6 de mayo de 2013

Winners Don't Use Drugs

Todos vosotros. A punto de escucharme.
Tengo una columna semanal. A callarse.

¿Cuánto tiempo durará este impulso?

Perdonen ustedes esta captatio benevolentiae demagógica pero —todo sea dicho— en Barcelona hay tantas fiestas a guardar como políticos a destituir en toda España. Este mismo 4 de mayo, sin ir más lejos, mientras el proletariado internacional llamaba a filas para una nueva manifestación anti-represiva —ya van trece este año o he perdido la cuenta— el mundo hipster se reunía para celebrar la subjetividad moderna y el discurso egocéntrico en el Festival Primera Persona. Afortunadamente, la escaleta de ambas convocatorias no venía a coincidir en el espacio-tiempo. Bien sabido es por todos el interés infinito, la preocupación constante y —en suma— los 140 caracteres con espacios que nuestros intelectuales depositan diariamente desde el lavabo de su casa sobre los Mozos de Escuadra y Cartabón, y otras brigadas policiales del Reino Español. Ya te digo yo, ¿en cuántas manifestaciones la inteligentsia ha brillado por su ausencia? —En ninguuuna, claro. En los eventos de FB no cabe un alfiler, desde luego. Mófate tú del black bloc, el book bloc y otras estrategias de defensa con nombre raro: las gafas de pasta son la protección definitiva contra las balas de goma de la policía. Y a diferencia de los aguerridos antisistema, esta gente culta ha pasado de la página 35 de Mil-novecientos-ochenta-y-cuatro, la novela de George Orwell. Dirán: «disculpe estimado agente»; pedirán el número de placa. Dirán: «esto resulta intolerable»; la policía cargará sobre ellos. Dirán: «mi presunción de inocencia»; serán encarcelados sin problema. El miedo cambiará para bien de bando, sin duda, cuando la modernidad salga a la calle. Hasta entonces, a esperar toca.

Bruce Willis & The Beatles.
Gafas de pasta. Our best friend.
Protégete. Protégelos.
Reino de España.

Ahora en serio, sería una pena que los espectadores del CCCB y los manifestantes de las Ramblas no coordinaran entre sí los relatos de unos y de otros. Para empezar, porque la asociación entre profesores y presidiarios ha sido la única alternativa exitosa —corríjanme si me equivoco— a las luchas gremiales que han marcado la historia de las facultades y los departamentos de Letras. Hablo desde mi campo, la filosofía. Frente a la exclusividad de las demandas sectoriales —más educación pública, más autonomía estudiantil, y un largo etcétera: causas nobles y justas, ¿quién puede dudar de ello?— hubo un tiempo donde los Catedráticos de Ontología (con mayúscula, siempre) también salían del recinto universitario, incluso hasta llegaban a combatir por causas ajenas,  sin necesidad de coronarse por ello Reyes-Filósofos. Me remonto hasta el Cretácico Superior, por supuesto: Voltaire & l’affair Calas; Foucault & le GIP. O la AEPP de nuestra Transición, la Asociación para el Estudio de los Problemas de los Presos, formada —circa 1977— por José Luis Aranguren, Agustín García Calvo, Rafael Sánchez Ferlosio y Fernando Savater, entre otros. En vistas a la instauración de un Reino Policial Represor donde las libertades individuales quedan aplastadas por una montaña de decretos-ley mientras los antidisturbios campan a sus anchas por unas avenidas vaciadas de gente (o repletas de turistas, según se mire) ¿queda algo de esta vieja afinidad electiva entre los barrotes y las  letras en el Primera Persona? Una vez más, quien tuvo, retuvo. En la segunda sesión del festival, Dani el Rojo estuvo hablando de los años 80, de la Modelo y de la heroína. Aquello que no pudo detallar entonces, sobre el escenario y bajo los focos, está descrito a la perfección en sus memorias noveladas:

En los años de la conocida COPEL, los presos se autolesionaban un día sí y otro también para conseguir que alguien les prestase un poco de atención. Y si uno se fijaba en los detalles, veía cómo muchos de los habitantes de aquél lugar tenían los brazos llenos de cortes mal cicatrizados, que pretendían ocultar tras espantosos tatuajes talegueros. En el fondo, se trataba de una postura lógica. Si nadie hacía caso a sus reivindicaciones, sólo les quedaba la alternativa de cortarse escandalosamente en masa para poner en jaque a los servicios médicos del centro.

Quien haya notado el pretérito imperfecto que utiliza Lluc Oliveras, biógrafo del mentado gánster barcelonés, también sabrá que la Cooperativa de Presos en Lucha (COPEL) ya era historia cuando Dani entra en prisión en calidad de atracador de bancos, hacia 1981, para participar en los últimos coletazos del movimiento carcelario posfranquista. Las demandas históricas de «¡Amnistía, Libertad!» habían dejado entonces paso a la más prosaica: «Un poco de caballo, por caridad». No solo había rajas, sino también orificios, en los antebrazos de los presos. Los burócratas del aislamiento carcelario aprovecharon esa baza —vaya si la aprovecharon— para terminar con la política en las prisiones. La Asamblea de Lavapiés (MAD) no ha olvidado la lección: «Ni tiros en el aire / Ni por la nariz» coreaban el verano pasado los asistentes de una manifestación —otra más— contra la represión manifestada en una persecución policial que consumaron los Starsky & Hutch de la secreta madrileña, el revolver en la mano, la placa en el cinto y los cojones por corbata, contra los pobres manteros sin papeles del barrio. De ahí la importancia de marchar contra la madera, sí. Pero también, perdonen la cursilería, contra el policía que llevamos en nuestro interior. Incluso cuando viste de paisano o de drogadicto; tanto monta que monta tanto. Y ahí entra en juego la conciencia de abstinencia que puede transmitir la filosofía, digo yo. Suponiendo que los hombres de letras sigan interesados en ella. Y ya es mucho decir.

Dani El Rojo no tiene cenicero
para arrojar la ceniza de su cigarro.
Parece cool. En verdad, está atrapado.