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5 de noviembre de 2014

Invitados #9: Bruno Galindo, Sopas para Tesla.

España Sin (Un) Franco es un congreso territorial. El título, salta a la vista, encierra dos períodos: franquismo y crisis. El fin de la dictadura más longeva de Occidente y el subsiguiente arranque de la Transición marcan el año cero. De ahí que la edad de los participantes sea clave: los 16 conferenciantes —14 hombres y sólo dos mujeres— son tan jóvenes como la joven España. Vienen historiadores, politólogos, expertos en derecho constitucional, filósofos y —según nomenclatura de Ernesto Castro, coorganizador junto a Javier Fuentes Feo y Antonio Hidalgo Pérez, gestores del Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo, el Cendeac de Murcia— trolls ilustrados. “Estamos haciendo este congreso para que los prejuicios se reafirmen —y entonces vayamos al duelo de pistolas— o se disuelvan”, bromea el primero de ellos. El programa se divide en cinco partes: Europa, Constitución, Estado, Comunidades Autónomas y Ciudad. Hay tres días para abarcarlo todo.

Día 1. Europa: choque de trenes
La gran esperanza liberal aboga por el desmantelamiento del Estado del bienestar. El otro ponente de la tarde escora al lado contrario. Se visibilizan dos polos antropológicamente antagónicos. Se prefigura un ellos y un nosotros. Pero ambos ponentes ponen un enemigo en común: la casta. Todo termina en una cordial cena.

Juan Ramón Rallo1984, doctor en Economía por la Juan Carlos I de Madrid y licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia, plantea el modelo social europeo como tara. El también director del Instituto Juan de Mariana pone como ejemplo Estados Unidos, tanto por sus políticas expansivas (a tope con el fracking) como porque allí el gasto público apenas roza el 33% del PIB (frente al 50% de Europa). Dice el autor de Una revolución liberal para España (Deusto, 2014) que Australia, Suiza o Singapur —donde no hay salario mínimo ni convenio colectivo, donde los más pobres, dice, ganan 3.000 euros— son aun mejores ejemplos de baja presión fiscal. En España, en cambio, el ciudadano sólo puede gestionar la mitad de su renta per cápita. Porque aquí casi 10.000 de los 15.500 euros de salario corriente se nos van en impuestos directos, indirectos o en Seguridad Social. El orador pronuncia con visible desagrado las expresiones obra pública y política social; detesta la palabra Estado. ¿Por qué Europa es un Estado tan gigantesco? ¡Excusa o pretexto para subir los impuestos a las clases medias! Los de Podemos (y otros) dicen: tenemos que parecernos más a Europa; que tributen más los ricos. Pero ojo: no puedes recaudar todo lo necesario para alcanzar un 50% del PIB sólo a través de las rentas altas. Habría que duplicar los impuestos al consumo. Subir aún más los impuestos a las clases medias y bajas. ¿Os gustan las socialdemocracias nórdicas? Pues así lo hacen ellas.
Las opciones son dos: o vamos hacia el opresivo régimen fiscal o progresivamente desmontamos el estado del bienestar, que, como dice Piketty en El capital del siglo XXI, sólo es bienestar del Estado. ¿Te gusta que Ana Mato gestione tu sanidad? ¿Que Wert gestione tu cultura? Porque al final el Estado del bienestar es eso: el burócrata que manda. El demandante vendido al oferente. Yo quiero pagar la sanidad que yo quiera, pero es que además tengo que pagar la pública. ¿La educación? También dos veces. Las pensiones públicas —un esquema piramidal y fraudulento—, lo mismo. Sé lo que estáis pensando: hay desprotegidos, pobres, minusválidos. Eso, con un 4% del PIB, se cubre de sobra. ¡Distribución estatal de la renta sólo para esos casos! El Estado está al servicio de las burocracias y de quienes lo han creado. De la casta. Que no nos obliguen a estar en el corral a quienes no queremos estar en él. Acabemos con el Estado del bienestar y vayamos a una sociedad del bienestar.
Gracias.
Aplauso.
—Utópico —valora un espectador.
        —Inapelable —dice otro.
        —Manipulador —opina un tercero.
        —Típico austríaco —concluye otro.

Isidro López1974, sociólogo, viene a hablar de Historia y política. Para él Europa es la construcción del poder neoliberal, no un infierno socialista. El miembro del Observatorio Metropolitano arranca identificando los dos polos del neoliberalismo: el utópico (el mercado como intercambio puro, sin poder ni sociedad; ahí, dice, vive el anterior ponente) y el pragmático (que tiene claro que hay una lucha por intereses colectivos: es el mercado a la conquista de las estructuras estatales). Éste —dice el coautor de Fin de ciclo: financiarización, territorio y sociedad de propietarios en la onda larga del capitalismo hispano (Traficantes de Sueños, 2010)— es el peor. A éste se dirigirá su ponencia. Quiere empezar revisando el nacimiento de la Unión Europea, y recordar que la UE actual es un producto de la crisis del capitalismo. Un dispositivo keynesiano-fordista en el que unos (funcionalistas) se propusieron la creación de espacios económicos, y otros (federalistas), la demarcación de objetivos políticos. Todo funcionó hasta la crisis de los ’70, que, más allá del aumento del precio del petróleo, planteó una crisis de gobernabilidad. Por un lado, el arreglo social empezó a darle problemas al modelo capitalista. Por otro, surgió una grave crisis de rentabilidad, marcada por el exceso de producción, la inflación, el desempleo… Asoman la Francia del ’68, la Inglaterra de Thatcher y los mineros, movimientos obreros salvajes en la España de la Transición. El caso es que la UE busca cesiones de soberanía en términos de Estado-nación para poder controlar sus turbulencias. Lo cual se va a visibilizar en una reestructuración: la primacía de las finanzas, la capacidad de negociación del trabajo, el ataque a las capacidades del Estado y una reorganización espacial según la cual distintos territorios del continente se van a dedicar a distintas funciones (en el centro, las fases de diseño; en el sur, los polos de construcción). En Maastricht-1992 cuajará el proyecto neoliberal que dejará como líderes al Reino Unido y Alemania. En España, la última esperanza de la clase media será la entrada en el euro.
Pero, ¿qué ha pasado en Europa —ese espacio sin política, esa mera configuración paraestatal— desde 2009? Pues que la esfera europea se ha politizado. Hay un vector de cambio: Europa nos manda. Y dos hitos. Uno es Grecia: primera batalla entre acreedores y deudores en el marco del default. Syriza. La forzosa redistribución. El planteamiento del impago. El otro hito es España. Nosotros somos la mayor contestación política a la que tiene que hacer frente la UE. Sobre todo el Banco Central Europeo. El rescate ha sido imposible porque no había dinero; lo que se hizo fue un rescate escalonado. La crisis de las cajas. Bankia. La total anulación del gobierno nacional ante la incapacidad de los políticos. La casta. La crisis que estamos viviendo ahora no es más que la crisis de los ’70 prolongada.
Gracias.
Aplauso.
        —Más humano —comenta un espectador.
        —También utópico —apunta otro.
        —Demócrata —interviene un tercero.
        —Paleomarxista —sentencia otro.
El debate promete. El centro social contra el instituto de empresa. Lo colaborativo contra lo elitista. Agua y aceite. Rallo insiste: “Un ingeniero del MIT es más pobre que una anciana que recibe una pensión”. “¿Cuánto tiempo mantendría su valor financiero Apple si se lo dieran a un burócrata?” López apunta: “El precio de la vivienda se comporta como un activo financiero”. “Estamos unidos.” Las posiciones se confrontan en diálogos como éste:
—Talento es alguien en un garaje creando Facebook.
—Pero Facebook es un largo proceso de trabajo social y cooperativo; una sola persona le da un certificado monopolístico, pero ha sido generado por vínculos sociales.
—Cualquiera podía haber creado Facebook, pero fue Zuckerberg. Las cosas no se crean solas, por choque exógeno. Si el mundo fuera como proponéis nos quedaríamos sin Facebook, sin Google, sin iPads o sin medicina personalizada.
—Me temo que lo que vosotros proponéis no tiene legitimidad democrática. Y eso va a llevar a un conflicto.
Alguien entre el público menciona al inventor Nikola Tesla, pionero de la ingeniería y genial promotor de la electricidad comercial. Aquél fue un genio per se, dice. En ningún caso se puede decir que fuera un producto social.
—Yo no conozco el caso de Tesla —argumenta López—, pero estoy seguro de que su mujer le llevaba la sopita para que él hiciera los cálculos.
        —La sopita tiene valor si se la llevan a Tesla —replica Rallo.
—Sin esa mujer no hubiera habido descubrimiento de ningún tipo. Forma parte de ese proceso social.
—Pero si me la llevan a mí no voy a ser Tesla. El valor de llevar sopitas depende del valor que genera Tesla. Si tú llevas sopas aleatoriamente no tendrás Teslas. Llevar sopas no genera Teslas.
Acaba la primera jornada en una cena de confraternización. Todos los ponentes, y también algún miembro del público que se ha unido por su cuenta, se relajan en un restaurante del centro. Zapping de conversaciones: “el pulpo es más inteligente que el cerdo”, “¿sabías que trigo se dice igual en Armenia y en Euskadi?”, “si Franco resucitara la gente le votaría”. Unos hablan. Otros escuchan. En esas mesas largas siempre hay gente con la que no hablas y de la que nunca sabrás.
[Sigue leyendo en El EstadoMental.]

[Bruno Galindo es escritor y periodista. Sus últimos libros son Diarios de Corea (Debate, 2007), Omega (Finalista Premio UFI 2011) y El público (Lengua de Trapo, 2012). Es redactor del Estado Mental y coordinador de su radio.]

27 de octubre de 2014

Invitados #6: José Carlos Cañizares, Furia.

Giordano Bruno, un heroico furioso.
Es intuitivo a cualquiera que algo existe que se traga nuestra furia en pequeños montoncitos, y que lo hace incluso —o quizás precisamente— cuando más la necesitamos. El error está en creer que esta furia es aplacada por algo concreto —un error en el que yo mismo caigo a menudo. No, nuestra furia no es aplacada por Siempre Así, ni por Qué Tiempo Tan Feliz, y ni siquiera por las finales de la Champions. Nuestra furia se disipa, más bien, en todas direcciones. La mayoría llegamos a viejos en edad universitaria, y lo que nos queda de fuerza se distribuye uniformemente entre todos los objetos y seres que nos rodean, ¡y el número de estos objetos crece sin cesar!
Cada nueva autopista o edificio, cada nuevo objeto que compro en el Ikea o en el chicuco de la esquina, son cosas que portan cargas de sensualidad. Estas cargas no hablamos de nada físico se refieren a los modos de usarlas. Las cosas se presentan y suscitan su uso potencial. Cuando uso una cosa, debo ejercer un esfuerzo sobre ella; cuando no la uso, todavía se me presenta, y debo elegir evitarla, o lo que es lo mismo, no usarla. En ocasiones, incluso debo reflexionar antes de comprender por qué no debo, o no quiero, usar algo en particular. Este esfuerzo sostenido sobre las cosas se paga en términos de fuerza, es decir, de furia. Y los objetos son cada vez más complicados y difíciles de manejar. Imaginamos la fuerza de un ser humano como un pequeño riachuelo que va frenándose con el roce de la tierra, con el encuentro de los obstáculos más diversos, hasta que al fin forma un charquito, o simplemente se seca por completo.
Del mismo modo, la proximidad física entre humanos apaga nuestra furia, pues algo nos afecta tanto más cuanto más se parece a nosotros; de donde se sigue que nada nos afecta más profundamente que las otras personas. Existen, por tanto, pocos artes más difíciles que el arte de cohabitar. La cohabitación nos exige mantener nuestras percepciones de otros seres humanos dentro de la más absoluta simplificación. Esta simplificación se ve relajada en ciertos márgenes dentro de los cuales permanecen nuestros seres queridos, mientras que otros perfiles típicos se abstraen a la medida de los ámbitos de relación que suscitan (el tendero existe en su tenderidad cotidiana, como el revisor del metro en su revisoridad), hasta desaparecer en la tiniebla de lo que, para nosotros, es una persona absolutamente abstracta: el ciudadano común, la persona-audiencia, la persona-voto, el fan. Estas operaciones de identificación, manipulación y simplificación de perfiles nos obligan a una acomodación constante y basculante con las otras personas, y así son rutinizadas por nuestro organismo.
Cuanto más rutinizamos, es decir, cuanto más automatizamos nuestras percepciones y acciones, menos energía consumimos. Se observa que la más mínima dispersión respecto de nuestras rutinas tiene un elevado coste en esfuerzo, coste que pagamos con un reblandecimiento de nuestro espíritu. También debemos aprender a reblandecernos a voluntad, es decir, debemos ser capaces de infligir un castigo sobre nosotros mismos a cada momento, y en particular sobre nuestra individualidad. Ello se debe no sólo a que no podemos disfrutar de todos los objetos y actividades que nos agradan, sino también a que debemos hacernos simples y rutinarios a las percepciones de los otros, como la economía de la cohabitabilidad exige. De lo contrario, seríamos sorprendentes; y toda sorpresa es una dispersión que exige un subsiguiente esfuerzo de acomodación; luego...
Hemos visto que nuestra furia languidece a medida que los objetos de nuestro entorno aumentan en número, cada uno exigiendo a nuestro cuerpo percepciones, decisiones y modos de uso particulares. Además, nuestra fuerza, que es la fuente de nuestra furia, se apaga con la diversidad, pues cada nuevo tipo de objeto es un nuevo modo de hacer, que alberga una nueva forma de afectarnos. Ahora bien: también hemos dicho que ningún cuerpo disminuye más nuestra furia que un organismo humano, pues éstos son los que más nos afectan, y los que exigen mayor trabajo de acomodación mutua. Se sigue, pues, que debemos castigar nuestra individualidad de muchas maneras y, sobre todo, vemos cómo una gran medida de esta individualidad se pierde en términos de poder para enfurecernos, para ser fecundos, abrasivos, originales, etcétera.
Cuanto más invasiva, decidida, potente e inmediata es una acción, más cantidad de furia puede ser liberada. En efecto, el hecho de que seamos capaces de domesticar la furia a lo largo del tiempo, y a través de innumerables operaciones de acuerdo y acomodación con las cosas vivas o inertes, implica bien que nuestra furia no estará disponible para cuando la necesitemos, bien que ella se verá obligada a manifestarse en formas más sutiles y mediatas. ¿No serán éstas las famosas sublimaciones de Freud? ¿Acaso no advertís, queridos lectores, que vuestra furia, como la de quien os escribe, ha quedado confinada a la inoperante República de las Letras? Desde luego, la operatividad de la furia es inasumible en las ciudades abarrotadas: la vida cívica sería del todo imposible si se permitiera un gran número y variedad de acciones furiosas. Por esta razón, la ciudad contemporánea necesita un buen número de repúblicas abstractas en las que confinar esta furia sutilizada y mediata. Localización y regulación de la furia: un pilar del civismo.
Así que la furia sutilizada no se remite exclusivamente a la República de las Letras esto nos era obvio desde hace mucho.
Desde luego, las consideraciones anteriores apoyan aquella famosa tesis meliorista de nuestro querido Steve Pinker, quien piensa que la humanidad ha encontrado su way out de la violencia (¿a quién hemos de agradecer este genuino progreso, al fin? ¿A la sociedad de la abundancia, a la liberal democracy, a la sociedad de la información? Pues cuando escuchamos los clamores de progreso, ya estamos esperando a que nos digan quién o qué es la causa de dicho progreso). Naturalmente, el declive de la violencia es sólo aparente, circunstancial: se debe a que nosotros, pobres ciudadanos, hemos sido largamente domesticados, y a que, cada día de nuestras vidas, nos hemos visto obligados a cohabitar y, por supuesto, a convertirnos en commodities agradables y poco sospechosas; commodities que viven apaciblemente entre commodities. Rompamos los flujos y los ritmos de circulación de las commodities, rompamos sus itinerarios: de inmediato veremos que la furia emerge, que se propaga desenfrenada y en una forma tanto más brutal.
Sabemos también que existe gente que no responde ante las obligaciones cívicas, gente que puede permitirse imponer su furia cuando lo desea, furiosos profesionales. ¿No son estos furiosos los cuerpos de seguridad del Estado, pero también los futbolistas? ¿No admiramos a Sergio Ramos porque él puede manifestar su furia en nuestro lugar? Y más aún debiéramos admirar a Mike Tyson, brecha abierta en el régimen espectacular de domesticación de la furia. Furia, ¡ah!, te revelas entonces como una producción social sujeta a las leyes de especialización de todo lo demás. Quienes aplastamos cada día nuestra furia e individualidad, ¿no debemos a Dick Cheney, JP Morgan, Florentino Pérez, así como a las fuerzas del orden, este derecho nuestro a ser gente civilizada? ¿Y no os sentís orgullosos de ser especímenes que confirman aproximadamente la teoría de Pinker, quizás la última que el Espíritu de la Ilustración llegue a fabricar? ¡Cómo podríamos negarnos a esto! ¡Ser vestigios de la Ilustración en plena Edad Oscura!
Por otra parte, ¿quién podría decir "menos furia", allí donde sólo hay más progreso? Sin duda un impío, alguien desagradable, un furioso. Y nosotros, ¡nosotros somos unos sentimentales!
¿Cómo podríamos demandar más furia, el derecho a estar furiosos?
Parece que debemos conformarnos con seguir siendo todo lo poco piadosos que podamos.
Y dejar la furia de lado como cosa de especialistas.

Steve Pinker, aquí TEDificando
el hegelianismo sin contradicciones.
[Jose Carlos Cañizares es James Doppelgänger en 
Homo Velamine, revista ultrarracionalista de periodicidad aleatoria.]

16 de septiembre de 2014

Colorín Colorado #14. España sin (un) franco.

Entrevista a Carlos González Fuertes, James Doppelganger, Eudald Espluga, J M Bellido Morillas y Gustavo Sanromán, ponentes de España sin (un) franco, el congreso de jóvenes ensayistas políticos nacidos después de 1975 que tendrá lugar en el Cendeac (Murcia) el 15, 16 y 17 de octubre. 

La escaleta (aproximada) del programa:

1. Carlos González Fuertes. 2:00-18:00
A. Mick Jenkins, The Waters.
2. James Doppelganger: 18:00-58:00
B. Lorde, Royals.
3. Eudald Espluga: 58:00-82:00
C. Sergei Eisenstein, La conspiración de los boyardos.
4. J M Bellido Morillas: 82:00-125:00
D. Os resentidos, Sector naval.
5. Gustavo Sanromán: 125:00-156:00.


Escucha el programa completo aquí.
Abierto hasta el fin del sistema solar.