No es tiempo de profecías. El
pinchazo de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos solo fue predicho con
exactitud por milenaristas
como Santiago Niño-Becerra que carecen de un prestigio que perder cuando
auguran la legalización de la marihuana a partir de la “Cuadratura
Urano-Plutón” y los astros no están por la labor de amparar el wishful thinking fumeta. La encuesta de
pronósticos profesionales, el
sondeo trimestral de la Reserva Federal de Filadelfia, sostuvo que había un
3% de posibilidades de que hubiera una recesión en 2008. Ya había una recesión
cuando se realizó esta predicción.
La psicosis, según D.W. Winnicott, consiste en temblar por una
catástrofe que ya tuvo lugar. Pero las agencias de calificación no están locas.
Standard & Poor simuló en 2005 un escenario de bajada en el precio de la
vivienda del 20% a dos años y concluyó que, incluso si pinchase la burbuja, el
riesgo de impago de ciertas acciones (las CDO con AAA) apenas sería del 0,12%.
En verdad el riesgo era del 28%.
El gobierno no hace mejor su labor de desbrozar el futuro. En
enero de 2009 Christina
Romer, la principal asesora económica del recién electo presidente Barack
Obama, preparó un memorando sobre la gravedad de la crisis y la urgencia de una
inyección de 800.000 millones (como
mínimo) para frenar la caída de la demanda agregada. El gráfico más
comentado del memorando ilustraba sus predicciones sobre la incidencia del
estímulo en el número de parados. De no hacer nada, aseguraba Romer, la tasa de
desempleo llegaría hasta el 9% en 2010. Gracias a esta medida, sin embargo,
nunca superaría el 8% y empezaría a disminuir a partir de julio de 2009. Pero
la realidad superó de nuevo la ficción.
El Congreso aprobó la propuesta en febrero de 2009, en julio la
tasa de desempleo se situó en el 9,5% y alcanzó un máximo del 10,1% en octubre
de ese mismo año. Los economistas no se pusieron de acuerdo con la moraleja del
desastre predictivo. Para los
keynesianos mostraba la necesidad de estimular aun más la demanda agregada;
los
defensores de la contracción fiscal expansiva siguieron erre que erre con
que el gasto público forma parte del problema y no de la solución. La
conclusión de Jan Hatzius —el principal economista de Goldman Sachs, autor del
informe que anticipó los riesgos y los efectos de un impago hipotecario masivo como
el que tuvo lugar en 2007— es simple: «Nadie tiene ni idea».
Simplemente contradictoria: alguien debe tenerla.
Los
meteorólogos quizá la tengan. Fueron capaces de predecir el alcance y la
magnitud del huracán Katrina, con un margen de error de 160 km, tres días antes
de que llegara a golpear Nueva Orleans, pero el alcalde de la ciudad, Ray Nagain,
no declaró la evacuación obligatoria hasta veinticuatro horas después. Los
metereólogos la tienen; los políticos no. No siempre ha sido así. En 1985 la
metereología carecía de incidencia en la gestión de las catástrofes porque una
predicción sobre el alcance de un huracán a tres días vista habría tenido un
margen de error de 560 km.
Si en la larga década de Felipe González alguien se hubiera
tomado en serio los partes metereológicos con tres días de antelación y hubiera
dibujado una circunferencia sobre el mapa del Estado Español con ese radio de
extensión, tomando el Madrid de Tierno Galván como centro, toda la Península
Ibérica y parte de Occitania habría quedado dentro de un programa de evacuación
preventiva en caso de que se formara un huracán en el río Manzanares.
Afortunadamente es imposible.
Pero esta imposibilidad genera muchas dudas. En primer lugar,
¿por qué la metereología ha mejorado sus predicciones y las ciencias sociales
son prácticamente incapaces de hablar sobre el futuro a pesar de que ambos
objetos de estudio —el clima y la sociedad— obedecen a la teoría del caos,
válida para cualquier sistema no lineal dinámico donde una pequeña alteración
en el estado inicial (el aleteo de una mariposa en Brasil/ Mohamed Bouazizi
inmolándose en Túnez) genera resultados previsibles pero dispersos (un tornado
en Texas/ la Primavera Árabe)? Y segundo lugar, ¿por qué son imbéciles los
alcaldes, ya se llamen Ray Nagin o Tierno Galván?
Buscaba respuestas.[1]
Armado de curiosidad y
escepticismo, me compré en la Cuesta de Moyano de Madrid un ejemplar de segunda
mano de Pronósticos del futuro, la
antología de predicciones tecnológicas a medio y largo plazo que editaron Erich
Jantsch, Olaf Helmer y Herman Kahn en 1967, publicada en castellano por Alianza
Editorial. El antiguo propietario había subrayado con portaminas las frases del
prólogo que glosaban los orígenes del proyecto (un número de la revista Science titulado “La ciencia en la bola
de cristal”) y la diferencia entre las inversiones privadas yanquis y las
europeas en materia de adivinar el futuro: ellos tiraban diez veces más dinero
que nosotros a la basura de este modo.
También había escrito unos interrogantes de admiración en el
margen del párrafo donde se explicaban los métodos de predicción. Olaf Helmer y
sus colegas de la corporación RAND utilizaban una versión depurada de la
tormenta de ideas bautizada como el método Delfos, que
aspiraba a mejorar la exactitud y la precisión de las predicciones individuales
de un conjunto de expertos, utilizando estadísticas sobre sus conjeturas y
evitando que llegaran a reunirse. Los resultados de este procedimiento
atomizado de anticipación fueron realmente asombrosos.
El subrayador del portaminas no daba crédito. Tenía el margen
de error de las predicciones de la corporación RAND en la página izquierda,
delante de sus ojos, y un resumen de su contenido a la derecha. Resulta
sencillo contrastar ambos datos, pero el subrayador del portaminas se obsesionó
con reproducir las fechas, interrogar y exclamar, enmarcar las palabras como si
así se volvieran inteligibles, incluso ciertas.
No había forma.
En cuanto a las predicciones, algunas suponían la existencia de
seres que hasta ahora solo existen en nuestra imaginación, como los
extraterrestres cuya fecha de descubrimiento situaban entre 2020 y nunca: Iker
Jiménez les tacharía de pesimistas. Otras fechaban la reducción del número de
partículas como algo deseable y posible como muy tarde para 1990: el último
premio Nóbel de física postuló un campo cuántico para explicar el origen de la
masa, demostrando nuevamente que there is plenty of
room at the bottom. Y algunas sostenían que el control de la natalidad
era cosa del futuro aunque la píldora estuviera legalizada en Estados Unidos
varios años antes de que se publicara el libro: cómo se nota que RAND era una
fiesta de nabos.
La mayoría pecaban de imprecisas (decir «nuevos materiales
sintéticos para construcciones ultraligeras»
es decir una perogrullada) o de inexactas (la traducción automática entre
idiomas y el láser de rayos gamma llegarán después de lo esperado), unas
cuantas auguraban (¿correctamente?) un escenario perverso de rendimiento (la
cría de animales inteligentes para trabajos inferiores, el cultivo de los
océanos, la ingeniería genética, los órganos artificiales y la regulación del
clima: todo se andará, tranquilos) y hay algunos problemas de traducción (¿qué
quiere decir exactamente “regimiento”?), pero si aplicamos un principio de
lectura caritativa —veamos las primeras veinte profecías, situadas entre 1970 y
2010— resulta que hay como mínimo nueve que son precisas y exactas. [2]
Un poco menos de la mitad.
Nada mal para ser expertos.
[1] Respuestas:
(i) porque todos los huracanes son iguales y conocemos las leyes físicas que
rigen su conducta con bastante precisión pero no tenemos ninguna teoría con
capacidad realmente predictiva sobre la sociedad en su conjunto, lo que también
responde a nuestra segunda pregunta; (ii) la alcaldía tiene razones que la
razón ignora.
[2] A mi juicio, las
predicciones precisas y exactas son: 1, 5, 6, 7, 10, 13, 15, 16 y 17.
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