15 de febrero de 2014

A capella en los Goya (del arte).

Resulta difícil tomarse en serio los premios a la cultura española cuando su concesión se sostiene sobre un viejo principio mimético: yo también me tiro, si todos lo hacen, por un puente. A falta de una cultura oficial del Estado, bueno pinta el puenting mediático sin red de Holanda 0 - España 1, asumiendo que esto no es Francia o Reino Unido, que por muchas poesías que reciten nuestros políticos (¿recuerdan los piropos de José María Aznar a Rafael Alberti?) los poetas patrios jamás ostentarán medallitas de caballero templario o membresía vitalicia en la Cámara Alta del Parlamento. Ministerio de Educación, Cultura y Deportes se llama nuestro invento, el marco de la marca España para cuadrar la raqueta de Rafa Nadal y los gotelés de Miquel Barceló sobre un mismo escudo de armas, aceptando que eso que los cursis llaman Cultura de la Transición, montarte chamizos artísticos provinciales y la maldición de cuartos, no termina siendo rentable mientras la roja lo gane todo.

Bajo este marco están los Goya, una gala cuyo quid estriba en premiar cosas que nadie ha visto en cines, pero que todos damos por malas y caras. Dando por descontado también la naturaleza deplorable del evento, la necesidad de emascular a los advenedizos del mundillo audiovisual que aprovechan sus veintidós segundos para recalcar demandas sectoriales, hacer brindis en nombre de la progresía y poner las cejas bajo los focos, quizá debiéramos mirarnos en el espejo del cuarto de baño, nosotros partícipes de esa industria cultural llamada arte, y formularnos el lema de Media Markt con interrogante: ¿yo no soy tonto? O mejor dicho: ¿estás dispuesto a perderte el espectáculo pantagruélico del año? Esta es la pregunta lanzada por Miguel Cereceda, presidente del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC) y principal promotor de los Reconocimientos Arte Contemporáneo (RAC), unos premios que quizá debieran volverse a bautizar como Buñuel para subrayar el amor de este don Quijote hacia aquél, su Amadís de Gaula.

Algunos comparan esta atlética imitación con la parábola del patito feo, el complejo de inferioridad del hermano pequeño que finalmente consigue el cuarto del mayor cuando éste se va a la universidad, pero yo creo que viene más al pelo un pasaje del Rey Lear, ya saben: un loco guiando a un ciego hasta el borde de un abismo que no está ahí porque todo es ficción, una mentira entre un padre y un hijo. La polémica de los RAC llevaba desatada desde la selección de los candidatos, cuyos nombres puestos en ristra sonaban como esos chistes donde un francés, un alemán y un español entran en un bar. La lista llegaba a incluir, variando según la versión que tuvieras entre manos, a un premio Velázquez de 72 años (Antoni Muntadas) en la sección de artista revelación. Aquello que parecía broma devino en realidad efectiva cuando Joao Fernandes recogió el galardón para Cildo Meireles, el artista brasileño premiado (a sus 66 años) por una exposición retrospectiva en el MNCARS. Si esto se considera productor cultural emergente latinoamericano, ¿dónde estarán los sumergidos?

Si Eminem confirmó en la batalla de gallos final de 8 Millas (Curtis Hanson, 2002) que la mejor ofensiva dialéctica consiste en insultarte hasta dejar mudo al oponente, ser tu peor enemigo como condición de posibilidad de volverte invulnerable, Cereceda pronunció una proclama impecable, quemando las naves de su particular aventura platónica en Siracusa, serrando la rama de su cargo al grito de «No es tiempo para galas». Magritte siempre presente en nuestros corazones. El hombre que hace escasos minutos esbozaba una sonrisa mientras contaba a cámara la enésima milonga sobre la fiesta del arte, la persona que había vendido el aspecto lúdico del evento parecía entonces convertido en su aguafiestas número uno, el enemigo público del gintonic posterior. Nada de citar el Homo ludens de Huizinga y las cuatro paridas teóricas que todos sabemos de memoria, sino a reclamar impuestos menores sobre el consumo de cultura se puso Cereceda. Haciendo ejercicio de una retórica militante que ni Pablo Iglesias, les pisó el elemento de discrepancia a todos los que decían venir por obligación hacia su galerista o solo para probar el canapé, cuando en verdad se morían de ganas de figurar delante del photocall con el puño zurdo en ristre, esa contradicción preformativa que tantos vítores cosecha siempre.
 Se tocaron niveles esdrújulos de certeza, para que negarlo, cuando las artes fueron tachadas de «factor de cohesión entre pueblos, un genuino lenguaje universal»; intuyo que Cereceda apelaba entonces a un concepto ampliado de Bildung que abarca desde los Globetrotters y su foreign basketball policy en Corea del Norte hasta el pobre artista urbano que estuvo dos horas y media encima del escenario del MNCARS sumando capas de brocha gorda a su mural en blanco y negro, una alegoría poderosa sobre la infancia, el amor y el horror vacui hecha a base de rodillo. Toda batalla merece su Guernica y cuando el grafitero finalizó el suyo, Topacio Fresh todavía estaba allí, como el dinosaurio de Monterroso, a diferencia de un público primero aletargado, después revoltoso y finalmente ausente durante la pausa musical repartida entre un pianista y un aprendiz de Santana con muchas tablas que pisar por delante. El problema de los mejunjes de elevada graduación, avisaba el nada traidor Peio H. Riaño, son las resacas que a menudo anticipan.

Los Goya del arte tenían el debate servido. Algunos mencionaron de pasada la extraña división de los galardones entre género neutro y solo para mujeres, cuando una traducción de los premios que concede la industria fílmica, apegada ella a estructuras narrativas del tipo «chico conoce a chica», hubiera requerido dividir a los premiados por géneros, los que sean, con todos los quebraderos y múltiplos de diez que ello supone en una tribuna de la queer theory como es el MNCARS. Así nos hubiéramos ahorrado, decían algunos tuiteros, los agravios categóricos y comparativos que dimanan de amalgamar en una sola gala varios mecanismos distintos de votación y hasta tres instituciones que posaban en el mural, sumados los patrocinadores financieros. Si me pidieran resumir el resultado en un enunciado, diría que el verdadero retrato luminoso del mundo del arte tuvo lugar cuando el primer premiado de la noche, el coleccionista Jaime Sordo (también llamado Mister Cerdo por Pieter Vermeersch), detalló el futuro que todas las noches sueña para sus nietas: una gestionará el patrimonio familiar heredado, otra tendrá puesto de mando en alguna institución museística, la última hará trapis con cuadros que valen mucho. El problema de reconocer a los coleccionistas en el mundo del arte, que sería idéntico a reconocer a los recaudadores de impuestos o a los dueños de Filmin en los Goya, es que la gente que mueve pasta tiene unos sueños de casta, máxime si forma parte del 1% on top of the world, tremendamente monótonos.

Entre los patrocinadores del acontecimiento figuraba, junto a la habitual conjunción de seguros de todo tipo y marcas de coches, una corporación llamada Taxo, cuyos múltiples negocios recuerdan al idioma analítico de John Wilkins y anunciaban, en su abigarrada acumulación de menesteres, el encuentro entre discursos opuestos que tendría lugar sobre el escenario. Allí donde Taxo se dedica a Startups, Franquicias, Periciales, Patentes, Mobiliario, Licencias, Empresas, Farmacias, Maquinaria, Caligrafías, Inventarios, Embarcaciones, Aeronaves, Intangibles, Pruebas Genéticas y —last but not least— Arte, las personas que subieron a la palestra hablaron de la Constitución, Hannah Arendt, Jacques Rancière, Pablo Picasso y Gustave Flaubert, entre invocaciones a la transparencia, el feminismo de la igualdad y también el de la diferencia. Hasta fueron mentados los policías que abrían fuego sobre inmigrantes exhaustos, todo ello cruzado con los asertos sobre San Valentín y morirse del hambre como ejecución estética que Topacio Fresh y compañía, chivos expiatorios del mundillo artístico, entresacaron procelosamente de las tarjetas de cartón que el malévolo guionista había escrito, seguro que para reírse desde casa a pierna suelta. ¿Por qué llamamos ‘gente vieja’ a los viejos y sin embargo a los jóvenes nunca se les pone el ‘gente’ delante?, se preguntaba en un momento la presentadora; cruzo los dedos por que fuera improvisadamente.

5 comentarios:

  1. …Continuación…
    Y entre toda esa pestilencia, a la que se podría desenmascarar paso a paso, nombre a nombre, allí estaba, encogido de hombros y con cara de póquer, el gran Leónidas al que María Virginia Jaua quiere excusar, ese gran mentiroso que ha demostrado ser Manuel Borja-Villel: un izquierdista encerrado en un gran sarcófago rojo; pero no rojo por su ideología, claro está, tampoco por decisión de Jean Nouvel, sino por quien, ya saben, paga las facturas –a costa de los desahuciados, obviamente- (más de un millón y medio de euros en concreto) para que diga y escriba cosas como: “nos guste o no, la cultura de la subvención (¿de la subversión?) se ha acabado”. Un Borja-Villel (a quien nadie menciona) que pensó, probablemente, que aquello de la Gala a lo mejor tendría algo que ver con la patraña de Salvador Dalí, y que de ese modo quizá volvería a hacer una buena caja. Y cerca de él estaban, también mezclados en un totum revolutum, muchos de los innumerables nominados, casi tantos como profesionales del arte existen –qué locura-, y, claro, también los premiados o sus representantes, haciendo chistes jocosos con los que pretendían escurrir el bulto y distanciarse de la mierda en la que ya estaban enfangados: “Que premio tan pesado” (Joao Fernandes).

    Y entonces llegaron los verdaderos chistes a la salida, los comentarios maliciosos y las intervenciones en las redes sociales incidiendo en la culpabilidad única de alguien a quien poder hundir “para que todo siga igual”, para que, a base de escurrir el bulto hacia un único culpable, el lugar de cada cual en la gran pocilga que el arte elitista (o gran parte del mismo) representa, quede perfumado. Fue Nietzsche, dicen, quien escribió aquello de “El desierto crece”, algo que llevó a Nacho Criado a reflexionar sobre “La voz que clama en el desierto”. Hoy, más abyectos que nihilistas, podríamos escribir: “La mierda crece” y otro buen artista podría pensar: “La voz que se atraganta entre la mierda”.

    A modo de coda
    1. Algunos faltaron a la gala, como el ministro Wert. Obsesionado quizá con eso de que la gala era una copia de los Goya en miniatura pensó que también allí le abuchearían. Se ve que no le habían informado de que ya le había bajado el IVA al sector y que, por tanto, como máximo habría un gran silencio en el auditorio, o quizá, con un poquito de suerte, algún aplauso que otro.

    2. Del patrocinio del evento por parte de seguros médicos privados en un Madrid que ha luchado con coraje contra la privatización sanitaria mejor ni hablamos, ¿verdad?

    Señor Cereceda…

    …en cualquier caso no se sofoque usted demasiado. Como gran mediador evanescente nos ha permitido ver, asumir y constatar algunas cuestiones importantes. Su labor ha sido necesaria (aunque a muchos, lógicamente, les moleste). Y recuerde que junto a usted, aunque ahora quieran hacerse los locos, estaban Jenny, Bubba, el teniente Dann, y tantos más (algunos de esos que hoy blanden antorchas para que no se los reconozca como parte del sarao enfermo de nuestro sentido de la cultura). Y no olvide tampoco que, en su papel, basta con ponerse en pie frente a la tumba y decir aquello de “Ha sido un fiasco (te echo de menos)… Jenny”, para que la lágrima y el moquillo caigan entre la audiencia y todos queramos abrazarle de nuevo. Nadie, sólo el Vietcom, los panteras negras y gente “de semejante calaña”, odia de veras al inocente Forrest y a la maquinaria que lo creó. Ya ha puesto usted la semilla, ya ha depurado sobre su cuerpo toda la culpa, y ya están todos tranquilos. Hecho esto, ya sabe: ¡Nos vemos en los RAC 2015, ARCO mediante!

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  2. …Continuación…
    Slavoj Zizek escribió hace algún tiempo que Forrest Gump ejercía, a la perfección, ese papel del mediador evanescente al que me acabo de hacer referencia: “Recordemos –razonaba Zizek- el personaje de Gump, ese perfecto "mediador evanescente", el exacto opuesto del Maestro (el que registra simbólicamente un acontecimiento nombrándolo, inscribiéndolo en el Gran Otro): Gump es el espectador inocente que, sin hacer más que lo que hace, provoca cambios de proporciones históricas”. No hay duda de que Miguel Cereceda -Maestro universitario de Estética, según me cuentan- encarna a la perfección, en esta turbulenta historia, el mismo lugar que aquel triste muchacho de Greenbow, Alabama. Aunque algunos -a base de críticas, chistes jocosos, sonrisas maliciosas o diatribas torquemadianas- quieran ocultar esta evidencia echándole a él, literalmente, toda la basura encima, lo cierto es que Cereceda no es el verdadero responsable de semejante desaguisado. No importa tampoco que él quiera decirnos que sí lo es (en una suerte de purificación por auto-escarnio). Cereceda tan sólo es un pequeño instrumento, un pequeño utensilio, pretencioso si se quiere, pero un utensilio al fin y al cabo, de un engranaje que no es otro que el avance/astucia mismo/a de la Razón de “nuestro” arte contemporáneo.

    Con “su” gala, al igual que la gente del MACBA con la suya -como él ha recordado con gran acierto- Miguel Cereceda ha permitido sacar a la superficie lo que en realidad representa una parte importante de la élite del arte español contemporáneo (entre ellos, o a la cabeza, la élite económica de los ricos coleccionistas, claro está). Los elegidos. Las estrellas. El top del top. Los 400. Todos esos, todas esas y todxs esxs que ahora, de un modo u otro, quieren alejarse del lodazal de semejante fiasco. No es otro el gran logro que el presidente del IAC, el crítico de carácter político –incluso subversivo- que siempre nos quiso vender que era (ay de aquellos que fueron vapuleados en las páginas del ABC por ser “artistas complacientes”) ha conseguido. Cereceda ha logrado desenmascarar, desde dentro, el núcleo pútrido de gran parte del arte español actual. Porque había 400 elegidos que, digan lo que digan, se pongan como se pongan, asistieron (o apoyaron escribiendo que les encantaba la idea o su nominación), como buenos estrategas, para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. La historia de siempre: si la cosa va bien, aquí estoy, si va mal, me desmarco. Como dirían los viejos punkis: Puaj!!!

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  3. …Continuación…
    Pocos días después, el tiempo le dio la razón a los escépticos y la certeza a todas aquellas que estábamos completamente en desacuerdo con semejante sinsentido; algunas, por cierto, sumidas literalmente en un pasmo catatónico por la deriva de un arte español que está asimilando la crisis económica de un modo delirante. Si la tensión a lo largo de la gala resultó incómoda (los chistes malos no fueron lo único que nos exigió frotar nuestras nalgas contra el asiento) el consenso a la salida, en persona y a través de las redes sociales virtuales, resultó prácticamente unánime: aquello había resultado lastimoso (http://www.elconfidencial.com/cultura/2014-02-15/la-verguenza-ajena-toma-el-museo-reina-sofia_89639/). Las miradas de reojo confirmaban la evidencia. ¿A quién se le había ocurrido semejante gilipollez? ¿Cómo era posible organizar un evento tan casposo, tan pretencioso y, sobre todo, ¡malditxs!, tan poco gracioso? Si al menos nos hubiésemos echado unas risas, otro gallo cantaría ¿no es cierto? En el ambiente ya se cocía un sacrificio basado en chistes fáciles, críticas mordaces y gestos de una evidente crueldad. El culpable ya estaba sobre el cadalso; en realidad, toda la gala representó la marcha fúnebre de su ascenso hacia lo alto del mismo: Miguel Cereceda debía y tenía que ser desollado vivo, despellejado y expuesto como el gran culpable de una imagen, la del arte español, que quedaba mejor cuando resultaba invisible que ahora, una vez que, gracias a su labor, había adquirido cierta “notoriedad”. Ya lo decía Groucho Marx: “Es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y confirmarlo”.

    Una vez más, ahorrémonos las obviedades, la imagen del chivo expiatorio; alguien sobre quien amontonar toda la caca para que, puesta en marcha la ignición, todos los demás queden, quedemos, purificados. La vieja historia. La de siempre.

    Efectivamente, Miguel Cereceda se ha convertido en los últimos días –y aunque él mismo tratase, en un gesto, éste sí, inaceptable, de “echarle la culpa” a Topacio Fresh, a partir de una supuesta defensa trans (Miguel, no te excedas)- en uno de los personajes más solitarios del arte español de la última década. Ahora bien, resulta obligatorio reconocer que, a diferencia de lo que opina la inmensa mayoría (como María Virginia Jaua, por ejemplo), no lo ha sido tanto por haber organizado un evento que nunca debería haber tenido lugar (un cabeza de turco perfecto, como algunos meses antes lo fuera, en sus propias manos y en las de tantos otros, Manuel de Oliveira), sino por un motivo un pelín más complejo. Si Miguel Cereceda se ha convertido, en estos últimos días, como digo, en un personaje patético (y aquí dejo claro que utilizo patético también en el sentido de aquel que es capaz de generar empatía), es porque se ha expuesto públicamente como el verdadero “mediador evanescente” del arte contemporáneo español, es decir, como un personaje profundamente necesario para que determinadas condiciones históricas, en este caso pertenecientes al mundo artístico, hiciesen evidente su lugar, su posición y su Verdad.

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  4. El mediador evanescente o el fiasco de los RAC
    (respuesta a María Virginia Jaua y algunxs otrxs)

    Miriam Seco

    Miguel Cereceda se convirtió, la semana pasada, en uno de los personajes más solitarios –por no decir más patéticos- del arte español de la última década. De manera directa o indirecta, explícita o implícita, de frente o por la espalda ¡qué raro!, un gran consenso intergeneracional habló y cuchicheó sobre la penosa gala que el IAC (Instituto de arte contemporáneo), en compañía de MAV (Mujeres en las Artes Visuales) y la Asociación de coleccionistas 9915, organizó el pasado 14 de febrero en el Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Días antes del acontecimiento se pudieron escuchar y leer algunas voces críticas, algunas posiciones adversas y algunas oposiciones explícitas a un evento de semejantes características (http://www.elconfidencial.com/cultura/2014-02-13/los-goya-del-arte-arrancan-con-escandalo_88516/). Uno de los galardonados, Valentín Roma, llegó a declinar el “Premio/Reconocimiento” al mejor comisariado y negó su asistencia a la gala con una respuesta suficientemente cruda: “No pretendo hacer el payaso”. Sin embargo, Miguel Cereceda, como presidente del IAC, se mantuvo firme en su convicción de que el evento resultaba necesario; el arte español, insistía, necesita un encuentro capaz de generar cercanía con la sociedad, un evento (televisivo, claro está) al estilo de los Goya (como si estos no fuesen ya un sucedáneo penoso de otro penoso espectáculo).

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  5. Estimado Sr. Castro,
    Debido a la extensión de mi comentario lo he tenido que romper en cuatro partes. Si le parece bien, juntelos como una unidad.
    Saludos, Miriam

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