Si el modo que tenemos de
comprender la realidad está marcado por nuestra posición de clase, cosa que
está dicha con cierta solemnidad en cualquier tríptico de marxismo para dummies, entonces escribir sobre alguien
de distinto estrato social requiere —si queremos evitar el estereotipo— capacidad
para ponerse en el lugar ajeno. Martin Amis (1949) no tiene edad para recibir
lecciones de empatía y su última novela en castellano, Lionel Asbo. El estado de Inglaterra, lo deja claro. Una sátira del
lumpen vuelto nuevo rico, una
ilustración del dictum de Gilles
Lipovetsky, según el cual los marginados del sistema —si es que existe un sistema— no quieren hacer la
revolución, sino formar parte del mismo y vivir la dolce vita: este sería el contenido aproximado de Lionel Asbo, una roman à chef escrita desde los fortines de la distinción
aristocrática. Pues Martin Amis no es un cualquiera.
Heredero de
una familia de buenos narradores, es un lugar decir que Kingsley Amis (1922-1995)
poseía mayor penetración psicológica que su hijo cuando tocaba delinear tipos
sociales complejos en sus relatos; no por más dicho pierde su verdad. Véase
incluso antiguos puntazos del mismo autor, bastaría recordar la célebre Dinero (Anagrama, 1988) para constatar hasta qué límite consigue
volverse una caricatura de si mismo quien limita su crítica de la sociedad
inglesa a indicar que los pobres que ganan la lotería no saben comer langosta
en sitios caros. O en palabras de Theo Thait al The Guardian: «Debe ser difícil para Martin Amis el nunca
saber del todo si es un tesoro nacional o una vergüenza».
Esta sería la
nuez de Lionel Asbo: el homónimo
protagonista, cuyo apellido forman las siglas de la Anti-Social Behavior Orden, la ley que a los tres años penó su
primer crimen, vive en Diston y dedica sus ratos libres a instruir a su sobrino
Desmond en los sagrados principios de la adolescencia (básicamente sexo & peleas) mientras alimenta a
sus pitbuls con Tabasco; es el jefe del hampa local. Desmond, quien a la sazón
se zumba a su abuelita junto a la chimenea, apunta a futuro working class hero porque acude a clase,
apenas consume porno lésbico y parece querer escapar de la trampa del pobre,
que consiste en convertir su situación en distinción estética. Desmond termina
encarnando el contrapunto intelectual de la narración.
Todo Moriarty
necesita su Paradise.
Martin Amis
compone con estos mimbres un relato de ascenso y caída del lumpen. Lo de menos son los detalles narrativos, pues uno nota que
toda la carne está puesta en el asador del estilo: cómo hablan y cómo piensan
los chavs. Hay que decir que el
retrato es pan comido, máxime para un escritor de su talla, aunque esté bien
hecho a costa de perder tensión en el relato. Enredándonos en diálogos
lamentables sobre AQMF (Abuelas Que Me Follaría), intercalando reflexiones en
primera persona especialmente sobresalientes que nos sitúan en el contexto a
través del punto de vista de Desmond, Martin Amis nos lleva de la mano hasta la
confirmación de nuestros prejuicios clasistas.
No sería tanto
política cuanto formal mi lectura de Lionel
Asbo, el sí, pero no que quisiera
ponerle a Martin Amis. Nadie duda que su forma de componer desborde el
esquematismo de otras aproximaciones folletinescas al desclasado; sus antiguas
novelas dan buena cuenta de ello. Pero los anillos en los dedos siempre pesan,
la principal competencia del escritor británico es él mismo 30 años más joven.
Entonces tenía a su favor un factor que parece ausente en Lionel Asbo: eso que los cursis llaman humanidad. Si llegamos a
aprender algo leyendo ensayos como Chavs,
el ensayo de Owen Jones sobre las clases bajas en UK, o simplemente
sobreviviendo a nuestro contexto, es que tras la pobreza o la bisutería, bajo
los chándales baratos también sigue habiendo gente, gente con historias
personales. Martin Amis retrata triunfalmente una sociedad donde comer langosta
todavía significa algo, donde los cuarteles de la distinción clasista siguen
firmes y en sus puestos; el estereotipo compete en este caso a quien mira de
esta forma a los demás. Así pues, El
estado de Inglaterra es un juicio del propio autor (y su clase social) in absentia.
[Publicado originalmente en Quimera. Marzo 2014.]
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