No
las busquen en ArtMad; el salón de
los rechazados que parecía apuntar maneras hace años y figuraba en todas las
porras como eterno opositor a la corona feriante y mercantil se ha vuelto en
esta edición pasto de las excursiones de instituto que van a confirmar a los
chavales los prejuicios asentados sobre el arte actual, que según dicen murió
con Antoni Tàpies o se sobrevivió a si mismo y sigue zombi como Miquel Barceló.
¿Algún pintor fuera de la edad de jubilación, por favor? Haberlos haylos, pero
son tan malos que merecen sufrir el formato expositivo de moda en ArtMad, que consiste en acumular movidas
hasta la claraboya, no menos de cinco piezas por metro cuadrado, como si
aquello fuera una Wunderkammer y sus
clientes, nobles que compran obra al peso.
En algo aciertan los expositores, algunos
de los cuales tienen la cortesía de colaborar con Intermon Oxfam; en general todos los One Proyect, que simplifican trayendo un solo artista, o
bien aciertan con nuevas apuestas (no es mi rollo, pero hay que reconocer la
solvencia de Anna Taratiel y sus trabajo abstracto-espacial; entrar en el
espacio CiS Art es como hallar un oasis de seriedad galerística en mitad de
aquello), o bien arman una sala del terror para niños a mitad de camino entre L’Oceanogràfic y una disco cuando
encienden las luces (peores bichos he visto yo nell mezzo del cammin di nostra
vita, pero nunca peor escultura que la que tienen montada en Fontanar: Océano Plástico, una reflexión sobre los
desechos marinos donde Javier Ayarza aspira a Ben Clark del circuito
escultórico y se queda en Charles Bukowski, poeta de lo patético).
¿Alternativas? Buscadlas en el propio Arco. Allí tenéis pared con pared las
galerías Malborough, Leandro Navarro, Dan, Guillermo de Osma y Levi, que son
tan alternativas que llevan al espectador de vuelta al Museo Arqueológico solo
con pisar esos suelos bien acolchados y ver esa iluminación ultratenue. A
diferencia de años previos, esta vez nadie puso techo a su stand, ni siquiera los que llevan a Miró como joven promesa; craso
error porque en verdad todos buscamos cobijo en el amplio seno del modernismo.
Hablando de senos, ¿esperan que critique el Congress
Topless de Yann Leto? No caerá esa
breva; me decía Eugenio Merino, otro que tanto monta: «Lo raro sería que no haya sexo en Arco».
Vivimos más obsesionados que los victorianos con infringir el noveno
mandamiento mosaico («No codiciarás la
casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno») y sin embargo nuestros artistas hablan de
todo menos de quien-tú-sabes.
Ahora en serio, espacios que mantienen
ciertas formas: (a) Max Estrella,
que es como una domus romana, que
recibe en el pórtico de entrada con un Carlos León poderoso y geométrico (el ostium), tiene la salita de estar llena
de Marlon de Azambuja (el atrium) y
ofrece como refrigerio la frescura que destila la traducción de la escala de
grises en intensidad sonora cortesía de Almudena Lobera (el impluvium); (b) Ángeles Baños, que sabe combinar el detallismo y lo vendible,
las maquetas de casas en lugares como Michigan o Ohio hechas por Ignacio
Bautista y la geopoppolítica a
factura de Manuel Antonio Domínguez, entre otras cosas, coronadas por la Depression View de Daniel Martín Corona,
una cartografía psicológica de profundis;
(c) ADN, que cojea igual que yo del
pie izquierdo, y que no requiere ulteriores comentarios, porque aquí estoy
siendo parcial con lo que me gusta en términos ideológicos, salvo decir que
trayendo a Nuria Güell, Adriana Melis y Carlos Aires, entre otros, el galerista
muestra ser único en no avenirse a componendas
desideológicas metaferiales.
No se puede decir lo
mismo de otros, y aunque sea habitual callar de lo que no puede hablarse,
reconocer a los buenos y otorgar ante los malos, hay varias galerías que
merecen un tirón de orejas; yo llevo yendo a esta feria desde antes de tener
edad de razón y hay peña que antes molaba
(expositivamente hablando) pero que este año no tiene su ‘Progresa
Adecuadamente’: (α) Espacio Mínimo
sorprende con fotografías de gente en apuros y con monadas high tech, un video de un juego de manos que parece encarnar el
espíritu trilero (te la clavan by the face)
de lo contenido en ifema; (β) Nogueras Blanchard incurre en la
bobada, graffiti sobre lienzo con el título de Philosopher (quien juega con Platón, se quema) y un chasis rollo
fluxus con láser verde sobre pared; (γ)
Helga de Alvear pierde la noción del espacio propio, su stand toma unas
dimensiones que ni los establos de Augías, donde caben desde metales abollados
hasta obra gráfica con rótulos cínicos y un Thomas Ruff. #CristoMal
A nivel individual
descuella sobre el conjunto, varias cabezas por delante en la carrera, el
performance de Hector Zamora, documentado para Luciana Brito, donde unos peones
de la construcción se lanzan ladrillos formando circuitos de cadenas humanas
cerradas cerrados con formas geométricas de divertido atletismo y cuyo título, Material Incostancy - Istambul,
incorpora una reflexión sobre las últimas revueltas populares exitosas; pienso
de inmediato en Gamonal, claro está, donde el objetivo del sujeto colectivo
violento era el mismo que estaba siendo peleado en la plaza Taksim: parar las
obras de especulación inmobiliaria arrojando sobre los perros policías el
material de construcción de la infamia.
Y para que luego no
digan «Pero Ernesto, es que eres el
mamporrero de los izquierdistas en el mundo del arte», aquí tienen mi
granito de arenisca, mi contribución personal a esa otra burbuja especulativa,
la de la pintura y de la obra gráfica; hubo mucha y mala hasta decir basta en Arco, pero ahí va una listilla razonada
de cuadros vistos en la feria que (de tener dinero) colgaría en la Hacienda
Castro-Córdoba a juego con las cortinas: (i)
Iceberg de Santiago García, porque el
título de esta forma vale tanto para su forma como para su fondo, pues vemos
nada más que la puntita de un proceso de trabajo por estratos, que parece
inofensivo pero en verdad esconde un talento salvaje para la sorpresa y la
catástrofe (en Moises Pérez de Albéniz); (ii)
Jacques Lacan de Dora García, porque
en mi casa todos son felices lectores de Jacques Lacan salvo un servidor de
ustedes, pues tengo en nada la retórica del analista parisino, y sin embargo
aprecio en silencio a Dora García, una suerte de vade retro en mi familia, y todo sea porque los amigos estén cerca
pero aún más los demás (en Projestesed); (iii)
y 41 ways de Nacho Martín Silva,
porque plantea una inflexión sugestiva a partir de la Lección de anatomía, convirtiendo en una suerte de tribunal público
la refutación primigenia del empirismo —en el Rembrandt original, los
discípulos miran el libro que el cadáver tiene a sus pies, en el borde del
cuadro, paradigma de abstracción filosófica, en lugar de verificar los hechos
brutos que el maestro indica— y parcelando muchísimo la escena de modo que cada
una de las cuarenta y una vías (o formas) de acceso a la verdad tengan su
propio ambiente pictórico y, si se me permite esta cuña plebeya, su propio
filtro de Instagram (en Nuble).
¿Y las ventas? ¿Qué
tal han ido? ¿Cómo saber quién vende cuánto? Bastaría con dejar de mascullar «Estamos petándolo», como me han dicho
varios amigos que tengo de becarios a modo de espías y dobles agentes
(galerista: vigila tu espalda), y empezar a mostrarme una contabilidad
transparente (como algo opuesto a que sea doble,
por ejemplo) y que justifique reclamar reducciones sectoriales de impuestos
cuando todos sabemos cómo se compraba antes de la crisis, aquellos años
dorados, cuando había gente que tenía tachada la palabra ‘factura’ de su
diccionario y todo lo demás se lo llevaba la Fundación Coca-Cola. Y no digo más,
que ya habló Eduardo Arroyo:
«la verdadera protagonista de la feria es Madrid, que siempre encantará
a provincianos y extranjeros porque se pueden emborrachar a buen precio y
hacerse servir una paella —pongamos por caso— a las dos de la mañana. Oigo a
propósito del IVA al 21 por ciento que los coleccionistas foráneos prefieren
comprar obras en el extranjero, porque les cuesta menos que las ofrecidas por
las galerías españolas.»
Y solo cabe añadir que yo he visto buenas piezas de Mateo Maté en la
Maxweberfriedrich (alemana, natürlich)
y en NF (Reino de España); me gusta más La
Arqueología del saber que exponen en la segunda, periódicos esculpidos
formando montañas, pero quizá el lector prefiera analizar el mercado y la
especulación sobre bienes artísticos, pues Kunst
= Kapital, y entonces los paisajes que exponen en la primera, hechos con la
paleta de los uniformes militares de camuflaje, podría servirle como retrato
del coleccionista prototípico: larvatus
prodeo, que dijera Descartes.
[Publicado originalmente en SalonKritik. 24 de febrero de 2014.]
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