Ernesto
Castro: Qué hay, papa. He pensado en lo que discutimos y dejamos de
discutir en la última edición del festival sos 4.8 sobre cultura del fan y
política en tiempos digitales. Sobre la cuestión de Interné me parece que
habría que matizar el optimismo complaciente acerca de la democratización de
las tecnologías de la comunicación y el carácter plebeyo de la cultura digital,
cuyo defensor más acérrimo es Henry Jenkins, quien llega a tomar en serio la
politización disneyficada de los que forman el Dumblendore’s Army, ese lobby social hecho a partir de Harry Potter
(¿realmente es necesario saludarse con gestos raros y llevar capas kitsch para
reclamar nuestros derechos sociales?). Hay que contrastar, como digo, este
optimismo de la voluntad convertida en palmadita en el hombro del freak de turno con ese pesimismo
(diríase que racional o razonable) que han expresado los viejos hackers, que entonces defendían una
naciente cultura libre, todavía no calificada oficialmente como violación a trasmano
de los derechos creativos o intelectuales, y que ahora suelen criticar la
incorporación de criterios puramente monetarios cara a visibilizar o posicionar
los contenidos digitales. Hay que decir que tienen razón en una cosa: el núcleo
de la ideología cibernética es la idea del espacio ocioso, que las compañías
que monopolizan las plataformas aprovechan para explotar los rendimientos
económicos de nuestras actividades de divertimento. Finalmente lo recreativo se
convirtió en gesticulación filantrópica cara a los balances empresariales.
Fernando Castro: No deja de ser significativo que la “academización del
fenómeno fan” adquiera su máxima aceleración en el tiempo de la saturación de
la obscenidad hipernarcisista (proporcionada por facebook, twetter y sus
derivados) que producen el efecto, analizado por Crary, del 24/7: hay que estar
conectado permanentemente y simular una erudición enciclopédica sobre cualquier
tipo de frikada. Pienso en el anuncio de “Desigual” para el día de la madre con
la individua pinchando condones y la rápida aparición de una “tormenta viral”.
En realidad están todos entregados al seminario
(valga el chiste malo sobre el “logos spermatikos”) jugando todos los rolos
de la devoción, desde el monagüillo pre-trincador (pasando el cepillo para
apropiarse de la caridad bien-intencionada y estructuralmente podrida) hasta el
sacristán de calzoncillo apestoso de orines a destiempo, del campanero
dispuesto para hacer sonar a muerto a la beata lúbrica. En nuestro “fan club”
aceptamos una ideología de lo convergente
mientras las grandes empresas amplían sus sistemas monopolísticos. Les
viene de perlas nuestro “idiotismo”, esto es, la convicción de que somos
únicos, glamourosos y super-hispeterizados. Me alegra ver tanta barba para
poner la mía a remojar.
EC: ¿Y qué me dices de la solidaridad cibernética de les damnés du router convertida en un
apuntarse al penúltimo bombardeo de indignación a golpe de like? Esta
estrategia política tancredista, que consiste en quedarse quieto para así poder
pasar de todo y estar a la vez a todas, según la canónica definición de
Federico Jiménez Losantos, no deja de revelar la impostura del recostarse en la
butaca del cuarto de estar viendo la flash
mob del otro día. Ante este percal de militantes hogareños, hasta el selfie de quien estuvo allí presente
para instagramarlo, o mejor aún,
recibió un donoso moratón por parte de machaca policial que solo-recibe-órdenes,
como se repiten los descerebrados que, careciendo de sesera, perderán luego el
casco en buena lid, nos parece heroica esta gimnasia revolucionaria cuando en
verdad debería incluirse en el catálogo de las encerronas epic fail fruto del auto-engaño estratégico, como cuando un defensa
de nuestro querido Barça confía en que Gareth Bale no le pasará por delante
desde fuera del campo en la final de la Copa
del Rey. A la altura de la
batalla de Roncesvalles, desde el punto de vista de los francos, se encuentra
buena parte de los mecanismos de aglutinación de mayorías que utilizan los
llamados sujetos colectivos antagonistas, mucha sílaba para tan poca chicha,
pues finalmente estamos dando vueltas todo el rato a la intención estúpida de
pasarle la cartilla de la verdad a los poderosos (como si estos no tuvieran
constancia, amén de doble contabilidad, sobre sus contradicciones ideológicas)
cuando no repetirnos las consignas trilladas del sensus communis, intentando convencer a los que ya estaban
convencidos, lo que resulta siempre volverse un trampolín para las caras
bonitas. Como las nuestras.
FC: La conversación básica del fan
es la llegar a la conclusión de que está diciendo lo mismo que el otro plasta
con el que lleva rato flipando. Se trata de entrar en el vértigo del name-dropping, poner
cara de poker y asentir ante cualquier parida, reconocer siempre que “antes
eran mejor” y pasar del entusiasmo a la nostalgia sin perder la compostura. El
“me encanta” re-tuneado (aludo aquí, aunque no sea otra cosa que un juego
homofónico penoso a la dimensión vomitiva de la tuna que da serenata) de las
“Nancy´s rubias” es seguramente un himno funerario inconsciente para todos los
horteras ochenteros que quieren seguir con la pose de que están en la onda. Hoy
tenemos dos clanes “extremistas” que pueden llegar a darse en besito en
cualquier momentos: los retro-movideros que van de jovencitos “trans”, deseosos
de que lo lúcido les permita apoltronarse en cualquier institución “modelna” y
los comprometidos con su marxismo museístico que consiguen aburrir a las ovejas
con su archivística recalentada con jerga “operaista”. En última instancia
están en una “flash mob” como la del “Santo Coño” aunque lo que más les pirra
es plegarse a las colas del “Gran masturbador”. La paranoia-crítica favoreció,
como todo el mundo sabe, la venta de toneladas de bocatas de calamares.
EC: Me parece fantástico que
vayamos a contrapelo, aunque sea solo por el gusto de rozarse las partes nobles
con los que van en la dirección opuesta cuando nosotros venimos de vuelta de
todo, como creo que decían en OT los
profetas del momento patético del desencuentro; y léase esto como una
autocrítica, porque solo hay una cosa peor que pegar a un padre, a saber: estar
de acuerdo con él, como una suerte de testigo que nos pasamos entre nosotros
como masones cutreplús haciendo nuestra liturgia intelectuá de sábado noche; y
es que los libros de Sloterdijk siguen todavía pendientes de abrirse en la
Hacienda Castro, pero ahí dicen que está todo, desde el cinismo de quien
participa en la comparsa de los nativos digitales, solo que con menos estilo
que las It Girls pero igualmente
dependiente de la aclamación de sus inside
jokes propias del académico que arremete contra la Academia, hasta eso que
los viejos llaman ideología, que nos permite estar en procesión y repicando,
denostar las redes sociales pero vivir intoxicados por sus virus. Llámalo
vacunarse o conocer una realidad antes de criticarla, pero estamos en la pomada
de todas formas, así que tengamos cuidadín no vengan luego las mentadas
cuchillas a cortarnos algo más que los pelos de la barba.
FC: No pretendo ser el replicante
“romanticoide” del final de Blade Runner pero “he visto cosas
que ni imaginas”, lo peor de todo es que incluso las has contemplado junto a
mí: podemos hacer el bobo juntos con lo de “atrévete a bailarlo”, escuchar que
una académica está a punto (pre-supongo) de proponer un pacto con Artur Mas a
través del Bolliwood catalán ejecutado por unos tiparracos de Pakistan feos
como el dolor o incluso sentir preocupación porque las esferas de Sloterdijk no
han sido profanadas. Mi “control remoto” (ese mando-fálico-a-distancia que ya
no sirve para nada en la fractalización de las familias en las pantallas
domésticas) me obliga a subrayar que he leído algo que se titula Apartamiento
del mundo donde se reivindica la “metoikesis”. Resulta que cuanto el
pueblo está sobre-expuesto o infra-visibilizado (entre el foco cegador y el
velo pre-lacaniano) habría que confiar en algo así como el activismo
troll. No soy fan y me jacto de no haber pertenecido a ninguna tribu;
tenga la virtud involuntaria de caer mal a aquellos que magnéticamente me
repelen. Me falta vigor capilar para la barba afgana (reciclada en clave Loewe)
y la alopecia nerviosa causó estragos hace décadas. To old to the rock &
roll, demasiado descreído para las cantinelas. “No hay banda”, perdón por regresar
a viejas querencias, al club silencio para más señas.
[Publicado originalmente en El Burro. Mayo de 2014.]
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