Los museos se han vuelto la
última frontera del cine y del teatro dizque experimental, toda vez que ambos
campos tienen sus altibajos de público en las salas, mientras las ganas de fosilizar sus productos y
convertirlos en objetos de colgar y mirar siguen igual de vivas que siempre en
el pecho de prohombres del archivo infinito como Manuel Borja Villel (véase
la exposición de José Val del Omar en el MNCARS como constatación —en este
sentido— del dictum: museo y mausoleo tienen algo más en común
que la eufonía); pero este maridaje desigual adolece de problemas
conceptuales. «El problema con las artes escénicas es que basta con separarse un
poquito del modelo teatral de La venganza de don Mendo para que te metan en ‘danza u otros’, ese cajón de sastre donde todo vale», me declara en anónima
entrevista un miembro
fundador de Perro Paco, un blog de crítica de teatro cuyo estilo rompe con
los criterios de análisis complacientes (cuando no meramente publicitarios) que
maneja la inmensa mayoría de revistas de críticas del campo.
Bajo el
inhóspito epígrafe de ‘danza u otros’ estuvo precisamente en el MNCARS el
pasado jueves la (¿bailarina?, ¿performer?, ¿actriz?) Cláudia Dias. A sus
cuarenta y dos años (dato nada baladí como veremos más adelante), esta
portuguesa natural de Lisboa tiene a sus espaldas una importante trayectoria
caminando sobre el canto de la navaja de los géneros escénicos, trasegando
entre la improvisación de nuevo cuño y lo puramente interdisciplinario, primero
en calidad de integrante del Grupo de Danza de Almada (1990/97) y luego en el
colectivo Ninho de Víboras (1997/2004), dando por conocida y descontada su
formación (ahora sí: como bailarina) en la Academia Almadense y el papel que
tuvo en el desarrollo de la estrategia
de creación escénica en tiempo real que acuñara su maestro, Joao Fiadeiro, que
consiste en realizar una ejecución que trascienda el instinto del momento
pasajero para abrirse a una peculiar forma de autonomía que estriba en asumir
lo dado por el entorno y conceder la iniciativa creativa a los mismísimos
espectadores.
Por si no
quedara aclarado, leamos las palabras de Fiadeiro: «para ser verdaderamente libre, es necesario que pueda elegir; para
elegir, es necesario que tenga hipótesis; para encontrar hipótesis, es
necesario que comprenda el problema; para comprender el problema es necesario
que tenga tiempo para hacerlo; para tener tiempo para comprenderlo, es
necesario que inhiba mi tentación de actuar por impulso.» Como dijo Kant: la libertad que consiste en
obedecer a la inclinación del instante fugitivo no es propia de un sujeto
racional, sino en todo caso de un cochinillo segoviando dorándose a placer en
el horno. Afortunadamente (o no) el trabajo reciente de Claudia Dias se
aleja de estas coordenadas para profundizar en el sotacaballorey de la obra teatral de bajos vuelos, capaz de abundar
en universales antropológicos utilizando elementos alegóricos y un anzuelo
mediático como —por ejemplo— la posición que detenta Portugal en el concierto
de las naciones: pocos actores, un buen texto y palante.
El trabajo
presentado en Madrid, Vontade de Ter
Vontade, es un ejemplo perfecto. Por pocos actores entiendo en esta ocasión
la propia Cláudia Dias recorriendo un camino de arena compactada que a todos
visos simboliza la existencia humana como tránsito y mudanza mientras ella
enumera (¡tan largo me lo fiáis!) los años que tendrá hacia 2050 y la
iluminación volviéndose tenue y apagándose para terminar. Por un buen
texto cabe sospechar que la enumeración de una serie de trayectos posibles por
encima de la cartografía colonial y geológica, hasta estelar que compone
nuestro tiempo presente, empezando por los PIGS y terminando por el Reino de
los Cielos, quizá pueda pasar por un buen
texto si no fuera por las bromas sacadas
de Wikiquotes para solaz y mayor gracia de gente que se mesa el mentón muy
fuerte (Claudia Dias le pregunta a Dios: «¿Existe vida antes de la muerte?»). También parece gratuita la referencia en el programa de mano a
Tony Judt (el historiador neolaborista) y a Boaventura de Sousa Santos
(intelectual flotante del brasileño Partido dos Trabalhadores) como si fueran
los presuntos inspiradores de la
estereotipada visión que transpira esta pieza sobre política exterior. En
descargo de ambos debería indicarse, como toda obra de ficción señala, que todo
parecido con la realidad es inopinada coincidencia.
Ah, se me
olvidaba: al final hubo baile. Un contundente intermezzo donde Cláudia Dias estuvo moviendo las caderas al ritmo
de cierta música latina removiendo con los pies la playa, poniendo una
distancia cínico-irónica respecto de su discurso y finalmente escarbando un ‘bujero’
donde enterrar y guardar las bragas.
[Publicado originalmente en A*Desk. 19 de marzo de 2014.]
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