Dos libros que hay que
leer sí o sí.
UNO. De los creadores de La historia falsa y otros escritos, el volumen
de artículos de Luciano Canfora editados por Capitán Swing sobre —entre otras
cosas— el secuestro de Gramsci a manos de los fascistas (¿quién cometió la
negligencia en ese caso?), la correspondencia entre figuras notables de la
Antigüedad (Cicerón y Bruto) inventada para justificar la resolución del
conflicto cara a la posteridad, y que también cuenta entre sus páginas la mejor
glosa y análisis de la recepción de un testamento —el de Lenin— que se haya
hecho nunca, llega ahora a sus mejores librerías El mundo de Atenas, cortesía de Anagrama, una continuación por
otras sendas de las obsesiones centrales del historiador italiano.
Miento: las sendas son las mismas de
siempre: la reconstrucción historiográfica de los hechos (y el sentido de esos
hechos) como operación ficcional de legitimación con las vistas siempre puestas
sobre una actualidad política en disputa. Lo que resulta fresco es el método:
Canfora es un comparatista, y las abundantes notas a pie de página dan cuenta
de su celo investigador, pero sus libros se leen como un blockbuster policíaco. Tanto monta que el marco temporal sea el
siglo IV a.C. y los personajes caballeros de túnica holgada, pues leemos sus
páginas con el entusiasmo de saber cuándo y cómo queda sedimentado para consumo
de demócratas/ demagogos futuros el mito de la ciudad-Estado absolutamente
igualitaria y plebiscitaria en sus métodos de decisión política.
Cosa que nadie duda, por cierto, otra
cosa es el ejercicio efectivo de tales mecanismos y la transición tiránica (más
o menos ilustrada) que antecedió a ese remanso de presunto poder plebeyo que conocemos
como el siglo de Pericles, donde las cotas de chovinismo etnocéntrico —los
atenienses como salvadores de todo-lo-bueno-y-griego
ante las hordas bárbaras en Maratón, una lectura puesta en nueva circulación
por Frank Miller y sus secuelas fílmicas— alcanzaron ciertamente niveles de
infarto. Nadie ha escrito después con tanta contundencia como hizo entonces
Aristófanes sobre el pueblo pobre y mantenido estatalmente; presten oídos a Las avispas, por ejemplo:
«Tú, que imperas
sobre mil ciudades desde la Cerdeña al Ponto, sólo disfrutas del miserable
sueldo que te dan, y aun eso te lo pagan poco a poco, gota a gota, como aceite
que se exprime de un vellón de lana; en fin, lo preciso para que no te mueras
de hambre. Quieren que seas pobre, y te diré la razón: para que,
reconociéndoles por tus bienhechores, estés dispuesto, a la menor instigación,
a lanzarte como un perro furioso sobre cualquiera de tus enemigos.»
Lo dicho: próximamente (en realidad desde febrero,
llevamos un mes de retraso) en sus mejores librerías.
DOS. Bronislaw Malinowski es un clásico indiscutible, un founding father de la antropología; lo
que quiere decir que la pertinencia científica de sus asertos decrece
exponencialmente cada año al mismo ritmo con que aumentan las facultades literarias
del difunto y el número de filósofos diciendo chorradas teoréticas sobre lo que
en su momento tuvo voluntad de contraste empírico, nunca de repetición acrítica
y académicamente papagayesca. Como diría el propio en el prólogo a Sex and repression in Savage Society: «la pedantería siempre será mi principal
pasión».
En este contexto: pasión = Cristo mal.
Así pues, cumpliendo las funciones de una amigable
señorita de la limpieza, la editorial Errata Naturae ha desempolvado este
librazo, para mayor disfrute del lector ajeno a la Academia, añadiendo un Edipo destronado donde antes solo estaba
el rutinario título original. Más de un aplauso merece este ejercicio de
rotulación creativa, pues ajusta muy bien las expectativas lectoras a lo
escrito mismamente por el antropólogo desde las Islas Trobiand. No solo se
quedó una larga temporada en ellas fundamental y principalmente porque la
Primera Guerra Mundial frustró sus intenciones de retorno a Europa, sino que,
desde la aparición póstuma de sus diarios de campo, donde el fundador de la
autoridad etnográfica escribe sus verdaderas preocupaciones, parece gravitar
sobre su figura la sombra del modelo a no seguir en el futuro: un polaco
vagabundo que aguarda el título de Sir
mientras confiesa su spleen hacia la
cultura milanesa y la excitación que le suscitan los cuerpos ‘animalescos’
[sic] de sus anfitriones en la selva.
En este sentido, recuperar el Malinowski matizador de
Freud (otro cadáver exquisito de la ciencia actual) no solo sitúa la figura en
contexto; puede servir como excusa para recordar la peculiar dualidad
trobiandesa entre autoridad familiar (encarnada por el tío materno o kada) y paternidad xenofílica: el padre
biológico no forma parte de la veyola
o tribu propia; es un extraño. Literalmente ama sus hijos, unos forasteros (tomakava). Compárese a nuestro pater familias, que en Occidente
sintetiza la autoridad y la paternidad, según Malinowski:
«El resultado suele
ser una amalgama: es el ser perfecto y hay que hacer cualquier cosa por obtener
su beneplácito, y al mismo tiempo es el ‘ogro’ al que hay que temer y para cuya
comodidad—y el niño pronto se da cuenta—se organiza todo el hogar. El padre
cariñoso y comprensivo no tardará en asumir el papel de semidiós, mientras que
el padre pomposo, rígido y falto de tacto se granjeará pronto el recelo e
incluso el odio del pequeño.»
Lecciones xenofílicas relevantes —las del padre
extranjero trobiandés— cara a este presente nuestro de fronteras que
proliferan.
[Publicado originalmente en El Cotidiano. 20 de marzo de 2014.]
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