Subíamos en ascensor hacia
JustMAD y alguien observó en un prospecto el término curado. "Y dale
con la palabrita de moda. Se repite más que el jamón con melón en los 90."
El día previo un servidor de ustedes había escuchado a Blas Matamoro recomendar
en la tertulia de Revista de Occidente que sería mejor abandonar la
expresión, pues en latín curator significa el legítimo representante de
un incapaz o de un inválido, y como nosotros hablamos malamente el neolatín,
balbuciendo la lengua de Cicerón damos a entender que las "muestras
curadas" exhiben al público obra de tullidos, tarados y dementes. Esta
etimología argentina ben trovata nos pone sobre la pista de lo que son
en realidad las ferias paralelas a ARCO; la selección de galerías es más
reducida y un trabajo mínimo de curación se presupone de antemano, los locos
hablan a través de terceros.
¿Cuál sería la tara de JustMAD?
El estilo hipster; la feria tiene una terraza con césped artificial y set de
DJ, me recuerda a la hierba de postín y el ambiente que nunca falta en las
salas VIP de los festivales para modernos: una mezcla entre pretensión y
negocios de pacotilla. Situada en un edificio antiguo renovado en plena calle
Hortaleza, JustMAD es la más moderna de las tres ferias, con vistas a las
bicicletas estáticas de un gimnasio, un jardín a caballo entre la Bauhaus y
piedrecitas en el zócalo rollo zen, uno duda si viene a comprar verduras
ecológicas o si estás por amor al arte.
Yo lo estuve; mis expectativas
están satisfechas: aquellas piezas que en ARCO parecían mera ocurrencia,
detalle que termina siendo engullido por el cansancio y las dimensiones del
lugar, aquí halla su lugar como monería, uno puede apreciar aquello que carece
de pretensión, los artefactos artísticos que terminan incorporando la primera
sugerencia de Calvino para el milenio: que os sea leve. La levedad domina sobre
varios espacios mínimos contiguos que llamaron mi atención en un estrecho
pasillo del recinto: (i) etHALL y Martín Vitaliti, cuyo trabajo sobre el marco
del cómic tiene ecos pop y op art, sumando sutileza a las movidas de Derrida en
La verité en peinture; (ii) Javier Silva y Amélie Bouvier, cuyas
siluetas en folios de Excell por encima de material de relleno son muy cucas y
no hay teoría que borre esta impresión; (iii) Blanca Soto y José Luis Serzo,
cuyos cuadros oníricos seguramente se encuentran entre la mejor pintura
neobarroca del momento, que es como ser el mejor poeta de tu calle, solo que
esta vez es cierto y Antonio García Berrio puede reconocerlo.
Un escalón por encima estarían
Fernando Pradilla & El Museo, cuyo stand descuella incluso sobre el
trasfondo de lo visto en ARCO; tal es la rotundidad del planteamiento
expositivo que manejan que sin duda merecen un pin en el pecho. Traen entre
otras cosas obra de Santiago Morilla, un personaje singular y ciertamente
polifacético; sus dibujos de gente oculta entre las lanas de las ovejas
formando el término FIN (véase la imagen que acompaña este texto) yo los leo en
sede homérica: Ulises y Polifemo; ya saben. Y qué decir de la figuración
translúcida en color blanco sobre fondo negro de Moises Maliques que tienen en
la pared opuesta a las extensiones de peluquería avanzada que realiza Ignacio
Bautista sobre el césped de los campos de fútbol hasta dejarlos con melenas de
Rapunzel, salvo decir de ambos que son buenas piezas y punto pelota. Lo dicho:
una panda de tarados.
[Publicado originalmente en A*Desk. 23 de febrero de 2014.]
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