus últimos libros son Diarios de Corea (Debate, 2007), Omega (Finalista Premio UFI 2011) y El público (Lengua de Trapo, 2012). Es redactor del Estado Mental y coordinador de su radio.]