La New Left Review está en racha. La revista que
marca la agenda del izquierdismo académico parece haber entrado durante las
últimas décadas en una estanflación intelectual, en tanto que los salarios
teóricos nominales de sus líderes espirituales no paran de crecer, los que
todavía mantienen cátedras y cuarteles de profeta (Nancy Fraser, Robert
Brenner, Frederic Jameson) están cada vez mejor pagados de si mismos y solo
interceden como deus ex machina para
arbitrar peleas entre discípulas o para enterrar como viejunos a algún camarada
muerto, mientras el crecimiento de explicaciones estructurales, esa aplicación
de hipótesis generales sobre la coyuntura global —tanto en cultura como en
política— que caracterizó a la solidaridad internacional de biblioteca de los
70s y los 80s (en palabras de Perry Anderson: “x”), atraviesa últimamente sus
horas más bajas por culpa de la creciente separación entre historiografía
sociológica y filosofía circense sin red. La lucha de estos dos cuerpos de la NLR —E.P. Thompson vs. Louis Althusser—
quizá tenga su versión más insulsa en el duelo de sordos que protagonizaron el
verano pasado Chomsky y Zizek, demostrando nuevamente que los guiris también
debaten de oídas y se apuñalan en la oscuridad hegeliana donde todas las vacas
son negras y todos tus críticos, cómplices solapados del terror rojo.
A
falta de un relevo generacional, dada la natural dispersión de una revista con
vocación de análisis de campo emic,
espigando una pizca de Il Manifesto por
aquí y otro poco del Observatorio Metropolitano de Madrid por allá, lo que
termina en realidad confirmando nuestras peores expectativas, que todo dios lee
lo mismo y nadie puede articular palabra propia más allá del star system de los Ernesto Laclau, los
Mike Davis y tutti quanti, ante este
panorama cargado de epígonos y machacas, los tercermundistas sentimentales y
las ratas de biblioteca como yo saludamos con efusividad el número monográfico
sobre política exterior yanqui a cargo de Anderson, y no solo porque allí vimos
el acorde final de un old rocker del
comentario bibliográfico y la historia de segunda mano, sino porque cruzamos
los dedos esperando que cundiera el ejemplo entre las masas. Tres números de la
NLR más tarde, nuestros sueños siguen
sin hacerse realidad.
El
último número de la NLR es la
encarnación quintaesencial del tancredismo como estrategia editorial, que
consiste en quedarse inmóvil para estar a todas y pasar de todo al mismo
tiempo, reforzando la sensación de esquizofrenia mientras vamos saltando de una
entrevista de treinta páginas sobre el Corán —políticamente interesantísima— a
un simposio sobre Nietzsche, la primera incursión filosófica que han realizado
más allá del siglo XX, pues hasta ahora la grand
theory había tenido —salvando la fascinación caducifolia por todo lo
parisino— una función puramente ancilar respecto del análisis concreto de
nuestro tiempo. Los textos merecen la pena, así que queremos recomendar su
discusión, no porque queramos promover su recepción —dejamos el fomento de la
lectura a piquitos más duchos, los hermanos Gabilondo por ejemplo, maestros en
predicar en el desierto y no aplicarse el cuento— sino porque así nos quedamos
más tranquilos habiendo descargado, como si fuera un fardo, nuestra opinión.
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